Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Llegado, pues, al campo, que aguardando
Para partir nuestra venida estaba,
Que el riguroso invierno comenzando
La desierta campaña amenazaba;
El indio amigo práctico guiando,
La gente alegre el paso apresuraba;
Pareciendo el camino, aunque cerrado;
Fácil con la memoria del pasado.

Cumplió el bárbaro isleño la promesa,
Que siempre en su opinion estuvo fijo,
Y por una encubierta selva espesa
Nos sacó de la tierra como dijo.
Voy pasando por esto á toda priesa,
Huyendo cuanto puedo el ser prolijo;
Que aunque lo fueron mucho los trabajos,
Es menester echar por los atajos.

A la Imperial llegamos, do hospedados
Fuimos de los vecinos generosos,
Y de varios manjares regalados
Hartamos los estómagos golosos.
Visto, pues, en el pueblo así ayuntados
Tantos gallardos jóvenes briosos,
Se concertó una justa y desafío
Donde mostrase cada cual su brio.

Turbó la fiesta un caso no pensado,
Y la celeridad del juez fué tanta,
Que estuve en el tapete, ya entregado
Al agudo cuchillo la garganta :
El enorme delito exagerado,
La voz y fama pública lo canta,
Que fué solo poner mano á la espada,
Nunca sin gran razon desenvainada.

Este acontecimiento, este suceso
Fué forzosa ocasion de mi destierro,
Teniéndome despues gran tiempo preso,
Por remendar con este el primer yerro :
Mas aunque así agraviado, no por eso
(Armado de paciencia y duro hierro)
Falté en alguna accion y correría,
Sirviendo en la frontera noche y dia.

Hubo allí escaramuzas sanguinosas,
Ordinarios rebatos y emboscadas,
Encuentros y refriegas peligrosas,
Asaltos y batallas aplazadas,
Raras estratagemas engañosas,
Astucias y cautelas nunca usadas,
Que aunque fueron en parte de provecho,
Algunas nos pusieron en estrecho.

Mas, despues del asalto y gran batalla
De la albarrada de Quipeo, temida,
Donde fué destrozada tanta malla,
Y tanta sangre bárbara vertida,

Fortificado el sitio y la muralla.
Aceleré mi súbita partida;

Que el agravio, mas fresco cada dia,
Me estimulaba siempre y me roia;

Y en un grueso barcon, bajel de trato,
Que velas altas de partida estaba,
Sali de aquella tierra y reino ingrato,
Que tanto afan y sangre me costaba ;
Y sin contraste alguno ni rebato,
Con el austro, que en popa nos soplaba,
Costa á costa y á veces engolfado
Llegué al Callao de Lima celebrado.

Estuve alli hasta tanto que la entrada
Por el gran Marañon hizo la gente,
Donde Lope de Aguirre en la jornada,
Mas que Neron y Herodes inclemente,
Pasó tantos amigos por la espada
Y á la querida hija juntamente,
No por otra razon ni causa alguna
Mas de para morir juntos á una.

Y aunque mas de dos mil millas habia
De camino, por partes despoblado,
Luego de allí por mar tomé la via,
A mas larga carrera acostumbrado :
Y á Panamá llegué, do el mismo dia
La nueva por el aire habia llegado
Del desbarate y muerte del tirano,
Saliendo mi trabajo y priesa en vano.

Estuve en Tierra-firme detenido
Por una enfermedad larga y estraña;
Mas, luego que me ví convalecido,
Tocando en las Terceras, vine á España;
Donde no mucho tiempo detenido,
Corrí la Francia, Italia y Alemaña,
A Silesia y Moravia hasta Posonia,
Ciudad, sobre el Danubio, de Panonia.

Pasé y volví á pasar estas regiones,
Y otras y otras por ásperos caminos,
Traté y comuniqué varias naciones,
Viendo cosas y casos peregrinos,
Diferentes y estrañas condiciones,
Animales terrestres y marinos,
Tierras jamas del cielo rociadas,
Y otras á eterna lluvia condenadas.
¿Cómo me he divertido y voy apriesa
Del camino primero desviado?
¿Porqué así me olvidé de la promesa
Y discurso de Arauco comenzado?
Quiero volver a la dejada empresa,
Si no teneis el gusto ya estragado;
Mas yo procuraré deciros cosas
Que valga por disculpa el ser gustosas.

