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seguros los enemigos. No precipitó las operaciones por temor de malograr la empresa, y tambien por incidentes que la retardaron. Sostuvo varios combates antes de formar el sitio: duró este siete dias (del 17 al 24 de octubre); el fuego fué vivo, hiciéronse minas, y volóse una torre del fuerte; aterrados los facciosos con aquel destrozo, abandonaron la fortaleza en la noche del 23 al 24. Todos los habitantes se fueron con ellos, y la poblacion quedó desierta. Parecióle buena ocasion á Mina para hacer el escarmiento ejemplar que meditaba: mandó, pues, arrasar todas las fortificaciones y todos los edificios, y en lo mas visible de uno de los muros que quedaban en pié hizo poner la siguiente inscripcion, que se hizo célebre:

Aquí existió Castellfullit.

Pueblos,

tomad ejemplo:

no abrigueis

á los enemigos de la patria.

Encontró muchas municiones de boca y guerra, que vinieron bien á sus tropas escasas de lo uno y de lo otro, é inmediatamente dirigió una alocucion á los habitantes del país, y publicó un bando, en que se hacian prevenciones como las siguientes:-Todo pueblo en que se toque á somaten, obligado por una fuerza armada de los facciosos inferior á la tercera parte del vecindario, será saqueado é incendiado.-Toda casa campestre ó en poblado que quedase abandonada por sus habitantes á la llegada de las tropas nacionales, cuya disciplina, subordinacion y arreglada conducta deben ya haberse hecho demasiado públicas, será entregada al saqueo y derruida ó incendiada. Los ayuntamientos, justicias y párrocos de los pueblos que en distancia de tres horas al contorno del punto donde se hallase situado mi cuartel general ó alguno de los jefes del ejército, omitiesen dar aviso diario de los movimientos de los facciosos en sus inmediaciones, sufrirán la pena pecuniaria que se les imponga, y la muerte, si el daño causado por su omision fuese de grave importancia, etc.

Conocióse la influencia de la toma de Castellfullit, porque en los encuentros que en los siguientes dias tuvieron las tropas los resultados acreditaban el aliento que estas habian cobrado, y el desánimo que parecia comenzar á sentirse en los facciosos. Mina se dirigió contra Balaguer, otro de los fuertes que estos tenian; mas el 3 de noviembre, dia en que debia quedar formalizada la circunvalacion, evacuó tambien el enemigo la plaza: tambien encontró Mina la poblacion desierta, no habiendo quedado en ella sino dos ó tres frailes, de tres conventos que habia. Estableció un consejo de guerra para que entendiese en las sumarias que habian de formarse contra los huidos; dejó una corta guarnicion, y salió el 6 á proseguir sus empresas.

Desde Pons envió una exposicion al gobierno (9 de noviembre), en la cual concluia pidiendo que se le relevase de un mando, que ni habia ambicionado, ni ambicionaba, y prometiendo servir gustoso á su patria bajo las órdenes de un jefe mas digno. Dió este paso Mina, porque supo este militar pundonoroso que en medio del gran servicio que estaba prestando á la causa de la libertad, y de los triunfos que iba ganando, quejábanse de él y parecian empeñados en desacreditarle los murmuradores de la corte, criticando su tardanza en acabar con los facciosos de Cataluña, como si fuese cosa fácil destruir en pocos dias mas que doble, ó acaso triple número de enemigos, protegidos por el país, conocedores de él, mandados por jefes no inexpertos, y poseedores de plazas fuertes. Ayudaba á esta murmuracion la circunstancia fatal de que muchos de los partes de Mina no llegaban al gobierno, porque eran interceptados, mientras que llegaban á la corte sin tropiezo los inexactos ó falsos que publicaba la junta realista de Urgel. Atormentaban al propio tiempo á Mina otros disgustos, y no poco tambien las dificultades que encontraba y las privaciones que padecia.

Mas con respecto al gobierno, pronto vió que los ligeros juicios de sus enemigos no le habian hecho desmerecer para con él, ni perder su confianza: puesto que á los pocos dias, en órden reservada de 16 de noviembre, le prevenia que vigilase mucho la frontera, que habilitase las plazas fuertes, y en

atencion á que el mejor medio de prevenir y contener una invasion extranjera era acabar pronto con los enemigos interiores, le daba amplias facultades para obrar sin ningun reparo. Antes de llegar esta órden, y no obstante la exposicion, que sin duda no se recibió en el gobierno, Mina habia proseguido sus operaciones, ahuyentado los facciosos de Tremp, y entrado en esta poblacion (11 de noviembre), que encontró habitada, no habiendo huido como de otras sus moradores, con cuyo motivo dió al dia siguiente una proclama á los habitantes de la Conca de Tremp, encareciéndoles la seguridad y confianza que debian tener en el comportamiento de las tropas constitucionales, de que habian visto ya el ejemplo, exhortándolos á que no se dejaran engañar por mas tiempo de los enemigos del órden público, y diciéndoles que ya podian ver cómo los caudillos de la rebelion, Romanillos, Romagosa, Eroles y el Trapense huian en todas partes ante las bayonetas de los libres.

