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quien se esperaban grandes bienes y felicidades. «Si nos ha | trono de Nápoles, tiene ya dadas incontestables pruebas por dado (decian de Napoleon) un soberano que nos gobierne, es donde juzguemos que su gobierno ha de ser suave, y únicaá su augusto hermano José, cuyas virtudes son admiradas mente dirigido al bien de los que tengan la dichosa suerte de por sus actuales vasallos: si trata de modificar y enmendar en vivir bajo su mando. Ha querido despues que en el lugar de la parte que lo exija nuestra antigua legislacion, es para que su residencia y á su misma vista se reunan los diputados vivamos en razon y justicia.... ¿Qué fruto esperais coger de de las principales ciudades, y otras personas autorizadas de los movimientos y turbaciones á que la inconsideracion ó la nuestro país, para discurrir en comun sobre los medios de remalevolencia os han arrastrado....? Nadie disputa el valor de parar los males que hemos sufrido, y sancionar la Constitulos españoles..... pero sin direccion, sin órden, sin concierto, cion que nuestro mismo Regenerador se ha tomado la pena estos esfuerzos son vanos; y reuniones numerosas de gentes de disponer para que sea la inalterable norma de nuestro gocolecticias, al aspecto de tropas disciplinadas y aguerridas bierno. Para tan sublimes y gloriosos fines hemos sido condesaparecen como el humo..... ¿Qué resta, pues, sino prestar- gregados..... etc. (4).» nos sumisos y aun contribuir cada uno por su parte á que se organice otro nuevo gobierno sobre bases sólidas, que sean la salvaguardia de la libertad, de los derechos y propiedades de cada uno? Esto es lo que desea, y en esto se ocupa para nuestro bien el invicto Napoleon..... (1).» Y dos dias despues (10 de junio) expidió José Bonaparte el primer real decreto, en que despues de expresar que habia aceptado la corona de España cedida por su hermano el emperador de los franceses y rey de Italia, confirmaba al gran duque de Berg en el cargo de lugarteniente general del reino. En el mismo dia expidió otro decreto, en que mostraba cuáles eran sus intenciones, y cuáles habian de ser sus principios de gobierno. «La conservacion (decia entre otras cosas) de la santa religion de nuestros mayores en el estado próspero en que la encontramos, la integridad y la independencia de la monarquía serán nuestros primeros deberes. Tenemos derecho para contar con la asistencia del clero, de la nobleza y del pueblo, á fin de hacer revivir aquel tiempo en que el mundo estaba lleno de la gloria del nombre español; y sobre todo deseamos establecer el sosiego, y fijar la felicidad en el seno de cada familia, por medio de una buena organizacion social (2).»>

Iban en esto llegando los diputados electos, bien que no en gran número, ya porque algunos no acudian de buen grado, ya porque el estado revuelto de las provincias ofrecia fácil pretexto á los remisos y dificultades verdaderas á los que concurrieran gustosos. Así fué que no llegaron á ciento los asistentes, siendo ciento cincuenta los designados y convocados. Dijimos ya en otro lugar que Napoleon habia elegido para presidente de la asamblea á don José Miguel de Azanza: para secretarios se nombró á don Mariano Luis de Urquijo, del Consejo de Estado, y á don Antonio Ranz Romanillos, del de Hacienda. Tenia ya Napoleon preparado un proyecto de Constitucion, en cuyo trabajo se supone haber intervenido una mano española, bien que se ignore todavía cuál hubiese sido esta, y sobre ello solo hayan podido formarse mas ó menos fundadas conjeturas (3). Encargó tambien el nombra miento de dos comisiones para el exámen y preparacion de los asuntos que habian de tratarse en el congreso, y para proponer las modificaciones que acaso al proyecto de Constitucion pareciera conveniente hacer. Cuando ya todo estuvo dispuesto, abrióse la asamblea el dia señalado (15 de junio) con un discurso del presidente Azanza, en el sentido y espíritu que puede inferirse de los párrafos siguientes: «Tan elevado y grande es el objeto que hoy nos reune en esta respetable asamblea, convocada de órden y bajo los auspicios del héroe de nuestro siglo, el invicto Napoleon..... Gracias y honor inmortal á este hombre extraordinario que nos vuelve una patria que habíamos perdido.... El primer uso que ha hecho de su nueva autoridad ha sido trasmitirla á su augusto hermano José, príncipe justo y benéfico, que elevado antes al

(1) Gaceta extraordinaria de 14 de junio. (2) Ibid.

(3) Toreno añade haberle asegurado persona bien enterada, que dicha Constitucion ó sus bases mas esenciales le habian sido ya entregadas á Napoleon en Berlin despues de la batalla de Jena, y discurre que debió salir de pluma que vislumbrase ya entonces la suerte que aguardaba á España. Respetamos el dicho del ilustre historiador, así como el de la persona que de ello le informó, por mas que nos parezca poco verosímil, no solo lo anticipado y temprano de la prevision, sino que, aun teniéndola, hubiese español que en aquellas circunstancias tuviese la confianza necesaria con el emperador para entregarle el proyecto de una Constitucion para España.

