Imágenes de páginas
PDF
EPUB

PARTE TERCERA

DOMINACION DE LA CASA DE BORBON

LIBRO NOVENO

REINADO DE CARLOS IV

(CONTINUACION)

CAPITULO XX

LOS FRANCESES EN ESPAÑA Proceder insidioso de Bonaparte

DE 1807 Á 1808

Situacion de España cuando Junot recibió órden de avanzar á Portugal. -Entran juntos franceses y españoles.-Consternacion en Lisboa.— Fuga del príncipe regente.-Se embarca para el Brasil.—Junta de gobierno.-Junot en Lisboa.-Mas tropas españolas en Portugal.--La reina de Etruria es despojada de su Estado y enviada á España.-Entra Dupont en Castilla con nuevo cuerpo de ejército, y se sitúa en Valladolid.—Penetra Moncey en España con el tercer cuerpo.-Declara Junot en Lisboa á nombre de Napoleon que la casa de Braganza ha cesado de reinar y que Portugal pertenece al imperio.—La marina española se manda unir á la francesa.-Alevosía con que se apoderaron los franceses de la ciudadela de Pamplona.-Modo insidioso de entrar en Barcelona, y de tomar la ciudadela y Monjuich.-Cómo se hicieron dueños del castillo de Figueras.-Cómo les fué entregada la plaza de San Sebastian.-Proceder bastardo de Napoleon.-Alarma de la corte. -Venida y mision de Izquierdo.-Vuelve á Paris.-Ultimas proposiciones de Bonaparte.-Prepara nuevos ejércitos para España.-Murat general en jefe de todas las fuerzas.-Penetra en la Península, y llega á Burgos.-Cálculos y juicios de los españoles.-Medidas que Godoy propone al rey para salir del conflicto.-No son aceptadas.-Medita y es adoptado el viaje y retirada de la familia real á Andalucía.-Disposiciones para preparar la marcha.-Nuevos sucesos desbaratan sus planes.

A nadie podia causar maravilla que un hombre de la desmesurada ambicion de Bonaparte, dominador de casi todo el continente europeo, acostumbrado á derribar antiguos imperios y crear nuevas monarquías y coronas, y á distribuir entre su familia las que á él parecia sobrarle; á nadie, decimos, podia causar maravilla que viendo este hombre las lamentables y míseras escisiones del palacio y de la corte española, y que, ciegos unos y otros, se postraban á sus piés solicitando á porfía su amistad y en demanda de proteccion y arrimo, hubiera echado una mirada codiciosa hácia esta hermosa region á que no alcanzaba todavía su dominio, y en que reinaba una dinastía de la cual una parte habia destronado, y cuya extincion podia calcularse que entraba en sus planes.

Mas lo que no era de esperar entonces, ni ahora puede menos de causar asombro, es que el gran dominador, que el hombre cuyo genio y cuyas vastas concepciones hemos admirado, y en quien por lo mismo parece que no deberian caber sino pensamientos elevados y dignos de su grandeza, se hubiera valido para realizar sus designios, cualesquiera que fuesen, de la doblez y la falsía, y hubiera empleado, no ya el disimulo y aun la astucia que pueden caber en la política, sino la arte

TOMO V

ría y el dolo que no se perdonan á los hombres vulgares, cuanto mas á aquellas eminencias sociales á quienes el poder, el talento y la fortuna han encumbrado, y constituyen en el deber de ser ejemplo de nobleza á la humanidad. Y sin embargo así sucedió.

Dentro de nuestra Península las tropas francesas antes de firmarse el tratado de Fontainebleau, único que podia autorizar su entrada; cumpliéndose por parte de España despues de ratificado, aun negándose el emperador francés á su publicacion; sin ofensa de parte de nuestro pueblo, ni menos de nuestros reyes y príncipes, antes recibiendo de estos Bonaparte pruebas excesivas de sumision y testimonios sobrados de descar su amistad; pendiente la causa de San Lorenzo que traia desasosegados los espíritus y desconcertada la real familia; sin respeto á esta situacion, antes bien prevaliéndose y aprovechándose de ella; á pesar de que el gobierno portugués azorado con la presencia de las tropas francesas en Castilla, creyó poder templar todavía las iras de Napoleon y alejar la amenazadora nube, accediendo á lo que España y Francia le habian pedido en agosto, mandando secuestrar todas las mercancías inglesas, y obligando al embajador lord Strangford á retirarse á bordo de la escuadra de sir Sidney Smith; no obstante haber enviado á Paris al marqués de Mirialva con objeto de proponer el casamiento del príncipe de Beira con una hija de Murat, gran duque de Berg; con todo eso, y sin consideracion ni miramiento alguno, el general Junot que se hallaba en Salamanca recibió órden ejecutiva de proseguir á Portugal, aunque no contase con provisiones, pues un ejército de veinte mil hombres, decia aquella, puede vivir en todas partes, aun en el desierto. Hízolo así Junot y reunido en Alcántara con algunas fuerzas españolas que mandaba el general don Juan Carrafa, penetraron juntos en territorio portugués (19 de noviembre, 1807), llegando á Castello-Branco sin encontrar resistencia. La falta de mantenimientos fué causa de que franceses y españoles cometieran todo género de excesos en aquellos pobres pueblos y con aquellos infelices moradores.