Iba en efecto el sistema de Mina produciendo los mejores resultados. Por otra parte sus tropas habian cobrado grande aliento con los anteriores triunfos; y así fué que, aunque Eroles y Romagosa con tres mil quinientos hombres le esperaban el 15 en las formidables alturas y escarpadas montañas de Pobla de Segur, confiados en destruirle á su paso por aquellas angosturas, fué tal el arrojo y decision con que los atacaron las fuerzas de Mina, trepando impávidamente por las lomas y cerros, que desalojándolos de sus terribles posiciones, llegaron, si bien no sin tenaz esfuerzo, á Pobla, donde descansaron tres dias. Y mientras Rotten, Milans y otros intrépidos jefes batian con ventaja las facciones en aquellos contornos, Mina iba avanzando con Zorraquin, Gurrea y otros caudillos de su confianza, sin dejar momento de reposo á los enemigos, en direccion de la Seo de Urgel, baluarte principal de los realistas y asiento de su Regencia; no sin representar Mina al ministerio sobre la escasez de sus fuerzas y recursos para cmprender operaciones y dar resultados de alguna importancia, pidiendo le fueran enviados tres mil hombres de refuerzo con alguna artillería de batir, y el gobierno así se lo ofreció.

Despues de una gloriosa refriega en las inmediaciones de Bellver, mas que atrevida temeraria, en que él mismo al frente de su escolta arremetió al galope á triple número de enemigos, causándoles no poca pérdida, llegó el 29 de noviembre á Puigcerdá, capital de la Cerdaña, comarca habitada por gente liberal, á la cual se propuso libertar de la opresion en que la tenian las facciones, y lo consiguió hasta tal punto, que obligó á tres columnas enemigas á refugiarse en territorio francés. Todas ellas fueron desarmadas á su vista por las tropas francesas, que habian estado presenciando la pelea de los nuestros, comportándose aquellas con la moderacion que cumplia á tropas de una nacion neutral. No tardó en seguir el mismo camino, y muy de prisa, la célebre Regencia de Urgel, con acuerdo de una junta compuesta del obispo, de los llamados secretarios del despacho, y de los jefes militares de la plaza. Tal era el miedo que se habia apoderado de aquel gobierno supremo. Mina ofició inmediatamente al comandante general francés de la línea, pidiéndole le entregase las armas que los facciosos habian dejado en poder de sus tropas, ó bien que internase aquellos, ó le diese otra seguridad de que no volverian á inquietar la España: á lo cual contestó al siguiente dia (30 de noviembre) el comandante general, conde Curial, que las armas quedaban depositadas en uno de sus arsenales, con arreglo á órdenes del rey, siendo ya el ministro de la Guerra el único que podia disponer de ellas, y por tanto el gobierno español podia hacer la reclamacion correspondiente cerca del rey de Francia.

Tanto como la instalacion de la Regencia habia alentado y enorgullecido á los realistas catalanes, otro tanto debió desanimarlos su fuga al vecino reino. Mina dió desde Puigeerdá una proclama (4 de diciembre) á los habitantes de la Cerdaña, dándoles gracias por su buen comportamiento con las tropas nacionales, y exhortándolos á armarse ellos mismos en defensa de su libertad, seguros de que en todo caso volaria en su socorro. Puso despues todo su empeño en ver de apoderarse de la ciudad, fortalezas y castillo de Urgel. Al aproximarse sus tropas, la faccion que ocupaba la ciudad se recogió á los

fuertes, y el 8 de diciembre entró en ella el esforzado briga-, dier Zorraquin con el batallon de Mallorca, á fin de impedir que la guarnicion se surtiera de los víveres que pronto habria de necesitar. Mina á su vez se situó en Bellver, punto á propósito para estorbar la entrada de las gavillas facciosas en la Cerdaña. Desde allí observaba tambien la conducta de los franceses con los realistas refugiados en su suelo, no ya solo con los que él habia visto desarmar, sino con los que cada dia entraban empujados y perseguidos por Rotten, por Milans, por Manso, y otros jefes de las tropas constitucionales. Con dolor y con indignacion advertia Mina que aquellos mismos facciosos volvian de Francia al suelo español socorridos y mejor equipados, y por estas y otras señales adquirió el convencimiento de que la causa de la libertad española estaba fallada en el extranjero en daño de nuestra patria: si bien no por eso desmayó, ni dejó de cumplir la mision que le estaba encomendada, confiando tambien en que la nacion sabria sostener sus fueros, como lo habia hecho en la guerra de la independencia. No cesaron en el resto del mes de diciembre los combates parciales, algunos de ellos muy ventajosos para los defensores de la libertad, como el que sostuvo Milans con las facciones reunidas de Targarona, Caragol y otros cabecillas, arrojándolas tambien al vecino reino; adversos otros, como la sorpresa de un destacamento de soldados en Gerri, la interceptacion en Oliana de un convoy de vestuarios que con impaciencia se aguardaba para el indispensable abrigo de tropas casi desnudas, y la captura de las brigadas en la Seo. Las nieves y los hielos tenian interceptados los caminos, y para asegurar la llegada de algunas provisiones tenian que hacerse marchas penosísimas, en algunas de las cuales las acémilas se despeñaban y los hombres quedaban helados. En cambio de tantas privaciones y trabajos, que paralizaban ó entorpecian las operaciones, consolaban al general en jefe y á las tropas las noticias de hallarse en marcha algunos cuerpos de refuerzo. Tambien recibió Mina la comunicacion oficial de haber sido elevado al inmediato empleo de teniente general, previniéndole al mismo tiempo que remitiera relacion de los jefes y oficiales que se hubiesen distinguido y héchose dignos de premio. Aprovechó Mina esta ocasion para proponer para el ascenso inmediato á los bizarros brigadieres Zorraquin, Rotten y Manso, sin perjuicio de las gracias que deberian recaer sobre la mayor parte de los individuos de su pequeño ejército, que todos rivalizaban en valor, y todos sufrian igualmente.