Hízose en aquella misma sesion la verificacion de los poderes, y se leyó el decreto de Napoleon cediendo la corona de España á su hermano José, con cuyo motivo se acordó en la del 17 pasar á cumplimentar al nuevo monarca. Presentóse en la del 20 el proyecto de Constitucion, que se mandó imprimir, y en cuya discusion y aprobacion se invirtieron solamente diez sesiones. En el intermedio se adoptaron algunos acuerdos para restablecer la tranquilidad de España, tarea inútil desde allí y por tales medios; y para halagar al país se decretó la abolicion del impuesto de cuatro maravedís en cuartillo de vino, y el de tres y un tercio por ciento de los frutos que no diezmaban. En cuanto á los artículos del nuevo código, aprobáronse la mayor parte tales como iban propuestos. Algunos, sin embargo, merecieron los honores de una, aunque no muy detenida discusion. En favor de la union de las posesiones americanas con la metrópoli abogó con vehemencia don Ignacio de Tejada, designado por Murat para representar el nuevo reino de Granada; porque en este sentido habia hecho Napoleon llevar y difundir por aquellos dominios proclamas y circulares autorizadas por Azanza. Atrevióse don Pablo Arribas á proponer la abolicion del tribunal del Santo Oficio, y le apoyó don José Lopez Hermosilla; pero defendió acaloradamente la institucion el inquisidor Ethenard, y le sostuvieron en su defensa los consejeros de Castilla. Los diputados representantes de las órdenes regulares abogaron por que no se suprimieran todos los conventos, y atendido el espíritu que veian dominar en la asamblea, se conformaban ya con que la reforma no pasara de disminuir su número. Ventilóse tambien la cuestion de mayorazgos, y en ella el duque del Infantado pretendió, aunque inútilmente, que el máximum de las vinculaciones no se rebajara á menos de ochenta mil ducados. Pero lo singular fué que entre los individuos de aquel congreso, el que mas se señaló despues como agente de la tiranía y como perseguidor intolerante, fuese quien pretendiera que se consignara en la Constitucion un artículo prescribiendo la tolerancia política y religiosa. Por último, el dia 30 se añadió al código una declaracion que despues del año 1820 se presentarian por el rey las modificaciones ó mejoras que la experiencia hubiese demostrado ser necesarias ó convenientes; con lo cual se dieron por terminadas las discusiones sobre la Constitucion.

El 7 de julio, reunida la asamblea en el mismo local, juró José como rey de España la observancia de la Constitucion en manos del arzobispo de Burgos; y acto continuo la aceptaron y juraron tambien todos los diputados presentes. En aquel mismo dia, y para perpetuar su memoria, á propuesta del presidente Azanza se acordó acuñar dos medallas que la recordaran á la posteridad. Despues de esta ceremonia se trasladó la asamblea en cuerpo al palacio de Marrac á cumplimentar al emperador de los franceses, autor principal del código político que acababa de sancionarse Llevó la palabra el presidente; Napoleon rodeado de los diputados españoles en una poblacion de su imperio y en su propio palacio (que era un cuadro singular), contestó en un largo discurso que todos escucharon con curiosidad y atencion; y concluido el acto, los despidió, retirándose todos silenciosamente.

No será demás conocer esta Constitucion, que aunque de órden ilegítimo y nunca planteada, pero tal vez por esto mismo mas célebre, al cabo era la primera concesion del que se decia poder real al pueblo español, y llevaba escritas en una

(4) Gaceta extraordinaria de Madrid de 21 de junio,

de sus páginas estas notables palabras: «Decretamos la pre- | y R. de 15 del corriente, y le doy gracias por las expresiones sente Constitucion para que se guarde como ley fundamental afectuosas con que me honra, y con las cuales yo he contado de nuestros Estados, y como base del pacto que une á nues- siempre. Las repito á V. M. I. y R. por su bondad en favor de tros pueblos con Nos, á Nos con nuestros pueblos.» Como obra la solicitud del duque de San Carlos y de don Pedro Macanaz política, no merecia ciertamente ni los elogios ni las censuras que tuve el honor de recomendar. Doy muy sinceramente en que los hombres de partido le han prodigado: como obra de mi nombre y de mi hermano y tio á V. M. I. y R. la enhoraaplicacion en determinadas circunstancias, aunque muy im- buena de la satisfaccion de ver instalado á su querido hermaperfecta, y aparte el vicio de orígen, podia considerarse como no el rey José en el trono de España. Habiendo sido siempre la transicion menos violenta de la forma del absolutismo á la objeto de todos nuestros deseos la felicidad de la generosa forma de la libertad. Reducíase al establecimiento de una nacion que habita en tan dilatado terreno, no podemos ver á monarquía hereditaria, de varon en varon, por órden de pri- la cabeza de ella un monarca mas digno, ni mas propio por mogenitura, reversible de la rama de José Bonaparte á las de sus virtudes para asegurársela, ni dejar de participar al misLuis y Jerónimo: la corona de España no podria incorporarse mo tiempo el grande consuelo que nos da esta circunstancia. nunca á la de Francia.-Habia un senado, compuesto de vein- Deseamos el honor de profesar amistad con S. M., y este afecticuatro individuos nombrados por el rey, y encargado de pro-to ha dictado la carta adjunta que me atrevo á incluir, rogando teger la libertad individual y la de imprenta, y con facultad para suspender la Constitucion en tiempos borrascosos y para adoptar medidas extraordinarias de seguridad pública.-Una asamblea legislativa representada por los tres brazos, clero, nobleza y pueblo, y compuesta de ciento sesenta y dos miembros, á saber: veinticinco obispos y veinticinco grandes de España designados por el rey; sesenta y dos diputados de las provincias de España é Indias, quince capitalistas ó comerciantes, y quince letrados ó sabios en representacion de las universidades y audiencias, elegidos por sus respectivas clases ó corporaciones.-Magistratura inamovible: un tribunal supremo con el título de tribunal de Casacion, y un Consejo de Estado, regulador supremo de la administracion.-Esta asamblea se habia de reunir cada tres años á discutir las leyes y votar los presupuestos de gastos é ingresos.