Volveré á la consulta comenzada
De aquellos capitanes señalados,
Que en la parte que dije diputada,
Estaban diferentes y encontrados:
Contaré la eleccion tan porfiada
Y cómo al fin quedaron conformados:
Los asaltos, encuentros y batallas,
Que es menester lugar para contallas.

¿Qué hago, en qué me ocupo, fatigando
La trabajada mente y los sentidos,
Por las regiones últimas buscando
Guerras de ignotos indios escondidos;
Y voy aquí en las armas tropezando,
Sintiendo retumbar en los oidos
Un áspero rumor y son de guerra
Y abrasarse en furor toda la tierra?

Veo toda la España alborotada,
Envuelta entre sus armas vitoriosas,
Y la inquiëta Francia ocasionada
Descoger sus banderas sospechosas :

En la Italia y Germania desviada
Siento tocar las cajas sonorosas,
Allegándose en todas las naciones
Gentes, pertrechos, armas, municiones.
Para decir tan grande movimiento
Y el estrépito bélico y ruïdo

Es menester esfuerzo y nuevo aliento,
Y ser de vos, señor, favorecido:
Mas, ya que el temerario atrevimiento
En este grande golfo me ha metido,
Ayudado de vos, espero cierto
Llegar con mi cansada nave al puerto.

Que si mi estilo humilde y compostura
Me suspende la voz amedrentada,
La materia promete y me asegura
Que con grata atencion será escuchada:
Y entre tanto, señor, será cordura,
Pues he de comenzar tan gran jornada,
Recoger el espíritu inquieto,
Hasta que saque fuerzas del sugeto.

CANTO XXXVII.

En este último canto se trata como la guerra es de derecho de las gentes; y se declara el que el rey don Felipe tuvo al reino de Portugal, juntamente con los requerimientos que hizo á los portugueses para justificar mas sus armas.

CANTO el furor del pueblo castellano
Con ira justa y pretension movido,
Y el derecho del reino lusitano
A las sangrientas armas remitido:
La paz, la union, el vínculo cristiano,
En rabiosa discordia convertido,
Las lanzas de una parte y otra airadas
A los parientes pechos arrojadas.

La guerra fué del cielo derribada
Y en el linaje humano trasferida
Cuando fué por la fruta reservada
Nuestra naturaleza corrompida :
Por la guerra la paz es conservada
Y la insolencia humana reprimida :
Por ella á veces Dios al mundo aflige,
Le castiga, le enmienda y le corrige:

Por ella á los rebeldes insolentes
Oprime la soberbia y los inclina,
Desbarata y derriba á los potentes,
Y la ambicion sin término termina:
La guerra es de derecho de las gentes,
El órden militar y disciplina
Conserva la república y sostiene,
Y las leyes políticas mantiene.

Pero será la guerra injusta luego
Que del fin de la paz se desviare,
O cuando por venganza ó furor ciego
O fin particular se comenzare;
Pues ha de ser, si es público el sosiego,
Pública la razon que le turbare;
No puede un miembro solo en ningun modo
Romper la paz y union del cuerpo todo.

Que así como tenemos profesada
Una hermandad en Dios y ayuntamiento,
Tanto del mismo Cristo encomendada
En el último eterno Testamento,
No puede ser de alguno desatada
Esta paz general y ligamiento,
Sino es por causa pública ó querella
Y autoridad del rey defensor della.

Entonces, como un ángel sin pecado,
Puesta en la causa universal la mira,
Puede tomar las armas el soldado
Y en su enemigo ejecutar la ira:
Y cuando algun respeto ó fin privado
Le templa el brazo, encoge y le retira,
Demas de que en peligro pone el hecho,
Peca y ofende al público derecho.

Por donde en justa guerra permitida
Puede la airada vencedora gente

Herir, prender, matar en la rendida,
Y hacer al libre, esclavo y obediente:
Que el que es señor y dueño de la vida,
Lo es ya de la persona, y justamente
Hará lo que quisiere del vencido,
Que todo al vencedor le es concedido.