Pasó el resto del mes de diciembre sin otro encuentro serio que el que tuvo Manso con una columna de dos mil facciosos en las inmediaciones de Tortosa, la cual acabó de derrotar en Cherta Pero al propio tiempo se presentó con mil quinientos, viniendo de Mequinenza, aquel Bessieres, que preso y sentenciado por republicano en Barcelona, pagaba ahora, acaudillando á los soldados de la fe, la indulgencia con que habia sido tratado. De este modo, á pesar de la actividad, del valor y de los triunfos de las tropas constitucionales, aun bullian por todas partes facciosos, así por estar casi todo el país sublevado, como por lo poco que se adelantaba con arrojarlos de España, puesto que volvian socorridos y protegidos por los franceses. El 31 (diciembre) pasó Mina á la Seo de Urgel á conferenciar con Zorraquin.

La guerra, en vez de perder su carácter rudo y feroz, íbase haciendo cada dia mas sangrienta y horrible. Los facciosos por su parte saqueaban y asesinaban, y cometian todo género de atrocidades, especialmente con aquellos pueblos ó moradores que, ó les resistian, ó no se mostraban adictos suyos. Algunos se habian ido armando para su propia defensa y la de sus hogares. Las tropas del ejército nacional no aflojaban tampoco en su sistema de rigor, y eso que la destruccion de Castellfullit y el terrible bando de Mina de 24 de octubre, no solo habian sido mirados en la corte con desagrado y como medidas excesivamente severas, sino que el gobierno mismo hubo de decir al general en jefe, «que tales medidas estaban fuera del límite que en el sistema constitucional era permitido á la autoridad de los generales de los ejércitos.» Mina sin embargo, seguia creyendo que, si bien es justo que los gobiernos quieran que sus mandatarios no traspasen nunca la ley en sus disposiciones, hay casos y momentos, y mas en las guerras

civiles, en que es preciso tolerar que se traspase aquella línea para evitar mayores males. Es lo cierto que á pesar de aquella advertencia del gobierno, el terrible ejemplar de Castellfullit se repitió luego en San Llorens de Morunys ó dels Piteus.

Eran los moradores de esta poblacion de los partidarios mas acérrimos de las bandas que se llamaban de la fe. Era el punto que servia como de depósito donde los jefes de guerrillas llevaban sus prisioneros y los frutos de sus saqueos y depredaciones. El general Rotten que maniobraba por aquella comarca se propuso hacer otro escarmiento con aquel foco de la rebelion, y como lograra ahuyentar de allí las facciones, y como los habitantes huyeran del pueblo siguiendo á aquellas, hizo lo que expresa la siguiente órden general, y el bando que con harto dolor nuestro estampamos á continuacion, como testimonio lastimoso de la crudeza de aquella guerra.

Orden general

dada á la 4.a division del ejército de operaciones de Cataluña

La 4. division del ejército de operaciones del séptimo distrito militar (Cataluña) borrará del mapa de España la villa esencialmente facciosa y rebelde, llamada San Llorens de Morunys (ó Piteus), con cuyo fin será saqueada y entregada á las llamas. Los cuerpos tendrán derecho al saqueo en las casas de las calles que se les señalen, á saber, el batallon de Murcia, en las calles de Arañas y de Balldefred: Canarias, en las calles de Segories y de Frectures: Córdoba, en las calles de Ferronised y Ascervalds, y el destacamento de la Constitucion y la artillería en los arrabales. (Exceptúanse de ser incendiadas, cuando se dé la órden, las casas de doce á trece patriotas.)

Siguen los detalles para la ejecucion de esta órden Bando. Don Antonio Rotten, caballero de la órden nacional de San Fernando, brigadier, etc.

Ordeno y mando lo siguiente:

Artículo 1. La villa que se llamaba San Llorens de Morunys ó Piteus, ha sido saqueada é incendiada por mi órden, á causa de la sedicion de sus habitantes contra la Constitucion de la monarquía, que nunca han querido jurar, como tambien por haber caido en las penas señaladas en el bando de S. E. el general en jefe de este ejército, publicado en 24 de octubre último, en el sitio donde existió Castellfullit.

Art. 2.0 No podrá reconstruirse esta villa sin la autorizacion necesaria de las córtes.

Art. 3. Ninguno de los que la habitaron podrá fijar su domicilio en los distritos de Solsona y Berga, sin permiso del gobierno, ó de S. E. el general en jefe del ejército.

Art. 4. Exceptúanse las familias de los patriotas y de los que piensan bien. (Siguen los nombres de doce personas.) Art. 5. En virtud de la obligacion de los vecinos é hijos de la villa que se llamó San Llorens, de fijar su domicilio fuera de los distritos de Solsona y de Berga, los que allí se encontrasen serán fusilados, si no justifican que salieron del lugar antes del 18 del corriente, dia en que entraron las tropas nacionales, ó que se hallan comprendidos en alguna de las excepciones ó bandos que rigen sobre los facciosos.

Art. 6. Los que hubiesen abandonado la villa antes del 18 del corriente, los sexagenarios, las mujeres y los jóvenes menores de diez y seis años, no podrán fijar su domicilio en los dos distritos sin el permiso del gobierno ó del general en jefe, bajo pena de ser expulsados por la fuerza, y entendiéndose que se les concede un mes, contado desde este dia, para la evacuacion.

