Imágenes de páginas
PDF
EPUB

taciones sobre las leyes fundamentales, sobre la administracion pública, sobre los derechos de las diferentes potestades que en esto tienen parte, solo pertenece a la nacion juzgarlas y terminarlas conforme a su constitucion política.

37. En fin todas estas cosas solo interesan á la nacion, y ninguna potencia estrangera tiene derecho á mezclarse en ellas, ni debe intervenir de otro modo que por sus buenos oficios, á menos que no se la requiera para ello, ó que la impelan razones particulares; porque si alguna se injiere en los negocios domésticos de otra y emprende coartar su libertad en sus deliberaciones, comete abiertamente una injuria.

CAPITULO IV.

DEL SOBERANO, DE SUS OBLIGACIONES Y DE SUS

DERECHOS,

38. Nadie debe persuadirse de hallar aquí una larga deduccion de los derechos de la soberanía y de las funciones del Príncipe; porque estas deben de buscarse en los tratados del derecho público. Nuestro objeto en este capítulo solamente se dirige á hacer ver en consecuencia de los grandes principios del derecho de gentes lo que es el soberano, y dar una idea general de sus obligaciones y de sus derechos.

Ya hemos dicho que soberanía es aquella autoridad pública que manda en la sociedad civil, y dispone y dirige lo que cada uno debe hacer en ella para conseguir el fin que se ha pro-a puesto. Esta autoridad pertenece originaria y esencialmente al cuerpo mismo de la sociedad; á la cual se ha sometido cada miembro y ha ce

dido los derechos que tenia de la naturaleza, de conducirse en todas las cosas segun sus luces, por su propia voluntad, y de tomar la justicia por sí mismo. Pero el cuerpo de la sociedad no siempre retiene en sí esta autoridad soberana, sino que muchas veces toma el partido de confiarla á un senado, ó á una sola persona, y entonces este senado ó esta persona es el soberano.

39. Es evidente que solamente los hombres forman sociedad política, y se someten á sus leyes por su propia ventaja y por su conservacion. El bien comun de los ciudadanos es solo el que ha establecido la soberanía, y sería absurdo pensar que pueda mudar de naturaleza pasando á las manos de un senado ó de un monarca. Y la mas refinada lisonja no puede menos de convenir, sin hacerse tan odiosa como ridícula, en que soberano se ha establecido únicamente por la salud y ventaja de la sociedad.

el

Un buen Príncipe, un sábio caudillo de la sociedad, debe estar empapado en esta gran verdad: que solo se le ha confiado el poder soberano por la salud del Estado y la felicidad de todo el pueblo; que no le es permitido mezclarse por sí solo en la administracion de los negocios, ó proponerse su propia satisfaccion y su ventaja particular; sino que debe dirigir todas sus miras y todos sus pasos al mayor bien del Estado y de los pueblos que le estan tidos (1). ¡Qué hermoso es ver á un Rey de

some

(1) Ultimas palabras de Luis, el Gordo, á su hijo Luis VII. "Acuérdate, hijo mio, de que la diadema es una carga pública, de que tendrás que dar una cuenta rigurosa á aquel que solo dispone de los cetros y de las

Inglaterra dar cuenta á su Parlamento de sus principales operaciones; asegurar al cuerpo representativo de la nacion, que no se propone otro objeto que la salud del Estado y la felicidad de su pueblo, y rendir gracias afectuosas á todos los que concurren con él á tan saludables intenciones! ¡ Ciertamente que un monarca que habla de este modo, y cuyo lenguage está de acuerdo con la sinceridad de su conducta, merece solo el nombre de grande á los ojos del sábio! Pero mucho tiempo ha que una adulacion criminal ha dado al olvido estas máximas en la mayor parte de los reinos; que una muchedumbre de viles parásitos persuade facilmente á un monarca orgulloso que la nacion está hecha él, y para no él la nacion. De esto se sigue que desde luego comienza a mirar el reino como un patrimonio que le es propio, y al pueblo como un rebaño de carneros cuyas riquezas debe esquilmar, y del cual puede disponer á su arbitrio para contentar sus designios y satisfacer sus pasiones. De aqui esas guerras funestas, emprendidas por la ambicion, la inquietud, el odio, ó el orgullo. De aquí esos impuestos horrorosísimos cuyo producto queda disipado por un lujo ruinoso, ó es el precio inícuo de la torpe mercancía de mancebas y sycofantas.

para

coronas. Hist. de Francia, por el Abate Velly, tom. III. pág. 65.

