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cuna del Cristianismo, desde luego tuvo alguna distinción, que confirmó el Concilio de Nicea (1). Se excitó con esto la ambición de sus Obispos, que no sólo pretendieron eximirse de su Metropolitano, sino que hasta le disputaron sus derechos. Contaron para ello con el apoyo del Emperador Teodosio, que publicó algunos rescriptos que les fueron favorables, y que revocó después por haberse quejado el Patriarca de Antioquía. Así estaban las cosas cuando se celebró el Concilio de Calcedonia, en el cual, á contento de ambas partes, se formó el Nuevo Patriarcado de Jerusalén con las tres Palestinas, que se desmembraron del de Antioquía.

(1) Conc. Nic., can. 7: Quoniam mox antiquus obtinuit, et vetusta traditio ut Heliæ, id est Hierosolimorum episcopo honor deferatur, habeat convenientem honorem, manente tamen Metropolitanæ civitatis propria dignitate. Algunos años antes de Jesucristo, entre las conquistas que hizo en Asia Pompeyo el Grande, fué una la de Judea, que formó en adelante una de las provincias del Imperio. Este pueblo indócil, que veía interrumpida la cadena de sus Reyes, no podía llevar con paciencia la tiranía de los gobernadores romanos. Leía en sus Profetas que un descendiente de la casa de David sería su libertador, y desconociendo el espíritu de las profecías, y que el libertador no era otro que el Mesías que ya habían sacrificado, creyó que era llegado el tiempo de levantar el estandarte de guerra y sacudir el yugo de sus opresores. Así lo hizo el año 66 de Jesucristo. Para contener la insurrección puso sitio á Jerusalén el general Cestio, y no la pudo tomar; mandó Nerón á Vespasiano para vengar la afrenta de las armas romanas; estrechó el sitio; lo encomendó después á su hijo Tito cuando fué nombrado Emperador después de la muerte violenta en un mismo año de tres de sus antecesores, y Jerusalén por fin fué tomada, no sin sufrir sobre los ataques del enemigo por fuera, los horrores de la guerra civil por dentro, el hambre y todo género de calamidades. Había anunciado Jesucristo á esta ingrata ciudad que no quedaría piedra sobre piedra que no se destruyese: Non relinquetur lapis super lapidem, qui non destruatur. Marc., cap. 13, v. 2. Y la profecía del Redentor se cumplió puntualmente en tiempo de Vespasiano, quedando asolada hasta sus cimientos. En el año 130 de Jesucristo el Emperador Elio Adriano la reedificó y le dió el nombre de Elia Ca pitolina; nombre que conservó hasta Constantino, en cuya época sé la principió á llamar la Nueva Jerusalén. La distinción que á ésta fué

confirmada por el Concilio de Nicea no fué otra que la de que su Obispo tuviese el primer lugar después del Metropolitano, y que se le considerase como si lo fuese de la antigua Jerusalén, aunque la nueva no estaba enteramente edificada sobre sus ruinas.

$253.-Derechos de los Patriarcas

Por regla general, el Patriarca tiene en su Patriarcado los mismos derechos que el Metropolitano tiene en su provincia (1). Estos derechos fueron expresamente concedidos por los canones, ó los adquirieron por las costumbres y les fueron después reconocidos (2). Prescindiendo de la clasificación de unos y otros, los principales eran los siguientes: 1.o, la consagración de los Metropolitanos; 2.°, el derecho de apelación; 3.o, la convocación del Sínodo diocesano; 4.°, castigar á los Metropolitanos y á los sufragáneos cuando aquéllos fuesen negligentes; 5.o, derecho de ser consultados en los negocios de grande importancia; 6.o y último, velar por la observancia de los cánones.

(1) Berardi: Comment. in jus eccles., tomo I, disert. 3, cap. 2.°

(2) De Offic. jud, ordin., can. 9: «Cum sit in canonibus definitum, Primates vel Patriarchas nihil juris præ cæteris habere, nisi quantum sacri canones concedunt, vel prisca illis consuetudo contulit ab antiquo.....» Varios de los derechos que se expresan en el texto no fueron concedidos por disposiciones de los Concilios, puesto que no se hace mención alguna en sus cánones; pero los canonistas, al hablar de ellos, se refieren al Código y Novelas de Justiniano, y como las leyes seculares nada pueden establecer en lo perteneciente á la jerarquía y jurisdicción eclesiástica, es preciso, para explicar el origen de estas atribuciones, recurrir al derecho consuetudinario consignado después en las leyes imperiales.