Art. 7. Esta órden se comunicará para su puntual cumplimiento á los cuerpos y destacamentos que pertenecen á la division, á las comisiones de vigilancia y á los ayuntamientos constitucionales de los indicados distritos, para que lo comuniquen á sus respectivas poblaciones.

Dado en las ruinas de San Llorens de Morunys á 20 de enero de 1823.

Proseguia entre tanto el bloqueo y circunvalacion de los fuertes de la Seo de Urgel. Habia dias de sostenido fuego entre si

tiados y sitiadores; dias de silencio de unos y de otros; salidas intentadas con mas o menos éxito; peleas para impedir la llegada de socorros y provisiones, ya á los de dentro ya á los de fuera, y todos los sucesos varios de un prolongado cerco. Mina acudia allí donde lo consideraba mas conveniente segun las noticias y partes que recibia, y combinaba con sus caudillos las evoluciones que tenia por mas oportunas al logro de su objeto en las comarcas circunvecinas de la plaza, dando lugar á muchas acciones parciales que fuera impertinente describir. Conócese que los sitiados carecian de noticias exactas de las posiciones de sus enemigos, porque el bloqueo dejaba claros por donde pudieran huir, y sin embargo, no se resolvian á ello, y cada dia era su situacion mas apurada y expuesta á sucumbir. Por fuera se movian sin cesar las facciones, y el mismo Mina nos da una idea de estos movimientos, diciendo en sus Memorias al terminar la relacion de los sucesos de enero de 1823: «Los tales facciosos parece que se multiplicaban en todas partes, y muy principalmente los que hacian cabezas de su partido; porque Misas, Mosen Anton, Queralt, Miralles, tan pronto parecian con sus hordas en una provincia como en otra de las cuatro del Principado. Rotten siempre los tenia encima; Milans los escarmentaba continuamente, y al instante volvian á pararse sobre sus espaldas ó costados; mi columna estaba circundada de ellos; últimamente, el general Butron, segundo cabo del distrito, me avisaba que con mucha frecuencia tenia que salir de Barcelona con fuerzas para ahuyentarlos de aquellas inmediaciones; y en todas partes lo mismo, Misas, Anton, Targarona, Caragol y demás, segun los avisos oficiales que yo recibia. Los señores franceses, con la proteccion que les daban, nos proporcionaban tales satisfacciones.» Al fin, aquellos facciosos que con tanta tenacidad habian defendido los fuertes de la Seo de Urgel, los abandonaron á las altas horas de la noche del 2 al 3 de febrero (1823), refu. giándose en la pequeña república ó valle neutral de Andorra. A las tres y media de la mañana del 3 entró en ellos el jefe de la plana mayor con la compañía de cazadores de Mallorca. Inmediatamente montó Mina á caballo y voló en persecucion de los fugitivos, los cuales dejaron en aquel camino de sierras y desfiladeros algunos centenares de muertos, con multitud de efectos de guerra, equipos y toda clase de despojos. Despachó en posta á su ayudante Cañedo para que trajese á la corte tan fausta nueva, y envió extraordinarios á las capitales de las cuatro provincias de Cataluña, á Zaragoza, al cónsul de España en Perpiñan, al embajador español en Paris, á varios otros puntos que creyó conveniente: despues de lo cual, el 6 (febrero) tomó el camino de Barcelona, de incógnito, y sin mas compañía que la del intendente del ejército, para atender á los medios de ejecutar sus ulteriores planes.

Favorable habia sido tambien la fortuna á los constitucionales en Navarra, donde Quesada se vió igualmente forzado á refugiarse en Francia, batido por Espinosa. Sucedió á este Torrijos en el mando de aquel antiguo reino, y léjos de dejar reponerse á los absolutistas, los arrojó de Irati, aquel fuerte situado en la frontera, que era para los facciosos de Navarra como los de Urgel para Cataluña. Por la parte de Castilla, Merino, que era el mas fuerte de los guerrilleros, habia sido tambien sorprendido y derrotado en Lerma, provincia de Burgos. No habian corrido tan prósperamente las cosas por la parte de Aragon y en el territorio que separa aquel reino de la capital. Habíase aparecido allí con una fuerte columna, que se hacia subir á cuatro mil facciosos, procedente de Fraga y Mequinenza, el ingrato y traidor francés Bessieres, que tuvo la audacia de intimar la rendicion á Zaragoza, si bien fué despreciada la intimacion, como era de esperar. Mas hallándose allí de paso los refuerzos que el gobierno enviaba á Cataluña, y que Mina estaba esperando, detúvolos el comandante general de Aragon, don Manuel de Velasco, para perseguir con ellos y con su tropa á Bessieres, el cual, despues de otra tentativa inútil sobre Calatayud, se corrió camino de Madrid, llegando hasta Guadalajara, á diez leguas de la capital.