El 23 llegó la vanguardia del ejército invasor á la vista de Abrantes, veinticinco leguas de Lisboa.

Hasta ese mismo dia no se supo de cierto en aquella corte (; descuido imperdonable!) la violacion de la frontera. Con noticia que tuvo lord Strangford de la entrada de los franceses en Abrantes, no obstante las apariencias hostiles de parte del gobierno portugués, volvió á desembarcar, y reiterando al príncipe regente los ofrecimientos propios de antiguo aliado, le aconsejó que se retirara á los dominios del Brasil, donde aun podria reinar con lustre la casa de Braganza. La resolucion fué bien acogida, y el 26 de noviembre (1807) se publicó en la capital el decreto anunciando la disposicion tomada por el príncipe regente de trasladar su residencia á Rio Janeiro

1

hasta la paz general, y el nombramiento de un consejo ó junta de regencia para el gobierno del reino, dejándole, entre otras instrucciones, la de que procurara mantener el reino en paz, que las tropas francesas fuesen bien acuarteladas y asistidas, y que se evitara todo insulto que pudiera turbar la buena armonía entre los ejércitos de ambas naciones. El 27 se embarcaron los príncipes, y el 29 se dieron á la vela, coronadas las colinas y torres de Lisboa de un gentío inmenso, que con llanto en los ojos y el corazon traspasado de dolor contemplaba su partida hasta perder de vista el pabellon real, dirigiendo al cielo plegarias por su feliz viaje, no siendo menor la pena de la régia familia al considerar que dejaban el reino consternado, huérfano, y á merced de invasores extraños. A las nueve de la mañana siguiente entró Junot en la capital, acompañado de su estado mayor y de algunas tropas, y asegurándose de que la escuadra se habia dado á la vela, paseó orgullosamente las principales calles del pueblo, yendo luego á aposentarse en casa del baron de Quintella. Los gobernadores del reino pasaron á ofrecerle sus respetos: el recibimiento que les hizo no fué propio para atraerlos por la amabilidad, ni siquiera por la cortesanía.

Casi al mismo tiempo el general español don Francisco María Solano, marqués del Socorro, aunque no completa todavía su division, penetraba en el Alentejo y se apoderaba de la plaza de Yelbes. Sin embargo de ser un ejecutor de las órdenes de Junot, su integridad y desinterés hicieron su mando mas tolerable que el de los franceses. Por otro lado, en los primeros dias de diciembre, cruzaba el Miño el general don Francisco Taranco, con seis mil hombres de los diez mil que segun el tratado debian componer su division, y dirigiéndose por Valencia á Oporto, completó en esta ciudad su contingente con las tropas de Carrafa, que por Thomar y Coimbra habia ido á ocupar aquel puesto. Taranco señoreó sin obstáculo la provincia de Entre-Duero y Miño destinada á indemnizar á la casa de Etruria; con su prudente gobierno, con su templanza, su moderacion y su justicia se hizo acreedor á la gratitud y á los elogios de aquellos habitantes, y así lo han consignado para honra suya y de España los historiadores portugueses (1).

No se conducia del mismo modo Junot en Lisboa. Reforzado con las tropas que habian ido llegando, dueño de los fuertes, de los buques y arsenales, agregando á la junta de regencia el comisario francés Hermann, sin hacer gran caso de la autoridad legítima, comenzó por imponer al comercio un empréstito forzoso de dos millones de cruzados, y por confiscar los géneros ingleses que habian pasado á ser propiedad portuguesa, amén de los efectos y enseres mas preciosos de los palacios reales de que parecia haberse hecho dueños los generales franceses por derecho de conquista. Todavía, sin embargo, mantenia aquel pueblo alguna esperanza de que se respetaria su independencia, hasta que en la gran parada y revista que el 15 de diciembre dispuso Junot en la plaza del Rocío, y en que desplegó todo el aparato de su fuerza, vió enarbolar en la torre de San Juan la bandera tricolor, y saludarla con veinticinco cañonazos la artillería de todos los fuertes. Un murmullo general, signo de fermentacion y anuncio de algun estallido, se advertia en las masas populares. Creció la irritacion con motivo de haber preso en la tarde del mismo dia las patrullas francesas un soldado de la policía de Lisboa. El pueblo corria á las armas en tumulto, y el alboroto habria sido mas serio á haberse prestado algun hombre de resolucion á acaudillar la multitud. De todos modos no se sosegó sin sangre y sin víctimas, disparando en plazas y calles la artillería y fusilería. El pueblo conoció entonces la suerte á que le destinaba el dominador extranjero, y enmudeció enfrenado atesorando en su pecho rencor y sed de venganza (2).

(1) Accursio das Neves, tomo I.-En los Apéndices al tomo I de la Historia de la guerra de España contra Napoleon Bonaparte, escrita y publicada de órden de S. M., pueden verse las 'Instrucciones dadas por el príncipe regente de Portugal á la Junta de Gobierno, así como la proclama de Solano en Badajoz á 30 de noviembre, y la de Taranco en Oporto

á 13 de diciembre de 1807.