Faltábanle las dos bases sobre que se asienta, ó sean las dos ruedas que imprimen el movimiento al gobierno representativo, á saber, la publicidad de la discusion y la libertad de imprenta: prohibia la primera el artículo 80, en que se prescribia que las sesiones de córtes no fuesen públicas, y se diferia el goce de la segunda á los dos años despues de planteada la Constitucion, aun entonces limitada á los escritos que no fuesen periódicos. Por lo demás contenia principios saludables, cuya ejecucion hubiera sin duda preparado el país para mayores mejoras; la disminucion de mayorazgos; la supresion del tormento, y la publicidad en los procesos criminales. Con estas reformas y con aquellos defectos, á haber nacido de un principio legítimo hubiera sido ciertamente, tal como era aquella Constitucion, beneficiosa á España, atendidas las costumbres y los escasos conocimientos del derecho constitucional que entonces se tenian. Mas, sobre estar cimentada en la base de todo punto anti-española, y por lo tanto inadmisible siempre, de una dinastía extranjera; y sobre hacerla á todas luces ilegal y nula el ser obra de un soberano extranjero, de diputados elegidos por una autoridad extranjera, y hecha en lugar que no pertenecia á España, cometióse el absurdo de poner como artículo constitucional que habria perpetua alianza ofensiva y defensiva, marítima y terrestre, entre España y Francia: manera singular é inaudita de ligar perpetuamente una nacion á otra.

Con respecto á la libertad de que pudieran disfrutar los diputados españoles para discutir, modificar y firmar aquella Constitucion, ni los mismos que en defensa propia afirman haberla tenido ilimitada nos lo pueden persuadir, ni alcanzamos que pueda nadie convencerse de que en Bayona, en presencia de Napoleon, siendo él quien habia dictado y propuesto el código y convocado la asamblea, todo sometido allí al influjo irresistible de su poder y de su voluntad, pudiera haber libertad en unos pocos españoles, una vez llevados allí por su mala estrella, para contrariar sus resoluciones, ni aun para intentar alterarlas ó modificarlas sino en lo que él consintiera y permitiera. Es pues de suponer, para consuelo de todo el que abriga sentimientos españoles, que si algunos firmaron con gusto la Constitucion en Bayona, los mas suscribirian forzados por la situacion en que por error ó impremeditacion se habian colocado.

En tanto que la Constitucion se discutia, escribió Fernando VII á Napoleon desde Valencey la carta siguiente: «Señor: hẹ recibido con sumo gusto la carta de V. M. I.

á V. M. I. y R. que despues de leida se digne presentarla á Su Majestad Católica. Una mediacion tan respetable nos asegura que será recibida con la cordialidad que deseamos. Señor, perdonad una libertad que nos tomamos por la confianza sin límites que V. M. I. y R. nos ha inspirado, y asegurado de nuestro afecto y respeto, permitid que yo renueve los mas sinceros é invariables sentimientos con los cuales tengo el honor de ser, Señor, de V. M. I. y R su mas humilde y muy atento servidor.-FERNANDO.-Valencey, 22 junio de 1808.»> En la carta á José Bonaparte que acompañaba á esta le felicitaba Fernando por su traslacion del reino de Nápoles al de España, reputando feliz á esta nacion por ser gobernada por quien habia mostrado ya su instruccion práctica en el arte de reinar; añadiendo que tomaba tambien parte en las satisfacciones de José, porque se consideraba miembro de la augusta familia de Napoleon por haberle pedido una sobrina para esposa y esperar conseguirla. Esta carta fué leida en la asamblea por el presidente en la sesion del dia 30. Y á estas dos acompañó otra de los principales personajes que constituian la comitiva de Fernando, prestando juramento de fidelidad al rey José, y concebida en los humildes términos siguientes:

