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franceses; el pueblo de Valencia se ha servido nombrar á V. | anarquía ni en Valencia ni en otros pueblos de aquel reino en por uno de los vocales de la junta que debe gobernar interinamente este reino, esperando que V. ninguna excusa opondrá, pues está resuelto á no admitirla.>>

Pero á esta inaudita audacia se añadieron nuevos horrores, que aun no han acabado los cometidos por aquel hombre infernal. Menos feroces que él los asesinos que acaudillaba, habian dejado con vida un grupo considerable de franceses, segun unos de setenta, segun otros de doble número. Fingió él acceder á que fuesen trasladados á las Torres de Cuarte, mas cuando de allí los sacaron, en vez de conducirlos camino de aquella prision, se vió que los llevaban hácia la plaza de los Toros, á cuya inmediacion ya el malvado ; horroriza decirlo habia apostado una cuadrilla de bandidos. Los infelices franceses fueron forzados á empujones á entrar en la plaza de los Toros, y allí en medio del circo destinado á la lucha de las fieras, abrazados los desgraciados unos á otros ó puestos de rodillas delante de sus matadores, fueron bárbaramente acuchillados por aquellos tigres de forma humana que gozaban en empapar en sangre sus ennegrecidos brazos. Sangrientas matanzas que hacen recordar con horror las horribles escenas de las cárceles de Paris en los dias del mayor furor revolucionario. Trescientos treinta franceses fueron así sacrificados en aquellos dos terribles dias por instigacion de un eclesiástico indigno de pertenecer á la humanidad, cuanto mas á clase tan elevada y noble (1).

Ofrecimos abreviar, y lo haremos. Aquella situacion era insoportable: los asesinos se enseñoreaban de la ciudad, cometiendo con ferocidad inaudita todo género de crímenes, complaciéndose en inmolar víctimas en la sala misma de sesiones de la junta, manchando la sangre que salpicaba los vestidos de sus amedrentados individuos. La poblacion estaba aterrada y atónita, y era menester poner un término á tan horrible anarquía. Merced á la habilidad de don Vicente Bertran y del padre Rico se consiguió sacar al furibundo Calvo de la ciudadela halagándole con darle un asiento en el seno de la junta, no obstante su empeño en formar por sí otra nueva. Una vez sacado del fuerte, separado de sus feroces hordas y sentado en la asamblea, hombres honrados de ella pudieron rodear el palacio de gentes de su confianza con órden de no dejar salir de él á nadie; y antes que pudieran apercibirse los satélites de Calvo, el P. Rico puesto en pié apostrofó enérgica y vigorosamente al canónigo echándole en cara todos sus crímenes. Alentáronse con esto y hablaron sucesivamente otros vocales: el grito de traidor resonó en todos los ángulos de aquel respetable recinto; no se discutió mas, y la junta decretó el arresto de Calvo y su inmediata traslacion al castillo de Palma de Mallorca, para donde se le embarcó aquella misma noche (7 de junio). Acto continuo se encargó la formacion del correspondiente proceso al alcalde decano de la sala del crímen don José María Manescau. A pesar del terror que en su desesperacion procuraban infundir los sectarios de Calvo, la causa marchó con rapidez; volvióse á traer al reo á Valencia; hizo su defensa por escrito conforme á sus doctrinas; pero la hora de la expiacion habia sonado: el tribunal le condenó por unanimidad á la pena de garrote, que sufrió con firmeza á las doce de la noche dentro de la cárcel; á la mañana siguiente apareció expuesto su cadáver en medio de la plaza de Santo Domingo con un rótulo que decia: «Por traidor á la patria, y mandante de asesinatos. >>

Con el suplicio de aquel monstruo fué recobrando la autoridad su fuerza, moderándose la anarquía, y volviendo algun respiro á la poblacion atribulada. Para ir escarmentando los demás delincuentes se creó un tribunal de proteccion y seguridad pública presidido por don José Manescau, que procedió con terrible severidad, y al cual se censuró de haber cometido en las actuaciones irregularidades que son siempre de lamentar en los encargados de hacer justicia y de cumplir la ley, pero sin las cuales tal vez no habria podido reprimirse la

(1) Algunos, dice un escritor valenciano, fueron extraidos poco despues de aquel inmenso monton de cadáveres y han vivido hasta nuestros dias para recordar con sus tristes relaciones el funesto cuadro que no nos ha sido posible describir con sus mas exactos coloridos.>>

que ya levantaba tambien su lívida cabeza. La venganza jurí dica correspondió á la magnitud de los crímenes. Cada mañana aparecian colgados de las horcas en las plazas públicas los agarrotados en la cárcel, y en el espacio de dos meses fueron ajusticiados mas de doscientos forajidos. ; Episodio terrible, de que ya deseará reposar el lector, y mas todavía el historiador que ha tenido necesidad de dar mayor tormento á su espíritu con la lectura de pormenores que ahogan el alma, y de que ha querido aliviar su relacion (2)!

