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julio) muy sigilosamente del convento de Capuchinos con ánimo y esperanza de sorprender la puerta del Cármen, los nuestros que no dormian, los dejaron aproximar sin dar señales de haberlo notado, y en el momento de dar el asalto rompieron de repente un fuego vivo dejando sin vida á los que tan confiados y ya tan seguros se creian. De cuantas sorpresas intentaron los sitiadores en el resto de aquel mes, en ninguna los encontraron desprevenidos. Antes bien, en una ocasion tuvieron los españoles la audacia de acercarse al Monte Torrero, mientras otros caian de rebato sobre el atrincheramiento francés, introduciendo en él la confusion, y volviendo á la ciudad con trofeos cogidos al enemigo y con señales inequívocas de que habian necesitado para ello de ímpetu y arrojo. Iguales y no menos arriesgadas salidas hacian por la parte del Ebro y del Gállego, y en varios reencuentros sacaron ventaja y ganaron reputacion de arrojados algunos jefes militares como Torres, Obispo, Estrada y Velasco, distinguiéndose entre ellos en los combates del 29 y 30 el coronel don Fernando Gomez de Butron, cuyos partes se publicaron en Gaceta extraordinaria.

de San Francisco y del hospital general, donde hubo escenas. terribles de espanto y de dolor. Tal vez no habrian ganado el Coso si la desgracia de haberse volado un repuesto de pólvora que cerca tenian los españoles no hubiera producido en estos cierto pavor y consternacion.

Entonces abandonaron los nuestros, siendo uno de los últimos Calvo de Rozas, la batería que enfilaba á la calle de Santa Engracia, y encamináronse con él al arrabal, decididos á rehacerse allí y tomando mas gente, volver á continuar la lucha, y prolongarla, si era posible, hasta la noche, dando así lugar á que vinieran los refuerzos que de fuera se esperaban. Porque en las primeras horas de aquella tarde, calculando Palafox que le faltarian gente y recursos para desalojar los enemigos, determinó romper á todo trance la línea enemiga, y salir á recorrer la comarca en busca de auxilios, no sin arrancar antes de sus paisanos promesa y palabra formal que le dieron de sostenerse hasta que él volviera. Siguiéronle á poco sus dos hermanos el marqués de Lazan y don Francisco, que llegaron al anochecer al pueblo de Osera. Entre tanto los vecinos que despavoridos huian del centro de la poblacion se Mas toda la importancia, todo el interés, todo el valor de agolpaban á tomar el puente de piedra, causando el apiñaestos combates parciales desaparece, ó por lo menos se debi-miento y la confusion muchas desgracias. En vano el comanlita ante la gran lucha que esperaba á los zaragozanos, y que dante de la puerta del Angel espada en mano intentó contener habia de poner á prueba y hacer célebre en el mundo su cons- la muchedumbre; los lamentos de las mujeres hacian inútil tancia, su patriotismo, su valor indomable. El bombardeo que su esfuerzo. Llegó en esto el teniente de húsares don Luciano se renovó el último dia de julio y los dos primeros de agosto Tornos, y mandando con resolucion volver los cañones del no fué sino como el preludio y la preparacion de otros dias de puente y de San Lázaro hácia la multitud, y tomando en la horror, de desolacion y de estrago por una parte, de arrojo y mano una mecha, amenazó ametrallarla si no retrocedia: á denuedo por otra. Los franceses habian construido un camino esta demostracion añadieron algunos eclesiásticos sus exhorcubierto desde el convento de San José por la orilla del Huer-taciones; el pueblo entonces se sobrepuso, reanimáronse los va hasta el punto llamado la Bernardona. El coronel de ingenieros Lacoste, ayudante de Napoleon, que llegó despues de los primeros ataques, les hizo ver que no eran aquellos puntos, sino el lado de Santa Engracia, por donde convenia embestir la ciudad. Con arreglo á su plan se colocaron hasta sesenta cañones, obuses y morteros, en siete baterías, algunas casi á tiro de pistola, todas á corta distancia de aquellas débiles tapias, que no muros, que delante tenian. En la mañana del 3 de agosto una lluvia de bombas y granadas, que hasta mas de seiscientas en tres horas contó el vigía de la Torre Nueva, cayó sobre el barrio situado entre Santa Engracia, el Cármen y el Coso, destrozando unas casas y desplomando otras. Muchas de ellas, ó por acaso, ó de propósito, fueron dirigidas y cayeron sobre el hospital general, lleno de enfermos, heridos, niños expósitos y dementes. Escena lastimosa y triste la de aquellos desgraciados, que, despavoridos y temblorosos, se levantaban y corrian desnudos, los que no yacian postrados, buscando cómo salvarse, sin atinar cómo ni dónde, y la de los caritativos vecinos que acudian á trasladar en hombros los que podian á sitio mas seguro. Así pasó aquel dia en horroroso estruendo, que hacia retemblar la ciudad y se dejaba sentir algunas leguas á la redonda.