$254.-Cisma de Oriente y agregación de nuevos territorios al Patriarcado de Constantinopla

Los Patriarcados de Alejandría, Antioquía y Jerusalén, á pesar de su origen tan legítimo y venerable, pierden al instante su importancia y se sumergen en la obscuridad, porque los

mahometanos se apoderan muy pronto de estas capitales y tierras adyacentes (1); el de Constantinopla, por el contrario, nace y se desarrolla à la sombra del trono, y en la misma proporción nace y se desarrolla el cisma de Oriente. Estos orgullosos Patriarcas, que contaron siempre con una protección muy especial por parte de los Emperadores, muy luego manifestaron sus deseos de engrandecimiento, su espíritu de oposición á Roma y una tendencia nada disimulada á la emancipación; ideas que fueron tomando incremento à favor de las circunstancias, y las cuales, corriendo el tiempo, se realizaron completamente en la sociedad. Para poder comprender un acontecimiento de tanta magnitud, deben tenerse presentes dos cosas: 1.a, que el Oriente fué siempre el teatro de las grandes controversias teológicas, donde nacieron y se propagaron todas las herejías con admirable rapidez, y donde los espíritus estaban acostumbrados á todo lo que fuese ruidoso, así como también á resistir á toda autoridad conciliar ó pontificia; 2.a, que con la destrucción del Imperio occidental por los bárbaros, los Pontífices tuvieron muchas cosas de que ocuparse en esta parte del mundo católico, y no pudiendo ser tan estrechas como antes las relaciones entre el Oriente y el Occidente, la acción de los Romanos Pontífices tampoco pudo ser tan directa sobre aquellos países, quedando, por consiguiente, más entregados á sí mismos y á su espíritu anárquico y discutidor. Así se explica por qué encontró allí tan buena acogida la herejía de los Iconoclastas á principios del siglo vi contra el culto de las imágenes, de lo cual resultó que el Emperador León Isaurico, resentido de la firmeza del Papa Gregorio II, agregara á Constantinopla todos sus dominios desde Sicilia á Tracia (2). Se convirtió la Bulgaria al Cristianismo en el siglo siguiente, y como los Patriarcas estaban acostumbrados á resistir y aun á vencer, se apropiaron también la dirección de estas nuevas iglesias, á pesar de la oposición de Roma (3). En esta misma época es cuando ocurrió el completo rompimiento entre el Oriente y el Occidente, por la ambición y terquedad de Focio contra el legítimo Patriarca San Ignacio (4), y entonces también principió á agregarse á Constantinopla el in

menso territorio de la Rusia, que en todo el siglo siguiente se encontró ya convertido al Cristianismo bajo la dirección de los cismáticos (5).

(1) Antioquía fué tomada el año 637, 6 38 según otros. Alejandría sufrió igual suerte muy pocos años antes; Jerusalén muy pocos después; todo bajo el califato del segundo sucesor de Mahoma, Omar, que murió el año 644.