Falta hacia á la junta de Valencia poderse dedicar con algun desahogo á la organizacion de su ejército y á proveer á sus medios de defensa, amenazadas como estaban la ciudad y provincia por las fuerzas del mariscal Moncey. Por fortuna con los recursos que improvisó, y con los que le suministró Cartagena, pudo disponer y organizar dos cuerpos de ejército, uno de quince mil hombres al mando del conde de Cervellon que se dirigió á Almansa, y al cual se agregó la gente armada de Murcia, y otro de ocho mil á las órdenes de don Pedro Adorno que se situó en las Cabrillas, y de cuyas operaciones nos tocará hablar despues.

No habia de ceder á otros en patriotismo el antiguo reino de Aragon, tan justamente afamado por el valor de sus hijos como por su amor á la independencia y á la libertad. La misma que en todas partes la agitacion de los ánimos, cuando el correo del 24 de mayo llevó á Zaragoza la noticia de las renuncias de nuestros reyes en favor de Napoleon, alborotóse el pueblo y se dirigió en tropel á la casa del capitan general Guillelmi, distinguiéndose entre sus caudillos el tio Jorge, hombre sin letras ni cultura, pero de juicio recto, de intencion sana, de voluntad enérgica, de resolucion firme, de valor á prueba, y tipo del aragonés rudo, noble y honrado. Obligó la muchedumbre al capitan general á hacer dimision y le condujo como preso á la Aljafería. Dió el mando, aunque con poco gusto, por ser tambien italiano, á su segundo el general Mori, no habiéndole aceptado el antiguo ministro de la Guerra don Antonio Cornel. Incomodado luego el pueblo con la flojedad que le pareció advertir en Mori, fijó sus miradas en don José Palafox y Melci, noble aragonés, destinado á dar dias de mucha gloria á su patria, que residia en la quinta de su familia llamada la torre de Alfranco, cerca de Zaragoza, y allá fué á buscarle una comision de cincuenta paisanos. Palafox sabia bien lo que pasaba en Bayona, como quien habia ido allí comisionado por el marqués de Castelar para informar al rey de lo ocurrido en el negocio de la libertad y entrega de Godoy. Así, luego que consiguieron llevarle á Zaragoza, pidió que se reuniera la audiencia, y la informó de las insinuaciones que allá se le habian hecho respecto á los franceses. El pueblo le aclamaba su capitan general, mostró él rehusarlo, pero al fin por cesion de Mori fué investido con aquel cargo superior, reconociéndole con gusto todos los aragoneses. Jóven, agraciado y esmerado en su porte el nuevo general, captóse pronto la aficion y las simpatías generales. Carecia de experiencia y de práctica así en la milicia como en los negocios públicos, y las dotes de su entendimiento no eran conocidas, pero comenzó á manifestarlas en el tino con que sabia elegir y rodearse de personas útiles para que ó le dirigieran ó le ayudaran en la grande empresa (3).

Tino y cordura manifestó tambien en convocar las córtes del reino en sus cuatro brazos, para que legitimaran, así su elevacion al mando superior de las armas como el levantamiento popular. Las córtes aprobaron lo hecho, y se separaron dejando una comision de seis individuos para atender á la

(2) Hemos tomado las noticias de estos infaustos sucesos del opúsculo de Fr. Vicente Martinez Colomer, titulado: «Sucesos de Valencia desde el dia 28 de junio de 1808:» publicado en 1810.-Del Manifiesto de la causa formada por Manescau, por comision de la Junta.-De la Memoria publicada por esta.-De la Historia moderna de la ciudad y reino de Va. lencia, de don Vicente Boix; y de varios documentos manuscritos y auténticos.

(3) Tales como su antiguo maestro el escolapio Pedro Rogiero, como el corregidor é intendente don Lorenzo Calvo de Rozas, y como el oficial de artillería don Ignacio Lopez, cada cual para su objeto.

comun defensa en union con el capitan general, que era la parte activa del gobierno, como que eran tambien sus funciones las mas necesarias, y la cuestion de fuerza, de armamento y de organizacion la que mas urgia. A ello se dedicó Palafox con toda actividad y ahinco, recogiendo armas, haciendo pertrechos, utilizando y montando la escasa y mediana artillería que habia, alistando gente, y reuniendo y regimentando la que de Madrid y de las provincias ocupadas por los franceses acudia en grupos á los pueblos que se levantaban; pues así paisanos como militares, y á veces compañías completas de estos, ya que otra cosa no podian, desertaban y corrian á las provincias mas inmediatas á incorporarse y engrosar las filas de los cuerpos patrióticos que se formaban (1). Palafox los fué

dividiendo en tercios, á usanza de los que en tiempos antiguos habian ganado tanta fama y reputacion en Europa. Al modo que en Santiago, se formó tambien en Zaragoza un batallon de los estudiantes de la universidad, que se distinguia y brillaba entre todos. Distinguióse tambien el primer Manifiesto que se dió en Zaragoza por una idea particular que en él se emitia, y que revelaba el espíritu especial del país, y las reminiscencias de su antigua constitucion y vida política. Despues de expresar que el emperador y su familia, así como los generales franceses, eran responsables de la seguridad del rey y de la familia real española, decia: «Que en caso de un atentado contra vidas tan preciosas, para que la España no careciese de su monarca usaria la nacion de su derecho electivo á favor del

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archiduque Cárlos como nieto de Cárlos III, siempre que el príncipe de Sicilia y el infante don Pedro y demás herederos no pudieran concurrir (2).»>