(2) El cardenal patriarca de Lisboa, el inquisidor general y otros prelados dieron una prueba lamentable de su debilidad, accediendo á las in

Napoleon, que, como hemos dicho, se hallaba á la sazon en Italia, que se mostraba muy eficaz para cumplir lo pactado en Fontainebleau en la parte que le convenia, así como lo quebrantaba sin miramiento ni reparo en lo que no se conformaba á sus recientes y siniestros designios, hizo intimar á la reina regente de Etruria que con arreglo á lo estipulado con España (de lo cual no se le habia dado siquiera conocimiento) se preparara á dejar sus dominios (23 de noviembre, 1807), que habrian de ser ocupados por tropas imperiales conforme al convenio, y á trasladarse á la Península española, donde el rey de Etruria su hijo hallaria el Estado cedido por España y Francia en equivalencia del que allí dejaba y se habia traspasado al imperio francés. Sorprendida y asustada la infanta María Luisa con tal novedad y tal intimacion, y sin medios para contrariarla ni resistirla, tuvo que resignarse y someterse á la suerte que se le habia deparado. Partió, pues, de Florencia con su familia (1.° de diciembre, 1807), y no habiendo hallado ni indulgencia ni consuelo en Napoleon, á quien se presentó y vió en Milan, prosiguió la desconsolada princesa su viaje á España, donde la esperaba ver que no la alcanzaban á ella sola los trastornos que empezaba á experimentar, sino á toda la familia real á cuyo arrimo venia.

A los pocos dias de esto, y siguiendo Napoleon su misterioso sistema y su tortuosa política, sin contar con el gobierno de España como estaba obligado á hacerlo por los artículos secretos del tratado de Fontainebleau, dió órden al segundo cuerpo de observacion de la Gironda, compuesto de veinticuatro mil infantes y tres mil quinientos caballos al mando del general Dupont, para que penetrara tambien en la Península. El 22 de diciembre llegó Dupont á Irun, y en principios de enero (1808) estableció su cuartel general en Valladolid, amagando seguir como Junot en direccion de Salamanca. En la altivez y dureza que mostró Dupont en Valladolid, en los desmanes que permitia á sus tropas, distaba ya mucho de conducirse como general aliado y amigo. Apenas él habia hecho alto en Castilla, y corria todavía el 9 de enero, cuando cruzó la frontera española otro tercer cuerpo de ejército, mandado por el mariscal Moncey, en número casi igual al segundo, aunque formado de soldados mas bisoños, trasladados en posta de los depósitos del Norte. Era el que se titulaba cuerpo de observacion de las costas del Océano, y dirigió igualmente su marcha á Castilla, tambien sin prévia anuencia del gobierno español. Y por si estos avisos no bastaban á despertarle, á los pocos dias, con motivo de haberse insertado en el Monitor de Paris dos exposiciones del ministro Champagny (24 de enero, 1808), y de indicarse en la última que los ingleses intentaban dirigir expediciones secretas hacia los mares de Cádiz, soltábase ya en el diario oficial la especie de que S. M. I. fijara su atencion en la Península entera.

Portugal recibió muy pronto el golpe terrible del desengaño. El 1." de febrero se vió desplegar en Lisboa un ostentoso aparato militar. La artillería de los fuertes anunció con salvas la salida del general en jefe de su alojamiento, seguido de todos sus generales y estado mayor. Los regentes del reino nombrados por el príncipe Juan se hallaban en el palacio de la Inquisicion, lugar de sus deliberaciones, discurriendo asustados sobre lo que veian, cuando se presentó Junot, y les leyó el decreto de Bonaparte, en que declaraba que la casa de Braganza habia cesado de reinar, y que el reino de Portugal quedaba bajo su proteccion, debiendo ser gobernado en su totalidad á nombre suyo y por el general en jefe de su ejército. En su virtud extinguió Junot la junta de gobierno nombrada por el príncipe regente, formó otro Consejo bajo su presidencia, publicó otro decreto de Napoleon desde Milan, por el que se confiscaban todas las propiedades del patrimonio real y de los hidalgos que habian seguido la corte, y se imponia al reino una contribucion de 40.000,000 de cruzados (100.000,000 de francos): sacrificio irrealizable en reino de tan corta poblacion y riqueza, y que obligó á Junot á otorgar plazos y poner ciertas limitaciones para su exaccion. Aun las pocas tropas portuguesas que existian infundian á Junot des

sinuaciones de Junot para que publicaran pastorales exhortando á la sumision y obediencia al gobierno intruso.

confianza; tal era la que tenia de su injusto proceder; y formando de ellas una corta division de diez mil hombres al mando del marqués de Alorna, ordenó su salida y las envió á España; gran número de soldados desertó antes de llegar á Valladolid (1).

