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CAPÍTULO III

1. El P. Serra entra en la Compañía.-2. Sus ministerios en Europa.-3. Viene á América.-4. Es doctrinero en el Paraguay.-5. Sus obras en Córdoba y Sta. Fe. -6. Sus ocupaciones en Chile.-7. Sus virtudes.-8. Sus devociones y santa muerte.-9. Milagro de S. Francisco Javier.-10. Se comprueba juridicamente.-11. El Rey delibera sobre las cartas de Pobeda.-12. Real cédula en su contestacion.—13. Se recibe en Santiago.-14. Se tiene la junta de misiones.-15. No aumenta su número; y rebaja el sinodo.-16. Suprime los colegios incoados.-17. Se abstiene de recomendarles á los PP. misioneros el celo, y la formacion de pueblos.-18. Tampoco manda que no tengan propiedades.-19. Nada inmutó desde el artículo 3.° al 7.o -20. Mezquindad con que fundó el colegio de indios: no amparó á los de la Mocha. -21. En vano fundó clases de araucano.-22. Porqué se fundó en Chillan el colegio de indios.-23. Se inaugura con doce alumnos.-24. Sus progresos.-25. Fúndase la mision de Culé.-26. Número de sus indiadas, y su fruto.

1. Nacido Miguel Ángel Serra á 7 de Enero de 1638 de nobles y piadosos padres en la ciudad llamada Iglesias en la isla de Cerdeña, educóse en Caller; y habiendo estudiado humanidades y retórica con los PP. de la Compañía de aquel colegio, pretendió entrar en ella. El P. Provincial rehusó por algun tiempo admitirlo, en razon de su poca salud; mas al fin se resolvió á ello, diciendo á sus consultores: ¡Ea, Padres! Recibámoslo siquiera para santo: tanta era ya la opinion que se tenia de su virtud. Comenzó su noviciado el 6 de Junio de 1656, y lo pasó con el mayor fervor. Hechos los votos simples del bienio, fué enviado á su patria á enseñar retórica; de donde volvió á Cáller á estudiar las artes y la teología.

2. Ordenado de sacerdote, tornó á enseñar por algunos años, con mucho aprovechamiento literario y espiritual de sus discípulos; y á más del trabajo de sus clases, hacia doctrinas y pláticas todos los domingos, no obstante de estar siempre enfermo; instruyendo y moralizando á las gentes pobres, que ordinariamente son las más necesitadas y menos atendidas. Este fué como el ensayo para las misiones; á las cuales dió principio en las campiñas de aquella isla, con tanta mocion de los pueblos, que à él lo llamaban Elías, y á su compañero Enoc. Aunque el buen P. Miguel Angel, buscando únicamente la mayor gloria de Dios, huia de todo lo que pudiera acarrearle alguna honra, se granjeó, sin embargo, el universal aplauso de aquellas gentes, que quedaron prendadas de su relevante mérito. Tan pronto como él lo reconoció, trató de evitar esta estimacion y aplauso, no retirándose del ministerio, sino buscando un lugar retirado en que pudiera ejercitarlo, libre del aura popular; por lo cual pidió y consiguió venirse al Paraguay con el P. procurador Altamirano. 3. Por Agosto de 1672 salió de Cáller á escondidas; disponiéndolo así los superiores para evitar el alboroto que con su salida se habria ocasionado. Llegaron felizmente á España; y no hallando pronto pasaje para América, se re

tiró por algunos meses al noviciado de S. Luis de Sevilla, siguiendo exactamente la distribucion de los novicios; cosa que creia, á causa de su grande humildad, serle necesaria por su falta de virtud; siéndolo únicamente por su mucha devocion. Desde aquel retiro se hizo sentir bien pronto el olor de sus virtudes; por lo cual lo pidieron para el colegio de Cádiz; en que consiguió muchas y grandes conversiones, aun entre los moros que habian ido allá á negociar, mientras con los suyos aguardaba el P. embarcacion. Consiguiéronla al fin; y despues de una próspera navegacion, en Abril de 1674 aportó en Buenos-Aires; y el P. Provincial Cristóbal Gomez lo envió enseguida á las misiones del Paraná y del Uruguay.