Y pues en todos tiempos y ocasiones
Por la causa comun, sin cargo alguno,
En batallas formadas y escuadrones
Puede usar de las armas cada uno ;
Por las mismas legítimas razones
Es licito el combate de uno á uno,
A pié, á caballo, armado, desarmado,
Ora sea campo abierto, ora estacado.

En guerra justa es justo el desafio,
La autoridad del príncipe interpuesta,
Bajo de cuya mano y señorío

La ordenada república está puesta:
Mas si por caso propio ó albedrio
Se denuncia el combate y se protesta,
O sea provocador ó provocado,
Es ilícito, injusto y condenado ;

Y los cristianos príncipes no deben
Favorecer jamas ni dar licencia
A condenadas armas, que se mueven
Por odio, por venganza, ó competencia :
Ni decidan las causas, ni se prueben,
Remitiendo á las fuerzas la sentencia:
Pues por razon oculta á veces veo
Que sale vencedor el que fué reo;

Y el juicio de las armas sanguinoso,
Justa y derechamente se condena,
Pues vemos el incierto fin dudoso,
Segun la suma Providencia ordena :
Que el suceso, ora triste, ora dichoso,
No es quien hace la causa mala ó buena,
Ni jamas la justicia en cosa alguna
Está sujeta á caso ni á fortuna.

Digo tambien que obligacion no tiene
De inquerir el soldado diligente
Si es lícita la guerra y si conviene,
O si se mueve injusta ó justamente:
Que solo al rey, que por razon le viene
La obediencia y servicio de su gente,
Como gobernador de la república
Le toca examinar la causa pública.
Y pues del rey como cabeza pende
El peso de la guerra y grave carga,
Y cuanto daño y mal della depende
Todo sobre sus hombros solo carga,

Debe mucho mirar lo que pretende,
Y antes que dé al furor la ricnda larga
Justificar sus armas prevenidas,

No por codicia y ambicion movidas:

Como Felipe en la ocasion presente,
Que, de precisa obligacion forzado,
En favor de las leyes justamente
Las permitidas armas ha tomado:
No fundado el derecho en ser potente,
Ni de codicia de reinar llevado :
Pues se estiende su cetro y monarquía
Hasta donde remata el sol su vía;

Mas de ambicion desnudo y avaricia,
(Que á los sanos corrompe y inficiona)
Llamado del derecho y la justicia,
Contra el rebelde reino va en persona:
Y á despecho y pesar de la malicia,
Que le niega y le impide la corona,
Quiere abrir y allanar con mano armada
A la razon la defendida entrada.

Y aunque con justa indignacion movido,
Sus fuerzas y poder disimulando,
Detiene el brazo en alto suspendido,
El remedio de sangre dilatando;
Y con prudencia y ánimo sufrido,
Su espada y pretension justificando,
Quebrantará despues con aspereza
Del contumaz rebelde la dureza.

Oprimirá con fuerza y mano airada
La soberbia cerviz de los traidores,
Despedazando la pujante armada
De los galos piratas valedores :
Y con rigor y furia disculpada,
Como hombres de la paz perturbadores,
Muerto Felipe Strozi su caudillo
Serán todos pasados á cuchillo.

No manchará esta sangre su clemencia,
Sangre de gente pérfida enemiga,
Que si el delito es grave y la insolencia,
Clemente es y piadoso el que castiga :
Perdonar la maldad es dar licencia
Para que luego otra mayor se siga;
Cruel es quien perdona á todos todo,
Como el que no perdona en ningun modo.

Que no está en perdonar el ser clemente,
Si conviene el rigor y es importante;
Que el que ataja y castiga el mal presente
Huye de ser cruel para adelante.
Quien la maldad no evita la consiente ·
Y se pueda llamar participante;
Y el que á los malos públicos perdona
La república estraga y inficiona.