«Señor: todos los españoles que componen la comitiva de Sus Altezas Reales los príncipes Fernando, Cárlos y Antonio, noticiosos por los papeles públicos de la instalacion de la persona de V. M. C. en el trono de la patria de los exponentes, con el consentimiento de toda la nacion, procediendo consecuentes al voto unánime, manifestado al emperador y rey en la nota adjunta, de permanecer españoles sin substracrse de sus leyes en modo alguno, antes bien queriendo siempre subsistir sumisos á ellas, consideran como obligacion suya muy urgente la de conformarse con el sistema adoptado por su nacion, y rendir como ella sus mas humildes homenajes á V. M. Católica, asegurándole tambien la misma inclinacion, el mismo respeto y la misma lealtad que han manifestado al gobierno anterior, de la cual hay las pruebas mas distinguidas: y creyendo que esta misma fidelidad pasada será la garantía mas segura de la sinceridad y de la adhesion que ahora manifiestan, jurando como juran obediencia á la nueva constitucion de su país, y fidelidad al rey de España José I.

>>La generosidad de V. M. C., su bondad y su humanidad, les hacen esperar que considerando la necesidad que estos príncipes tienen de que los exponentes continúen sirviéndoles en la situacion en que se hallan, se dignará V. M. C. confirmar el permiso que hasta ahora han tenido de S. M. I. y R. para permanecer aquí; y asimismo continuarles por atencion á los mismos príncipes con igual magnanimidad el goce de los bienes y empleos que tenian en España, con las otras gracias que á peticion suya les tiene concedidas S. M. I. y R., hermano augusto de V. M. C., y constan de la adjunta nota que tienen el honor de presentar á los piés de V. M. C. con la mas humilde súplica.

>>Una vez asegurados por este medio de que sirviendo á Sus Altezas Reales serán considerados como vasallos fieles de Vuestra Majestad Católica y como españoles verdaderos, prontos á obedecer ciegamente la voluntad de V. M. C. hasta en lo mas mínimo, si les quisiese dar otro destino participarán completamente de la satisfaccion de todos sus compatriotas, á quienes debe hacer dichosos para siempre un monarca tan justo, tan humano y tan grande en todo sentido como V. M. C.

«Ellos dirigen á Dios los votos mas fervorosos y unánimes | España de primera clase, teniente general de los reales ejércipara que se verifiquen estas esperanzas, y para que Dios se tos, y capitan de guardias de corps. digne conservar por muchos años la preciosa vida de V. M. C. En fin, con el mas profundo y mas sincero respeto, tienen el honor de ponerse á los piés de V. M. C. sus mas humildes servidores y fieles súbditos en nombre de todas las personas de la comitiva de los príncipes.-EL DUQUE DE SAN CARLOS. -DON JUAN ESCOIQUIZ.-EL MARQUÉS DE AYERBE. --EL MARQUÉS DE FERIA.-DON ANTONIO CORREA.-DON PEDRO MACANAZ.-Valencey 22 de junio de 1808 (1).»

Pero á todos se habia anticipado otro individuo de la real familia, el arzobispo de Toledo, cardenal Borbon, que ya con fecha 22 de mayo habia escrito á Napoleon la extraña y singular carta siguiente: «Señor: la cesion de la corona de España que ha hecho á V. M. I. y R. el rey Cárlos IV mi augusto soberano, y que han ratificado SS. AA. el príncipe de Asturias y los infantes don Cárlos y don Antonio, me impone, segun Dios, la dulce obligacion de poner á los piés de V. M. I. y R. los homenajes de mi amor, fidelidad y respeto. Dígnese V. M. de reconocerme por su mas fiel súbdito y comunicarme sus órdenes soberanas para experimentar mi sumision cordial y eficaz.-Dios guarde á V. M. I. y R. muchos años para bien de la Iglesia y del Estado-Toledo 22 de mayo de 1808. Señor, á L. P. de V. M. I. y R. su mas fiel súbdito Luis de Borbon, cardenal de Escala, arzobispo de Toledo.>>

Dejamos al buen juicio de nuestros lectores las reflexiones que naturalmente les sugerirá tan lamentable correspondencia.

En el mismo dia 7 en que se juró en Bayona la Constitucion nombró José su ministerio (2). Los ministros nombrados fueron: de Estado, don Mariano Luis de Urquijo; de Negocios extranjeros, don Pedro Cevallos; del Interior, don Gaspar Melchor de Jovellanos; de Indias, don Miguel José de Azanza; de Marina, don José de Mazarredo; de Hacienda, el conde de Cabarrús; de Gracia y Justicia, don Sebastian Piñuela; y confirmado para el de la Guerra, don Gonzalo O'Farril. A todos estos personajes los conocemos ya en la historia; á los mas como ministros de Cárlos IV, y á algunos que lo habian sido tambien de Fernando VII. Aunque el nombramiento de Jovellanos apareció como los demás en la Gaceta de Madrid, la verdad es que él no le habia aceptado. En su retiro de Jadraque, donde permanecia desde que por decreto de Fernando VII fué sacado de su destierro y prision de Mallorca, á fin de recobrar su salud y reponerse de sus padecimientos, habia sido ya antes buscado por Murat, el cual no logró su empeño de traerle á Madrid, excusándose Jovellanos con su mal estado de alma y de cuerpo. Posteriormente José Bonaparte le excitó á que fuese á sosegar la sublevacion de Asturias: despues los españoles afiliados á la causa de aquel, algunos de ellos amigos suyos de antes, le instaban y acosaban para que admitiera el ministerio que José le tenia destinado: á todo se negó resueltamente aquel ilustre patricio, manifestándose adicto á la causa que simbolizaba el movimiento popular. que para él era la causa de la lealtad y del honor. A pesar de todo se hizo su nombramiento y se publicó sin consentimiento suyo: que fué compromiso del cual solo su conducta pura é intachable le pudo salvar.