Alarmó esta noticia á la corte, tanto mas cuanto que la guarnicion que en ella habia era escasa. Sin embargo, el gobierno hizo salir una columna de tropa y nacionales á las órdenes de O'Daly, uno de los jefes de la revolucion del año 20,

acompañado del Empecinado. Repartiéronse estos la fuerza y dividiéronla en dos trozos para caer á un tiempo por distintos puntos sobre el enemigo. Confiaban tambien en que este vendria perseguido por las tropas de Aragon, mas no era así, por no haber creido aquel comandante general deberlas sacar fuera de su distrito. De modo que habiendo encontrado O'Daly con su columna á Bessieres en Brihuega (24 de enero, 1823), antes que llegara la del Empecinado, y no habiendo esperado á esta para el ataque, aprovechando Bessieres la ocasion la derrotó completamente, quedando en su poder la artillería y muchos prisioneros. Cuando llegó el Empecinado, ignorante del suceso, y tambien sin las debidas precauciones, hallóse igualmente solo, y acometido por los vencedores retiróse con su gente á la desbandada, pudiendo salvarse con trabajo.

Gran consternacion produjo en Madrid la derrota de Brihuega, aumentándose con la llegada de los fugitivos. Era la ocasion en que, como diremos en su lugar, los ánimos estaban sobresaltados con las notas y con las amenazas de guerra de las potencias de la Santa Alianza. El gobierno participó de aquel susto, y tomáronse tales disposiciones como si se viese amenazada la capital. Reunióse la milicia, empuñaron las armas los empleados, y se dió el mando de la fuerza al general Ballesteros, que á su vez nombró otros generales para la defensa de las puertas de la capital. Formóse además apresuradamente otra columna para que saliese al encuentro de los realistas, cuyo mando se confió al conde de La-Bisbal, atendida su reputacion militar, y no obstante sus veleidades y sus defecciones anteriores, pero que á la sazon se habia adherido con empeño á la parcialidad exaltada. Salió, pues, La-Bisbal con su columna. «No vacilo, escribia, en asegurar á V. E. que en cualquier punto donde logre venir á las manos con la faccion, no solamente caerá en mi poder la artillería, sino que será enteramente destruida esa horda de enemigos de la libertad. » Sin embargo, los facciosos tomaron y fortificaron á Huete, donde permanecieron hasta el 10 de febrero (1823). Aquel dia, mientras el de La-Bisbal practicaba un reconocimiento en direccion de Cuenca para proteger la llegada de una columna que de Valencia esperaba, abandonaron aquella poblacion, retirándose los unos á Aragon, los otros á Valencia, siendo pocas las ventajas que sobre ellos pudieron obtener las tropas constitucionales. Quedó otra vez el Empecinado al frente de la fuerza, y La-Bisbal regresó á la corte, no sin menoscabo en la opinion de inteligente y activo que habia adquirido en la guerra de la Independencia, y que en otras ocasiones habia sabido mantener.

Como siempre los peligros que se tocan de cerca son los que naturalmente afectan mas, sin que baste á dar tranquilidad la reflexion de que puedan ser pasajeros, ni la comparacion con otros mayores, pero que pasan á mas distancia, la derrota de Brihuega influyó mucho en el espíritu público, y decíase en la corte que cómo era posible que resistiese al poder de las naciones coligadas que amenazaban invadirnos un gobierno que no tenia fuerza para acabar con unas gavillas de guerrilleros, y se dejaba aterrar por un puñado de facciosos. Pero la verdad es que este terror y aquella censura nacian de la idea y convencimiento general que se tenia de la proximidad de una invasion extranjera, especialmente por parte de la Francia, para destruir el gobierno y el sistema representativo. El mismo Mina lo esperaba así, y en aquellos mismos dias le avisaron de Madrid qué cinco individuos de la legacion francesa habian salido ya en posta para Paris, y que el embajador mismo tenia ya los pasaportes del gobierno, y emprenderia su marcha de un momento á otro.

Por desgracia la intervencion armada extranjera era un suceso que podia contarse por irremediable, como obra y resultado de los propósitos, deliberaciones y acuerdo de la Santa Alianza, segun ya evidentemente se desprendia de las notas que se habian cruzado entre el gobierno español y los gabinetes de las potencias que constituian aquella, lo cual será el asunto importante de que nos proponemos dar cuenta en el siguiente capítulo. Anunciábalo además claramente el discurso pronunciado por el rey Luis XVIII al abrirse las sesiones de las cámaras (28 de enero), que tambien daremos á cono

cer allí.

nos, no habian olvidado ni perdido de vista un momento la situacion del pueblo y del monarca español desde la revolucion de 1820, no habiendo tomado respecto á España una resolucion definitiva, semejante á la que tomaron con las naciones italianas, por las causas y consideraciones que antes hemos indicado. Pero era de esperar y temer que la tomasen, siendo para ellas objeto de odio y recelo las libertades españolas, y ofreciéndoles sus excesos motivo ó pretexto doble para mirarlas como peligrosas para el sosiego de Europa, y funesto su contagio principalmente para la vecina Francia.

Solo añadiremos ahora, que los desórdenes de los liberales | monte, y restablecido el antiguo despotismo en aquellos reiexaltados de aquella época, desórdenes que explotaban los enemigos interiores y exteriores de la libertad española para cohonestar la guerra de dentro y las conspiraciones de fuera, léjos de cesar ó moderarse para quitar pretextos y conjurar la tormenta que se venia encima, parecian ir en aumento cuanto mas se acercaba el peligro. Las sociedades secretas, foco perenne de escándalos y perturbaciones, se hacian la guerra hasta entre sí mismas, sacando mutuamente á plaza sus miserias al mismo tiempo que sus ridículos misterios, publicando sus estatutos y los nombres de sus afiliados, y denostándose recíprocamente con sátiras y sarcasmos en sus respectivos periódicos. El gobierno mismo, como si quisiera que no se olvidase haber salido de ellas, cometió la imprudencia de permitir la que se formó con el título de sociedad Landaburiana, cuyo solo nombre indicaba componerse de los que se decian vengadores del oficial Landáburu, asesinado á las puertas del palacio. Era esta sociedad de comuneros, y presidíala con el título sarcástico de Moderador del órden el diputado Romero Alpuente, el pequeño Danton, como le llama un historiador contemporáneo, que proclamaba frecuentemente la necesidad de que pereciesen en una noche catorce ó quince mil habitantes de Madrid para purificar la atmósfera política; al modo que Morales, el pequeño Marat al decir del mismo escritor, proclamaba en la Fontana de Oro que la guerra civil era un don del cielo (1).