Dueño pues Junot de Portugal y mandando allí abierta mente en nombre de Napoleon, situados Dupont en Valladolid y Moncey en Burgos, faltaba á Bonaparte alejar de España nuestra marina, y pidió con instancia que se uniera á la suya, y logró que se diera órden á don Cayetano Valdés para que con la escuadra de seis navíos que tenia en Cartagena se hiciera á la vela para Tolon, como lo verificó (10 de febrero). Por fortuna la dureza de los vientos y el mal estado de algunos buques, y acaso mas que todo la poca voluntad del comandante de alejarse de las costas y puertos de España, le hicieron arribar por dos veces á Mallorca. Nuevas órdenes le obligaron á salir para Mahon, donde el almirante príncipe de la Paz comisionó al general Salcedo para que tomase el mando de la escuadra, é investigara al propio tiempo la conducta de Valdés. Mas todas estas señales de insidiosos intentos por parte de los que aun se decian aliados y amigos, eran leves infracciones de la amistad, comparadas con las infidelidades, sin escrúpulo pueden llamarse ya perfidias, que al propio tiempo y por otros lados estaba cometiendo con nosotros, y con que manchaba y deslustraba sus anteriores admirables hechos el que con razon fué denominado el capitan del siglo: comportamiento indigno de tan grande hombre, inverosímil si pudiera resistir á la evidencia de los hechos. Por las gargantas de Roncesvalles habia marchado el general D'Armagnac con tres batallones la vía de Pamplona; llegó á la ciudad (9 de febrero), y permitiósele sin obstáculo alojar en ella sus tropas. Pero habiendo recibido órden de apoderarse de la ciudadela, pidió arteramente permiso al virey marqués de Vallesantoro para encerrar en ella dos batallones de suizos so pretexto de no tener confianza en su disciplina. Negóse el virey á otorgar peticion tan grave sin órden expresa de la corte: pero no correspondió á esta digna contestacion la precaucion que debió seguirla. Verdad es que no podia presumir apelase un general del imperio á la treta alevosa que empleó para lograr su designio. Alojado en la casa del marqués de Besolla, frente y á corta distancia de la puerta principal de la ciudadela, en la noche del 15 al 16 de febrero llevó á su casa buen número de granaderos. En la ciudadela entraban todas las mañanas algunos soldados franceses á tomar la racion de pan, sin que nuestra guardia creyera necesaria precaucion alguna. La mañana siguiente á aquella noche fueron enviados á tomar el pan soldados escogidos, con armas ocultas debajo de los capotes. Habia bastante nieve, y comenzaron como á divertirse arrojándose unos á otros las pellas que hacian, y en tanto que así distraian nuestra guardia, colocáronse algunos sobre el puente levadizo para impedir que se cerrara. A una señal convenida, los unos se lanzaron sobre las armas de nuestros soldados, los otros sacaron las que tenian escondidas, desarmaron sin gran esfuerzo á los descuidados centinelas, y saliendo á tal tiempo los granaderos ocultos en la casa de D'Armagnac, entre unos y otros ejecutaron fácilmente la traicion que tenian meditada de apoderarse de la ciudadela. Entonces pasó D'Armagnac un oficio al virey disculpando el hecho con la necesidad, y lisonjeándose de que no por eso se habria de alterar la buena armonía entre dos aliados; ¡tras la ruin alevosía el insulto del sarcasmo!

Todavía era esto poco. Mientras así se conducia D'Armagnac en Pamplona, por la parte de los Pirineos Orientales el general Duhesme que mandaba otra division, teniendo á sus órdenes al general italiano Lecchi y al francés Chabran, penetraba en España por el puerto de la Junquera, en direccion de Barcelona. Noticioso de este movimiento el capitan general del Principado, conde de Ezpeleta, requirióle que suspendiera su marcha hasta consultar al gobierno español, que, en verdad, ni lo sabia ni aun lo sospechaba. Respondió. con arrogancia

(1) Proclama y decretos de Junot expedidos en 1.o de febrero en Lisboa.-Apéndice 27 al tomo I de la Historia de la guerra de España contra Bonaparte.

[ocr errors]

Duhesme á la intimacion, haciendo responsable al capitan general de cualquier desavenencia que pudiera sobrevenir entre ambas naciones. En su virtud Ezpeleta celebró un consejo, y en él se acordó permitir al francés la entrada en Barcelona, si bien guarneciendo las tropas españolas la ciudadela y Monjuich (13 de febrero, 1808). Inquieta estaba la poblacion, y eso mismo sirvió de pretexto al francés para pedir que alternaran sus tropas con las nuestras en las guardias de todos los principales puestos, á fin de que viendo el pueblo la buena armonía entre unas y otras, se tranquilizara y se disiparan sus recelos. Tambien se accedió á esta demanda, como si los españoles todos participaran del adormecimiento del gobierno. Pronto se verá el pago de tales condescendencias. Duhesme puso una compañía de granaderos en la puerta principal de la ciudadela, donde solo habia veinte soldados españoles. Ezpeleta le rogó que retirase aquella fuerza tan desproporcionada, pero el francés obró como si no se diera por entendido. Semejante proceder, por mas que el gobierno encargaba en todas partes que se procurara evitar todo motivo de colision con los franceses, iba apurando la paciencia, así del pueblo como de nuestros oficiales y soldados. Conocia Duhesme el peligro que corria, y con el deseo de proveer á su propia seguridad, coincidió el haber recibido una carta del ministro de la Guerra de Francia, en que le suponia dueño de los fuertes de Barcelona. Discurriendo, pues, cómo apoderarse por sorpresa de la ciudadela y de Monjuich, hizo esparcir la voz de que tenia órden de continuar con sus tropas á Cádiz, y con este pretexto las reunió para pasarles revista en la explanada de la ciudadela (28 de febrero). En este acto el italiano Lecchi con su estado mayor se acercó á la guardia de la ciudadela como en ademan de hacerle algunas prevenciones, deteniéndose con estudio en el puente levadizo, para dar lugar á que su batallon de vélites se acercara y pudiera entrar sin estorbo Entonces Lecchi penetró en la plaza, siguióle el batallon atropellando la corta guardia española, y tras de aquel siguieron otros cuatro, que sin dificultad dominaron completamente la ciudadela, porque los dos batallones de guardias españolas y walonas que la guarnecian se habian ido confiada y descuidadamente á la ciudad, los unos por recreo y los otros á diversas ocupaciones. Cuando volvieron, tuvieron dificultades para que les permitieran la entrada los usurpadores de sus puestos. Aquella noche y el dia siguiente los pasaron formados frente á los franceses, con gran peligro de un rompimiento, hasta que por la tarde recibieron los nuestros órden de salir á acuartelarse en la ciudad, quedando así los franceses en posesion completa de la ciudadela.