4. No tardó, por su aplicacion y talento, en aprender el guarani; en que se hizo un excelente doctrinero: oficio que ejercitó por cinco años, con grande aprovechamiento de los indios y de su propia alma. No reconociendo en sí mismo los progresos en la virtud que realmente hacia en aquellas misiones, confundido de sí, y deseoso de su mayor perfeccion, se obligó con voto en 1678 á pedir al P. Provincial que lo volviese al noviciado, y lo ocupase en los oficios más humildes.

5. Cumpliéronle en parte su gusto, enviándolo al colegio máximo de Córdoba, para que fuese prefecto de espíritu de aquella numerosa juventud, que bajo la direccion de tan virtuoso maestro hizo grandes adelantos en el camino de la perfeccion. No fueron menos notorios los progresos que el P. Serra reportó de muchos seglares, hasta del mismo Sr. Gobernador, con su continua asistencia al confesonario, con sus frecuentes y fervorosos sermones, y sobre todo por medio de los santos ejercicios de nuestro S. P. Ignacio: práctica que él introdujo en aquella ciudad; con la cual se vieron entonces y en adelante conversiones maravillosas, así de pecadores à la gracia, como de justos á mayor grado de santidad. Igual ó mayor celo desplegó en Sta. Fe, à donde á los dos años fué enviado por enfermo. Allí fué operario y prefecto de la congregacion de los españoles por siete años, y rector por tres. A más de las muchas conversiones que hizo, se cuenta que obró muchos y evidentes prodigios. Su prudencia en regir aquel colegio fué singular; muy ardiente la caridad conque á todos los trataba, especialmente á los muchos de los nuestros que hacian escala en Sta. Fe, viajando para el Paraguay; y admirable la devocion y recogimiento interior que conservó constantemente, no obstante sus muchas, graves y variadas ocupaciones. Era tan notorio este su espíritu de recogimiento, que el P. procurador de la casa le dijo, como por gracia, en cierta ocasion: ¡Miren qué rector tenemos! ¿Cuándo dejará Vuestra Reverencia de ser novicio?

6. Era tan elevado el concepto que todos tenian de sus virtudes, que cuando el P. Tomás Donvidas tuvo órden de pasar á Chile trayendo algunos sujetos de aquella Provincia, uno de los primeros que escogió fué el P. Serra: y no le costó poco el sacarlo de allí, por la general y unánime oposicion que le hicieron los de la Compañía y los vecinos de Sta. Fe, que lo amaban como á su padre. Vencida la resistencia, que todos oponian menos él, que gustoso

salió de Sta. Fe, pensando huir por este camino de la estimacion pública, pasó la cordillera de los Andes en 1692; y al llegar á Santiago halló entre los nuestros la misma veneracion en que le tenian los de su Provincia, y bien pronto lo apreciaron igualmente los externos. Año y medio fué prefecto de espíritu del colegio máximo; de donde pasó á S. Borja con el mismo cargo y con los de maestro de novicios é instructor de los PP. de tercera probacion; y en 1695 se le agregó por complemento, como antes hemos indicado, el de rector de la misma casa. El P. Machoni en sus «Siete estrellas» nos traza un claro y difuso cuadro de sus virtudes; y por cierto que con él á la vista no acertamos á discernir en cuál de ellas resplandeció más; porque las poseyó todas en grado verdaderamente heróico.