Fimur-Bec declaró, como ya lo habia hecho en iguales ocasiones, que la aplicacion de un Príncipe por espacio de sola una hora á los negocios de su Estado, es mas útil y mas importante que el culto que rinde á Dios, y las preces que le haria toda su vida. Y lo mismo se encuentra en el Alcoran, Hist, de Fimur-Bec lib. 2. cap. 41.

De aquí en fin, ser los puestos importantes distribuidos por el favor; y el hombre benemérito del Estado yacer en olvido y desprecio escandaloso; y dejar abandonado á la arbitrariedad de ministros y de subalternos todo lo que no interesa directamente al Príncipe. ¿Quién habrá que reconozca en tan desventurado gobierno una autoridad establecida para el bien público? Hasta el mismo Príncipe estará en acecho contra sus virtudes. No digamos con algunos escritores, que las virtudes de los particulares no son las virtudes de los reyes. Semejantes máximas de política son superficiales, ó poco exactas en sus espresiones. La bondad, la amistad, el reconocimiento tambien son virtudes que se sientan en el trono de los reyes, y pluguese al cielo que se sentasen siempre. Pero un Rey sabio no se entrega sin discernimiento á sus impresiones; las ama y las cultiva en su vida privada: mas cuando obra en nombre del Estado, ya solo escucha la justicia y la sana política, porque sabe que el imperio solo se le ha confiado por el bien de la sociedad, y que no debe atenerse á sí mismo en el uso que hace de su poder. Modera su bondad por la sabiduría, concede á la amistad sus favores domésticos y privados, distribuye los cargos y los empleos al mérito, las recompensas públicas á los servicios hechos al Estado; y en una palabra, solo con objeto del bien público usa del poder público. Todo esto se comprende en estas notables palabras de Luis XII: Un Rey de Francia no venga las injurias de un duque de

Orleans.

40. La sociedad política es una persona moral, (prelim. §. 2) en cuanto tiene un entendimiento y una voluntad de que se vale para

la

conducta de sus negocios, y es capaz de obligaciones y derechos. Luego que confiere á alguno la soberanía, deposita en él su entendimiento y su voluntad, le transmite sus obligaciones y sus derechos en cuanto dicen relacion con la administracion del Estado y con el ejercicio de la autoridad pública; de manera que siendo el soberano por este medio la persona en quien residen las obligaciones y los derechos relativos al gobierno, él es el representante de esta persona moral, que sin cesar absolutamente de exis tir en la nacion, obra en adelante solo en él y por él. Tal es el origen del carácter representativo que se atribuye al soberano, el cual representa su nacion en todos los negocios que puede tener como soberano. Y lejos de envilecer la dignidad del mayor monarca con atribuirle este carácter representativo, al contrario nada la ensalza con mas esplendor, puesto que reune el monarca por él en su persona toda la magestad que pertenece al cuerpo entero de la

nacion.

41. Revestido asi el soberano de la autoridad pública y de todo lo que hace la personalidad moral de una nacion, se halla por lo mismo encargado de las obligaciones, y autorizado

con los derechos de la misma.

42. Todo lo que se ha dicho en el capítulo II sobre los deberes generales de una nacion hácia sí misma, mira particularmente al soberano, el cual como depositario del imperio y del poder de mandar lo conveniente al bien público, debe, cual sabio y tierno padre y cual fiel administrador, velar por la nacion, poner diligencia en conservarla, en hacerla mas perfecta, en mejorar su estado, y en garantirla cuanto

« AnteriorContinuar »