No era tan fácil la sorpresa de Monjuich que intentaron á la misma hora. Sobre estar el castillo en una colina elevada y descubierta, que permite ver todos los movimientos del que intente aproximarse, gobernábale interinamente el intrépido y decidido español don Mariano Alvarez, que haciendo levantar el puente levadizo negó la entrada á los franceses. Frustrado aquel intento, acudió Duhesme al capitan general Ezpeleta, que atemorizado con las órdenes imperiales de que aquel le habló, dió las suyas para que se franquease el castillo. Todavía vaciló Alvarez, pero la disciplina le obligaba á obedecer, y lo hizo. Los militares españoles, no podian sufrir proceder tan desleal; los ánimos estaban irritados y se temia. un conflicto: para evitarle, se hizo salir de Barcelona para Villafranca el regimiento de Extremadura, y se tomaron otras medidas y precauciones.

Pero aun faltaba algo que cumplir del pérfido plan de invasion que traian entendido los jefes franceses. Duhesme al pasar por Figueras habia dejado allí unos ochocientos hombres al mando del coronel Piat: pasaron unos dias sin demostrar intencion sospechosa, mas tan pronto como se supo la ocupacion de los fuertes de Barcelona, empleó allí Piat para apoderarse de la ciudadela de San Fernando una estratagema, no igual, pero parecida y de tan ruin género como la de Lecchi en la capital del Principado y la D'Armagnac en Pamplona, sacando permiso del débil gobernador para introducir en ella doscientos veteranos fingiendo ser conscriptos, logrando así enseñorearse de la plaza (18 de marzo), y haciendo salir los pocos españoles que la guarnecian.

Otro artificio, que prueba cuán general era el plan y cuán, llegada del confidente del príncipe de la Paz, don Eugenio Izuniformes las instrucciones imperiales que se habian dado, puso á los franceses en posesion de la plaza y castillo de San Sebastian en Guipúzcoa. Allí el pretexto fué la disposicion dictada por Murat de trasladar de Bayona á San Sebastian los hospitales y depósitos de los cuerpos que habian entrado en la Península El comandante general de Guipúzcoa, duque de Mahon, consultó sobre ello á la corte, rogando entre tanto al gran duque de Berg que suspendiese su resolucion. Contestó este con una altiva y amenazadora carta (4 de marzo), que atendido el carácter, entereza y dignidad del jefe español, hubiera podido producir un grave disgusto, á no haber recibido respuesta del príncipe de la Paz, en que le decia, que pues no tenia medios de defender la plaza, la cediera el gobernador, haciéndolo de un modo amistoso, al modo que en otras plazas sin tantos motivos de excusa se habia ejecutado. Con esto logró el general Thouvenot que se le franqueara la plaza, y además guarnecer el castillo, que debia necesitar para su seguridad.

Semejante manera de invadir un reino aliado y amigo, con el que habia un tratado reciente, y del que no se recibian pruebas sino de lealtad y de condescendencia; tal modo de introducirse en el corazon del país, y de comprometer é inutilizar su marina, y de apoderarse de sus plazas fronterizas mas importantes, no puede tener mas que una calificacion, que es la que unánimemente le han dado todos los escritores españoles; no puede llamarse mas que perfidia y alevosía horrible, deshonrosa á un pueblo belicoso y grande, desdorosa para los guerreros que la ejecutaban, é indigna enteramente del hombre de genio que la disponia, y que hasta entonces habia sabido conquistarse tan colosal grandeza: proceder bastardo, en que no cabe disculpa, ni admite atenuacion siquiera (1).

Grande era la inquietud y la alarma de la corte á la presencia de tales hechos, aumentada con la venida á Madrid de la desposeida reina de Etruria, y mas todavía con la repentina

(1) Y sin embargo, M. Thiers, que en cuantas ocasiones se refiere á cosas de España parece encontrar escaso el diccionario de los dicterios para denigrar cualquier defecto ó flaqueza de nuestra nacion ó de nuestros hombres, no pudiendo resistir á la evidencia de la superchería empleada por Napoleon en su modo de conducirse con la España, que él suele llamar solo astucia, se ve en la precision de condenarla, pero buscándole disculpa. Hé aquí cómo se explica sobre esto el moderno historiador francés:

«Ciertamente si se juzgasen estos actos por las reglas comunes de la moral que hacen sagrada la propiedad de otro, habria que condenarlos para siempre, como los de un criminal que se apodera de lo que no le pertenece: y aun juzgándolos bajo diferentes principios, no puede menos de recaer sobre ellos el mas severo vituperio: pero los tronos no son lo mismo que la propiedad de un particular. La guerra ó la política los dan ó los quitan, y algunas veces con gran ventaja de las naciones de cuya suerte se dispone de este modo arbitrariamente. Al querer imitar á la Providencia, es preciso tener mucho cuidado en no salir mal de la empresa, en no hacerse odioso ó desgraciado queriendo ser grande, y sobre todo en alcanzar los resultados que deben servir de excusa. Por último, es preciso renunciar á todo acto que no pueda ejecutarse públicamente, y en que haya que recurrir á la superchería y á la mentira. Napoleon meditaba sobre lo que iba á emprender, como acostumbra á hacerlo siempre un político ambicioso. Esa nacion española tan altiva y tan generosa, merece, decia para sí, una suerte mas noble que la de ser esclavizada por una corte incapaz y envilecida; merece ser regenerada; y regenerada, podria prestar grandes servicios á la Francia y á sí misma, ayudar á derrocar la tiranía marítima de Inglaterra, contribuir á la libertad del comercio de Europa, y ser por fin llamada á grandes y hermosos destinos. Privarse de todo esto por un monarca imbécil, por una reina impúdica, y por un abyecto favorito, era mas de lo que podia esperarse de una voluntad impetuosa que se lanza á su objeto como el águila sobre su presa en cuanto la divisa desde la altura en que habita.....>>

Nosotros querríamos preguntar á M. Thiers, si admitida la doctrina de que los tronos no son lo mismo que la propiedad particular, de que la guerra ó la política los da ó los quita, á veces con ventaja de las naciones de que se dispone arbitrariamente, de que Napoleon se propusiera el buen fin que el historiador indica de regenerar la España, sacándola de la esclavitud de una corte corrompida, y depararle una suerte mas noble y mas digna, de que el éxito feliz de una tal empresa sirva de alguna excusa de los medios; si, admitido todo esto, decimos, cree M. Thiers que la felonía y la traicion sean de esos medios que pueden servir de excusa.

quierdo. A muchos comentarios y juicios dió ocasion la aparicion de este personaje, y á muchos cálculos el objeto de la mision que de Paris traeria. Ignorábase entonces la larga correspondencia que él y Godoy habian seguido sobre los asuntos de Portugal; que á haberla sabido, no se habria extrañado que viendo ahora los dos quebrantado, y, como quien dice, anulado el convenio de Fontainebleau, resultado de todas aquellas negociaciones, y al observar el proceder tortuoso y embozado de Bonaparte, quisieran el valido y su confidente tratar de palabra sobre la nueva faz que presentaban los negocios, y sobre el giro que convendria tomar, atendidas tambien las últimas conferencias y tratos que él habia tenido en Paris con los ministros de la corte imperial. Que Napoleon se propusiera al autorizar ó disponer su venida infundir á la corte el mismo terror de que estaba poseido Izquierdo, para provocar á la familia real á una emigracion como la de Lisboa, abandonándole la Península, como han discurrido nuestros escritores (2), es cosa que no negamos. Pero la verdad es que habian mediado en Paris nuevas proposiciones y pláticas sobre modificacion de aquel tratado; y que les era preciso á Godoy é Izquierdo conferenciar tambien sobre el conflicto en que los sucesos los ponian, y sobre la salida que á tan complicada y nebulosa situacion podrian encontrar.

Izquierdo volvió á salir el 10 de marzo para Paris, donde llegó el 19, llevando una carta de Cárlos IV al emperador. A los pocos dias se pudo ya ver con mas claridad cuál habia sido el objeto de su venida, puesto que en la nota de 24 de marzo escrita al príncipe de la Paz, y que fué interceptada por haber llegado despues de la caida del valido, se explicaba cuáles eran las nuevas proposiciones que hacia Napoleon, ó sea las condiciones que imponia para resolver definitivamente la suerte de España. Estas condiciones ó bases eran: 1.o Mutua libertad de comercio para españoles y franceses en sus respectivas colonias: 2.o Dar el Portugal á España, recibiendo Francia un equivalente en las provincias españolas contiguas á aquel imperio: 3.o Arreglar de una vez la sucesion al trono de España: 4. Un nuevo tratado de alianza ofensiva y defensiva (3) Como se ve, Napoleon no hacia ya caso del tratado de Fontainebleau;

(2) Así discurrió el ministro Cevallos en su Exposicion; esto calculó Toreno, y lo mismo piensan los autores de la Historia de la guerra de España, escrita de órden de Fernando VII.-Además se infiere de una carta de 21 de febrero que se halla en los archivos del Louvre, que el mariscal de palacio Duroc recibió órden de escribir á Izquierdo que haria bien en regresar á Madrid para disipar las densas nubes que se habian formado entre ambas cortes.

(3) Despues de dar cuenta de estas condiciones trasmitidas por Duroc y Talleyrand á nombre del emperador á Izquierdo, decia este en su nota:

«Mi ardiente amor á la patria me pone en la obligacion de decir que en mis conversaciones he hecho presente al príncipe de Benevento lo que sigue:

>>1.° Que abrir nuestras Américas al comercio francés es partirlas entre España y Francia..... He dicho que aun cuando se admita el comercio francés, no debe permitirse que se avecinden vasallos de la Francia en nuestras colonias, con desprecio de nuestras leyes fundamentales. >>2.° Concerniente á lo de Portugal, he hecho presente nuestras estipulaciones de 27 de octubre último; he hecho ver el sacrificio del rey de Etruria; lo poco que vale Portugal separado de sus colonias; su ninguna utilidad para España; y he hecho una fiel pintura del horror que causaria á los pueblos cercanos al Pirineo la pérdida de sus leyes, libertades, fueros y lengua, y sobre todo el pasar á dominio extranjero.-He añadido: no podré yo firmar la entrega de Navarra por no ser el objeto de execracion de mis compatriotas, como seria si constase que un navarro habia firmado el tratado en que la entrega de Navarra á la Francia estaba estipulada.....