No quiero yo decir que no es gran cosa
La clemencia, virtud inestimable,
Que el perdonar vitoria es gloriosa.
Y en el mas poderoso mas loable:
Pero la paz comun tan provechosa,
No puede sin justicia ser durable;
Que el premio y el castigo á tiempo usados
Sustentan las repúblicas y estados :

Y no todo el esceso y mal que hubiere
Se puede remediar, ni se castiga,
Que el tiempo á veces y ocasion requiere
Que todo no se apure ni se siga.
Príncipe que saberlo todo quiere,
Sepa que á perdonar mucho se obliga,
Que es medicina fuerte y rigurosa
Descarnar hasta el hueso cualquier cosa.

La clemencia á los mismos enemigos
Aplaca el odio y ánimo indignado,
Engendra devocion, produce amigos,
Y atrae el amor del pueblo aficionado :
Que el continuo rigor en los castigos
Hace al príncipe odioso y desamado;
Oficio es propio y propio de los reyes
Embotar el cuchillo de las leyes.

Y se puede decir que no importára
Disimular los males ya pasados,
Si dello ánimo el malo no tomára
Para nuevos insultos y pecados:
El miedo del castigo es cosa clara
Que reprime los ánimos dañados,
Y el ver al malhechor puesto en el palo
Corrige la maldad y enmienda al malo.

Mas tambien el castigo no se haga
Como el indocto y crudo cirujano,
Que siendo leve el mal, poca la llaga,
Mete los filos mucho por lo sano,
Y con el enconoso hierro estraga
Lo que sanára sin tocar la mano;
Que no es buena la cura y esperiencia,
Si es mas recia y peor que la dolencia.
Quiérome declarar, que algun curioso
Dirá que aquí y allí me contradigo:
Virtud es castigar cuando es forzoso
Y necesario el público castigo :
Virtud es perdonar el poderoso
La ofensa del ingrato y enemigo
Cuando es particular, ó que se entienda
Que puede sin castigo haber enmienda.

Voime de punto en punto divirtiendo,
Y el tiempo es corto y la materia larga,
En lugar de aliviarme recibiendo

En mis cansados hombros mayor carga :

Así, de aquí adelante resumiendo
Lo que menos importa y mas me carga,
Quiero volver á Portugal la pluma,
Haciendo aquí un compendio y breve suma.

¿Que es ésto ¡o lusitanos! que engañados
Contraponeis el obstinado pecho,
Y con armas y brazos condenados
Quereis violar las leyes y el derecho?
¿Que no mueve esos ánimos dañados
La paz comun y público provecho,
El deudo, religion, naturaleza,
El poder de Felipe y la grandeza ?

Mirad con qué largueza os ha ofrecido
Hacienda, libertades y exenciones,
No á término forzoso reducido,
Mas con formado campo y escuadrones;
Y casi murmurado, ha detenido
Las armas convenciéndoos con razones;
Cual padre que reduce por clemencia
Al hijo inobediente á la obediencia.

[to?

¿Qué ciega pretension? ¿qué embaucamien-
¿Qué pasion pertinaz desatinada
Saca así la razon tan de su asiento
Y tiene vuestra mente trastornada?
¡Que una unida nacion por sacramento
Y con la cruz de Cristo señalada,
Envuelta en crueles armas homicidas,
Dé en sus propias entrañas las heridas!

Y unas mismas divisas y banderas
Salgan de alojamientos diferentes,
Trayendo mil naciones estranjeras
Que derramen la sangre de inocentes!
¡Y introduzcan errores y maneras
De pegajosos vicios insolentes,
Dejando con su peste derramada
La católica España inficionada!

A vos ¡eterno Padre soberano!
El favor necesario y gracia pido,
Y os suplico querais mover mi mano,
Pues en vos y por vos todo es movido,
Para que al portugués y al castellano
De justamente lo que le es debido,
Sin que me luerza y saque de lo justo
Particular respeto ni otro gusto.

Y pues vos conoceis los corazones
Y el justo celo con que el mio se mueve,
Y en los buenos propósitos y acciones
El principio teneis y el fin se os debe,
Dadme espiritu igual, dadme razones
Con que informe mi pluma, que se atreve
A emprender temeraria y arrojada
Con tan poco caudal tan gran jornada.