El ministerio mismo, despues de haber intentado por va rios medios templar el imprudente ardor de la sociedad Landaburiana, tuvo que cerrarla, so pretexto de amenazar ruina el edificio en que se reunia; mas, como dice otro historiador de aquellos sucesos, «el edificio que venia abajo era el de la patria.»>

CAPITULO XIV

El Congreso de Verona - Las notas diplomáticas
DE 1822 Á 1823

De aquí la guerra, poco disimulada, aunque indirecta, que el gobierno francés habia estado haciendo casi desde el principio á la Constitucion española y al partido liberal: el ejér cito que puso al otro lado de la frontera de España, primero con el título de cordon sanitario, so pretexto y con el fin ostensible de preservar su país de la peste que afligia nuestras provincias limítrofes; despues, y habiendo cesado aquel motivo, con el nombre de ejército de observacion; y por último, la proteccion y auxilios desembozadamente dados á las facciones absolutistas, ya pasasen voluntariamente á su suelo, ya fuesen arrojadas á él por las tropas del ejército nacional. Así, desde que se reunieron en Verona los plenipotenciarios de Francia, Austria, Rusia y Prusia, entre los asuntos que señalaron como materia de sus deliberaciones fué ya uno de ellos el peligro que veian en la revolucion de España para las potencias de Europa, y para la Francia en particular (2). Y en el Congreso de soberanos que se habia acordado y se celebró despues con toda solemnidad en la misma ciudad de Verona, cuyas conferencias comenzaron con formalidad en octubre de 1822, no era un misterio para nadie que habia de decidirse bajo aquel punto de vista la suerte de España. Asistieron á este Congreso, además de los soberanos de Austria y Prusia, Nápoles, Toscana y otros príncipes, los plenipotenciarios y hombres de Estado de mas cuenta de las principales potencias de Europa, como el príncipe de Metternich, baron de Lebreltern, conde de Nesselrode, de Lieven, Pozzo di Borgo, Strangford, de Montmorency, de Chateaubriand, de Ferronays, duque de Wellington, marqués de Londonderry, vizconde de Raineval, y otros muchos personajes notables y de primer órden (3).

El gobierno español no envió ni representante, ni agente, ni negociador alguno, lo mismo que habia sucedido antes en los congresos de Troppau y de Laybach. Explican los ministros de aquella época esta falta de representacion que algu

á desunirse, yéndose los mas de ellos con la gente desvariada y alborotadora, y los menos casi confundiéndose entre la masonería, y por último, mezclándose tambien con los enemigos de la Constitucion los moderados ante sus defensores, á quienes repugnaba la union con los exaltados. Esta

Espíritu de la Santa Alianza.-Conferencias en Verona.-Representacion de la Regencia de Urgel á los plenipotenciarios.-No envia España representantes á Verona.-Preguntas formuladas por el plenipotenciario francés.-Contestaciones de las potencias.-La de la Gran Bretaña.Tratado secreto de las cuatro grandes potencias en Verona.-Desaprobacion del ministro inglés.-Conferencia de Wellington con M. de Villele. -Notas de las potencias al gabinete español.-La de Francia.-La de Austria.-Las de Prusia y Rusia.-Respuestas del gobierno español. Da conocimiento de ellas á las córtes.- Impresion que causan en la Asamblea.-Proposicion de Galiano, aprobada por unanimidad.—Idem de Argüelles-Aplausos á uno y á otro.—Tierna escena de conciliacion.-Célebre y patriótica sesion del 11 de enero.-Comision de mensaje al rey.-Discursos notables.-Pasaportes á los plenipotenciarios de las cuatro potencias.—Idem al Nuncio de Su Santidad.-Comunicacion del ministro británico sobre la actitud del gobierno francés.descomposicion de partidos, lenta, pero segura, no produjo amalgamas Discurso de Luis XVIII en la apertura de las cámaras francesas. Amenaza que envuelve.-Intentos y gestiones de la Gran Bretaña para impedir la guerra.-Consejos á España.-Firmeza del gobierno español.-Prepárase á la guerra.-Distribucion de los mandos del ejército. -Proyecto de traslacion de las córtes y del gobierno de Madrid á punto mas seguro.-Proposicion y discusion en las córtes sobre este proyecto. Se aprueba.-Censuras que se levantan contra esta resolucion. - Repugnancia y resistencia del rey.-Exoneracion de los ministros. Alboroto en Madrid.--Vuelven á ser llamados.-Terminan las córtes extraordinarias sus sesiones.