>>3.o Tratándose de fijar la sucesion de España, he manifestado lo que el rey N. S. me mandó que dijese de su parte; y tambien he hecho de modo que creo que quedan desvanecidas cuantas calumnias inventadas por los malévolos en ese país han llegado á inficionar la opinion pública en este. >>4. Por lo que concierne á la alianza ofensiva y defensiva, mi celo patriótico ha preguntado al príncipe de Benevento si se pensaba en hacer de España un equivalente á la Confederacion del Rhin, y en obligarla á dar un contingente de tropas, cubriendo este tributo con el decoroso nombre de tratado ofensivo y defensivo. He manifestado que nosotros estando en paz con el imperio francés no necesitamos para defender nues

traban eco ni en el gabinete ni en la nacion, y de que en el sentido de provocar un rompimiento se encontraba en marzo de 1808 tan solo como lo habia estado en octubre del año 1806 (1).

lo que hacia era entretener con nuevas proposiciones á los | maciones, siguiera enviando tropas, «negarles la entrada con negociadores, en tanto que acababa de cuajar de tropas la firmeza, respondió, y defenderse en caso necesario, hablar á Península, no interrumpiendo su envío, para lo cual además la nacion, y fiar en Dios y en la justicia de la causa.» La resode los seis mil hombres de la guardia imperial que preparó, for- lucion pareció al tímido Cárlos IV temeraria y desesperada: mó otro cuerpo de diez y nueve mil, llamado de observacion los demás ministros impugnaron la proposicion, como quiede los Pirineos Occidentales, al mando del mariscal Bessieres, nes estaban persuadidos de que si Napoleon traia algun deduque de Istria. De modo que entre las fuerzas dispuestas á signio oculto, no seria contra los reyes, sino contra alguna internarse, y las que ya lo estaban, sin contar las de Portugal, otra persona de quien tuviera quejas, á la cual uno de ellos, se aproximaban á cien mil hombres. El mando en jefe de todas el de Marina, el bailío Gil, aludió tan poco embozadamente ellas le confirió Napoleon, con título de lugarteniente suyo, que no le faltó mas que nombrarla. El resultado de este coná su cuñado Murat, gran duque de Berg, el cual se puso tam-sejo convenció al de la Paz de que sus indicaciones no enconbien pronto en camino para España; tanto que el 13 de marzo se hallaba en Burgos, sin que se supiese todavía el verdadero objeto de la entrada de tanta gente, y de tanto aparato. Aunque lo mismo las tropas imperiales que sus jefes habian encontrado una benévola y aun cordial acogida en España, de los unos porque suponian dirigirse todos á Portugal, de los otros porque se figuraban venir contra el odiado favorito y á favor de su querido y desgraciado Fernando, de los otros porque las creian de paso para Cádiz para defender nuestra costa meridional de los ingleses, como el gobierno francés hacia propalar, y sobre todo, porque nadie sospechaba que cupiese una traicion tan horrible en un hombre tan grande como Bonaparte; con todo, tan numerosos cuerpos de tropas, tanto silencio y misterio, así en lo relativo á los tratados como al objeto y movimiento de aquellas fuerzas, no podian menos de llamar la atencion á muchos, y de infundir recelo por lo menos á algunos. El primero que se convenció de la mala fe de Napoleon y de que llevaba un objeto siniestro, fué sin duda el príncipe de la Paz; lo cual no es extraño, porque era tambien el que tenia mas motivos, y de mas largo tiempo, para sospechar de Bonaparte, y aun para creerse burlado por él, de lo cual mostró acabar de persuadirse con la última venida y entrevista de Izquierdo. Así fué que no contento con manifestar sus recelos y zozobras al rey, hizo que se celebrara un consejo de ministros extraordinario á presencia de S. M., en el cual propuso se exigiera al emperador la suspension del envío de tropas de que España no necesitaba para defender y guardar sus costas, y se le dijese que la mejor manera de mantener la buena amistad entre ambas naciones era que por parte de ambas se cumplieran religiosamente los tratados concluidos. Y como el rey le preguntase qué se haria si Napoleon, haciéndose sordo á nuestras recla

tros hogares del socorro de Francia; que Canarias, Ferrol y Buenos Aires lo atestiguan; que el Africa es nula, etc.

