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HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.

PARTE TERCERA.

EDAD MODERNA.

DOMINACION DE LA CASA DE BORBON.

LIBRO X.

GUERRA DE LA INDEPENDENCIA DE ESPAÑA.

CAPITULO XXVII.

EL TRATADO DE VALENCEY.

1814.

(Enero y febrero).

Esquiva Napoleon la paz que le ofrecen las potencias.-Célebre Manifiesto de Francfort.-Tratos que entabla Napoleon con Fernando VII. en Valencey.-Mision del conde de Laforest.-Sus conferencias con los príncipes españoles.-Carta del emperador á Fernando, y respuesta de éste.-Negocian el conde de Laforest y el

duque de San Carlos.-Tratado de Valencey.-Trae el de San Cárlos el tratado á España.-Instrucciones que recibe de Fernando VII.-Viene á Madrid.-Viene tras él el general Palafox con nuevas cartas y nuevas instrucciones del rey.-Otra vez el canónigo Escoiquiz al lado de Fernando.-Emisarios franceses en España.-Objeto que traian, y suerte que corrieron.-Mal recibimiento que halló el de San Carlos en Madrid.—Presenta el tratado á la Regencia.-Respuesta de la Regencia á la carta del rey.Pónelo en conocimiento de las Córtes.-Consultan éstas al Consejo de Estado.-Digno informe de este cuerpo.-Famoso decreto de las Córtes, y Manifiesto que con este motivo publicaron.-Cómo y por quiénes se conspiraba contra el sistema constitucional.-Escándalo que produjo en las Córtes el discurso del diputado Reina.-Tratado con Prusia, en que reconoce esta potencia las Córtes y la Constitucion de España.-Intentan los enemigos de la libertad mudar la Regencia.-Cómo burlaron esta tentativa los diputados liberales.-Cierran sus sesiones de primera legislatura las Córtes ordinarias.-Se abre la segunda legislatura.

Aunque los sucesos que vamos á referir pertenecen al año que encabeza este capítulo, su preparacion venia de algunos meses atrás, á los cuales es fuerza que retrocedamos un momento..

Indicamos ya en el capítulo anterior que Napoleon á su regreso á París (9 de noviembre, 1813), despues de sus grandes derrotas en Alemania, lejos de darse por vencido, y de admitir francamente las proposiciones de paz de las potencias confederadas, no obstante ser aceptables, y aun ventajosos los límites en ellas señalados al imperio francés, obstinado y terco en el sistema inspirado por su orgullo y su ambicion de aventurarlo todo antes que consentir en desprenderse de

algo, no solo esquivó dar á los aliados una contestacion esplícita, sino que pidió al Cuerpo legislativo de Francia nuevos sacrificios de hombres y de dinero, con la esperanza de vencer todavía á la Europa y de obligar á la fortuna á volverle el rostro, que cansada ó enojada parecía haberle retirado. En vista de esta actitud de Napoleon, las potencias aliadas publicaron el célebre Manifiesto de Francfort (1.° de diciembre, 1813), que comenzaba con las siguientes frases: «El gobierno francés ha decretado una nueva conscripcion de 300.000 hombres. Los motivos del senado-consulto sobre este asunto son una provocacion á las potencias aliadas. Estas se ven precisadas á publicar de nuevo á la faz del mundo las miras que llevan en la presente guerra, los principios que forman la base de su conducta, sus deseos y su determinacion. Las potencias aliadas no hacen la guerra á la Francia, sino á la altanera preponderancia que por desgracia de la Europa y de la Francia el emperador Napoleon ha ejercido largo tiempo, traspasando los límites de su imperio. La victoria ha conducido los ejércitos aliados á las orillas del Rhin. El primer uso que Sus Magestades imperiales y reales han hecho de su victoria ha sido ofrecer la paz á S. M. el emperador de los franceses.»> Manifestaban su enojo por no haber sido ésta aceptada, y concluian asegurando que no dejarian las armas hasta que el estado político de Europa se restableciese de nuevo.

En este intermedio, viendo Napoleon perdida su causa por el lado de España, y calculando lo que le convenia quedar desembarazado de esta guerra, resolvió entrar en relaciones y tratos con el monarca español, para él príncipe no más todavía, cautivo en Valencey. Al decir de los escritores franceses que se suponen mejor informados, Napoleon vaciló mucho entre comenzar dando libertad á Fernando, restituyendole á España sin condiciones, esperándolo todo de su agradecimiento, ó negociar con él un tratado que le ligara á hacer la paz y á expulsar de España los ingleses. Lo primero, que habria sido lo mas generoso, y era lo mas sencillo, tropezaba con la sospecha del emperador de que el príncipe, viéndose libre en España, obrára como considerándose desligado de todo compromiso; lo cual, si en otro caso y persona se hubiera podido calificar de vituperable ingratitud, en Fernando no habria sido sino corresponder á la conducta y comportamiento que tantas veces habia tenido Napoleon con él y con toda su real familia. Lo segundo tenia el inconveniente de que el tratado no óbtuviese la aprobacion de la Regencia ni de las Córtes españolas, como celebrado por quien estaba en cautiverio y no gozaba de libre voluntad, y de que los españoles no estuvieran tampoco de parecer de despedir á los ingleses.

Decidióse al fin á pesar de todo por lo segundo, y al efecto envió á Valencey al conde de Laforest, conse

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