espíritus, y todos volvieron con nuevo ardor al lugar de la pelea. Queriendo los franceses perseguir los paisanos hasta el puente que comunica con el arrabal, pero desconociendo las calles de la poblacion, en vez de tomar la de San Gil, metiéronse por la estrecha y tortuosa callejuela del arco de Cineja. Aprovechando aquella equivocacion los zaragozanos, en tanto que de todas las casas acribillaban á la encallejonada columna, arremetiéronla por los extremos y la destrozaron. En esto volvió Calvo del arrabal con seiscientos hombres de refresco; el anciano capitan Cerezo se presentó al frente de los suyos armado de espada y rodela, traje que caracteriza lo extraño de aquella lucha popular, y todos embistieron furiosamente por diversos puntos la calle del Coso en que acampaban los enemigos, lo cual unido á los disparos de carabina y de trabuco que les hacian desde las casas, los amedrentó de modo que tuvieron á bien guarecerse en los edificios del hospital general y San Francisco. Así sobrevino la noche. Imposible describir las hazañas personales de los zaragozanos en aquella ruda y espantosa pelea. «Zaragoza, dice el cronista de aquellos sitios, parecia un volcan, en el estrépito, en las convulsiones y en los encuentros rápidos con que donde quiera se luchaba y acometia. Todo era singular y extraordinario; unos por las casas, otros por las calles; en un extremo avanzando, en otro huyendo; cada cual, sin órden, formacion ni táctica, tenia que hacer frente donde quiera lo exigia el riesgo: franceses y españoles andaban mezclados y revueltos: rara cosa se hacia por consejo ú órden, y todo lo gobernaba el acaso..... Si el enemigo asaltaba una casa derribando alguna entrada por la calle del Coso, allí estaban luego los patriotas, que ejecutando lo mismo con las puertas de la espalda, ó entrando por las inmediatas, los cogian entre sus manos, clavándoles el acero en el pecho.....» Cánsase el citado cronista de citar nombres propios de los que mas por sus proezas se señalaron entre los valientes, que lo eran todos. ¿Pero qué mucho que lo fuesen los militares, como Renovales y Ferrer, los patricios ilustres como Calvo de Rozas, los eclesiásticos como don Santiago Sas, los monjes como Fr. José Garin, los hombres del pueblo como el tio Jorge, si lo eran tambien las mujeres, lo mismo de la humilde ó modesta clase como Casta Alvarez, que de la alta y noble como la condesa de Bureta, prima de Palafox (1)? En aquel dia de continuo y recio pelear fué heri

A la mañana siguiente (4 de agosto), despues de un simulado ataque á la Aljafería y puerta del Portillo, se descubre de repente la formidable batería de Santa Engracia; veintiseis piezas vomitan simultáneamente fuego contra el convento de este nombre, y casi todos sus defensores perecen entre sus ruinas: á las cinco horas quedan arrasadas todas las baterías de los zaragozanos; por dos anchas brechas que se han abierto se precipitan los franceses, atravesando el Huerva, é internándose en la poblacion. Síguense recios y personales combates, con valor desesperado, sostenidos entre cadáveres y escombros. En lo mas empeñado de la lucha hace el general Verdier llegar á manos de Palafox la siguiente lacónica propuesta: Paz y capitulacion. El caudillo de los zaragozanos le responde sin vacilar: Guerra á cuchillo. Respuesta digna de los tiempos heróicos de Lacedemonia. Sigue la sangrienta lid, y pisando por encima de cadáveres avanzan los franceses llenos de orgullo hasta la calle del Coso. ¡Confianza temeraria! Una batería levantada precipitadamente hace tal estrago en los que en ella iban á desembocar, que renunciando á penetrar de frente, tienen que dirigirse por calles laterales y estre-do el mismo general Verdier. chas, y sufrir un fuego horroroso á quemaropa de todas las casas, y hasta lograr entrar en ella y apoderarse del convento

(1) Con razon dice un historiador nuestro: «Debieron haberse eter

con el corazon lacerado, mostrando la mas honda tristeza en su semblante, y humillados hasta el extremo por verse precisados á retroceder ante soldados á quienes tenian en poco (2).» La division de Valencia los fué siguiendo hasta los confines de Navarra.

No quedó defraudada la confianza del pueblo en su querido, Navarra, «caminando las tropas, dice un historiador francés, caudillo Palafox. En su busca, y con objeto de enterarle de la situacion en que las cosas quedaban, y de estimularle si necesario era, habia salido, ya tarde, Calvo de Rozas. Tambien fué allá, llevado de un fin semejante, el tio Jorge. Encontráronle en Villafranca de Ebro. No habia sido infructuosa su expedicion. Tropas llegadas de Cataluña se reunian en Osera, y además un cuerpo de cinco mil hombres procedente de Valencia pisaba ya el territorio aragonés. En el acto despachó Palafox, y aquella misma noche entraron en Zaragoza como emisarios el teniente coronel Barredo y el tio Jorge, anunciando la próxima llegada de los refuerzos, con que se realentó el espíritu de aquellos heróicos defensores, y se callaron las hablillas de algunos descontentos y mal intencionados. Grande fué el entusiasmo, grande el ardor de los zaragozanos al ver en la madrugada del 5 entrar un cuerpo de quinientos guardias españolas conducido por el marqués de Lazan, enviado de vanguardia por su hermano, en tanto que él con el grueso de la fuerza hallaba medio de burlar la vigilancia del general Lefebvre, que mandaba otra vez en jefe despues de la herida de Verdier, y noticioso de los movimientos de Palafox se habia interpuesto para impedir su entrada, con la esperanza de destruirle con tal que le pudiera batir en campo abierto. Terrible fué tambien el dia 5 en Zaragoza. Los choques y reencuentros continuaron en cada plaza, en cada calle, en cada casa, hasta de balcon á balcon y de tejado á tejado, sin que en esta lid pudiera servir á los franceses la ventaja de la disciplina, y siendo de mucha para los nuestros la proteccion de las familias en cada casa cuya posesion se disputaba.

