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agua hasta la alameda. El terreno allí era tan bajo, y se depositaba tanta agua, que podía navegarse en botes, como acontecía, pues no faltaba algunas canoas de los pescadores que habitaban en esa calle. Continúa Frezier:

«Después de la casa de Gobierno y Palacio del Virrey, lo más notable son las iglesias, construidas de caña tejida y embarrada ó de maderas pintadas de blanco; son sin embargo algo limpias.

«Hay cinco conventos de religiosos; los domìnicos, franciscanos, agustinos, mercedarios y jesuitas y el Hospital de San Juan de Dios.

«Sin estar divididas las manzanas en porciones uniformes, las calles están bien alineadas, aunque sucias de una tierra menuda soportable sólo en villorrios.

«Cerca del Palacio del Virrey se encuentra la sala de armas y alojamiento del cuerpo de guardias. «En la misma calle, al lado N. los almacenes para mercaderías desembarcadas de buques españoles procedentes de Chile, de la costa del Perú y de Méjico.

«Además de estos almacenes existe otro para el depósito de las mercaderías de Europa que se llama La Administración.

«La leña es un poco escasa y hay necesidad de buscarla y cortarla á media legua al norte, en la Hacienda de Bocanegra, propiedad de los jesuitas, quienes cobran 25 á 30 piastras por lanchada (chaloupée), >

Por la forma de la venta parece que la leña no venía á la población por tierra, sino por mar.

Para la descarga de las lanchas había en los muros un desembarcadero de 3 escalones de madera y un muelle de piedra construido en 1649 con

piedras traidas de Cañete del demolido fuerte de Huarco, destinado á la descarga de cañones, anclas y otros artículos de peso que eran elevados por una especie de grua.

Este muelle, dice Frezier, no durará mucho tiempo, por que la mar lo demuele día á día.

En esto no se equivocó Frezier, por que pocos años después el Virrey Marquez de Castel-Fuerte, dice en su memoria 1724-1736.

«Habiéndose hecho el muelle que se fabricó sobre la puerta Real de la marina del Callao, lo que pareció una magnificencia, fué una ruina.»

En esta época Castel-Fuerte renovó dicho muelle que encontró en ruina, y la parte de la muralla que el mar habia destrozado.

Para hacer economías al Erario, en esta obra,. el Virrey no vió visiones. Hizo fabricar á los forzados de la Isla de San Lorenzo, barcas especiales, para que ellos mismos condujeran la piedra que extraían; obligó à todo navío que viniese de Guayaquil á traer, libre de flete, un número competente de mangles, y exigió que cada recua, de las que conducían géneros á Lima, regresara cargada de cal y ladrillos,

Y á pesar de todo esto la obra costó al Erario 150,000 pesos.

Al norte y sur de la ciudad, existìan dos rancherias que Frezier, (1) les da el nombre de Petipiti nuevo y Petipiti viejo, como puede verse en el plano que copiamos textualmente y que Odriozola lo

(1) La obra de Frezier que consultamos, es la que editó en 1716 con el título de Relatión du voyage de la mer du sud, aux côtes du Chily et du Peru. Fait pendant les annes 1712, 1713 y 1714 que es en todo igual á la que existe en la Biblioteca de Lima del mismo autor, edición de 1738, con el título de Voyage d'exploración dan l' América du sud 1712, 1713-1714, que por lo menos es la 3a. edición, pues conocemos otra de 1732.

reproduce en su obra los temblores con el de Pitipití, nombres ambos de etimología desconocida, así como lo es la palabra Chucuito, del barrio actual, que vino á reemplazar al Pitipití, de entonces.

Pitipití y Chucuito han sido rancherí as de pescadores formadas antes y después de la ruina del Callao, fuera de las murallas, por razòn de que la pesca se hace á hora indeterminada, y las puertas de las murallas se cerraban á hora dada.

Los ordenanzas de la ciudad eran severísimas, especialmente tratándose de los negros, mestizos y mulatos. Pero habia orden en todo, y la venta de ciertos artículos era limitada y vijilada en cada barrio; el que vendia vino de Moquegua, por ejemplo, no podía vender de otra clase, ni mezclarlo, bajo penas severas.

