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la causa de la desaparición ó pérdida de importantes documentos. Paréceme, y esto lo digo con toda la veneración que merecen los prelados, y con todo el respeto que se debe á los gobernadores civiles, que unos y otros son dignos de censura, pues, aquéllos, pensando sólo en la salud de las almas, y éstos, sin otra mira que la política, se han olvidado de que en esos archivos se guardaban los hechos gloriosos de nuestros municipios.

Pasando á otro asunto, diré. que al lado de poblaciones ricas en monumentos y recuerdos, se hallan lugares pobres y casi deshabitados; al lado de modernas y pintorescas casas de campo se contemplan ruinas de grandiosos palacios, soberbios castillos y magníficos templos. Al paso que algunos pueblos han desaparecido, otros se han levantado como por ensalmo: este lugar ha mudado de nombre, y aquellos dos se han unido formando uno solo. El pequeño de ayer es hoy grande, el grande de otros tiempos es al presente un miserable villorrio ó lugarejo; cambios y renovaciones materiales, como se ha cambiado y renovado el clima, la lengua, la religión, el derecho, la industria, los usos y las costumbres. ¡Qué recuerdos han despertado en mi ánimo los lugares recorridos! ¡Cuántas ideas se han agrupado á mi mente! Aquí estuvo Escipión el Grande talando los feraces campos y entrando á saco los pueblos antes de destruir

á la heróica é inmortal Numancia, y más allá descansaron los restos de Chindasvinto y de su mujer Reciberga; en este pueblo fué elegido el rey Wamba, y en aquél murió García, conde de Castilla: Fernán González conquistó en estos sitios inmarcesibles lauros, y Almanzor develó aquellos pueblos y devastó con sus briosos corceles los campos. Por estos lugares pasó el Cid, y por esos Alfonso VI cuando fué á conquistar á Toledo, y tales pueblos traen á mi memoria que sus concejos se coronaron de gloria en las llanuras de las Navas de Tolosa. Aquí Pedro I de Castilla esgrimía su puñal sobre inocentes víctimas, y allí llenaba de caricias á Doña Maria de Padilla: Juan II y Don Álvaro de Luna reñían en esta villa cruda batalla con sus enemigos, y en ella Enrique IV y Don Beltrán de la Cueva peleaban con los soberbios magnates. De este pueblo era señor el marqués de Santillana; y San Nibardo, hermano del gran Bernardo, vivió en aquellos claustros, San Pedro Regalado levantó estos conventos, y Fray Alonso de Espina, recluido en su celda, escribió un libro inmortal. Tal sitio me recuerda á Doña Isabel la Católica y á su esposo Don Fernando, tal casa al insigne descubridor del Nuevo Mundo, esa villa al emperador Carlos V, y en esa ciudad publicó su admirable Antoniana Margarita el nunca bastante alabado Gómez Pereira. Veo donde Doña

Juana la Loca derramó abundantes lágrimas, y donde los comuneros abrigaron locas ilusiones, mordieron más tarde el polvo de la derrota, y murieron, después de la rota de Villalar, por defender las libertades patrias. Felipe II permaneció en este convento como un anacoreta, Don Juan de Austria se crió en ese palacio, y Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, en alas de su fe, recorrieron los campos y villas derramando los tesoros celestiales de sus almas purísimas. Felipe III hizo allí oración, y Cervantes vivió en aquella casa. Aquí fué obsequiado Felipe IV, allí se velaron Carlos II y Doña Mariana de Neuburg, y más allá permaneció algunos días Felipe V. Si miro adelante, recuerdo á Napoleón Bonaparte contemplando la iglesia de Rioseco y el claustro de Santa Clara de Tordesillas; y volviendo los ojos, se me presenta Wellington, encerrado en su cuartel general de Rueda, y preparándose á realizar grandes empresas. Fernando VII anduvo por aquí, y por allí Isabel II, el caballeroso Amadeo I y Alfonso XII. Con entusiasmo he mirado los monumentos de nuestra grandeza, y con sentimiento he visto las señales de nuestros infortunios. ¡Dichosa mil veces sea la tierra que guarda tantos recuerdos, tradiciones y leyendas!

Con respecto al suelo de esta parte de Castilla, si son pintorescas, en algunos sitios, las riberas de los rios y canales, en general, el país es monótono. Vénse en huertas y riberas árboles frondosos, praderas bellísimas y campos llenos de flores, cuya fertilidad hace contraste con la aridez que los rodea. Si la vista se deleita contemplando extensos viñedos, trigales y pinares, piérdese luego indiferente por terrenos sin altos ni bajos, y á veces, por arenosas llanuras que presentan siempre los mismos objetos, las mismas tintas y los mismos accidentes. ¡Tan vario es el aspecto físico de la provincia de Valladolid!

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Acerca de las armas ó blasones con que se ilustran los pueblos de la provincia, deberá advertirse, que olvidadas ó perdidas las primitivas, han sido sustituidas por las generales de Castilla y de Leon, ó por un "escudo contracuartelado: 1.° y 4.o de gules, y un castillo de oro, almenado de tres almenas con tres homenajes, el del medio mayor, y cada homenaje también con tres almenas, mamposteado de sable y aclarado de azur, que es de Castilla; 2.o y 3.o de plata, y un león de gules, coronado de oro, linguado y armado de lo mismo,

que es de León; entado en punta de plata y una granada al natural, rajada de gules, tallada y hojada de dos hojas de sinople, que es de Granada. Sobre el todo del todo escusón de azur, con tres flores de lis de oro y la bordadura de gules, que es de Aujou,, '. Por timbre, se coloca la corona real de España 2.

1 Piferrer, Nobiliario etc., t. I, p. 5.

2 En la historia particular de los pueblos se dará noticia del significado de sus escudos de armas, siempre que sean diferentes á los de Castilla y León, é indicará nuestro silencio que son éstos sus blasones.

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