>>En nuestras conversaciones ha quedado ya como negocio terminado

Ultimamente, despues de muchas vacilaciones, de muchas pláticas con el rey, de muchos planes ideados y propuestos para conjurar el peligro que Godoy veia inminente, todos acogidos con timidez por el bondadoso é irresoluto Cárlos IV, que no pudiendo comprender la deslealtad que se atribuia á Napoleon (2), siempre respondia que se esperase á que él se explicara mas y manifestara sus intenciones, y que no se provocara su enojo con una resolucion precipitada é imprudente; cuando se vió ya á los franceses apoderados de la manera que hemos dicho de las plazas fronterizas de Cataluña, Navarra y Guipúzcoa, dueños de Portugal y ocupando las ciudades de Castilla, sus intentos envueltos en un misterio sombrío, los enemigos del príncipe de la Paz orgullosos con la confianza de que el objeto era entronizar á Fernando, derribar al valido, y librar de su opresion la monarquía, logró persuadir al monarca de la conveniencia de abandonar la corte donde peligraba ser sorprendido, retirarse con la real familia á lugar seguro, como Sevilla ó Cádiz, escoltado por su leal ejército, esperar allí los sucesos, preparar la defensa, invocar la lealtad de la nacion, y en el caso de una desgracia, retirarse á las Baleares, y aun á los dominios españoles de América, á imitacion de los príncipes de Portugal, confiando tambien en que Europa no consentiria á Bonaparte el despojo y atropello de los Borbones de España.

Para preparar la ejecucion de este plan, hizo reforzar la guarnicion de Aranjuez, residencia entonces de los reyes; proyectó formar un campo militar en Talavera; ordenó á las tropas de Oporto, cuyo dignísimo general Taranco habia fallecido allí víctima de un cólico violento, que se volviesen á Galicia; mandó al marqués del Socorro que se retirara del Alentejo replegándose sobre Badajoz, escribió á Junot pidiéndole su consentimiento para que Carrafa con su division pasara á guarnecer las costas meridionales de España que se

el del casamiento. Tendria efecto, pero será un arreglo particular de que suponian amenazadas por una expedicion inglesa, con cuyas

no se tratará en el convenio de que se envian las bases.

>>En cuanto al título de emperador que el rey N. S. debe tomar, no hay ni habia dificultad alguna. Se me ha encargado que no se pierda un momento en responder, á fin de precaver las fatales consecuencias á que puede dar lugar el retardo de un dia en ponerse de acuerdo.

>> Se me ha dicho que evite todo acto hostil, todo movimiento que pudiera alejar el saludable convenio que aun puede hacerse. >Preguntado que si el rey N. S. debia irse á Andalucía, he respondido la verdad, que nada sabia. Preguntado tambien que si creia que se hubiese ido, he contestado que no, vista la seguridad en que se hallaban concerniente al buen proceder del emperador tanto los reyes como V. A. >>He pedido, pues se medita un convenio, que ínterin que vuelve la respuesta se suspenda la marcha de los ejércitos franceses hácia lo interior de la España. He pedido que las tropas salgan de Castilla; nada he conseguido; pero presumo que si viesen aprobadas las bases, podrán las tropas francesas recibir órdenes de alejarse de la residencia de SS. MM. >>De ahí se ha escrito que se acercaban tropas por Talavera á Madrid; que V. A. me despachó un alcance; á todo he satisfecho, exponiendo con verdad lo que me constaba.

>>Segun se presume aquí, V. E. habia salido de Madrid acompañando los reyes á Sevilla; yo nada sé; y así he dicho al correo que vaya hasta donde V. E. esté. Las tropas francesas dejarán pasar al correo, segun me ha asegurado el gran mariscal del palacio imperial. Paris, 24 de marzo de 1808. Sermo. Sr.-De V. A. S.-Eugenio Izquierdo.»>

Esta carta, que cayó en manos de los enemigos de Godoy por haber llegado despues del levantamiento de Aranjuez, se tuvo por un gran descubrimiento, y como tal la publicó Escoiquiz en su Idea sencilla Lo era efectivamente para los que ignoraban toda la correspondencia anterior, que nosotros hemos dado á conocer.

fuerzas y las que estaban acantonadas en las inmediaciones de Madrid y de Aranjuez, y otras que al primer aviso se acercarian á la Mancha, contaba el príncipe de la Paz con reunir un respetable ejército, bastante á proteger con seguridad y sin temor de ser hostilizado la retirada de la familia real á

Andalucía. Mas los preparativos no pudieron ser tan secretos como lo habia sido la resolucion; traslucióse esta, y circuló la noticia, acaso desfigurada; una turbulenta curiosidad produjo cierta efervescencia en los ánimos, que hizo augurar se atropellarian los sucesos, como así aconteció, desbaratándose todos aquellos planes de la manera que vamos á ver (3).

(1) Acerca de esto dice Toreno solo lo siguiente: «Se asegura que el príncipe de la Paz fué de los que primero se convencieron de la mala fe de Napoleon y de sus depravados intentos.»-Pero no dice una sola palabra, ni del consejo extraordinario que con este motivo provocó, ni menos de lo que en él propuso. De lo cual se queja, creemos que en esto con razon, Godoy en sus Memorias, puesto que lo que pasó en aquel Consejo se supo todo, y no pudo ignorarlo Toreno.

(2) Como de quien acababa de recibir un regalo de dos hermosos tiros de caballos, que mas que dádiva de amigo parecia como anuncio ó pronóstico de que no habria de tardar en necesitarlos para algun viaje forzoso.

(3) En ninguna parte se hallan tantas y tan interesantes noticias relativas al estado de la corte de España en los tres primeros meses de 1808, como en el tomo V de las Memorias del príncipe de la Paz. Re

« AnteriorContinuar »