Ocupadas por los franceses, de la manera alevosa que hemos visto, las principales plazas de Cataluña, inclusa su capital, carecia el Principado de la libertad de accion en que se hallaban otras provincias para sacudir la opresion en que gemia, y faltaba sobre todo un centro de donde partiera el impulso y que pudiera darle unidad. Así Barcelona no pudo desahogar su odio á los extranjeros que la dominaban sino con tumultos y alborotos parciales que eran fácilmente reprimidos y ahogados. Pero las poblaciones que no habian sido invadidas negáronse ya á dar entrada á las fuerzas francesas, como hizo Lérida con las que intentó introducir el general Duhesme, cerrando sus habitantes las puertas y haciendo la guardia de sus muros. Así fué que poco mas adelante fué escogida aquella ciudad para asiento y congregacion en junta de todos los corregimientos del Principado; porque en otras ciudades y villas se fué verificando el sacudimiento patriótico, no sin que en algunas hubiese parciales y lamentables desórdenes, como en Tortosa y Villafranca del Panadés, donde perecieron miserablemente los gobernadores.

Trasmitióse este espíritu de insurreccion contra el extranjero, franqueando el Mediterráneo, á las islas Baleares, donde pudo desarrollarse mas libre y mas pacíficamente que en la Península. Mas libremente, porque sobre estar mas léjos y mas al abrigo de las fuerzas francesas, habia en ellas un cuerpo de diez mil hombres de tropas españolas regulares; y mas pacíficamente, porque el capitan general don Juan Miguel de Vives, si bien vaciló al principio y aun opuso una ligera resistencia á la primera demostracion popular, retraido por las

(1) Así, por ejemplo, desde Alcalá de Henares se marchó con 110 hombres, armas, banderas y pertrechos el comandante de zapadores don José Veguer, y atravesando la sierra de Cuenca llegó á Valencia y se ofreció con su gente á la Junta. De la Mancha desertaron los carabineros reales, y de Madrid mismo se fugaban oficiales, soldados y partidas enteras, como lo verificó una de dragones de Lusitania, y otra del regimiento de España.

(2) El discurso de Palafox en las córtes de Zaragoza reunidas el 9 de junio, los acuerdos que en ellas se hicieron, la eleccion de los seis individuos que habian de componer con el capitan general la Junta suprema, la ratificacion del nombramiento de aquel, la lista de los diputados que asistieron en representacion de cada brazo, etc., todo consta de un testimonio ó certificado que expidió don Lorenzo Calvo de Rozas como secretario de las mismas.

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puesto y preso, sustituyéndole luego el marqués del Palacio. En las islas fué el entusiasmo tan general como en el continente, y en Palma se formó un cuerpo de voluntarios que pasó despues á servir en Cataluña.

Al modo que en la resolucion tomada en las Baleares influyó tambien la noticia y el ejemplo de la insurreccion de Valencia, así en las Canarias, con estar á distancia tan larga de la Península, causó el mismo efecto la noticia de lo sucedido en Sevilla, y las órdenes de su Junta Suprema. No hubo tampoco allí desgracias que lamentar, si bien fueron de sentir las antiguas rivalidades y desavenencias que se renovaron sobre primacía entre la Gran Canaria y Tenerife, que produjeron la creacion de dos juntas separadas, y que en una fuera depuesto del mando el marqués de Casa-Cagigal, reemplazándole el teniente de rey don Cárlos O'Donnell, durando las discordias hasta que el gobierno central halló manera de cortarlas.

De este modo se verificó, trazado tan sumariamente como es posible, el levantamiento casi simultáneo de toda España contra los franceses; y si en algunas provincias, como en Navarra y las Vascongadas, se retardó algun tiempo, debido fué á estar ocupadas por el enemigo sus dos plazas principales, á su situacion limítrofe de Francia, y á verse cercadas por to

dos lados sin poder revolverse. Por lo demás el espíritu patrio | por sus prendas gozaban mas popularidad, y eran aclamados era el mismo, sin ceder en él á ningunas otras, y bien lo demostraron luego que se vieron un tanto desembarazadas; y aun entonces mismo en medio de la opresion no dejaron de auxiliar á las provincias sublevadas por cuantos medios estuvieron á su alcance.

Mas oprimido, y si cabe, peor tratado todavía que España el reino de Portugal, cobró aliento y ánimo con el sacudimiento general de la nacion su vecina, no ya solo por la tentacion que da el ejemplo, grande siempre en los que sufren por la misma causa, sino tambien por la mayor facilidad que para hacerlo proporcionaba á los de aquel reino la salida de las tropas españolas que en él habia, como las que se hallahabia, como las que se hallaban en Oporto, que 'al mando del mariscal de campo don Domingo Belestá salieron camino de Galicia tan pronto como supieron la sublevacion de aquellas provincias de España, haciendo y llevando prisioneros al general francés Quesnel y á los suyos. Temióse de sus resultas un rompimiento por parte de los españoles en Lisboa, y para evitarle los hizo Junot sorprender y desarmar, bien que no alcanzó á impedir que se viniese á España con el marqués de Malespina el regimiento de dragones de la Reina. Menos afortunados otros, sorprendidos y desarmados con engaño, en número de mil doscientos, fueron conducidos á bordo de los pontones que habia en el Tajo. Otros por el contrario, como los regimientos de Valencia y Murcia, despues de sostener un choque con los franceses, lograron ganar sin estorbo la frontera española. A la sombra, y como consecuencia de estos sucesos, y de los que por acá pasaban, subleváronse sucesivamente las provincias de Tras-os-Montes y Entre-Duero-y-Miño, cundiendo la insurreccion á Coimbra y otros pueblos de la de Beira, y estallando luego en los Algarbes y en todo el Mediodía de Portugal. Entabláronse pronto tratos entre este reino y el de la Gran Bretaña, y se establecieron relaciones con varias provincias españolas. La situacion de Junot en Portugal quedaba siendo semejante á la de Murat en España, como habian sido acaso iguales sus aspiraciones.