Las potencias de la Santa Alianza, que habian destruido el sistema constitucional proclamado en Nápoles y en el Pia

perfectas; por donde vinieron á quedar rotos en fragmentos los antiguos bandos, y la sociedad política á cada hora mas confusa y disuelta. »

Y hablando de la sociedad Landaburiana dice el mismo escritor: «Eu Madrid, en vez de la sociedad de la Fontana, con su impropio título de Amigos del órden, se estableció una en el convento de Santo Tomás, llamándose Landaburiana, en honra á la memoria del sacrificado oficial de guardias Landáburu. Abierta, se precipitaron hombres de los varios bandos en que estaba subdividido el exaltado, á contender por los aplausos, y aun por algo mas sólido, que podian conseguir haciéndose gratos en aquel lugar á la muchedumbre. Desde luego los anti-ministeriales llevaron la ventaja, no siendo auditorio semejante propenso á aplaudir mas que las censuras amargas y apasionadas hechas de los que gobiernan. No dejó de presentarse Galiano, engreido con su concepto de orador; pero si bien fué aplaudido en alguna declamacion pomposa y florida contra los extranjeros, próximos ya á hacer guerra á España, cuando quiso oponerse á doctrinas de persecucion y desórden, allí mismo por otros proclamadas, fué silbado ó poco menos, y hasta vino á hacerse blanco de odio, siendo comun vituperar con acrimonia su conducta.»>

(1) Otro escritor contemporáneo, miembro que era, y de los mas in-
fluyentes, de aquellas sociedades, hace la siguiente pintura del estado en
que entonces se encontraban. «La de los Comuneros, dice, estaba en
guerra abierta con la de los Masones. Seguíanse las hostilidades con ar-
dor en los periódicos, y en otros mil campos de batalla de poca nota,
dañándose mutuamente de palabra y de obra con empeño incesante.
Pero en las córtes procedian masones y comuneros contra la parcialidad
moderada, su comun contraria..... El cuerpo supremo gobernador de la
masonería estaba en tanto dividido, allegándose unos de sus miembros
á los comuneros, y otros á los moderados, si bien no á punto de confun-
dirse con las gentes á quienes se arrimaban..... Los comuneros vinieron la obrita titulada Congreso de Verona, tom. I, núm. XII.

El que así habla de Galiano es el mismo don Antonio Alcalá Galiano, en su Compendio de la Historia de Fernando VII.

(2) Los demás asuntos eran: 1.° El tráfico de negros. 2.° Las piraterías de los mares de América ó las colonias españolas. 3. Los altercados de Oriente entre la Rusia y la Puerta Otomana. 4. La situacion de la Italia.

(3) La relacion nominal de todos los que asistieron puede verse en

nos le han censurado, lo primero, por no haber sido llamada | al Congreso la cuestion de una manera hipócrita, como si fuela España, ni dádole siquiera conocimiento de la existencia del Congreso; y lo segundo, porque consideraban humillante para el gobierno español presentarse á pleitear con la Regencia de Urgel ante aquel tribunal de soberanos. Ni siquiera quiso pedir la mediacion de la Gran Bretaña, teniéndolo por un paso inútil: y lo mas que hizo el ministro de Estado San Miguel fué indicar que agradeceria sus buenos oficios, persuadido de que la Inglaterra, no pudiendo mediar, no habia de poner tampoco resistencia, reservándose, segun se expresaba, obrar en adelante como mas le conviniese (1).

Por el contrario, activa y diligente la Regencia realista de Urgel, aquella Regencia, instalada en agosto con autorizacion de Fernando, rey constitucional, para gobernar en nombre de Fernando, rey absoluto (2), habíase adelantado á dirigir una representacion á los plenipotenciarios reunidos en Verona (12 de setiembre, 1822), en la cual pedia por conclusion, que el primer paso por ahora fuese el de restablecer las cosas en el estado que tenian el 9 de marzo de 1820. Despues, decia, por disposicion de VV. MM. y con su intervencion, será oida la voz verdadera de la nacion. Y por último pedia alguna fuerza armada, por si la necesitaba para auxiliar sus providencias. Ya antes habia enviado la misma Regencia, á la cual ciertamente no se podria tachar de inactiva, comisionados á cada una de las cortes de la Santa Alianza, los cuales fueron recibidos por la Rusia con muestras de cordialidad y simpatías: y en cuanto á la de Francia, baste decir que consiguió negociar un empréstito de ocho millones de francos, siendo el primer negociador el conocido y célebre M. Ouvrard. Pero sus diputados no fueron admitidos en las conferencias de

Verona.

A pesar de la enemiga con que los gobiernos de la Santa Alianza miraban las libertades españolas, ni los aliados, ni el ministro mismo de Francia M. de Villele estaban por que se declarase la guerra á España. Austria y Prusia no la querian. Villele en sus instrucciones sobre el asunto, se limitaba á decir: «No estamos resueltos á declarar á España la guerra..... La opinion de nuestros plenipotenciarios sobre la cuestion de saber lo que conviene hacer al Congreso respecto de España, será que siendo la Francia la única potencia que debe operar con sus tropas, tambien será la sola que juzgue de la necesidad de tal medida (3).» Pero declaráronse partidarios de la guerra, primeramente el conde de Montmorency, revolucionario en su juventud, y en su edad madura celosísimo monárquico; y despues el vizconde de Chateaubriand, hombre de florido ingenio como literato y escritor, no del más sólido criterio como político, que en su poética imaginacion veia en la guerra de España una buena ocasion de adquirir las glorias militares de que carecia y necesitaba el blanco pendon de los Borbones. Esta idea le habia preocupado mucho tiempo hacia, y de haberla acariciado y trabajado hasta realizarla hace él alarde en sus escritos, como de cosa que habia de resultarle gloria y fama póstuma.