Tanto en el Callao como en Lima era limitadísimo el número de pulperías. y en esta última ciudad no podian haber más de 50, repartidos convenientemente.

Los pulperos debian ser españoles y necesariamente casados; estaba prohibido este oficio á los negros, mulatos y mestizos.

Los pulperos no podian vender pescado fresco sino hecho en escabeche, y en Lima estaba prohibido comprarlo en otra parte que en la pescadería. Las verduras y frutas no podian venderlas los chacareros, por mayor, sino en la plaza, en presencia y con postura del Alcalde y diputado.

El carguío de mercaderias podían hacerlo los interesados, en sus recuas ó carretas propias; pero no les era permitido alquilarlas á nadie so pena de multa; sólo la ciudad de Lima podia alquilar estas últimas, autorizada por cédula de S. M. Carlos I, de 4 de Dbre. de 1554, que le permitió tener 12 carretas con ese objeto. Estas carretas tenian la prefe

rencia en el carguío sobre todas las demás. Ningún chacarero podia vender carne, ni tener más de 100 carneros para el sustento de su familia, so pena de multa.

Tampoco podía vender carne ningun negro ni mulato, so pena de 100 azotes y 50 pesos de multa, pagaderos por su amo; y á los rastreros que les vendiesen, se les castigaba tambien con 100 azotes y 6 años en la Isla de San Lorenzo, á cargar piedra para la muralla del Callao.

Estas disposiciones fueron dictadas por el Virrey el 19 de febrero de 1686.

La carne de carnero, se vendia por cuartos, y sólo desde 1684 principió á venderse por peso, en la misma forma que las frutas y verduras, esto es, en presencia y con postura del Alcalde y Diputado. Era prohibido introducir y matar puercos en la ciudad.

No se podia labrar ni derretir sebo de día; era operación reservada para el silencio de la noche.

A los negros y mulatos no les era permitido vestir de gró, seda ni oro.

Las mujeres no debían andar tapadas.

Ocuparíamos un libro entero, si copiásemos todas las ordenanzas á que estaba sujeta la ciudad. Ellas eran la muestra del despotismo más absoluto, al mismo tiempo que del mejor orden.

Sin embargo, se notaba algunas veces cierta debilidad, que contrastaba con tanta energía, y esto nos lo demuestra el hecho siguiente:

El 1. de Febrero de 1685, robaron á un comerciante tres barras de plata. Con el objeto de rescatarlas, el Virrey duque de la Palata ofreció, como premio quinientos pesos al que denunciara á los ladrones, con la particularidad siguiente: que si el

denunciante era esclavo, se le daría la libertad; y si había tomado parte en el robo, se le indultaría, y recibiría siempre los quinientos pesos ofrecidos.

De manera que, en cierto modo, se premiaba la denuncia, y se perdonaba al ladrón, privilegio nunca visto, y concedido á la esclavitud sólo entonces. Cierto es, como se dice, que del dicho al hecho hay mucho trecho. No sabemos si llegado el caso, el Virrey hubiera cumplido con su promesa, que significaba una desmoralización, para aquellos hombres á quienes miraban como animales y no como racionales.

Los pocos historiadores que han habido en los siglos pasados se han ocupado, muy poco del Callao, y los mismos Virreyes, en sus memorias, no lo toman en consideración, sino incidentalmente; por eso no es estraño que nada nuevo haya que decir despues que la ciudad quedó hecha y amurallada en el siglo XVII. No podía adquirir mayor extensión de la que se le dió, ni cabían más edificios de los que se fabricaron en los primeros tiempos de su progreso, quedando este en un límite obligado, en el que le encontró el terremoto é inundación del 26 de Octubre de 1746, que hizo tabla rasa de lo que antes era una enorme fortaleza, y sembró la muerte donde antes era vida y movimiento.

En el capítulo Terremotos, describiremos minuciosamente los pormenores de esta terrible catástrofe.

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