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del príncipe de la Paz en 1798 hasta el convenio de Madrid en 1801. Perplejo se veria el que hubiera de fallar quién de los cuatro habia sido el mas dócil, y en cuál de las cuatro épocas estuviese Cárlos IV. mas sumiso y la España mas humillada ante el gobierno de la vecina república. ¿Sería ya una nueva fatalidad ver á Godoy repuesto en la privanza de los reyes, nombrado generalísimo de los ejércitos españoles, y general en gefe de los que habian de operar en Portugal, inclusas las tropas auxiliares francesas?

La guerra de Portugal, llamada burlescamente la guerra de las naranjas, por una frase indiscreta dicha con pretensiones de galantería, de que se apoderó el vulgo, fué tan breve como era de esperar de la desigualdad de las naciones contendientes. Francia sacó del tratado de paz que los puertos de aquel reino se cerráran á los buques y al comercio de Inglaterra; España sacó la incorporacion de Olivenza y su distrito á la corona de Castilla. Pero el primer cónsul francés, que aspiraba á mas ventajosas condiciones, se enoja con Cárlos IV. y con los negociadores del tratado de Badajoz, y suelta amenazas contra nuestra nacion si el ajuste no se revisa y mejora. La verdad exige que digamos, y complace el poder decirlo, que en esta ocasion, aunque tardiamente, se condujeron con dignidad y entereza el rey, el ministro Cevallos y el príncipe de la Paz, respondiendo á las arrogantes con

minaciones del francés con valentía y altivez española.

¿Qué importa que al lado de esto tuvieran Cárlos IV. y Godoy, el uno la flaqueza de querer erigir á Olivenza y su territorio en ducado para premiar al valído, el otro la debilidad de aceptar dos banderas para vincularlas y añadirlas á los blasones de sus armas, y un sable guarnecido de brillantes y orlado de una inscripcion pomposa, como recompensa de hazañas bélicas que no habian existido, á un general que no era guerrero, y por una campaña que á juicio del público solo habia sido jugar por unos dias á la guerra y á los soldados? Sobre no conducir tales miserias al objeto de nuestra revista, al fin eran mas inocentes que la de obligar después Bonaparte á aquel pobre reino á pagar yeinte y cinco millones de francos á la Francia, y la de entrar mas de la tercera parte de esta suma en el bolsillo privado del cónsul, como entró en el del negociador el valor de los diamantes de la princesa del Brasil, si los escritores de su nacion que lo estamparon dijeron verdad.

Pero sigamos el hilo de nuestras desdichas nacionales, no de las fragilidades de los individuos.

No perdonó Bonaparte al gobierno español aquella firmeza que no esperába, como quien no estaba á ella acostumbrado. La venganza no se hizo aguardar mucho, y no correspondió ciertamente á la noble manera como suelen recibir los grandes hombres los TOMO XXVI.

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arranques de dignidad, aun viniendo de adversarios, cuanto más de amigos. Llegada la época de las paces generalcs, ajustados en Londres los preliminares de la Francia é Inglaterra, la única potencia que en ellos quedó sacrificada fué la mas fiel aliada y la mas íntima amiga de la república, la España, pactándose en sus artículos que quedaba en poder de Inglaterra la isla española de la Trinidad. ¡Qué injustificable venganza la del primer cónsul! ¿Y qué sirvió á nuestro embajador Azara la enérgica y sentida nota que pasó al ministro Talleyrand demostrando la injusticia y la ingratitud de la Francia con la nacion á que debia servicios tan señalados y sacrificios tan repetidos y costosos? ¡Estéril oferta la que le hicieron de apoyar su justa reclamacion en el congreso de Amiens congregado para celebrar la paz definitiva! Allá fué el caballero Azara, confiado en este ofrecimiento. Cerrados encontró á su demanda los oidos del representante británico, y en el artículo 3.o de la paz de Amiens (1802) quedó estipulado que la Gran Bretaña conservaría nuestra isla de la Trinidad. ¡Y todavía Bonaparte tuvo la dureza de obligar al gobierno español á enviar sus naves juntamente con las de Francia á someter y recobrar para esta nacion la isla de Santo. Domingo!

Asi iba la desgraciada España sufriendo humillaciones, perdiendo territorios, consumiendo caudales, estenuándose en fuerzas, rebajándose en considera

cion, enemistándose con la Europa monárquica, gastando su vitalidad, debilitándose dentro y enflaqueciéndose fuera, aun en los períodos en que quiso dar alguna señal de firmeza y de intentar sacudir su pos. tracion. Esfuerzos impotentes, como los movimientos fugaces de vigor de un cuerpo por una larga y lenta fiebre consumido. Si desde el tratado de San Ildefonso hasta la paz de Campo-Forinio no habia sacado España de su alianza con la república sino descalabros, desastres y humillaciones, humillaciones, desastres y descalabros le valió solamente desde la paz de CampoFormio hasta la de Amiens su malhadada amistad con la república francesa. Las consecuencias del tratado de San Ildefonso iban siendo para Cárlos IV. como las del Pacto de Familia para Cárlos III."

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III.

La elevacion de Bonaparte á dictador de la Francia bajo el título de Cónsul perpétuo coincide con el segundo ministerio del príncipe de la Paz en España, restablecido, y mas que nunca arraigado en la privanza de los reyes. Idolo y gefe de una gran nacion entonces el uno, asombro de la Europa, á la cual habia logrado con sus grandes hechos tener en respeto y aun obligado á pedir reconciliacion; malquisto en su propio pais el otro, y al frente de una nacion empobrecida y de un gobierno débil y entre sí mismo desavenido, cualesquiera que fuesen las relaciones entre estos dos desiguales poderes, íntimas ó flojas, amistosas ú hostiles, de todos modos habria sido temeridad esperar que fuesen propicias á España. No eran en verdad cordiales las que á la sazon mediaban entre Napoleon y Godoy. Aquél no perdonaba á éste el tratado de Badajoz: los enlaces entre los príncipes y princesas españoles y napolitanos no habian sido del gusto de Bonaparte, en cuya cabeza habia bullido otro

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