Jamás pueblo alguno, nunca una nacion se levantó tan unánime, tan simultánea, tan enérgicamente como la España de 1808. No fué el resultado de anteriores acuerdos con potencia alguna extraña que ofreciera erigirse en protectora; no lo fué de premeditadas combinaciones y planes de las provin cias españolas entre sí; su preparacion habria debilitado la espontaneidad y entibiado el ardimiento: la inteligencia con la Gran Bretaña vino despues y como consecuencia de sucesos que cogieron á aquella nacion de sorpresa: los conciertos entre las provincias fueron tambien posteriores: uno y otro inspirado por la conveniencia mutua y por la necesidad de buscar apoyo y sosten á una situacion peligrosa. Por lo demás la insurreccion no fué sino el arranque vigoroso de un pueblo lastimado en su sentimiento mas noble, el de su dignidad y su independencia; fué el resentimiento de su amor propio ofendido, de su buena fe burlada; fué la indignacion concitada por la perfidia empleada para arrancarle sus objetos mas queridos; fué el estallido de la ira acumulada por tantos engaños y alevosías.

Al sacudimiento concurrieron y cooperaron como instintivamente, y sin distincion ni diferencia, todas las jerarquías, todas las clases, todas las profesiones de la sociedad. No puede decirse que una prevaleciera sobre otra en decision, ni que una aventajara á otra en entusiasmo Clero, nobleza, pueblo, obispos, religiosos, magnates, generales, soldados, comerciantes, labradores, artesanos, jornaleros, todos en admirable consorcio se mezclaban y confundian, rivalizando en patriotismo, llevados de un mismo sentimiento, caminando á un fin, sin acordarse en aquellos primeros momentos de las distinciones sociales que en el estado normal de los pueblos separan al noble del plebeyo, al sabio del rústico, al rico del pobre, al magistrado del menestral, al que se consagra al sacerdocio del que se ejercita en las armas. Circunstancias casuales, no una preconcebida organizacion, hacian que en la formacion de las juntas predominara en cada localidad una ú otra clase, segun que individuos de unas ú otras se distinguian por su arrojo y ardor patriótico, ó segun que por sus antecedentes y

y elegidos. En este agregado incoherente de hombres de todas las jerarquías sociales, nombrados en momentos de turbacion y desasosiego, en que la necesidad, la pasion y la premura no dejaban lugar á la reflexion, ¿se extrañará que no todos reuniesen ni las luces, ni la prudencia, ni el criterio para obrar como gobernantes con la discrecion y el tino que hubiera sido de desear, y que exigian circunstancias tan difíciles y espinosas? ¿Se extrañará que falto de combinacion el movimiento, fuera este en su principio como dislocado y anárquico, no habiendo un centro de accion, creándose en cada comarca y en cada ciudad, casi en cada villa y en cada aldea, una junta independiente y con pretensiones de soberana? Y sin embargo, ya se advertian en algunos países y poblaciones síntomas de tendencia hácia la unidad, que con el tiempo habia de buscarse, y tenia que venir. Y aun aquella misma multiplicidad y desparramamiento de juntas y de autoridades, que parecia un mal y un desconcierto, fué muy conveniente para que no pudiera ser paralizado aquel primer impulso, porque los interesados en detenerle ó en torcer su marcha, carecian de un blanco donde dirigir ó los recursos de la persuasion ó el empleo de la fuerza material. Uno y otro medio se debilitaban en su accion, otro tanto cuanto era extenso y dilatado el círculo, y estaban mas desmembrados, dispersos y sin cohesion los objetos á que intentaban dirigirla.

¿Se extrañará tambien, como no se desconozca la condicion de la humana naturaleza, que en tan general trastorno, en medio del fervor popular, irritadas y sueltas las masas, roto el freno de toda subordinacion y obediencia, desencadenadas las pasiones y desbordadas las turbas, se cometieran en uno ú otro punto desmanes, tropelías, y hasta asesinatos horribles, y repugnantes crueldades? Por desgracia no conocemos un sacudimiento social de este género sin demasías que deplorar y sin tragedias que sentir, y bien cerca están las innumerables escenas de sangre y de horror de la revolucion francesa, en cuyo cotejo los excesos de la insurreccion de España son como los granos de arena al lado de una cadena de empinados riscos. Aquí, aparte de las abominables ejecuciones de Valencia dirigidas por un genio infernal, pero que al fin fueron castigadas con una prontitud y un rigor desusados en circunstancias tales, los demás fueron crímenes aislados, deplorables siempre, siempre punibles, y por cuya expiacion y escarmiento no dejaremos nunca de clamar, pero que no constituian sistema, ni bastaron á desnaturalizar el carácter de grandeza de aquella revolucion. En provincias enteras se hizo el movimiento sin tener que lamentar un solo exceso, y en muchas se procedió con laudable generosidad: el espíritu general que movió y guió el alzamiento era altamente patriótico; así el torrente se hacia irresistible; ¿quién se atrevia á intentar contenerle?