Hizo igualmente José aquel mismo dia varios otros nombramientos y provisiones de empleos. Confirmó al duque del Infantado en el de coronel de reales guardias de infantería española, y al príncipe de Castelfranco en el de la guardia walona; en el de capitan de guardias de corps al duque del Parque; concedió al conde de Santa Coloma la gracia de gentilhombre de cámara con ejercicio; la de montero mayor al conde de Fernan Nuñez; al duque de Hijar la de gran maestre de ceremonias; confirmó al marqués de Ariza en su empleo de sumiller de corps; y á don Cárlos de Saligny, duque de San German, baron del imperio francés, le hizo grande de

Arreglado ya el personal del gobierno y el de palacio, determinó José, de acuerdo con Napoleon, hacer su entrada en España, confiando uno y otro en que algunos triunfos militares que las armas francesas habian conseguido sobre los inSurrectos españoles, como veremos despues, le habian de facilitar el poder llegar hasta Madrid sin obstáculo. Salieron pues de Bayona el 9 de julio. Napoleon se despidió de su hermano en Bidart, y José continuó su viaje, rodeado, no de franceses, sino de españoles, en lo cual obró con política. En el puente de Bidasoa, á la entrada de Irun, en San Sebastian, Tolosa y demás pueblos del tránsito hasta Vitoria, le esperaban las autoridades y corporaciones para cumplimentarle. En Vitoria habia sido proclamado la víspera de su entrada, y allí dió el siguiente manifiesto á los españoles:

«Don José Napoleon por la gracia de Dios y por la Constitucion del Estado rey de España y de las Indias. «ESPAÑOLES : Entrando en el territorio de la nacion que la Providencia me ha confiado para gobernar, debo manifestarla mis sentimientos.

>>Subiendo al trono, cuento con almas generosas que me ayuden á que esta nacion recobre su antiguo esplendor. La Constitucion, cuya observancia vais á jurar, asegura el ejercicio de nuestra santa religion; la libertad civil y política; establece una representacion nacional; hace revivir vuestras antiguas córtes, mejor establecidas ahora; instituye un senado, que siendo el garante de la libertad individual, y el sosten del trono en las circunstancias críticas, será tambien, por su propia reunion, el asilo honroso con cuyas plazas se verán recompensados los mas eminentes servicios que se hagan al Estado.

>>Los tribunales, órganos de la ley, imparciales como ella. misma juzgarán con independencia de todo otro poder.-El mérito y la virtud serán los solos títulos que sirvan para obtener los empleos públicos.-Si mis deseos no me engañan, pronto florecerán vuestra agricultura y vuestro comercio, llbre para siempre de trabas fiscales que le destruyen.-Queriendo reinar con leyes, seré el primero que enseñe con mi ejemplo el respeto que se les debe.-Entro en medio de vosotros con la mayor confianza, rodeado de hombres recomendables, que nada me han ocultado de cuanto han creido que es útil para vuestros intereses.-Pasiones ciegas, voces engañadoras, é intrigas del enemigo comun del continente, que solo trata de separar las Indias de la España, han precipitado algunos de vosotros á la mas espantosa anarquía: mi corazon se halla despedazado al considerarlo; pero mal tamaño puede

cesar en un momento.

>>Espanoles: reuníos todos; ceñíos á mi trono; haced que disensiones intestinas no me roben el tiempo, ni distraigan los medios que únicamente quisiera emplear para vuestra felicidad. Os aprecio bastante para no creer que pondreis de vuestra parte cuantos medios hay para alcanzarla; y este es mi mayor deseo. Vitoria 12 de julio de 1808.-Firmado, Yo EL REY.-Por S. M. su ministro secretario de Estado, Mariano Luis de Urquijo (3).»

Así en Vitoria, donde permaneció dos dias, como en Miranda, Bribiesca, Burgos, Aranda y otras poblaciones por donde mas ó menos rápidamente pasó, recibíanle las autoridades y ayuntamientos con obsequios y festejos de oficio, con músicas y fuegos artificiales, y en algunas partes con arcos de triunfo. Contrastaban estos agasajos oficiales y forzados, naturales y precisos en pueblos ocupados y dominados por fuerzas francesas, con la frialdad glacial, ó mejor dicho, con el disgusto que no podia menos de advertir en todos los que no ejercian cargos públicos, por mas que él se esforzaba por hacerse aceptable, mostrando una amabilidad que ciertamente no le era violenta. No podia suceder de otro modo, dominando en aquellos oprimidos pueblos el mismo espíritu patriótico y anti-francés que en el resto de la nacion, alzada toda, donde

(1) Estas cartas se publicaron en el Monitor de Paris, y en la Colec- quiera que la fuerza extranjera no la ahogaba, y donde quiera

cion de Llorente.