Así se pasaron los dias siguientes hasta el 8, que habiendo logrado Palafox cubrir con tres mil hombres de Huesca la altura de Villamayor que ocupaba, acertó á encubrir á Lefebvre su movimiento, y burlando su vigilante observacion, penetró con su refuerzo por las calles de Zaragoza, alumbrando un sol claro su entrada, y llevando su presencia la confianza y el júbilo á todos los corazones. Inmediatamente congregó un consejo de guerra, en el cual se resolvió continuar defendiendo la ciudad palmo á palmo con el mismo teson que hasta entonces, y en el caso de que el enemigo los fuera arrojando de cada barrio, cruzar el rio y defenderse en el arrabal hasta morir si fuera preciso. Resolucion que en gentes tales ya no puede admirarnos, y que se hubiera cumplido, pero que por fortuna hizo innecesaria el mal semblante que las cosas tomaron para los franceses. Llególes en aquellos dias la noticia de la gran victoria de nuestras armas sobre sus legiones en Bailen. Increible no obstante les parecia, hasta que recibieron órden de Madrid para levantar el sitio y replegarse á Navarra. Todavía los detuvo allí una contraórden comunicada por el general Monthion desde Vitoria. Pero el dia 11 (agosto) supieron la salida del rey José de Madrid, y el 13 recibió el sitiador la órden definitiva de retirarse. A tiempo fué en verdad, porque aquel mismo dia la division española procedente de Valencia, al mando del mariscal de campo Saint-March, corria á meterse en Zaragoza conducida en carros voluntariamente aprestados por los naturales del país. Al levantar Lefebvre el sitio voló los restos del monasterio de Santa Engracia, hizo lo mismo con los almacenes y otros edificios de Torrero, destruyó pertrechos de guerra, arrojó al canal mas de sesenta piezas de artillería (1), y la mañana del 14 emprendió la marcha hácia

nizado muchos nombres que para siempre quedaron allí oscurecidos, pues
siendo tantos y habiéndose convertido los zaragozanos en denodados guer
reros, su misma muchedumbre ha perjudicado á que se perpetúe su me-
moria.»-Toreno, Revolucion, lib. V.-Sin embargo, muchos de estos
nombres citó y dió á conocer Alcaide Ibieca en su Historia de los dos si-
tios, de que acaso no hubiera sido impropio hacer mencion en una His-
toria especial de la guerra de la Independencia; así como en esta que
escribimos no seria posible, sin desnaturalizar su índole, llenar el vacío
que el ilustre conde advierte, y que todo buen español debe sentir.
(1) A saber:

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Tal y tan glorioso remate tuvo el célebre sitio de Zaragoza en 1808, en que además de haber sido humilladas las águilas francesas por hombres en su mayor parte no acostumbrados al manejo del cañon ni de la espada, por soldados inexpertos y por labriegos y artesanos, pudo ver ya, no solamente Napoleon sino la Europa entera, de cuánto eran capaces hombres de tan duro temple y de corazon tan animoso. Excusado es ponderar el orgullo con que los zaragozanos vieron alejarse de los contornos de la ciudad los batallones imperiales que habian creido poder enseñorearse de ella en una noche, y marchaban con la vergüenza de no haberla podido dominar en dos meses de ruda y diaria pelea. En el júbilo de verse libres de enemigos no reparaban en que media ciudad quedara arruinada, y en que sus casas se hubieran hundido, ó humeara todavía en ellas el fuego. Su primer cuidado fué dar gracias al Todopoderoso y á la Vírgen del Pilar, objeto de su especialísima devocion, así como celebrar solemnísimas honras fúnebres por los que habian fallecido defendiendo la religion, la independencia y la libertad de la patria. Palafox, además de otras recompensas con que premió á los defensores de Zaragoza, creó un distintivo, que consistia en un escudo con las armas del rey y las de Aragon, y con el lema siguiente: Recompensa del valor y patriotismo (3).

No marchaban con mas prosperidad para la Francia los sucesos de la guerra de Cataluña. Los somatenes habian tomado en algunos puntos la ofensiva, y el castillo de San Fernando de Figueras que defendian cuatrocientos franceses se vió muy apurado y á punto de tener que capitular con aquellos, á no

Idem de á 12.

De diferentes calibres.

Además dejaron las siguientes piezas:

3 obuses en la huerta de Capuchinos.

2 morteros en el conejar de la Torre de Forcada.
4 obuses en la ribera derecha del Huerva.

3 35

29 cañones y un mortero en la batería levantada contra las tapias de Santa Engracia.-En la Casa Blanca se hallaron 56 cureñas de buen servicio.

(2) Thiers, Historia del Imperio, libro XXXI.

(3) En la citada Historia de los dos sitios de Zaragoza de don Agustin Alcaide Ibieca se inserta buen número de documentos relativos á este

primer sitio, proclamas, bandos, correspondencia de los jefes españoles entre sí, partes de los comandantes de los puestos etc., en que se dan curiosos pormenores sobre los muchos incidentes que diariamente ocurrian en aquel memorable asedio. Hay tambien un estado nominal de los heridos en la accion del 15 de julio llamada de las Eras; otro de las fuerzas francesas que, segun el general Foy, habia en España en mayo de 1808; un resúmen general de la fuerza y organizacion del ejército permanente español en la misma época; otro de las fuerzas que habia en Zaragoza á principios de junio, y otro de las que existian en todo el reino de Aragon

en 13 de agosto.