7. En la observancia de las reglas fué exactísimo, sin que dejara jamás, ni aun siendo superior, de barrer su aposento dos veces por semana; la humildad parecia ser su virtud característica; por amor á la pobreza nada tenia, y en lo indispensable usaba lo peor de casa; su castidad fué realmente angélica, conservando perpetuamense intacta la joya preciosa de la virginidad, para cuya conservacion hizo con sus ojos, y guardó exactamente el pacto del santo Job, de no mirar á la cara, ni aun pensar, para cosa que á la salvacion de su alma no se refiriera, en mujer alguna. Su obediencia fué digna de un hijo de S. Ignacio; su mortificacion era continua; ni lo era menos su oracion, en que unas veces le vieron con el rostro inflamado, y otras con el espíritu arrobado y el cuerpo elevado en el aire. El amor para con Dios tenia enardecido de continuo su corazon; por lo cual sus palabras, así en las conversaciones privadas, como en el confesonario y púlpito, eran como dardos encendidos, que prendian en los corazones de los oyentes; sacando de aquella frágua de amor que en su pecho ardia una elocuencia santa y eficaz, á que nadie podia resistir. Del mismo principio provenia la singular mocion que causaba donde quiera que estuviese, y el gran fervor que se experimentaba en las casas y colegios que tenian la dicha de hospedarlo por algun tiempo. De este acendrado amor de Dios nacia su ardentísima caridad para con el prójimo, la cual, con ser él débil y enfermizo, le precisaba á sacrificarse para aliviar los trabajos de la vida y proporcionar algun bien corporal ó espiritual á sus hermanos, en cuyo número y tratamiento contaba afectuosamente à todos los hombres. No solo cuando superior repartia cuantiosas limosnas á los menesterosos, sino tambien cuando era súbdito; no obstante el no poseer ni administrar bienes algunos. Por ser la caridad altamente ingeniosa, no le faltaban arbitrios para socorrer las necesidades de los miserables; y mucho más lo era la suya cuando esperaba salvar algun alma por medio de la limosna, ó estorbar con ella algun pecado mortal.

8. Su devocion á María Santísima era la más tierna; no contento con profesársela él solo, no omitia diligencia alguna capaz de propagarla é infundirla íntimamente en los corazones de los demás, aunque fuesen grandes pecadores; con la firme esperanza de que por medio de ella lograrian su verdadera conversion, como en realidad muchos la alcanzaron. Profesó tambien singu

lar devocion al arcángel S. Miguel; por lo cual se complació en gran manera con vivir en un colegio dedicado á su honor y puesto bajo su advocacion y amparo. Pero la devocion en que parece haberse esmerado más, fué la del Santísimo Sacramento, en cuya presencia pasaba como absorto ó arrobado horas enteras. Bien notorio era comunicarse á los asistentes el fervor y devocion, con que celebraba la santa misa. Santificado con la práctica constante y fervorosa de sólidas y perfectas virtudes, y enriquecido de méritos por sus muchas obras buenas, llevóselo el Señor para sí á 21 de Enero de 1697. Su muerte fué muy sentida y llorada de todos los PP. y novicios y de todo el pueblo; á pesar de estar todos íntimamente persuadidos de que su bienhadada alma habria volado cuanto antes á la gloria, aun sin saber la revelacion de ello hecha aquel mismo dia al H. Alonso Lopez; de cuyas virtudes haremos honorífica mencion cuando, con ocasion de su muerte, que sucedió diez y ocho años despues, esbocemos su biografía. La subida al cielo del alma del P. Serra el mismo dia de su muerte fué confirmada tambien con algunos otros prodigios, que nos refiere el P. Antonio Machoni (1) en la cuarta de sus «Siete estrellas.»>

9. Aunque hemos pasado en silencio, por brevedad y cautela, los milagros que el mismo P. Machoni nos asegura haber obrado este siervo de Dios, no podemos menos de dejar consignado en esta Historia el que à favor de una religiosa carmelita obró por este tiempo el glorioso S. Francisco Javier, por constarnos su verdad del proceso jurídico, que sobre el caso formó la autoridad eclesiástica. Sor Beatriz Rosa de S. Francisco Javier hallábase desahuciada de cinco médicos, por la gravedad de los achaques que padecia así de pulmonía, como de tísis, echando sangre por la boca cinco años hacia, y teniendo además un cirro muy grande en el vientre, que, subiéndosele más arriba, le quitaba casi por completo la respiracion. Frustrados los medios humanos, acudió á la proteccion de S. Francisco Javier, ante cuya reliquia le pidió la salud. A las cuatro de la mañana del 7 de Setiembre del año 1696 apareciósele el santo, vestido de sobrepelliz, con un ramo de azucenas en la mano, despidiendo de su rostro un resplandor parecido al del sol; y la dijo: «Ya estás «buena; sigue tu comunidad, que yo te prometo que, como dés cumplimiento «á tus propósitos, te acompañaré con mi favor, y te llevaré la mano como el «maestro la pluma al discipulo.» Aplicándose entonces la devota religiosa con mayor confianza la reliquia del santo á las partes enfermas del pecho y vientre, cesaron los vómitos y desapareció la opresion, se disolvió el cirro, y quedó completamente sana; acudiendo desde aquel dia á todos los actos de la comunidad.