Queriendo Sebastian, rey lusitano,
Con ardor juvenil y movimiento
Romper el ancho término africano,
Y oprimir el pagano atrevimiento,
Prometiéndole entrada y paso llano
Su altivo y levantado pensamiento,
Allegó de aquel reino brevemente
La riqueza, poder, la fuerza y gente.

Mas el rey don Felipe, que al sobrino
Vió moverse á la empresa tan ligero,
Al errado designio contravino
Con consejo de padre verdadero :
Y pensando apartarle del camino
Que iba á dar á tan gran despeñadero,
Hizo que en Guadalupe se juntasen
Para que allí sobre ello platicasen.

No bastaron razones suficientes,
Ni el ruego y persuasion del grave tio,
Ni una gran multitud de inconvenientes
Que pudieran volver atras un rio,
Ni el poner la cerviz de tantas gentes
Bajo de un solo golpe al albedrio
De la inconstante y variable diosa,
De revolver el mundo deseosa;
Que el orgulloso mozo, prometiendo
Lo que el justo temor dificultaba,
Los prudentes discursos rebatiendo,
Todos los contrapuestos tropellaba :
Y tras la libre voluntad corriendo,
Su muerte y perdicion apresuraba ;
Que no basta consejo ni advertencia
Contra el decreto y la fatal sentencia.

¿Quién cantará el suceso lamentable
Aunque tenga la voz mas espedida,
Y aquel sangriento fin tan miserable
De la jornada y gente mal regida,
La ruina de un reino irreparable,
La fama antigua en solo un dia perdida;
Todo por voluntad de un mozo ardiente,
Movido sin razon por acidente ?

Otro refiera el aciago dia

Que á los mas tristes en miseria escede,
Que aunque sangrienta está la pluma mia,
Correr por tantas lástimas no puede.
Quiero seguir la comenzada via,
Si el alto cielo aliento me concede,
Que ya de aquesta parte tambien siento
Armarse un gran ñublado turbulento.

Despues que el mozo rey voluntarioso,
Al africano ejército asaltando,
En el ciego tumulto polvoroso
Murió en monton confuso peleando :

Y la fortuna de un vaiven furioso
Derrocó cuatro reyes, ahogando

La fama y opinion de tanta gente,
Revolviendo las armas del poniente,

Fué luego en Portugal por rey jurado
Don Enrique, el hermano del agüelo,
Cardenal y presbítero ordenado,
Persona religiosa y de gran celo,
De años y enfermedades agravado,
Mas que para este mundo, para el cielo,
Ofreciéndole el reino la fortuna,
Con poca vida y succesion ninguna.

El gran Felipe en lo íntimo sintiendo
Del reino y muerto rey la desventura,
Y del enfermo don Enrique viendo
La mucha edad y vida mal segura,
Como sobrino y succesor, queriendo
Aclarar su derecho en coyuntura,
Que por la transversal propincua via
A los reinos y titulos tenia,

Con celosa y loable providencia
Hizo juntar doctísimos varones,
De grande cristiandad y suficiencia,
Desnudos de interese y pretensiones,
Que conforme á derecho y á conciencia,
No por torcidas vias y razones,
Mirasen en el grado que él estaba
Si el pretendido reino le tocaba.

Que doña Catalina, como parte,
Duquesa de Braganza, pretendia
Por hija del infante don Duarte
Que de derecho el reino le venia :
Y tambien don Antonio de otra parte
A la corona y cetro se oponia;
Mas, aunque del comun favorecido,
Era por no legitimo escluido:

Y que hecho el exámen cada uno
A tan arduo negocio conveniente,
Sin miramiento ni respeto alguno
Diesen sus pareceres libremente :
Porque en tiempo quiëto y oportuno,
Prevenido al mayor inconveniente,
Si el reino á la razon no se allanase,
Sus armas y poder justificase.

Todos los cuales claramente viendo
Que el transversal por ley y fuero llano
No representa al padre, succediendo
El legítimo deudo mas cercano,
El varon á la hembra prefiriendo,
Y al de menos edad el mas anciano,
Yendo la succesion y precedencia
Por derecho de sangre y no de herencia;

« AnteriorContinuar »