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Como la Naturaleza diera lo bastante para todos, no siendo verdad la ley de Malthus más o menos pura ó atenuada (como <tendencia», que dicen algunos), probablemente no habría historia humana, ni civilización, por lo tanto. Yo no me meto ahora á dilucidar si las necesidades espirituales (las mentales, sobre todo) de los hombres son de tal modo inherentes á su vida y tan sustantivas, que aun cuando las corporales tuvieran cumplida satisfacción y no hubiera que preocuparse por los medios convenientes para lograrla, aquellas otras continuarían en pie; propendo á creer, no obstante, que el motor fundamental de toda la conducta humana, y el origen más intimo de todas las instituciones y de todo lo que se llama progreso, consiste en la precisión que el hombre tiene de aumentar los me. dios de subsistencia que la Naturaleza, por su propia virtud, sin intermedio del trabajo y la industria, le ofrece, y en la consiguiente trasformación que el hombre mismo sufre, viéndose obligado à dejar su condición de ser puramente natural, para convertirse en trabajador é industrioso, ó sea en empresario.

La empresa, que es lucha, trae consigo la unión y asociación de fuerzas afines, dirigidas á la misma finalidad; finalidad que recibe denominaciones distintas, pero que podemos designar con la muy frecuente de interés colectivo», ó con las equivalentes á ella de bien público», «bienestar común», << cosa pública» y otras así. Mas toda asociación de fuerzas para una empresa común exige recesariamente la organización De una buena organización depende la eficacia de la empresa. Fuerzas desorganizadas ó mal organizadas, es difícil que venzan; en casos así es cuando se producen los fracasos, como consecuencia de la disgregación, que no es otra cosa sino anarquía. La unión de fuerzas inteligentes y humanas obedece à la misma ley que la de otras fuerzas cualesquiera: no hay buen éxito sin el correspondiente empuje, y no hay empuje vigoroso sin cohesión, sin disciplina, sin unidad. La caída de un torrente, la acometida de un ejército, la labor de un Estado, de

una asociación mercantil ó religiosa, son, por este respecto, actividades enteramente idénticas.

En la necesidad de esta cooperación unitaria para empresas de dominación humana y para la sumisión de las fuerzas naturales à designios inteligentes y voluntarios ha de verse, me parece a mí, el origen del derecho, no ya del derecho como aquel orden universal y objetivo (ley eterna) á que se ha aludido antes, sino del derecho como creación de los hombres y como orden de voluntad humana. Ya se sabe que al derecho se le considera como principio de cohesión y armonía sociales y como aglutinante de intereses y puntos de vista dispares de los miembros de una agrupación determinada. Si el derecho lleva consigo el carácter de obligatoriedad, no es por otra cosa sino porque de esta manera se logra la cohesión y la sumisión dichas, requeridas por la empresa común ó bienestar colectivo. Siempre que alguna multiplicidad de personas se propone dirigir sus esfuerzos à un mismo resultado, se hace preciso que obren de consuno; y no podrán obrar de consuno como no renuncien, de bueno ó de mal grado, á sus pareceres individuales independientes, á menudo disconformes y hasta opuestos, y de bueno ó de mal grado también sometan sus acciones á un solo parecer ó voluntad, que representa la norma común. Sin gerencia única no hay empresa posible, ya provenga la unidad en la gerencia de acuerdo ó consentimiento, expreso ó tácito, de los mismos que á ella quedan subordinados, ya de la imposición autoritaria y forzosa de alguno de ellos, como el más fuerte ó astuto, lo que implica igualmente, después de todo, un reconocimiento, aun cuando sea implícito, de su superioridad y de la conveniencia común de su mando, y, por lo tanto, también un asentimiento convencional á la situación de hecho establecida, la cual se convierte, por sólo su existencia continuada, en un orden de derecho, respetable y defendible en cuanto tal, por los beneficios que reporta (1).

(1) Por tiránico, absorbente y despótico que sea un régimen de gobierno, no puede menos de producir ciertas ventajas á los go

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La armonía consiste en eso, en aunar elementos, intereses y puntos de vista discordantes, sistematizándolos, engranándolos y haciéndolos converger hacia un mismo blanco ú objetivo. Es lo que se denomina división del trabajo», como requisito para una acción cooperadora y una labor ordenada.

Pero debe notarse que la noción del orden es enteramente mental y depende del mundo subjetivo al que ella pertenezca, lo que la hace revestir grandísima variedad. Del orden objetivo y trascendental, del de la ley eterna, nosotros los hombres, como no somos autores de él, no sabemos nada; solamente podemos imaginárnoslo, si bien à menudo pretendemos dar á estas figuraciones nuestras el carácter de interpretaciones genuinas y exactas. Del que sí podemos certificar á ciencia cierta (desde nuestro punto de vista) es del orden que nosotros creamos en el laboratorio de nuestra conciencia, donde ponemos cada cosa, cada fenómeno, cada persona y cada acción en el puesto que juzgamos (que interiormente afirmamos) le corresponde para estar ordenada y para que pueda contribuir á la realización del plan divino con precisión y justeza (justicia) perfectas. No hay más sino que á cada cual sólo le es dado res