(2) No el 4, como dice Toreno; al menos con aquella fecha aparecen expedidos todos los decretos de nombramiento que se insertaron en la Gaceta de Madrid del 13.

que el sentimiento nacional habia tenido un respiro para po

(3) Gaceta de Madrid del 16 de julio.

der significarse, aun venciendo dificultades y sosteniendo choques sangrientos. Y todavía la Gaceta de Madrid (triste testimonio de lo que se puede fiar en los anuncios oficiales!) presentaba el viaje del rey José como el de un monarca deseado, á cuya presencia enloquecian de júbilo los pueblos españoles.

Sin dificultad llegó el 20 de julio á las puertas de la capital. Era ciertamente el camino para él mas desembarazado, escalonadas anticipadamente en toda aquella carrera las tropas francesas por órden de Napoleon. Su entrada en Madrid fué tambien, como era de esperar, fria y silenciosa por parte

del pueblo, por mas que el Consejo de Castilla hubiera mandado solemnizarla con colgaduras, luminarias y gala de corte por tres dias. Solitarias y casi desiertas las calles, poco adornados y vacíos de gente los balcones, solo los franceses establecidos en Madrid acompañaban el estruendo de la artillería y el ruido de los caballos de la comitiva con algunos vivas al rey José, interrumpidos con algunos á Fernando VII que á distancia y como á hurtadillas se dejaban sentir: recibimiento que por estas circunstancias semejaba y recordaba el que cerca de un siglo antes habia hecho el pueblo de Madrid al archiduque Cárlos de Austria, que se titulaba rey de Espa

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la Gaceta de Madrid para su conocimiento y observancia la Constitucion hecha en Bayona, llevando al pié las firmas de todos los que la habian suscrito (2). Solo el Consejo de Casti

(2) Eran estas las que siguen: Miguel José de Azanza; Mariano Luis de Urquijo; Antonio Ranz Romanillos; José Colon; Manuel de Lardizabal; Sebastian de Torres; Ignacio Martinez de Villela; Dominto Cerviño; Luis Idiaquez; Andrés de Herrasti; Pedro de Porras; el príncipe de Castelfranco; el duque del Parque; el arzobispo de Burgos; Fr. Miguel de Acebedo, vicario general de San Francisco; Fr. Jorge Rey, vicario general de San Agustin; Fr. Agustin Perez de Valladolid, general de San Juan de Dios; F. el duque de Frias; F. el duque de Hijar; F. el conde de Orgaz; J. el marqués de Santa Cruz; V. el conde de Fernan Nuñez; M. el conde de Santa Coloma; el marqués de Castellanos; el marqués de Bendaña; Miguel Escudero; Luis Gainza; Juan José María de Yandiola; José María Lardizabal; el marqués de Monte-Hermoso, conde de Taviana; Vicente del Castillo; Simon Perez de Cevallos; Luis Saiz; Dámaso Castillo

ña con el nombre de Cárlos III, y puede decirse con seguri- | don Pablo Arribas. Al dia siguiente se comenzó á publicar en dad que no era entonces la opinion tan compacta y unánime en favor de Felipe V, como lo era en favor de Fernando VII. José tomó posesion del Palacio real, donde los dias siguientes recibió en corte á todos los altos funcionarios del Estado, consejos y tribunales, generales y oficiales franceses y españoles de la guarnicion, y señalóse el dia 25 para su solemne proclamacion en Madrid y en Toledo, teniendo presente para la eleccion de este el ser el de Santiago, patron de España. El ceremonial se dispuso y ejecutó con la misma pompa, suntuosidad y aparato que si el proclamado fuera un rey de derecho legítimo, y hubiera de ocupar perdurablemente un trono que en aquellos mismos momentos estaba siendo combatido en todos los ángulos de España, con pocas mas excepciones que el casco de la capital. La proclamacion oficial fué ostentosa, llevando el pendon real y haciendo de alférez mayor el conde de Campo Alange, á quien luego dió el nuevo rey la grandeza de España. Pero al pueblo no fué posible alegrarle, aunque se le franquearon gratuitamente los tres teatros, y se expendieron cuantiosas sumas de limosna á los pobres de ambos sexos del bolsillo del proclamado monarca. En aquel mismo dia organizó este con arreglo á la Constitucion el nuevo Consejo de Estado (1), y nombró superintendente general de policía de Madrid y su rastro al consejero

(1) Los nombrados fueron: el marqués de las Amarillas, don Ignacio Muzquiz, don Manuel de Lardizabal, don Ramon de Posada y Soto, don José García de Leon y Pizarro, don Ignacio Martinez de Villela, don Manuel Romero, don Antonio Ranz Romanillos, don Estanislao de Lugo, don Pablo de Arribas, don Francisco Angulo, don Juan Antonio Llorente, y don Antonio de la Cuesta y Torre.