Además de lo que sobre este primer sitio de Zaragoza se lee en las historias españolas y francesas de la guerra de España contra Napoleon, y además de los diarios, gacetas, proclamas y manifiestos que se publicaron sobre este particular episodio, escribiéronse sobre él varios opúsculos, de los cuales se imprimieron algunos, y otros permanecieron inéditos; tales como la Campaña de verano del año 1808 en los reinos de Aragon y Navarra, por el marqués de Lazan; Defensa de Zaragoza, ó Relacion de los dos sitios, etc., por Manuel Caballero, que se tradujo al francés; Sucinta relacion de las obras ofensivas y defensivas que se han ejecutado durante el sitio de la ciudad de Zaragoza en el año 1808, por un oficial del cuerpo de ingenieros; Excesos de valor y patriotismo, ó Relacion de lo ocurrido en los dos sitios de Zaragoza, etc., por el Dr. don Miguel Perez y Otal: y otros varios que seria prolijo enumerar. De todos ellos hemos tomado lo mas que á nuestso juicio puede en una Historia general tener cabida; y aun, como observarán nuestros lectores, atendida la importancia de tan gloriosa lucha, le damos en nuestra Historia acaso mas extension de la que en rigor le corresponde por su naturaleza de general, y tanta por lo menos como en las particulares que sobre la guerra de la independencia se han escrito; lo cual hacemos en gracia de nuestros lectores, y esperamos por lo mismo que no lo habrán de mirar con desagrado.

haber sido tan oportunamente socorrido por el general Reille, que ahuyentó á los catalanes (5 de julio). Este mismo general intentó tomar por sorpresa á Rosas (11 de julio), uno de los puntos en que tenian su apoyo los insurrectos; pero vigorosamente rechazado de allí, sufrió á su regreso no poco descalabro en sus tropas, acosadas por los somatenes que acaudillaba el valeroso y práctico don Juan Clarós.

Mas la empresa de importancia que en este tiempo acometió el ejército francés de Cataluña fué la de Gerona. No podia Duhesme soportar la humillacion que el mes anterior habia sufrido ante los muros de esta plaza, y ansioso de volver por su honra y de vengar el agravio, salió de Barcelona al 10 de julio al frente de seis mil hombres, gran tren de artillería, escalas y aprestos de sitio, diciendo, á imitacion de César: El 24 llego, el 25 la ataco, el 26 la tomo, y la arraso el 27. Algo comenzaron á quebrantar su arrogancia las cortaduras que encontró en el camino hechas por los somatenes, las bajas que le hacian por retaguardia y flanco las partidas de don Francisco Milans y de los hermanos Besós de Guixols, y el fuego que del lado del mar le hacian una fragata inglesa y algunos buques catalanes. Quiso de paso rendir á Hostalrich, pero desistió en vista de la enérgica respuesta que dió su gobernador al general Goulas que intimó la rendicion (24 de julio). Llegó en efecto el 24, cumpliéndose así la primera parte de su pronóstico, delante de Gerona, donde se le incorporó, segun plan concertado, el general Reille con nueve batallones y cuatro escuadrones, procedentes de Figueras. A pesar de esto, no se cumplieron del mismo modo las otras partes del arrogante anuncio de Duhesme. Las operaciones de ataque se retrasaron: los catalanes tampoco habian estado ociosos: la junta general de Lérida se habia propuesto organizar los diferentes cuerpos que guerreaban, y alistar hasta el número de cuarenta mil hombres. La situacion de las Islas Baleares permitió enviar á Cataluña una expedicion de poco menos de cinco mil hombres al mando del marqués de Palacio que gobernaba á Menorca, la cual desembarcó en Tarragona (23 de julio), y con esto tuvo por conveniente la junta de Lérida trasladarse á aquel puerto é investir con la presidencia al de Palacio, declarándole capitan general del Principado. El desembarco de estas tropas, con un jefe acreditado á la cabeza, sirvió de núcleo, en derredor del cual se agruparon los destacamentos aislados y los oficiales y militares sueltos, al mismo tiempo que decidió á los que no lo habian hecho por falta de un centro respetable en que apoyarse. El nuevo capitan general destacó al coronel de Borbon conde de Caldagues, francés al servicio de España, á reforzar los somatenes del Llobregat, donde se le unió su caudillo el coronel Baguet, y otra columna envió á San Boy, donde tuvo lugar un encuentro con una partida que salió de Barcelona. Entre esta ciudad y Gerona solo estaba por los franceses el pequeño castillo de Mongat defendido por ciento cincuenta napolitanos: bloqueado por los somatenes que capitaneaba don Francisco Barceló, y combatido por mar desde la fragata Imperiosa de cuarenta y dos cañones, de que era capitan lord Cochrane, de los napolitanos que defendian el castillo unos desertaron y otros se rindieron (31 de julio). El general Lecchi, que mandaba en Barcelona con cuatro mil hombres, casi todos italianos, cobró tal miedo á los somatenes, al verlos ya acercarse á las puertas de la ciudad, ya en las alturas que dominan las calles, que temiendo cada dia una insurreccion dentro de la misma plaza, encerró sus tropas y todo su armamento y municiones en la ciudadela y en Monjuich. Entonces el marqués de Palacio dió órden á Caldagues para que en union con los somatenes marchase en socorro de los de Gerona.

