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rique crecia á par de las calamidades públicas; y el Estado sin direccion ni gobernalle, combatido por todos los vícios, inficionado de todos los princípios de disolucion, caminaba rápidamente á una ruina cierta é inévitable.

En tal situacion recibió Isabel los domínios de Castilla. Y cuando su alma grande y generosa necesitaba recoger todos sus alientos para acudir al remédio de tamaños males, y acometer la árdua y gloriosa empresa de la reforma, tuvo tambien que luchar en los princípios con otro género de dificultades. Los aduladores, peste palaciega que se abominará siempre y habrá siempre, habian logrado que brotasen en el pecho del Rei Fernando las semillas de la ambicion. Esposo digno de una esposa todavia mas digna, no se conformaba con que manos femeniles rigiesen las riendas de la monarquia castellana. Fue menester toda la razon y dulzura de la Réina, la mediacion de árbitros imparciales, el interés de la Infanta Doña Isabel, única heredera hasta entonces de la Corona, para aquietar el ánimo del Rei católico, y hacerle consentir en que su muger gozase de los derechos que le daban la naturaleza, los pactos matrimoniales y el ejemplo de los siglos precedentes, y que justificaron despues las felicidades de su gobierno.

Rayaba otra vez en los corazones la esperanza, y la plácida aurora del orden y de la felicidad sucedia á la noche tenebrosa de la confusion y desastres anteriores. Pero una tempestad que se fraguaba hacia el occidente amagaba extenderse sobre la península, y perturbar la serenidad y sosiego de Castilla. El Rei Don Alonso de Portugal ó movido de la ambicion ó despechado tambien por la entereza con que algunos años antes le habia negado su mano Isabel, trataba de sostener los derechos que alegaba á la sucesion de estos réinos su sobrina Doña Juana. Muchos de los Grandes castellanos, creyendo medrar por las mismas mañas que en otros reinados, é irritados de que hubiese pasado el tiempo del poder de los validos y del pupilage de los Príncipes, se disponian á favorecer el partido portugués y á sacudir la funesta antorcha de la guerra civil. En vano envió la Réina una y otra embajada con palabras de moderacion y de templanza: en vano interpuso la media

cion de personas amantes de la tranquilidad: en vano intentó des armar con bondad y dulzura á sus malaconsejados vasallos. Don Alonso, lleno de las esperanzas que le daban sus fuerzas, la desprevención de los nuevos Reyes, y las ofertas de los castellanos sus parciales, desecho enteramente las proposiciones pacíficas y resol vió el rompimiento.

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Tuvo Isabel que defender con la fuerza la heréncia de sus mayores. Pero las dificultades eran grandes: faltaba el dinero, nérvio de la guerra; Toro y Zamora habian abierto las puertas al enemigo; el castillo de Burgos, cabeza de Castilla y cámara de sus Reyes, tremolaba las quinas portuguesas; los franceses, solicitados por el Rei Don Alonso, entraban en Guipúzcoa, y despues de talar el país, sitiaban á Fuenterrabia. Hizo frente á todo Isabel: el amor de sus pueblos le dió soldados, el santuário le franqueó sus riquezas; y mientras el Rei su marido á la frente de un ejército contenia los progresos de los invasores, ella recorria sus estados buscando y enviando socorros; suscitaba enemigos á los Grandes disidentes en sus propios hogares, disponia se corriesen las fronteras de Portugal por Extremadura y Andalucia, aseguraba la fidelidad vacilante de Leon, y entablaba en Zamora las inteligéncias que hicieron recobrar aquella ciudad importante. El alma y el valor no tienen sexo. El Rei de Portugal se habia internado en Castilla con el desígnio de socorrer el castillo de Burgos. Isabel con un campo volante sigue sus movimientos, le pica la retaguárdia, le corta los víveres, le obliga á retirarse á la frontera, y coge el fruto de sus nobles fatigas, recibiendo por si misma las llaves de aquella fortaleza, que se defendió con un teson digno de mejor causa.

Entretanto Fuenterrabia, escollo en algun tiempo de la glória francesa, cercada y descercada tres veces, inutilizaba los grandes. aprestos militares con que el Rei Luis se proponia favorecer á su aliado, y ensanchar sus domínios. Finalmente la jornada de Toro acabó de inclinar la balanza á favor de Isabel, y afianzó para siempre en sus sienes la corona. Atienza, Huete, Madrid volvieron á reconocer el império de sus legítimos dueños; la Réina recobraba en persona la fortaleza de Toro, punto capital de la guerra y pla

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za de armas de los portugueses; y con una moderacion igual á su fortuna, mientras con una mano se ceñia el laurel de la victoria, ofrecia con la otra el olivo de la paz á los vencidos.

Mas no tuvieron efecto por el pronto sus loables deseos. El ánimo, enconado mas bien que abatido del Rei Don Alonso, se negaba obstinadamente á todo proyecto que no fuese de sangre y de venganza. Todavia estaba enseñoreado de várias fortalezas que la sorpresa ó la infidelidad habian puesto en sus manos desde los princípios de las hostilidades: y contando con el apoyo de los malcontentos, meditaba volver á entrar poderosamente en Castilla. Fué forzoso desbaratar los obstáculos de la paz, y obligar al portugués á aceptarla á su despecho. Durante la ausencia de Fernando, que habia pasado á recibir la corona de Aragon por muerte del Rei su padre, Isabel presenciaba la victoria conseguida por sus tropas en la Albuhera, y mandaba sitiar á Mérida, Medellin y otras fortalezas. En valde quisieron persuadirle sus consejeros y capitanes, que la devastacion del país, la escasez de comestibles, las enfermedades pestilenciales, las contínuas correrias del enemigo, la comodidad, conservacion y seguridad de su augusta persona, exigian se retirase tierra adentro de sus domínios. No soi venida, les respondió, á huir del peligro ni del trabajo: ni entiendo dejar la tierra, dando tal glória á los contrários ni tal pena á mis súbditos, hasta ver el cabo de la guerra que hacemos, ó de la paz que tratamos (1). La constáncia de la Réina triunfó en fin de la obstinacion portuguesa, y allanó las dificultades para el ajuste. Portugal y Fráncia humilladas hubieron de bajar la altiva frente y de reconocerla por Réina de Castilla; é Isabel perdonando generosamente á los Grandes desleales, borró todos los recuerdos amargos que pudiera dejar la guerra, é hizo olvidar cuanto no era su glória.

