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secuencia de esto se le envió de cuartel á Pamplona. Dióse el mando de la provincia de Guipúzcoa al inspector general de caballería don Antonio Ricardos. Se confirió al conde de O' Reilly la comision de hacer un reconocimiento en las costas de Galicia. Hízose salir á su cuñado don Luis de las Casas á su gobierno de Orán, hasta se significó al marqués de Iranda los inconvenientes de recibir en su tertulia personas que sin duda eran tenidas por enemigas del ministro de Estado.

y

Mas á pesar de estos destierros políticos, y de que antes de ellos habia revocado el rey el decreto sobre honores militares, que parecia haber sido el pretesto de aquellos ataques á su primer ministro, no por eso cesaron todavía las sátiras contra Floridablanca. De ser aquellos, y tal vez algunos otros generales, lcs que á su juicio habian formado empeño en des acreditarle ó indisponerle con el rey y conspirar para su caida, infiérese harto claramente del escrito de defensa que le obligaron á hacer (1). De todos modos

(1) «Puedo asegurar, y sabe Vuestra Magestad (decia), que apenas hay general de algun mérito, y aun oficiales de menos rango, de quien yo no haya sido agente voluntario cerca de Vuestra Magestad para sus gracias ó adelantamientos, premios y distinciones, por creerlo conveniente al servicio de Vuestra Magestad y bien de la patria. Acaso no querrán creer y confesar esta verdad algunos que han recibido el efecto ó disfrute de mis oficios; pero consta á Vuestra Magestad y esto me basta. He podido vencer la

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tomó tan á pechos el conde ministro aquella especie de persecucion, que á pesar de continuar el soberano dispensándole el mismo favor y predileccion que ántes, y manteniéndole en su gracia, quiso responder á todas las acusaciones y diatribas present ndo al rey un difuso y concienzudo escrito, que contenia una relacion de todos sus actos ministeriales desde 1777, con el título de Memorial á Cárlos III., que es el precioso documento que tantas veces hemos tenido ocasion de citar, como una utilísima fuente histórica para los sucesos de aquel tiempo. «Honra su memoria este trabajo, dice un historiador estrangero, como hombre y como ministro, y puede considerarse como la última de sus ocupaciones en el reinado de Cárlos III. >>

Concluía esta representacion con las sentidas palabras siguientes: «Justo será ya dejar en reposo «á V. M., y acabar con la molestia de esta difusa re«presentacion. Solo pido á V. M. que se digne des«doblar la hoja que doblé en otra parte, cuando re«ferí la bondad con que V. M. se dignó ofrecerme algun descanso. Si he trabajado, V. M. lo ha visto, «y si mi salud padece, V. M. lo sabe. Sírvase V. M. «atender á mis ruegos y dejarme en un honesto re«tiro: si en él quiere V. M. emplearme en algunos «trabajos propios de mi profesion y experiencia, allí « podré hacerlo con mas tranquilidad, mas tiempo y << menos riesgo de errar. Pero, señor, líbreme V. M.

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<de la inquietud continua de los negocios, de pensar «y proponer personas para empleos, dignidades, gra«cias y honores; de la frecuente ocasion de equivocar <«<el concepto en estas y otras cosas; y del peligro de « acabar de perder la salud y la vida en la confusion «y atropellamiento que me rodea. Hágalo V. M. por «quien es, por los servicios que le he hecho, por el amor que le he tenido y tendré hasta el último ins«tante, y sobre todo por Dios nuestro Señor, que «guarde esa preciosa vida los muchos y felices años << que le pido de todo mi corazon. Real sitio de San «Lorenzo á 10 de octubre de 1788. »

Era esto en ocasion que en Francia se sentia ya aquella agitacion precursora de la gran revolucion que conmovió y estremeció después al mundo, y en que no influyó poco la parte que habia tomado aquel reino en la insurreccion y en la independencia y libertad de los anglo-americanos. Ya el indeciso Luis XVI. esperimentaba los conflictos en que le iban poniendo el ardor de libertad que se iba desarrollando en el pueblo francés, el descontento producido por los anteriores desarreglos de la corte, los abusos de autoridad, el déficit permanente de las rentas, los sistemas de Necker, de Calonne y de Brienne, la conducta y actitud del gobierno, del pueblo, del clero, de los nobles y del parlamento; ya habia sido convocada por dos veces la Asamblea de los Notables, y ya, en fin, se veia asomar el dia de una terrible esplosion política. Por otra parte la Euro

pa entera se hallaba otra vez revuelta. En guerra estaban Rusia y Turquía, como los ministros de Cárlos III. habian previsto; habian querido obligar á la Czarina á la restitucion de la Crimea, pero el emperador de Austria José II. se habia armado á favor del imperio moscovita so pretesto de ensanchar las fronteras y proveer á la seguridad de sus propios Estados. Mas los proyectos de las cortes imperiales se vieron em.barazados por cl emprendedor Gustavo Adolfo de Suecia, que quiso aprovechar aquella ocasion para destruir su poder marítimo en el Báltico, y recuperar las provincias que habian sido suyas en Finlandia. Contra el de Suecia reclamó la emperatriz Catalina los auxilios de el de Dinamarca, y un ejército dinamarqués habia penetrado ya en Noruega, cuando, merced á la intervencion de Inglaterra, Prusia y Holanda, se logró hacer convenir á los beligerantes en un arnisticio que fué después, aunque con repugnancia, definitivo arreglo.

Francia, á vista de esta perturbacion exterior y de sus conflictos interiores, volvió otra vez la vista á Cárlos III. de España, en quien la fijaban ya tambien casi todas las cortes de Europa, como el único cu a experiencia, rectitud y buen sentido podia infundirles confianza de que alcanzára é inspirára los medios de conseguir una pacificacion gencral. Pero Francia principalmente que habia formado un proyecto de confederacion con las dos córtes imperiales, intentaba y excitaba á que entrase en esta alianza el monarca español,

y para mejor seducirle acompañaba al plan la proposicion de dar á uno de sus hijos ó nietos la soberanía de algunas provincias que se desmembrarian del imperio turco. «En estas circunstancias, dice haciéndole justicia un historiador estraño, se condujo el monarca español con mucha circunspeccion y firmeza. » En efecto, movido Carlos por las consideraciones que se desprenden del sistema de política exterior que hemos visto en su Instruccion para la Junta de Estado, y en conformidad al cambio que habian sufrido sus ideas relativamente al antiguo Pacto de Familia, no solo no se dejó deslumbrar por halagüeños ofrecimientos para no entrar en el proyecto de la nueva cuádruple alianza, no solo se propuso conservar la paz interior de su reino, sino que su deseo era el de atajar las agitaciones que amenazaban trastornar la Europa. Contribuyó sin duda tambien á esta prudente conducta el modo de ver las cosas su ministro Floridablanca, ya porque recelaba que las excitaciones del vecino reino fueran ardides. para comprometer á su soberano, ya porque aquel ministro comenzaba á temer para su país el contagio de las ideas políticas que á la sazon se estaban desarrollando en Francia.

De ningun modo habria Carlos III. aceptado la dimision que con tanto ahinco solicitaba un ministro á quien tenia un cariño tan arraigado, á pesar de su vivo deseo y de las intrigas que contra él se fraguaban, pero mucho menos en circunstancias tales. Lo

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