Doloroso es decirlo. Solo la Junta suprema de gobierno de Madrid (1), creyendo sin duda de buena fe que la insurreccion de las provincias, aunque fuese un noble esfuerzo del heroísmo español, traeria la ruina de la patria, por ser imposible vencer el poder inmenso de Napoleon; cada dia mas ciega y mas empeñada en su mal camino, cada dia mas supeditada á su presidente el lugarteniente general del reino Murat, no contenta con enviar por las provincias emisarios franceses y españoles con el encargo de alucinar con ofreci

(1) Componian entonces la Junta las personas siguientes: don Sebastian Piñuela, ministro de Gracia y Justicia; don Gonzalo O'Farril, de la Guerra; el marqués Caballero, consejero de Estado, gobernador del Consejo de Hacienda; el marqués de las Amarillas, decano del de la Guerra; don Pedro Mendinueta, consejero de Estado, y teniente general; don Arias Antonio Mon y Velarde, decano y gobernador interino del Consejo de Castilla; el duque de Granada, presidente del de las Ordenes; don Gonzalo José de Vilches, ministro del Consejo y Cámara de Castilla; don José Navarro y Vidal y don Francisco Javier Duran, ministro del mismo; don Nicolás de Sierra, fiscal de dicho Consejo; don García Xara, ministro del de Indias; don Manuel Vicente Torres Cónsul, fiscal del de Hacienda; don Ignacio de Alava, teniente general y ministro del de Marina; don Joaquin María Sotelo, fiscal del de la Guerra; don Pablo Arribas, fiscal de la sala de Alcaldes de Casa y Corte; y don Pedro de Mora y Lomas, corregidor de Madrid.

mientos á los jefes de la insurreccion y ver de torcer por todos los medios posibles su rumbo, publicó una proclama (4 de junio), en que es sensible leer párrafos como los siguientes: «Cuando la España, esta nacion tan favorecida de la natura leza, empobrecida, aniquilada y envilecida á los ojos de la Europa por los vicios y desórdenes de su gobierno, tocaba ya al momento de su entera disolucion.... la Providencia nos ha proporcionado contra toda esperanza los medios de preservarla de su ruina, y aun de levantarla á un grado de felicidad y esplendor á que nunca llegó ni aun en sus tiempos mas gloriosos. Por una de aquellas revoluciones pacíficas que solo admira el que no examina la serie de sucesos que las preparan, la casa de Borbon, desposeida de los tronos que ocupaba en Europa acaba de renunciar al de España, el único que le quedaba: trono que en el estado cadavérico de la nacion.... no podia ya sostenerse: trono en fin, que las mudanzas políticas hechas en estos últimos años la obligaban á abandonar. El príncipe mas poderoso de Europa ha recibido en sus manos la renuncia de los Borbones: no para añadir nuevos países á su imperio, demasiado grande y poderoso, sino para establecer sobre nuevas bases la monarquía española..... Y en el momento mismo que la aurora de nuestra felicidad empieza á amanecer, en que el héroe que admira el mundo, y admirarán los siglos, está trabajando en la grande obra de nuestra regeneracion política..... ¿será posible que los que se llaman buenos españoles, los que aman de corazon á su patria quieran verla entregada á todos los horrores de una guerra civil....? etcétera (1).»

Pero afortunadamente ni aquellos emisarios (2), ni estas proclamas, ni el ofrecimiento del cuerpo de guardias de corps al gran duque de Berg para que le empleara donde quisiera á fin de restablecer la pública tranquilidad (3), dieron otro fruto que el de exasperar mas los ánimos del pueblo en vez de apaciguarlos, y el movimiento nacional continuó grandioso é imponente, dispuestos los hombres á sostener resuelta y denodadamente la gran lucha que pronto iba á comenzar.

CAPITULO XXV

La constitucion de Bayona.-José Bonaparte rey de España

1808

Proclama de la Junta de Madrid acerca de la convocatoria á Córtes en

Bayona.-Algunos diputados se niegan á concurrir, y no van.-Escrito notable del obispo de Orense sobre este asunto.- Llega á Bayona José Bonaparte.-Es reconocido como soberano de España por los españoles allí existentes.-Primer decreto de José como rey.-Otros decretos. -Reunion y apertura de la asamblea de los Notables españoles para discutir el proyecto de Constitucion.-Sesiones dedicadas á este objeto. Aprobacion y jura de la Constitucion.-Los diputados españoles en presencia de Napoleon.-Breve idea de aquel Código.-Felicitaciones de Fernando VII y de su servidumbre á Napoleon y al rey José.— Ministerio de José Napoleon I.-Negativa de Jovellanos.-Dispone José su entrada en España.-Su proclama á los españoles desde Vitoria. Su viaje hasta Madrid. -Entrada en la capital: recibimiento.Su solemne proclamacion.-Silencio y frialdad en el pueblo: síntomas de disgusto.-Antecedentes, carácter y prendas del rey José.-Cómo las desfiguró el odio popular.-Cómo se le retrataba á los ojos del pueblo.-Influencia de estas impresiones en los acontecimientos suce

sivos.