Tal fué la conclusion de esta contienda, que no permitió á Isabel en los princípios de su reinado vacar á las artes de la paz y á las ocupaciones que la hicieron el amor y delícias de sus vasallos. En los intervalos que le dejaban los cuidados de la guerra, la pro

(1) Crónica de Pulgar, parte 2. cap. 90.

vision de plazas y ejércitos, las negociaciones con el enemigo y con los malcontentos, en el discurso mismo de sus viages, atendia á la administracion de la justícia, cuidaba de que se ejecutasen las leyes, y aseguraba ó restablecia la quietud de los pueblos. Así sosegó la província de Extremadura, donde las parcialidades y facciones en las ciudades y la tirania de los alcáides de las fortalezas en los campos y caminos, no dejaban asilo alguno al habitante laborioso y pacífico: asi quitó los bandos de Córdoba, origen y ocasion de inumerables delitos: así aplacó el motin de Segóvia, donde arrojándose en médio de los sediciosos con un valor que sus cortesanos calificaron de temeridad, impuso repentino siléncio y respeto á la osadia :`asi restituyó la tranquilidad á Sevilla, agitada habia largos tiempos de distúrbios domésticos que frecuentemente la bañaron en sangre de sus mismos hijos. La preséncia de la Réina ahuyenta el desorden y la confusion, como la del Sol ahuyenta la oscuridad y las tinieblas; y mezclando prudentemente la cleméncia con la severidad, consigue reprimir los crímenes y ganar al mismo paso los corazones. Conquista harto mas útil y gloriosa que la de plazas y fortalezas; y linage de guerra, cuya táctica poseyó eminentemente Isabel y que fué uno de los principales instrumentos de los aciertos y mejoras de su gobierno.

Pero la Réina no podia asistir personalmente en todos los puntos de sus domínios y la maldad, la licéncia, la impunidad de los malos, la falta de seguridad para los buenos, eran daños generales, antíguos, arraigados profundamente por doquiera. El remédio debía ser proporcionado á la doléncia. Convenia erigir un tribunal severo, ejecutivo, cuya vigiláncia se extendiese y derramase hasta los últimos ángulos de las províncias y que componiéndose del comun de sus moradores no dejase recurso ni efúgio á los delincuentes.

Esta fué la hermandad que en médio de los apuros ocasionados por la guerra con los portugueses, propusieron los réinos en las cortes de Madrigal del año 1476, y que se formó á poco bajo la protec cion Real en la villa de Dueñas. Los pueblos, armados en tropas regladas de á pié y de á caballo, armados por la mas justa de las cáusas, la seguridad pública, limpiaron de delitos el suelo de Castilla, castigaron ó ahuyentaron á los malhechores, y purgaron la tierra, co

mo en otro tiempo Alcides, de los monstruos que la infestaban. Habianse visto ya algunos ensayos de semejante institucion en el reinado de Don Alonso el XI, cuando el desconcierto y turbuléncias de su menor edad no permitian vivir con seguridad fuera de lugares murados, cuando el pasagero veía ya sin extrañeza yacer en los caminos los cadáveres insepultos, y las leyes enmudecidas no se atrevian á clamar por venganza. Renovados los males en tiempo de Enrique IV, los pueblos volvieron á establecer de nuevo las hermandades: pero las contradijo y finalmente las destruyó el Rei, gobernado siempre por los autores de los daños que querian corregirse.

La hermandad de Dueñas nacia bajo auspícios muy diferentes. El bien general era el norte de todas las operaciones de Isabel, y la hermandad fué protegida, alentada y autorizada. En vano los Grandes y Prelados juntos en Cobeña, entre reverentes y quejo. sos, representaron contra un establecimiento que acercaba los pueblos al trono; que reuniéndolos les daba á conocer su fuerza é importáncia; y que formando con el Gobierno una santa liga, le prestaba médios para reprimir los excesos de una oligarquia inquieta y ambiciosa que posponia la felicidad y lustre de la nacion á la triste glória de mandar en sus ruinas. La respuesta vigorosa de Isabel les hizo entender que ya no reinaba el débil Enrique, y que en adelante coligadas la autoridad y la fuerza limitarian sus pretensiones á los términos de la razon, imponiéndoles la saludable necesidad de ser moderados y justos.

Luego que la paz permitió dar á las ocupaciones silenciosas del gabinete el tiempo y los cuidados que hasta allí habia distraido el estrépito de las armas, pudo Isabel atender ya desembarazadamente á la cura de las profundas llagas del cuerpo político y á la extirpacion de los abusos que se oponian á su prosperidad y esplendor. Á este fin mandó convocar las cortes de Toledo del año 1480; cortes memorables por la gravedad de los asuntos que en ellas se ventilaron, y por la influència que tuvieron sus decisiones en el estado ulterior de la monarquia.

El daño que por su mayor bulto llamaba la primera atencion de las cortes, era la pobreza del erário. Los pueblos pagaban con

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