Larroi; Cristóbal Cladera; José Joaquin del Moral; Francisco Antonio Cea; José Ramon Milá de la Roca; Ignacio de Tejada; Nicolás de Herrera; Tomás la Peña; Ramon María de Adurriaga; don Manuel de Pelayo; Manuel María de Upategui; Fermin Ignacio Benona; Raimundo Etenhard y Salinas; Manuel Romero; Francisco Amorós; Zenon Alonso; Luis Melendez; Francisco Angulo; Roque Novella; Eugenio de Sampelayo; Manuel García de la Prada; Juan Sofer; Gabriel Benito de Orbegozo; Pedro de Isla; Francisco Antonio de Echaque; Pedro Cevallos; el duque del Infantado; José Gomez Hermosilla; Vicente Alcalá Galiano; Miguel Ricardo de Alava; Cristóbal de Góngora; Pablo Arribas; José Garriaga; Mariano Agustin; el almirante marqués de Ariza y Estepa; el conde Castel- Florido; el conde de Noblejas; mariscal de Castilla; Joaquin Javier Uriz; Luis Marcelino Pereira; Ignacio Muzquiz; Vicente Gonzalez Arnao; Miguel Ignacio de la Madrid; el marqués de Espeja; Juan Antonio Llorente; Julian de Fuentes; Mateo de Norzagaray; José Odoardo y Grandpre; Antonio Soto Premostratense: Juan Nepomuceno de Rosales;

lla y la sala de Alcaldes habian repugnado, aunque tímidamente, la publicacion, diciendo que seria una manifiesta infraccion de los derechos mas sagrados el que tratándose, no ya solo del establecimiento de una ley, sino de la extincion de todos los códigos legales y de la formacion de otros nuevos, se obligase á jurar su observancia antes que la nacion los reconociese y aceptase. Acuerdo tardío, y que no dejaba de ser extraño en quienes tan dóciles se habian mostrado antes en todo lo que iba evidentemente conduciendo á aquel estado de cosas.

Instalado ya José Bonaparte, con mas ó menos inseguridad, en el trono de España, y antes de trazar el cuadro que por este tiempo presentaba ya casi toda la monarquía ardiendo en guerra, principio y exordio de una grande y porfiada lucha entre el ejército invasor de un poder colosal, y un pueblo heróico que pugnaba por defender y conservar su independencia, conveniente será que demos á nuestros lectores una idea de los antecedentes, carácter y prendas del soberano que acababa de ceñir la corona de Castilla, impuesto á los españoles por el gran dominador de Europa de la manera y por los medios tortuosos que hemos visto. La imparcialidad histórica lo prescribe así, por lo mismo que el pueblo español, llevado entonces de apasionadas impresiones, plausibles en el fondo, desfiguró de todo punto el carácter, y hasta el material retrato de aquel personaje.

José Bonaparte, hermano mayor de Napoleon, habia nacido, como él, en Ajaccio (Córcega), en 1768. Dedicado en sus primeros años por sus padres al estudio del derecho y á la carrera del foro, desempeñó despues un cargo en la administracion departamental de su país. Pero destinado luego á ser el sosten de la familia, empleóse algun tiempo en el comercio de Marsella, donde casó con la hija de uno de los mas ricos negociantes de aquella ciudad. Acompañó mas adelante á su hermano en calidad de comisario en su primera campaña de Italia. Al compás que se elevaba Napoleon, se elevaba tambien José. En nuestra historia le hemos visto de embajador en Roma, cuando estalló allí la revolucion en que se proclamó la república, y en que fué muerto á manos del pueblo el general francés Duphot, de cuyos acontecimientos nos dió minuciosa cuenta nuestro embajador don Nicolás José de Azara. Vímosle mas adelante miembro del Consejo de los Quinientos en Paris, trabajando como tal en los sucesos que prepararon el 18 brumario. Tomó luego asiento en el Senado. Hémosle visto tambien de embajador plenipotenciario en varios congresos de Europa, en cuyo concepto era casi siempre el que á nombre del gobierno consular francés firmaba los tratados de paz, como lo hizo con el de Luneville, con el de Amiens y otros. Cuando el famoso proyecto de desembarco en Inglaterra, Napoleon hizo á José ceñir la espada, dándole un mando militar; mas ni le llamaba su inclinacion á esta carrera, ni desplegó nunca talento de guerrero. Así, cuando despues de haber rehusado la corona de Lombardía que su hermano le ofreció, se le vió ir mandando en jefe el ejército destinado á la conquista de Nápoles, advirtióse y se dijo que su mando era honorario, siendo el verdadero jefe militar el mariscal Massena. Con mas aficion, conocimiento y aptitud para el gobierno de los negocios públicos, no desmintió estas prendas en el del reino de Nápoles, á pesar de las turbaciones que no dejaron de agitar aquel estado en tanto que él le rigió.