Conveniente será, antes que entremos en la relacion de los combates y hechos de armas á que quedamos abocados, informar á nuestros lectores de lo que en este tiempo se hacia por parte de Napoleon y de la Junta de Madrid para cumplir el ofrecimiento, que, aquel primero y esta despues, habian hecho á los españoles de regenerar la monarquía sobre nue

(1) Gaceta de Madrid del 7 de junio 1808.

(2) Uno de ellos fué el marqués de Lazan, hermano mayor del nuevo capitan general de Aragon Palafox, enviado á Zaragoza para que influyera en el sentido que la Junta queria y en contra del alzamiento. Pero el de Lazan, tan pronto como llegó á aquella ciudad, en vez de contrariar el movimiento se unió á su hermano y le ayudó á darle impulso, y cooperó despues con él en todo.

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vas bases y saludables reformas políticas. «A este fin, decia la Junta en su proclama, ha llamado cerca de su augusta persona diputados de las ciudades y provincias, y de los cuerpos principales del Estado: con su acuerdo formará leyes fundamentales que aseguren la autoridad del soberano y la felicidad de los vasallos; y ceñirá con la diadema de España las sienes de un príncipe generoso que sabrá hacerse amar de todos los corazones por la dulzura de su carácter.....» Habíase á este efecto expedido la convocatoria de que hablamos al final del capítulo XXIII para el congreso que habia de celebrarse en Bayona y habia de reunirse el 15 de junio. Aunque la Junta de Madrid trabajó mucho para que concurrieran los diputados que en aquella se designaban, algunos de los nombrados tuvieron bastante temple de alma para negarse á asistir á aquella asamblea; tales como el marqués de Astorga, que no reparó en las persecuciones y perjuicios que le podria costar; el bailío don Antonio Valdés, que con peligro de su persona se fugó de Burgos y se refugió en tierra de Leon, donde se incorporó á la junta patriótica que acababa de formarse; el obispo de Orense, don Pedro de Quevedo y Quintano, que se hizo célebre por la vigorosa y atrevida contestacion que dió por escrito al ministro de Gracia y Justicia, nutrida de verdades y razones en favor de los derechos de la nacion y de su dinastía, expuestas con notable desembarazo; y cuyo documento causó impresion profunda (4). Los demás

(4) Hé aquí esta famosa respuesta, que merece ser conocida. «Excmo. Sr.: Muy señor mio: un correo de la Coruña me ha entregado en la tarde del miércoles 25 de este la de V. E. con fecha del 19, por la que, entre lo demás que contiene, me he visto nombrado para asistir á la asamblea que debe tenerse en Bayona de Francia, á fin de concurrir en

cuanto pudiese á la felicidad de la monarquía, conforme á los deseos del grande emperador de los franceses, celoso de elevarla al mas alto grado de prosperidad y de gloria.

>>Aunque mis luces son escasas, en el deseo de la verdadera felicidad y gloria de la nacion no debo ceder á nadie, y nada omitiria que me fuese practicable y creyese conducente á ello. Pero mi edad de 73 años, una indisposicion actual, y otras notorias y habituales me impiden un viaje tan largo y con un término tan corto, que apenas basta para él, y menos para poder anticipar los oficios, y para adquirir las noticias é instrucciones que debian preceder. Por lo mismo me considero precisado á exonerarme de este encargo, como lo hago por esta, no dudando que el Serenísimo Sr. duque de Berg y la Suprema Junta de gobierno estimarán justa y necesaria mi súplica de que admitan una excusa y exoneracion tan legítima.

>>Al mismo tiempo, por lo que interesa al bien de la nacion, y á los designios mismos del emperador y rey, que quiere ser como el ángel de paz y el protector tutelar de ella, y no olvida lo que tantas veces ha manifestado, el grande interés que toma en que los pueblos y soberanos sus aliados aumenten su poder, sus riquezas y dicha en todo género, me tomo la libertad de hacer presente á la Junta Suprema de gobierno, y por ella al mismo emperador rey de Italia, lo que, antes de tratar de los asuntos á que parece convocada, diria y protestaria en la asamblea de Bayona si pudiese concurrir á ella.