10. En accion de gracias de esta milagrosa curacion hízose una procesion pública, con asistencia de todas las corporaciones; y el P. Nicolás de Lillo y Barrera, profesor del colegio máximo, predicó un fervoroso panegírico del mismo santo, en llegando aquella á la catedral. El P. Andrés Alciato, rector

(1) De ella hemos extractado esta sucinta biografía.

del mismo colegio y confesor de la mencionada religiosa, pidió al cabildo eclesiástico hiciese una informacion jurídica de este milagro: como en efecto la hicieron los cuatro canónigos nombrados por el vicario capitular, con otros tantos religiosos escogidos de las cuatro órdenes establecidas en Santiago; los cuales, despues de haber oido las razones que alegaron en pró el dicho Padre rector, y en contra el licenciado D. Francisco Rutal, promotor fiscal del obispado, lo declararon verdadero milagro, y dieron permiso para que se impri- · miera su relacion: como efectivamente se imprimió en Lima á 5 de Mayo de 1698, junto con dicho panegírico (+).

11. Entre tanto se deliberaba en la corte de Madrid sobre las cartas arriba mencionadas de Pobeda; y despues de varias consultas y maduras reflexiones, se dió la contestacion, que enseguida copiaremos. Por el tenor de esta se reconoce que su real Majestad ni despreció absolutamente las acusaciones tácita ó expresamente contenidas en ellas, ni tampoco las dió entero crédito; sino que, recelando los excesos que entre hombres, por santa que sea la corporacion á que pertenezcan, pudiera haber, y comprendiendo que desde España jamás podria averiguar exactamente la verdad, ni dictar resueltamente las providencias que el caso requeria, dispuso, con gran prudencia y paternal amor, lo siguiente; y lo comunicó al Gobernador de Chile por cédula dada en Madrid á 11 de Mayo de 1697 (1), que copia al pié de la letra el P. Olivares, y que nosotros extractaremos por brevedad, expresando fielmente el sentido de cada uno de sus artículos.

12. 1.° Nómbrese una junta, compuesta del presidente y del oidor más antiguo de la audiencia, del obispo y del dean de Santiago, de los oficiales reales de la misma ciudad, y de los dos sacerdotes que habian entrado en los indios, si es que estan todavía entre ellos; para que confieran entre sí y resuelvan si deben entrar á los indios, y de qué manera, cuarenta misioneros jesuitas y diez franciscanos, dando doscientos cincuenta pesos á cada uno de estos, y lo que se crea conveniente á cada misionero jesuita; con tal que no sea más de seiscientos pesos, (ducados de oro dice el Padre Covarrubias (2), que eran ochocientos veinte y cinco pesos) pagaderos del real situado.-2.° Que les recomienden la aplicacion y cuidado de convertir á los indios, reducirlos á poblacion en sus distritos, sin quitarles sus propiedades y terrenos, y que prohiban á los misioneros tener posesiones entre los indios.-3.° Que á nadie permitan quitarles los hijos á los indios, ni con pretexto de servir al obispo, al presidente, ó á los oficiales reales; y esto bajo pena de la vida.-4.° Que no se quiten los terrenos á los indios convertidos; ni harán merced de ellos; ni entre nadie en su jurisdiccion; y declaren nulas las hechas del Biobio al sur por cualquier Gobernador.-5.° Consérvese á cada cacique en su mando; y por muerte de los actuales, se les nombren sucesores segun sus costumbres. Ni estos ni sus hijos pagarán tributo. Mas procuren los misioneros reducir á

(+) Se conserva en la biblioteca de los PP. de la Merced.-(1) P. Olivares, cap. xvп, §3, pag. 472.-(2) En su memorial al Rey, publicado por Mr. Gay.

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