Duhesme, á pesar del lacónico y jactancioso anuncio de llegar, atacar, tomar y arrasar la plaza, habia llevado las operaciones de sitio con una lentitud que formaba singular contraste con la prometida rapidez. Fuese falta de medios ú otra causa, es lo cierto que iban pasados mas de quince dias en solos preparativos, dando lugar á que de Bayona les fuera comunicada á los dos generales órden superior de suspender las operaciones ofensivas si hubieren comenzado. Picóse entonces el amor propio de Duhesme, y sintiendo retirarse con apariencias de haber estado ocioso cuando todo se hallaba listo |

para el ataque, á pesar de la órden intimó la rendicion á la plaza (12 de agosto). La junta respondió que estaba resuelta á arrostrarlo todo antes que faltar á la fidelidad de la causa nacional, y aquella noche rompieron los sitiadores el fuego dirigiendo las baterías incendiarias contra los bastiones de Santa Clara y San Pedro, y batiendo la mañana siguiente el castillo llamado, como el de Barcelona, de Monjuich. Asombraba á Duhesme y á Reille el poco efecto que hacian en los sitiados las baterías incendiarias, así como la prontitud con que reparaban y cubrian las brechas, guiados por los oficiales de Ultonia. Ya los sitiadores se preparaban á levantar el cerco en la mañana del 16; ya se veian tambien amenazados por las tropas de Caldagues, de Milans, de don Juan Clarós y demás que por órden del marqués de Palacio habian acudido de Martorell y se hallaban á la vista del campamento enemigo, cuando adelantándose á todos la guarnicion de Gerona, llena de ardimiento, y conducida por el coronel del segundo de Barcelona don Narciso de la Valeta, y por el mayor del regimiento de Ultonia don Enrique O'Donnell, hace una salida impetuosa de la plaza, se arroja sobre las baterías enemigas de San Daniel y San Luis, las incendia, arrolla al quinto batallon de la quinta legion de reserva, infunde el espanto en otros cuerpos, en la acometida muere entre otros el comandante francés de ingenieros Gardet, y regresa la guarnicion victoriosa á la ciudad

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Acabó este golpe de aterrar á los generales franceses, é hicieron lo que aun sin la órden de Bayona habrian tenido que hacer, que fué abandonar el sitio la noche del 16 al 17 de agosto, retirándose Reille sobre Figueras, y Duhesme sobre Barcelona. No se atrevió este á volver por el camino que habia llevado, y huyendo de los tiros de la marina y de las cortaduras que en aquel se habian hecho, metióse por la montaña, teniendo que dejar en aquellas asperezas la artillería de cam- · paña, despues de haber abandonado la de batir al levantar los reales. Así llegó á la capital del Principado con sus tropas hambrientas y fatigadas; y tal fué el término de la segunda expedicion de Duhesme contra Gerona, emprendida aun con mas confianza y con mas arrogancia que la primera, pero con éxito no menos desdichado (1).

Veamos lo que á este tiempo pasaba en otro extremo de la península española, en el vecino reino de Portugal, cuya causa era igual á la española, y al cual dejamos en el capítulo 24 del libro precedente, al ejemplo de España, animado con la proteccion de nuestras provincias fronterizas, y esperando apoyo y auxilio de Inglaterra. Protegiéronle los españoles, si no tanto como hubieran deseado, por lo menos todo lo que nuestra situacion interior permitia, socorriéndole con tropas auxiliares, ya de Galicia, ya de Extremadura. Una corta division enviada por la junta de esta última provincia al mando de don Federico Moreti para fomentar la insurreccion del Alentejo, unida á un cuerpo lusitano que comandaba el general Leite, fué acometida á las puertas de la ciudad de Evora por el general francés Loison, el hombre que por sus crueldades inspiraba mas odio y mas horror á los portugueses (2). No

(1) Dice Toreno que el número de los sitiadores ascendia á cerca de nueve mil. Nosotros creemos que era mayor, porque Duhesme llevó de Barcelona por lo menos seis mil, y la division de Reille no bajaba de cinco mil, segun nos dice el mismo general Foy, y en esto debe ser creido, en su Historia de la guerra de la Península, lib. VII.

(2) Llamábanle en el país Maneta, porque habia perdido un brazo, y aborrecíanle principalmente por sus ejecuciones en Caldas.

haber celebrado con toda solemnidad el aniversario del natalicio de Napoleon. Aunque habia en Portugal ventiseis mil franceses, estaban tan diseminados que para el dia 20 solo pudo reunir sobre doce mil combatientes útiles (3), que distribuyó en tres divisiones: mandaba la primera el general Delaborde, la segunda Loison, y la tercera Kellermann: guiaban la caballería y artillería Margaron y Taviel. El ejército

le costó trabajo vencer y dispersar un conjunto de paisanos armados y de soldados inexpertos, si bien los que se refugiaron dentro de la ciudad opusiéronle mas recia y formal resistencia, pero arrollados tambien en las calles, vengóse el francés en entregar la poblacion á merced de los soldados que se dieron libremente por espacio de dos horas al saqueo y á la matanza. Mayor y mas eficaz fué el auxilio que Portugal recibió de inglés era mayor; habíansele incorporado cuatro mil hombres Inglaterra.