>>Se trata de curar males, de reparar perjuicios, de mejorar la suerte de la nacion y de la monarquía, pero sobre qué bases y fundamentos? ¿Hay medio aprobado y autorizado, firme y reconocido por la nacion para esto? ¿Quiere ella sujetarse, y espera su salud por esta vía? ¿Y no hay enfermedades tambien que se agravan y exasperan con las medicinas, de las que se ha dicho: tangat vulnera sacra nulla manus? ¿Y no parece haber sido de esta clase la que ha empleado con su aliado y familia real de España el poderoso protector, el emperador Napoleon? Sus males se han agravado tanto, que está como desesperada su salud. Se ve internada en el imperio francés, y en una tierra que le habia desterrado para siempre; y vuelto á su cuna primitiva, halla el túmulo por una muerte civil, en donde la primera rama fué cruelmente cortada por el furor y la ¿qué podrá esperar España? ¿Su curacion le será mas favorable? Los meviolencia de una revolucion insensata y sanguinaria. Y en estos términos dios y medicinas no lo anuncian. Las renuncias de sus reyes en Bayona, é infantes en Burdeos, en donde se cree que no podian ser libres, en donde se han contemplado rodeados de la fuerza y del artificio, y desnudos de las luces y asistencia de sus fieles vasallos: estas renuncias, que no pueden concebirse, ni parecen posibles, atendiendo á las impresiones naturales del amor paternal y filial, y el honor y lustre de toda la familia, que tanto interesa á todos los hombres honrados: estas renuncias que se han hecho sospechosas á toda la nacion, y de las que pende toda la autoridad de que justamente puede hacer uso el emperador y rey, exigen para su validacion y firmeza, á lo menos para la satisfaccion de toda la monarquía española, que se ratifiquen estando los reyes é infantes que las han hecho libres de toda coaccion y temor. Y nada seria tan glorioso

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para el grande emperador Napoleon, que tanto se ha interesado en ellas, como devolver á la España sus augustos monarcas y familia, disponer que dentro de su seno, y en unas córtes generales del reino hiciesen lo que libremente quisiesen, y la nacion misma, con la independencia y soberanía que la compete, procediese en consecuencia á reconocer por su legítimo rey al que la naturaleza, el derecho y las circunstancias llamasen al trono español.

>Este magnánimo y generoso proceder seria el mayor elogio del mismo emperador, y seria mas grande y admirable por él que por todas las victorias y laureles que le coronan y distinguen entre todos los monarcas de la tierra; y aun saldria la España de una suerte funestísima que la amenaza, y podria finalmente sanar de sus males y gozar de una perfecta salud, y dar despues de Dios las gracias y tributar el mas sincero reconocimiento á su salvador y verdadero protector, entonces el mayor de los emperadores de Europa, el moderado, el justo, el magnánimo, el benéfico Napoleon el Grande.

>>Por ahora la España no puede dejar de mirarlo bajo otro aspecto muy diferente: se entrevee, si no se descubre, un opresor de sus príncipes y de ella; se mira como encadenada y esclava cuando se la ofrecen felicidades: obra, aun mas que del artificio, de la violencia de un ejército numeroso que ha sido admitido como amigo ó por la indiscrecion y timidez, ó acaso por una vil traicion, que sirve á dar una autoridad que no es fácil estimar legítima. >¿Quién ha hecho teniente gobernador del reino al Sermo. Sr. duque de Berg? ¿No es un nombramiento hecho en Bayona de Francia por un rey piadoso, digno de todo respeto y amor de sus vasallos, pero en manos de lados imperiosos por el ascendiente sobre su corazon, y por la fuerza y el poder que le sometió? ¿Y no es una artificiosa quimera nombrar teniente de su reino á un general que manda un ejército que le amenaza, y renunciar inmediatamente su corona? ¿Solo ha querido volver al trono Carlos IV para quitarlo á sus hijos? ¿Y era forzoso nombrar un teniente que impidiese á la España por esta autorizacion y por el poder militar cuantos recursos podia tener para evitar la consumacion de un proyecto de esta naturaleza? No solo en España, en toda la Europa dudo se halle persona sincera que no reclame en su corazon contra estos actos extraordinarios y sospechosos, por no decir mas.

el

>>En conclusion, la nacion se ve como sin rey, y no sabe á qué atenerse. Las renuncias de sus reyes, y el nombramiento de teniente gobernador del reino, son actos hechos en Francia, y á la vista de un emperador que se ha persuadido hacer feliz á España con darle una nueva dinastía que tenga su origen en esta familia tan dichosa que se cree incapaz de producir príncipes que no tengan ó los mismos ó mayores talentos para gobierno de los pueblos que el invencible, el victorioso, el legislador, el filósofo, el grande emperador Napoleon. La Suprema Junta de gobierno, á mas de tener contra sí cuanto va insinuado, su presidente armado y un ejército que la cerca, obligan á que se la considere sin libertad, y lo mismo sucede á los consejos y tribunales de la corte. ¡Qué confusion, qué caos y qué manantial de desdichas para España! No puede evitarla una asamblea convocada fuera del reino, y sujetos que componiéndola ni pueden tener libertad, ni aun teniéndola creerse que la tuvieran. ¿Y si se juntasen á los movimientos tumultuosos que pueden temerse dentro del reino pretensiones de príncipes y potencias extrañas, socorros ofrecidos ó solicitados, y tropas que vengan á combatir dentro de su seno contra los franceses y el partido que les siga; ¿qué desolacion y qué escena podrá concebirse mas lamentable? La compasion, el amor y la solicitud en su favor del emperador podia antes que curarla causarla los mayores de

sastres.

>>Ruego, pues, con todo el respeto que debo, se hagan presentes á la Suprema Junta de gobierno los que considero justos temores y dignos de su reflexion, y aun de ser expuestos al grande Napoleon. Hasta ahora he podido contar con la rectitud de su corazon, libre de la ambicion, distante del dolo y de una política artificiosa, y espero aun que reconociendo no puede estar la salud de España en esclavizarla, no se empeñe en curarla encadenada, porque no está loca ni furiosa. Establézcase primero una autoridad legítima, trátese despues de curarla.