De carácter afable el rey José; atento y cortés en el trato; bastante instruido; fácil, y aun elocuente en el decir, si bien mezclando en sus discursos y arengas, con palabras y frases españolas, otras extranjeras, especialmente italianas, que solian excitar la sonrisa de los que le oian, no escaso de talento; versado en negocios; no censurable en sus costumbres, y animado de buenos deseos é intenciones, reunia prendas para haberse captado la voluntad de los españoles, si no los hubiera cogido tan lastimados en su noble orgullo, si hubieran

el marqués de Casa-Calvo; el conde de Torre-Muzquiz; el marqués de las Hormazas; Fernando Calixto Nuñez; Clemente Antonio Pisador; don Pedro Larriba Torres; Antonio Saviñon; José María Tineo; Juan Mauri.

podido olvidar su ilegitimidad y la manera indigna y alevosa como les habia sido impuesto; si, lo que no era posible, España hubiera podido conformarse con el sacrificio de su dignidad. José en otras condiciones y con autoridad y procedencia mas legítima, por sus deseos y sus cualidades de príncipe | habria podido hacer mucho bien á España. Antes que nosotros, lo han reconocido y consignado así escritores españoles de mucha cuenta, y nada afectos á la dinastía ni á la causa de los Bonapartes (1). Pero era tal el aborrecimiento que la conducta de Napoleon habia inspirado al pueblo, que el vulgo, no viendo ni juzgando sino por la impresion del odio, solo veia en su hermano al usurpador y al intruso, y léjos de reconocer en él prenda alguna buena, figurábasele un hombre lleno de defectos y de vicios. Alguna propension suya á los deleites bastó para que se le supusiera y pregonara como entregado á la crápula, se propaló que se daba á la embriaguez, y la plebe le designó para denigrarle con el apodo de Pepe Botellas, pintándole en actitudes ridículas correspondientes á este vicio, y acabando por creerlo como verdad la generalidad de las gentes.

Aun siendo José agraciado de rostro, aunque sin la mirada penetrante y expresiva de su hermano, el odio popular llegó á desfigurar tanto su cuerpo como su alma, pintándole tuerto, y con este defecto físico se distribuian por todas partes retratos suyos, y se le hacia objeto de risibles farsas populares en las plazas y en los teatros: todo lo cual era acogido y celebrado por el vulgo con avidez, é influyó de tal modo en su descrédito y su desprestigio, que ayudó poderosamente á mantener vivo el odio á su persona y á su dinastía, y este espíritu fué un gran auxiliar para la lucha de armas que en este tiempo ardia ya viva por todas partes, como habremos de ver en el gran cuadro que en el siguiente libro comenzará á desplegarse á los ojos de nuestros lectores.

Pero cúmplenos todavía dar una idea mas completa del carácter y de las prendas de José Bonaparte; en lo cual sin duda diremos algo nuevo, ó por lo menos poco conocido de la generalidad de los españoles.

Tan pronto como José puso el pié en España, comenzó á acreditar que no era déspota ni sanguinario. Desde San Sebastian escribia el 10 de julio á Napoleon: «Aquí ha venido una diputacion de Santander á pedirme descargue á aquella ciudad de una contribucion de doce millones que le ha sido impuesta. Yo creo que no se debe imponer ninguna contribucion sin órden mia. Una ciudad entera no debe ser así castigada... De este modo no ganaremos nada en el espíritu del pueblo, y será imposible que las cosas salgan bien en una nacion como esta. ¿Es V. M. quien ha mandado exigir esta contribucion? ¿Estoy yo autorizado para disminuirla ó para relevar enteramente de ella á Santander, segun las circunstancias...?»-Y desde Vitoria, á los dos dias, dando una prueba evidente de su recto juicio y de que conocia su posicion, le decia: «He llegado á esta ciudad donde he sido proclamado ayer. El espíritu de los habitantes es muy contrario á todo esto... Nadie ha dicho hasta ahora toda la verdad á V. M. El hecho es que no hay un español que se me muestre adicto, á excepcion del corto número de personas que han asistido á la junta, y que viajan conmigo. Los demás, segun van llegando delante de mí á esta ciudad ó á otros pueblos, se esconden, espantados por la opinion unánime de sus compatriotas.» En Burgos fué aun mas explícito, retrató perfectamente su carácter, su despreocupacion y sus sentimientos humanitarios, escribiendo á Napoleon lo siguiente: «Parece, repito, que nadie os ha dicho la verdad exacta, y yo no debo ocultá

(1) Entre otros el conde de Toreno dice: «Comenzaremos por asentar con desapasionada libertad, que en tiempos serenos, y asistido de autoridad, si no mas legítima por lo menos de orígen menos odioso, no hubiera el intruso deshonrado el solio, mas sí cooperado á la felicidad de España.»-Historia de la Revolucion, lib. IV.-«Sentado en el trono sosegado de la Península, dice otro mas moderno historiador, hubiera sin duda labrado la felicidad de los españoles, si estos se hubieran conformado, como otros pueblos, con el sacrificio de su dignidad, y si en el odio que llegó Napoleon á inspirarles no hubieran envuelto á cuanto le pertenecia.»— Chao.

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