bernados, que llegan á habituarse y connaturalizarse con él y á considerarlo como condición inexcusable de su vida, bien así como tampoco una relación violenta puede perpetuarse sin que los elementos de ella encuentren un acomodo, base de un nuevo género de vida, útil aun á los mismos subyugados. «No hay bien ni mal que cien años dure». Pensemos, v. g., en los injertos, la domesticación, la esclavitud, las conquistas guerreras y otras situaciones parecidas. Quiere decir que cualquier estado de subordinación de unos hombres por otros tiene que contar con el beneplácito de los subordinados mismos, so pena de hallarse en sobresalto constante y expuesto á ser derrocado á cada paso. Es más, ni aun así podría subsistir un solo momento, pues ¿qué harías tu, Felipe. con todo tu poder-decía á Felipe II su bufón-si mientras tu dijeras que sí, todos tus súbditos [¡todos, incluso los soldados y guardias!] se obstinaran en que no? Por esto me afirmo cada vez más en la creencia de que la doctrina jurídica y social más inexcusable, y la que, por tal razón, se halla siempre en el fondo del pensamiento de cuantos discurren sobre materias jurídicas y políticas, incluso en el pensamiento de quienes formalmente la combaten, es la doctrina que considera el pacto como base y fundamento de toda sociedad.

ponder de sus personales y privativas apreciaciones, las cuales solamente para él (ante su conciencia) tienen verdadero é indiscutible valor, à lo menos por el momento y mientras otras distintas no las sustituyan. Mi orden es mi orden, no es el orden de los demás, ni el orden absoluto y de todo el mundo. Y una de dos: ó me contento con serle fiel yo tan sólo, constitu yéndolo en director y modelo exclusivamente de mis acciones, respetando el orden de los demás, y hasta razonablemente exigiendo que los demás hagan otro tanto frente á los órdenes que no sean el suyo, con lo que los órdenes subjetivos-órdenes de conciencia y de voluntad, órdenes jurídicos-serán abundantísimos, tantos como personas, y cada uno de ellos tan respe table y justo como los demás; ó, por el contrario, alguno de los particulares órdenes de conciencia, justicia y razón adquiere predominio sobre otros, sometiéndolos y negándoles independencia, bien por la violenta imposición (vis compulsiva), bien por el acuerdo y la adhesión de los propios subyugados, lo que en último término viene à ser lo mismo (recuérdere si no el régimen de votaciones y mayorías, el cual concluye por ser un régimen coactivamente impositivo).

Consideremos ahora que la historia humana, lo que vale tanto como decir la vida de los hombres asociados en regímenes de empresa, no se desenvuelve en ambiente de libertad, sino en el de sumisión, dependencia y sacrificio (1). Imposible aqué

(1) Entendámonos, porque la afirmación se presta á equívocos. La vida de los hombres asociados en empresa es ambiente de libertad, ó lo es de sumisión y dependencia, según el asunto se mire. Pues hay libertad é independencia que llamarenios salvajes-como podrían serlo las del imaginario estado natural ó pre social de los hombres-, y hay también libertad é independencia sociales y civilizadas, ó libertad é independencia en la organización. La organización, que es obra social, civilizada, lleva justamente por objeto facilitar más y más la vida del hombre asociado, abriendo carriles seguros y horizontes amplios á su actividad, y dando, por consiguiente, posibilidades para que las respectivas personas tengan un campo de expansión y dominación de que en otro caso carecerían. Así, pues, pudiera decirse que la sumisión y dependencia producidas por la labor histórica tienen una de sus

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lla de otro modo que por la agremiación de cuantos vayan persiguiendo un mismo objeto, cualquiera que éste sea (agrupaciones políticas, religiosas, industriales, mercantiles, benéficas, profesionales, nacionales, locales...), se hace preciso que cada privativa persona de las que aunan sus medios y su actividad deje à un lado los dictados de su conciencia, que es su peculiar orden jurídico, para disponerse á obedecer el que se le imponga, á menos que, por los procedimientos antes indicados, sea precisamente este orden suyo el que llegue à adquirir predo minio. Si la vida humana es una cadena ininterrumpida de empresas, y si toda empresa se nutre de aspiración, de finalidad, de esfuerzo inteligente y voluntario, de acciones coordi nadas y subordinadas al punto céntrico de la misma, causa final del hacer de todos los asociados, es menester que ninguno de éstos, salvo el gerente ó representante, autorizado para ellode manera expresa ó tácita- por todos sus compañeros, obre por su propia cuenta, de conformidad exclusiva con su intimo mundo mental, con sus especiales designios, gustos ó intereses, sino que, al contrario, todos doblen la cabeza y hagan las aportaciones que la voluntad superior-norma de todas las conductas- ordene.

Lo cual demuestra (sea dicho á modo de paréntesis) que la vida humana, por cuanto forzosamente tiene que hacerse en forma social (1), es de suyo vida de ensamblamiento y, por consiguiente, vida de esclavitud, de obligaciones y deberes (el deber es sumisión, servidumbre); en modo alguno es vida de independencia individual, de autonomía, autarquía y libertad, sino à lo sumo dentro de ciertos limites, dentro de los limites que consienta-y, si se quiere, que exija-la voluntad suprema

caras mirando á la libertad y son factores de libertad, como, por el contrario, la libertad y la independencia irregulares (arbitrarias, insociales) del no civilizado presentan una faz de servidumbre y son señales de impotencia, pobreza y encogimiento.

(1) Recordemos la repetida afirmación aristotélica, según la cual el hombre es por su misma naturaleza «un animal social> (Ζώον πολιτικόν).

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