>>Estos son mis votos, que no he temido manifestar á la Junta y al emperador mismo, porque he contado con que, si no fuesen oidos, serán á lo menos mirados, como en realidad lo son, como afecto de mi amor á la patria y á la augusta familia de sus reyes, y de las obligaciones de consejo, cuyo título temporal sigue al obispado en España. Y sobre todo, los contemplo no solo útiles sino necesarios á la verdadera gloria y felicidad del ilustre héroe que admira la Europa, que todos veneran, y á quien tengo la felicidad de tributar con esta ocasion mis humildes y obsequiosos respetos. Dios guarde á V. E. muchos años. Orense 29 de mayo de 1808.-Excmo Sr.-B. L. M. de V. E. su afecto capellan. - Pedro obispo de Orense.-Excmo Sr. don Sebastian Piñuela.»>

TOMO V

prendido y á enviar sus diputados á Bayona (1); y no contento con esto, hizo que fuese personalmente una comision de tres individuos; bien que si la proclama no fué atendida, los comisionados, despues de no haber podido penetrar en la ciudad, se dieron por contentos de poder regresar á Bayona (2).

Congreso, llegó tambien á Bayona José Bonaparte, á quien el En aquellos mismos dias que precedieron á la reunion del emperador su hermano habia trasmitido la corona de España en los términos y en la forma que en nuestro ya citado capítulo dejamos explicado tambien. Napoleon salió á su encuentro hasta seis leguas de Bayona, y le condujo en su coche hasta su quinta de Marrac: la emperatriz y sus damas bajaron á recibirle al pié de la escalera (7 de junio). Habíase temido que José, contento con su trono de Nápoles, no aceptara el de España, por las dificultades que preveia le habian de rodear: pero entre otras razones que Napoleon le expuso para convencerle acabó de decidirle la de haber dispuesto ya de aquella corona en favor de Luciano. Tal prisa corria al emperador que los españoles de Bayona reconocieran á su hermano como rey de España, que habiendo este llegado á las ocho de la noche, no quiso diferirlo para otro dia, ni darle siquiera un momento de descanso. Concertáronse, pues, los españoles apresuradamente para felicitar aquella misma noche al nuevo soberano: dividiéronse al efecto en cuatro diputaciones, que fueron presentadas por don Miguel de Azanza. Entró la primera la de los Grandes de España, presidida por el duque del Infantado, y pronunció su arenga expresando su satisfaccion, y la felicidad que del reinado del nuevo monarca esperaban todos los españoles. Siguieron sucesivamente la del Consejo de Castilla, la de los de Inquisicion, Indias y Hacienda reunidos, y por último la del ejército presidida por el duque del Parque. José fué contestando á cada uno de estos discursos gratulatorios (3), que parece habian sido sometidos á la prévia censura del emperador, hablando luego particularmente con algunos individuos, y distinguiendo entre otros al duque del Parque.

José, como todos los hermanos de Napoleon, habia adquirido la costumbre de hablar con cierto desembarazo, y al parecer con inteligencia, de milicia, de política y de administracion, apareciendo dignos de desempeñar los altos puestos que la fortuna les deparaba. Con esto y con cierta dulzura de carácter, no dejó de seducir á los españoles que en Bayona le oyeron, incluso don Mariano Luis de Urquijo y don Pedro Cevallos, que le fueron presentados en calidad de consejeros de Estado, y con quienes conferenció largo rato sobre los negocios de España. Llamó mucho la atencion, y fué uno de sus řasgos políticos, el sentido y la afabilidad con que habló al inquisidor Ethenard y Salinas, diciendo «que la religion era la base de la moral y de la prosperidad pública; y que aunque habia países en que se admitian muchos cultos, consideraba feliz á España porque no se honraba en ella sino al verdadero.» Con lo cual los del Consejo de Inquisicion se creyeron asegurados, ellos y el tribunal que representaban.

Así, al dia siguiente (8 de junio) aquellos españoles dirigieron otra proclama á sus compatriotas, excitándoles á desistir de la insurreccion, recomendándoles el afecto á la nueva dinastía, y exhortándolos á reconocer el nuevo monarca, de

(1) «A los habitantes (decia la proclama) de la ciudad de Zaragoza y á todos los del reino de Aragon.»-Y empezaba: «Los grandes de España, los ministros de todos los tribunales, y todas las personas que se hallan en Bayona, destinadas la mayor parte á acompañar la Junta ó congreso que deberá tener lugar el dia 15 del corriente, reunidos en el palacio llamado del Gobierno de dicha ciudad en virtud de una órden de S. M. I. y R. el emperador de los franceses y rey de Italia: exponen como han sabido con el mayor dolor y sentimiento que algunos habitantes de la ciudad de Zaragoza, mal aconsejados y desconociendo su propio bien é interés, han sacudido el yugo de la obediencia... etc.»—Gaceta de Madrid del 24 de junio.

(2) Estos tres comisionados fueron, el príncipe de Castelfranco, don Ignacio Martinez de Villela, consejero de Castilla, y don Luis Marcelino Pereira, alcalde de corte.

(3) Publicáronse todos textualmente en Gaceta extraordinaria de 10 de junio por la Junta de Madrid.

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