El gobierno británico que ya desde el 4 de julio habia publicado una declaracion oficial renovando los antiguos vínculos que habian unido á Inglaterra y España (1), y que desde el principio de la insurreccion habia ofrecido auxilios á los diputados de Asturias y Galicia enviados á Lóndres, dispuso ahora que la expedicion naval preparada antes del alzamiento de España contra nuestras Américas, fuerte de diez mil hombres, que se hallaba en el puerto de Cork, se dirigiese á Portugal, como lo verificó, tomando tierra en la bahía de Mondego. Mandábala el teniente general sir Arturo Wellesley, conocido despues con el título de Wellington (2). Habian de reunírsele las tropas del general Spencer, enviadas á Cádiz y al Puerto de Santa María á disposicion de la junta de Sevilla, por el gobernador de Gibraltar sir Hew Dalrymple; y además un cuerpo de otros diez ú once mil hombres, procedente de Suecia, á las órdenes de sir John Moore; de modo que el ejército inglés de Portugal debia formar un total de mas de treinta mil hombres con artillería y caballería. Pero al propio tiempo se le anunció que iria á mandar en jefe el ejército sir Hew Dalrymple, haciendo de segundo sir Harry Burrard, tocándole á él quedar de tercero como el mas moderno de los generales. Mas aunque esto le fuese desagradable, como quiera que se le autorizó para emprender las operaciones, estimulado de la emulacion y del deseo de gloria, determinó abrir inmediatamente la campaña, y así apenas se le juntó Spencer se puso en marcha hácia Lisboa (9 de agosto) por Leiria, donde encontró al general portugués Freire con seis mil infantes y seiscientos caballos, y tomando de esta division sobre mil seiscientos portugueses, prosiguió su ruta y avanzó hasta Caldas, donde llegó el 15 de agosto.

Compréndese cuánto alegraria y cuánto realentaria á los portugueses el desembarco y la entrada de tan numerosos auxiliares y cuánto alarmaria á Junot y á los franceses, precisamente cuando los traian ya tan inquietos las noticias de la frustrada expedicion de Moncey á Valencia, de la derrota de Dupont en Bailen, y la salida del rey José de Madrid y su retirada al Ebro. Creyó necesario Junot ponerse á la cabeza de su ejército y salir al encuentro de los ingleses, despues de dar sus instrucciones á otros generales y de disponer lo conveniente para la seguridad y tranquilidad de Lisboa. Mas no pudo evitar que el general Delaborde, que saliendo de Lisboa habia reunido cinco mil hombres, fuera batido en la madrugada del 17 (agosto) delante de la Roliza por el ejército inglés; accion en que si bien los franceses pelearon y se condujeron con bizarría, dió mucho aliento é infundió gran confianza á los soldados de la Gran Bretaña, y fué el principio de la fama y reputacion de sir Arturo Wellesley en la península ibérica. Junot no salió de Lisboa hasta el 15 de agosto despues de

(1) Habiendo S. M., decia este documento, tomado en consideracion los esfuerzos de la nacion española para libertar su país de la tiranía de la Francia, y los ofrecimientos que ha recibido de varias provincias de España de su disposicion amistosa hácia este reino; se ha dignado mandar y manda por la presente, de acuerdo con su consejo privado:

>1.° Que todas las hostilidades contra España de parte de S. M. cesen inmediatamente.

$2.° Que se levante el bloqueo de todos los puertos de España, á excepcion de los que se hallan todavía en poder de los franceses...>> Seguian otros tres artículos en el mismo espíritu y sentido.

(2) Era sir Arturo natural de Irlanda, hermano del marqués de Wellesley, gobernador general de la India, á cuyas órdenes se habia distinguido en un mando militar. Estuvo despues á la cabeza de una brigada en la corta campaña de Copenhague, que le valió ser promovido al grado de teniente general. Formó parte del ministerio en calidad de secretario de Estado de Irlanda, y estaba adherido por sus opiniones políticas al sistema de gobierno de Pitt. Era reputado en Inglaterra por hombre de gran resolucion. Tenia cuarenta años y era de complexion robusta. TOMO V

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que desembarcaron en Maceira, y estaban para llegar del Báltico los once mil que conducia sir John Moore. Muy superior al francés en número, y no inferior en artillería, solamente en caballería era muy escaso, pues solo tenia doscientos dragones ingleses y doscientos cincuenta jinetes del país. Por lo mismo sir Arturo Wellesley escogió para esperar al enemigo una posicion escabrosa en Torres-Vedras, en que hubiera poca necesidad de caballería y no pudiese tener esta ventaja su contrario. Supo entre tanto haber arribado á la rada de Maceira sir Harry Burrard, y pasó á avistarse y conferenciar con él. Queria Burrard que se suspendiese todo combate hasta que llegaran los once mil hombres de Moore, y que Wellesley permaneciese en tanto con su ejército en la posicion de Vimeiro. Mas por fortuna de este, Junot á quien no convenia dar tiempo á que se juntasen todas las fuerzas británicas, resolvió atacar cuanto antes en Vimeiro á los ingleses.