Y aunque él queria hacer de Fernando un rey tolerante, templado y prudente, tal como las circunstancias del siglo y del mundo, y las especiales del pueblo español exigian, aun para esto creia indispensable devolverle el lleno de su dominacion, y sustituir el principio monárquico al popular, siendo el pueblo el que recibiera la forma de gobierno de mano y por voluntad del rey, al modo del sistema que en Francia regia. Para esto halló un auxiliar poderoso en el emperador Alejandro de Rusia, que soberbio y orgulloso, de veleidoso carácter, tan resuelto absolutista ahora, como antes habia blasonado de liberal, gustaba aparecer como el regulador de las cosas de Europa. Montmorency, injusto siempre con España, presentaba

(1) Correspondencia entre Wellington y Canning.-Despacho del ministro San Miguel al representante de España en Londres.-Papeles hallados en el archivo de la Regencia de Urgel. Legajo 54.

(2) La primera autorizacion del rey fué en 1.° de junio (1822), dirigida al marqués de Mataflorida por conducto de don José Villar Frontin, secretario de las encomiendas del infante don Antonio. Las otras fue ron de enero y marzo de 23, como veremos mas adelante.-Papeles de la Regencia. Legajo núm. 25.

(3) Congreso de Verona, tom. I, número XX.

se nuestra nacion la que provocaba y amenazaba invadir la Francia, y suponiendo á esta en la necesidad de sostener una guerra defensiva, cuando sabia y le constaba de sobra que trabajada España por la guerra civil en los campos, en lucha los partidos políticos en las poblaciones, enemigas entre sí las sociedades secretas, y en desacuerdo el rey y los constitucionales, no estaba en disposicion de invadir otras naciones, sino en el caso de aspirar á ser respetada por ellas en su independencia y en todo lo que á su gobierno interior pertenecia.

a

Para precisar las cuestiones, el plenipotenciario francés en Verona hizo á los de las otras cuatro potencias las preguntas siguientes (20 de octubre, 1822):-1.a En el caso de que la Francia se viese en la necesidad de retirar su ministro de Madrid, y de cortar todas las relaciones diplomáticas con España, ¿están dispuestas las altas potencias á adoptar las mismas medidas, y á retirar sus respectivos ministros?-2. En el caso de que estallase la guerra entre Francia y España, bajo qué forma, y con qué hechos suministrarian las altas potencias á la Francia aquel auxilio moral que daria á sus medidas el peso y la autoridad de la alianza, é inspiraria un temor saludable á todos los revolucionarios de todos los países?—3.a ¿Cuál es, finalmente, la intencion de las altas potencias acerca de la extension y forma de los auxilios efectivos (secours matériels) que estuviesen en disposicion de suministrar á la Francia, en el caso de que esta exigiese la intervencion activa, por creerla necesaria?

El 30 de octubre (1822) se leyeron las contestaciones de los aliados á las tres preguntas. Las potencias continentales manifestaban que obrarian de acuerdo con Francia, y que le prestarian todo el apoyo y auxilio que necesitase: el tiempo, modo y forma de este auxilio se determinaria en un tratado particular. Muy diferente fué la contestacion de la Gran Bretaña. «Sin reproducir, decia, los principios que el gobierno de S. M. Británica ha considerado como base de su conducta relativamente á los asuntos de otros países, considera que de cualquier modo que se desapruebe el origen de la revolucion española, cualquier mejora que pudiera desearse en el sistema español, para bien de la misma España, debe buscarse mas bien en las medidas que se adopten en la misma nacion que no en el extranjero, y particularmente en la confianza que al pueblo español puede inspirarle el carácter de su rey. Considera que una intervencion con el objeto de dar auxilio á un monarca que ocupa su trono, para destruir lo que ya está establecido, ó para promover el establecimiento de cualquier otra forma de gobierno ó Constitucion, particularmente siendo por la fuerza, solo servirá para poner á aquel monarca en una posicion falsa, ó impedirle buscar aquellas medidas de mejora que podian estar á su alcance. Tal intervencion siempre le ha parecido al gobierno británico que seria tomar sobre sí una responsabilidad innecesaria, que considerando todas las circunstancias, debe poner en riesgo al rey de España y exponer á la potencia ó potencias que interviniesen al ludibrio, al riesgo cierto, y á desastres posibles, á gastos inmensos, y resultados desagradables que dejasen fallidas sus esperanzas.» Extendíase en otras análogas consideraciones, y concluia por oponerse á todo proyecto de hostilidad ó de intervencion en España (4).

A pesar de esto los ministros de las potencias continentales continuaron deliberando sobre el modo cómo habia de realizarse la intervencion, y resultado de estas conferencias fué el tratado secreto que se celebró el 22 de noviembre (1822) entre los plenipotenciarios de Austria, Francia, Prusia y Rusia, cuyo contexto es el siguiente:

Los infrascritos plenipotenciarios, autorizados especialmente por sus soberanos para hacer algunas adiciones al tratado de la Santa Alianza, habiendo canjeado antes sus respectivos plenos poderes, han convenido en los artículos siguientes:

Artículo 1. Las altas partes contratantes, plenamente convencidas de que el sistema del gobierno representativo es tan incompatible con el principio monárquico, como la máxima

(4) Memorandum: Contestacion del duque de Wellington á M. Canning: Verona 5 de noviembre de 1822.

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