(2) Desde Constantino el Grande se observa que casi todos los Emperadores habían tomado una parte muy activa en las controversias religiosas de los cristianos; y bien fuese por política, bien comprometidos por sus ministros y favoritos, es lo cierto que se decidían con todo su poder á favor del error ó de la verdad, y que todos mostraban grande gusto y afición á esta clase de cuestiones, con pretensiones no pocas veces de sabios y competentes para decidirlas. El Emperador León, natural de Isaura, en el Asia Menor, de familia obscura, que había servido en el ejército en clase de simple soldado, fué coronado en 716. Por su educación era incapaz de tomar parte en semejantes disputas, y no quería, por otra parte, dejar de aparecer, como sus predecesores, protegiendo la Iglesia y dando reglamentos sobre asuntos eclesiásticos. Había tenido muy íntimas relaciones con los judíos y mahometanos, y como estas dos sectas eran enemigas de las imágenes, y él les había oído hablar de ellas como de una idolatría, estas ideas se fijaron sin grande dificultad en su ánimo, como que estaban más al alcance de la ruda comprensión de un soldado que no las abstracciones teológicas conforme á las cuales debe distinguirse el culto que se da á Dios del que se da á las imágenes. Ello es que quiso distinguirse también como sus predecesores, y publicó al efecto un edicto por el cual mandó destruir todas las imágenes, de donde vino á estos herejes el nombre de iconoclastas ó destructores de imágenes. No incumbe á nuestro propósito seguir el curso y progresos de esta herejía; nos basta indicar su origen por la relación que tiene con el cisma de Oriente y la historia del Patriarcado de Constantinopla, consignando al mismo tiempo que se sostuvo en el Imperio por espacio de 416 años, durante los cuales casi siempre mereció una protección muy señalada por parte de los Emperadores. Es excusado hablar de los destierros, atropellamientos y violencias, que fueron muy grandes; de la firmeza del Papa Gregorio II en defensa de la fe católica, y de la celebración del Concilio II de Nicea, VII general (787), el cual condenó la herejía, que continuó todavía largo tiempo después por el empeño de los Emperadores en sostenerla.

(3) Una hermana del Rey de Bulgaria que había estado cautiva en Constantinopla se había allí convertido al Cristianismo, y ella У unos monjes influyeron sobre el ánimo del Rey Bogorís, que se convirtió también y recibieron el bautismo. En 866 mandó una embajada á Roma, en la que iban su hijo y muchos señores principales con presentes para el Pontífice, y el encargado de pedirle Obispos y Presbíteros para la dirección de aquellas nuevas iglesias, y una consulta, además sobre 106 cuestiones, á la cual respondió el Papa Nicolás I en otros tantos artículos. A pesar de que mandó allí, en efecto, dos Obispos de grande virtud, los Patriarcas de Constantinopla, como más inmediatos, consiguieron por fin apoderarse de aquellas nuevas conquistas.

(4) Focio era un favorito y primer Secretario del Emperador, aplicadísimo al estudio y de talento muy extraordinario, de familia ilustre y muy opulenta, y el mayor sabio de aquel siglo é inmediatos. Era á la sazón Patriarca de Constantinopla San Ignacio, que cayó en la desgracia de Bardas, tío del Emperador Miguel III, á quien éste había confiado el gobierno del Imperio, para entregarse con más holgura á los pasatiempos y placeres más desenfrenados. Parece que no debía haber gran diferencia entre la conducta del uno y del otro, puesto que San Ignacio tuvo que reprender al primero y privarle de la comunión el día de la Epifanía. Bardas no pudo perdonar lo que él consideraba como un ultraje, y para vengarse ganó algunos testigos que acusaron al Patriarca de haber hecho morir á Metodio su antecesor; reunió un Concilio, consiguió que le depusiese, y elevó á la Silla de Constantinopla al favorito, que fué consagrado el año 585, subiendo á tan alta dignidad desde simple lego que era en el espacio de seis días. Hubo empeño por parte de Focio en que renunciase San Ignacio, y no pudiendo conseguirlo, fué anatematizado al año siguiente en otro Concilio y desterrado á la isla de Lesbos cargado de cadenas. Mediaron en este negocio cartas y embajadas por parte del Papa Nicoláo I; se celebró por los cismáticos un nuevo Concilio muy numeroso, en el que fué segunda vez acusado y depuesto el santo Patriarca. ¡Pero cuántos escándalos y corrupción en aquellos tiempos en la corte bizantina! En 866, Bardas, el gran protector de Focio, fué condenado á muerte por su sobrino el Emperador Miguel, y en su lugar fué asociado al Imperio Basilio el Macedoniano, que se hizo proclamar Emperador al año siguiente, después de haberle degollado. Entonces fué desterrado Focio, y volvió á ocupar su Silla San Ignacio, viéndose por algún tiempo una reacción en este sentido, durante la cual se celebró el Concilio de Constantinopla, VIII general (869), en

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