El 21 por la mañana se divisaron los franceses viniendo de Torres-Vedras, y pronto se empeñó un rudo y recio combate, rompiéndolo Delaborde, siguiéndole á poco Loison, y por último Kellermann, con su reserva. Al cabo de algunas horas de lucha, los franceses llevaban perdidos mil ochocientos hombres con tres piezas de artillería, muerto el general de brigada Solignac, y heridos los coroneles de artillería Prost y Foy. Los ingleses tuvieron ochocientas bajas. Aquellos se retiraron á una línea casi paralela á la de estos. Wellesley hubiera querido perseguirlos, pero Burrard á quien correspondia el mando en jefe y habia llegado al campo durante el combate, insistió en que no se persiguiera al enemigo hasta la llegada de Moore: pudo la determinacion ser hija de la prudencia, pero muchos la han atribuido á celosa rivalidad. Es lo cierto que Junot tuvo tiempo para retirarse á Torres-Vedras sin ser incomodado. Al dia siguiente (22 de agosto), sin dejar de continuar su movimiento de retirada hácia Lisboa, celebró consejo de generales, en que se acordó abrir negociaciones con los ingleses por medio de Kellermann, porque el país se levantaba en masa contra ellos, Lisboa estaba débilmente guarnecida, y los ingleses esperaban un refuerzo considerable.

Ya no era sir Harry Burrard, sino sir Hew Dalrymple, que acababa de desembarcar, el que mandaba el ejército británico cuando llegó Kellermann á proponer el armisticio. Mas no conociendo aquel la situacion ni del ejército ni del país, encargó á sir Arturo Wellesley que se entendiera con el general francés. Conferenciaron en efecto los dos, y convinieron en un arreglo bajo las bases siguientes: 1. Que el ejército francés evacuaria el Portugal, y seria trasportado á Francia con su artillería, armas y bagajes: 2." que á los franceses establecidos en Portugal no se les molestaria por su conducta política, y los que quisieran podrian retirarse á su país en un plazo dado: 3. que la escuadra rusa permaneceria en el puerto de Lisboa como un puerto neutral, y cuando quisiera darse á la vela no se la perseguiria sino trascurrido el término fijado por las leyes marítimas. Trazóse una línea de demarcacion entre los dos campos, y las hostilidades no podrian romperse sino avisándose con cuarenta y ocho horas de anticipacion. Todas estas condiciones servirian de bases para una convencion definitiva. En tanto que esta se hacia, Junot regresó á Lisboa, donde encontró la agitacion que era natural produjeran tales

sucesos.

(3) Segun el general Foy, que entonces mandaba como coronel una batería de diez piezas en la division de reserva, las marchas de julio habian causado derca de 3,000 bajas, especialmente en los hospitales; 5,600 hombres guarnecian las plazas de Almeida, Elvas, Palmela, Peniche y Santaren: 2,400 habia en Lisboa: 1,000 en la flota guardando los españoles prisioneros en los pontones y cuidando los buques: 3,000 repartidos en los fuertes á las dos riberas del Tajo.-Historia de la guerra de España, libro VIII.

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agosto de 1808 en aquella España que tan precipitadamente habíamos invadido, y cuya conquista habíamos creido tan fácil. En el Mediodía lo habíamos perdido todo, despues de dejar prisionero uno de nuestros ejércitos. A consecuencia de este descalabro habíamos abandonado á Madrid, interrumpido el sitio de Zaragoza... y retrocedido sobre Tudela, y la única division que no habia evacuado la provincia cuya ocupacion se le encomendara, á saber, el reino de Cataluña, habíase vis

Todavía se pusieron muchos obstáculos y dificultades al | proyecto de acomodamiento, entre ellas la de negarse el almirante Cotton á reconocer la neutralidad del puerto de Lisboa para los rusos. No solo estuvieron á punto de romperse las negociaciones, sino que el general inglés llegó á anunciar el 28 de agosto que daba por roto el armisticio, y que su ejército iba á marchar sobre Lisboa. Hacíase por momentos mas crítica la situacion de Junot, acosado por Wellesley y por la poblacion portuguesa, habiendo además desembarcado en Ma-to en la precision de encerrarse en Barcelona, bloqueada del ceira la division Moore. Al fin logrando descartar ingeniosamente la cuestion de los rusos, se vino á un arreglo definitivo sobre las bases del preliminar, el cual se ajustó el 30 de agosto en Lisboa entre el general francés, Kellermann, y el cuartelmaestre general del ejército inglés, Murray. Este célebre tratado se llamó, aunque impropiamente, la Convencion de Cintra, por la circunstancia de hallarse en esta poblacion el cuartel general del ejército inglés cuando sir Hew Dalrymple puso su firma para la ratificacion (1).

No se mencionaba en ella ni al príncipe regente de Portugal ni á la junta suprema del reino; todo se habia hecho sin la participacion de los portugueses: reclamaron por lo tanto y protestaron algunos generales; levantáronse y se movieron recriminaciones y clamores en el pueblo de Lisboa contra varios de sus artículos, y los españoles se quejaban tambien de la convencion. Mas donde se recibió el convenio con indignacion mas profunda fué en Inglaterra, donde se esperaba que el ejército de Junot por lo menos no saldria mejor librado de la derrota de Vimeiro que el de Dupont de la derrota de Bailen. Los diarios aparecieron con orlas negras en señal de luto público, y en algunos se grabaron láminas que representaban tres horcas para los tres generales que se habian sucedido en el mando del ejército de Portugal. El cuerpo municipal de Lóndres elevó al trono una representacion, calificando el convenio de vergonzoso y de injurioso para la nacion inglesa: otras corporaciones representaron tambien en el propio sentido; y en su virtud el gobierno mandó comparecer á los tres generales, Dalrymple, Burrard y Wellesley, para que respondieran á los cargos ante una comision que se nombró para que examinara su conducta. Pero al fin, este tribunal, aunque desechó los artículos de la convencion que podian ofender ó perjudicar á españoles y portugueses, declaró no haber mérito para la formacion de causa: fallo que tampoco agradó generalmente y se censuró mucho. Y por último la convencion fué ejecutada con lealtad en todo lo que dependia de la autoridad inglesa.

Penosos fueron para los franceses los dias que tuvieron que pasar en Lisboa, no oyendo por todas partes sino insultos, amenazas y gritos de muerte, teniendo que acampar en las plazas y en las alturas con la artillería enfilada á las embocaduras de las calles, temiendo siempre ser acometidos por la irritada muchedumbre. Duró aquel violento estado hasta mediado setiembre en que se hizo el embarque, con grande alegría del pueblo lusitano por verse libre de los franceses. De los veintinueve mil hombres que Napoleon habia enviado á Portugal volvieron á Francia veintidos mil. Los prisioneros españoles que estaban detenidos en Lisboa ó gemian en los pontones, en número de tres mil quinientos, procedentes de los cuerpos de Santiago, Alcántara, Valencia y regimientos provinciales, y que habian de ser entregados al general inglés, se embarcaron á las órdenes del general don Gregorio Laguna, y desembarcaron en octubre en los puertos de la Rápita de Tortosa y los Alfaques. En Portugal fué restablecida la regencia nombrada por el príncipe don Juan, y se disolvieron las juntas populares.

Terminaremos este capítulo con las palabras de un historiador francés: «Hé aquí, dice, cuál era nuestra situacion en

(1) Hé aquí los principales artículos de esta famosa convencion: 1. Todas las plazas y fuertes del reino de Portugal ocupados por las tropas francesas se entregarán al ejército británico en el estado en que se hallan al tiempo de firmarse este tratado.

lado de tierra por innumerables miqueletes, y de la parte del mar por la marina británica.» Y hablando de la convencion de Cintra añade: «De manera que desde fines de agosto quedó evacuada hasta el Ebro toda la Península, invadida tan fácilmente en febrero y marzo. Dos ejércitos franceses habian capitulado, honrosamente el uno y de una manera humillante el otro; los demás no ocupaban ya mas terreno que el que media desde el Ebro á los Pirineos..... En un instante perdimos nuestro renombre de lealtad, y el prestigio de invencibles que habíamos adquirido.....>>

CAPITULO III

La Junta Central.-Napoleon en España
(De agosto á noviembre)
1808

Conducta del Consejo despues de la salida de José Bonaparte. Se arroga
el poder supremo.-Disgusto con que lo reciben las juntas.- Reconó-
cese la necesidad de crear una autoridad soberana.-Opiniones y sis-
tema sobre su forma y condiciones.-Prevalece el de la instalacion de
una Junta Central.-Cuestiones con el Consejo.-Pretension desairada
del general Cuesta.-Venga su enojo en los diputados de Leon.-Ins-
tálase en Aranjuez la Junta Suprema Central gubernativa del reino.—
Personajes notables que habia en ella.--Floridablanca.-Jovellanos.—
Partidos que se forman.—Es aplazada la idea de la reunion de córtes.
-Organizacion de la Junta.-Quintana secretario.-Primeras provi-
dencias de aquella.-Se da tratamiento de Majestad.-Príncipes ex-
tranjeros que solicitan tomar parte en la guerra de España y con qué
fines.-Heróicos y patrióticos esfuerzos de la division española del
Norte para volver á su patria.-Lobo, Fábregues, el marqués de la Ro-
mana.-Tierno y sublime juramento de los españoles en Langeland.—
Embárcanse para España y arriban á Santander.—Entrada en Madrid
de los generales Llamas, Castaños, Cuesta y la Peña.-Acuérdase el
plan de operaciones.-Tiénese por inconveniente.-Marcha de Blake
con el ejército de Galicia desde Astorga á Vizcaya.-Entra en Bilbao.
-Pierde aquella villa y la recobra.-Distribucion de los ejércitos es-
pañoles. Unese á Blake la division recien llegada de Dinamarca.—Si-
túase en Zornoza.-Posiciones de los ejércitos del centro, derecha y
reserva. Tiempo que se malogra.-Tropas francesas enviadas diaria-
mente por Napoleon á España.-Movimientos de españoles.-Malo-
grada accion de Lerin.-Apodérase de Logroño el mariscal Ney.-
Determina Napoleon venir á España.-Su mensaje al Cuerpo Legisla-
tivo.-Llega á Bayona.-Distribucion de su ejército en ocho cuerpos.
-Accion de Zornoza entre Blake y Lefebvre.--Su resultado. — Retí-
rase Blake á Balmaseda.-El mariscal Víctor refuerza á Lefebvre.—
Triunfo de los españoles en Balmaseda.-Faltan las subsistencias, y
se retira Blake á Espinosa de los Monteros.-Entra Napoleon en Es-
paña.-Llega á Vitoria.-Toma el mando de los ejércitos y resuelve
emprender las operaciones.

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16.

El embarco se hará en tres divisiones...

Todos los súbditos de Francia ó de cualquiera otra potencia su aliada ó amiga que se hallen en Portugal con domicilio ó sin él, serán 2. Las tropas francesas evacuarán á Portugal con sus armas y baga-protegidos, sus propiedades serán respetadas, y tendrán libertad para jes; no serán consideradas como prisioneras de guerra, y á su llegada á Francia tendrán libertad para servir.

3.o El gobierno inglés suministrará los medios de trasporte para el

acompañar al ejército francés, ó permanecer aquí........

17. Ningun portugués será responsable por su conducta política durante la ocupacion de este país por el ejército francés; y todos los que

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