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venia á un digno sucesor de los apóstoles, con las palmarias y exorbitantes extralimitaciones del poder real, como, desgraciadamente para ellos y para toda la Iglesia, lo fueron en aquel tiempo un gran número de prelados españoles, que no vieron, ó no quisieron ver la borrascosa tormenta que á todos, clérigos, religiosos y fieles, se les venia encima, reunió su cabildo y clero, y les hizo presente la voluntad del Soberano en órden à la Compañía de Jesús, exhortándoles á conformarse con ella. Estos mismos sentimientos procuró inspirar á las comunidades religiosas, circulándoles la siguiente nota (1): «Por un «oficio que me ha pasado el muy ilustre Sr. presidente de esta real audiencia, «Gobernador y capitan general del Reino, hoy á las siete de la mañana, me «avisa cómo el Rey ha determinado extrañar de sus dominios la religion de «la Compañía de Jesus; á la cual determina únicamente esta providencia, que «<participo á Vuestra Paternidad Reverenda para su inteligencia; encargandole «prevenga particularmente á sus súbditos que en esta ocasion deben manifes<«<sar la obediencia y respeto al Soberano, de modo que sirvan de ejemplo al «Estado; como tambien que en los sacrificios y oraciones de su santa comu«nidad, y demás dependientes de su gobierno, se pida á Dios dé á los religio«<sos de la Compañía la resignacion tan necesaria en este caso, y su alta proteccion á esta sagrada religion.

(1) Eizaguirre, Historia de Chile, tit. II, cap. vII.

CAPÍTULO XXV

1. El pueblo nota las providencias extraordinarias del Gobernador.-2. Recela que son contra los jesuitas.—3. Arresto de estos en Santiago.-4. Todos se someten.-5. Son reunidos en el colegio máximo.-6. Constancia de los novicios.-7. Los de la Punta son llevados al mismo.-8. Consternacion del clero y del pueblo.-9. Arresto de los de Rancagua y su conduccion á Valparaiso.-10. Sus inventarios.—11. Arresto de los demás.-12. Algunos se sustraen de él.—13. Plegarias al cielo del pueblo y de las religiosas.-14. Los de Cuyo son enviados á Buenos-Aires.-15. Arresto del P. Vargas y de su mision en Montevideo.-16. Es reembarcado en Barragan.-17. Es combatida la vocacion de los novicios.-18. Embárcanse los victoriosos.-19. Averías de su flota.-20. Otros siete naufragan en la Plata.-21. Necrología del P. Benasser.— 22. Triste fin de aquella mision.—23. Su trabajosa navegacion.—24. Misionan en Algeciras y Tenerife.-25. Estaba ya fraguada la expulsion al embarcarse.-26. Porqué se embarcan.-27. El Gobernador no comunicó el secreto.-28. Ni al marqués de la Pica.-29. Ni al Sr. Alday.-30. Ni al P. Zeballos.-31. Carvallo se equivoca al escribirlo.-52. El Sr. Perez no lo dice.-33. Los jesuitas no ocultaron capitales.-34. No los tenian aglomerados.-35. Se registran los libros del colegio máximo.-36. No se ha encontrado ni un peso escondido.-37. Se registran las demás casas inútilmente.-38. Únicas é insignificantes cantidades que los jesuitas habian extraido del pais.-39. Obras en que andaban ocupados al tiempo de la expulsion.

1. Las muchas y graves providencias que, en virtud de las instrucciones del conde de Aranda, iba tomando Guill y Gonzaga en todo Chile, desde los pasos de la cordillera hasta los puertos del mar, y desde Copiapó hasta Chiloé, no podian pasar inadvertidas. El mismo sigilo con que sus órdenes se remitian á una y otra parte tenia sobrecogidos los espíritus; y el modo misterioso con que obraban las personas del gabinete, sin descubrir á nadie el motivo verdadero, ni el objeto principal de sus imponentes acciones, alarmado habia poderosamente á los mismos agentes del gobierno. El pueblo no sabia qué pensar de todos estos movimientos: los unos decian que iba á estallar una guerra con Inglaterra; los otros que eran preparativos para castigar con las armas á los indios, que pocos dias antes habian saqueado á los jesuitas, y los habian arrojado de las misiones recien fundadas por el Reverendo P. Provincial Baltasar Huever (1). Por disposicion del Gobernador, se hacia una novena rezada en la iglesia de Sto. Domingo porgel feliz éxito de su empresa; y se promelia al pueblo instruirle de todo el asunto el 25 de Agosto. Todas las tropas, diseminadas por los campos de este partido, habian recibido órden de reunirse en Santiago para ese dia. No dejaria de haber alguno que observase haberse enviado los pliegos cerrados á todos y solo á los lugares en que habia casas de jesuitas.

(1) Carta del P. Weingartner sobre la expulsion de los jesuitas de Chile, impresa en esta ciudad por Junio de 1869 en los Anales de esta universidad.

2. «Lo cierto es, son palabras del P. Weingartner, que el 24 de Agosto, dia «de S. Bartolomé, en la tarde, comenzó á esparcirse por la ciudad el rumor de <«<que ese aparato de guerra se dirigia contra los de la Compañía de Jesús: á «las tres supe la noticia por medio de otro P., de un modo bastante seguro. «Las religiosas carmelitas se pusieron al momento en oracion; no perdonando «desvelos, ni penitencias. El 25 los soldados estaban en el puesto que se les <«<habia designado: toda la ciudad esperaba: sin embargo, el Gobernador no se «presentó. Como el cielo estaba cargado de nubes y amenazaba lluvia, envió <«<las tropas á comer, y lo postergó todo para aquella noche. Pero de hora en «hora el rumor de la víspera tomaba más consistencia: se decia abiertamente <«<que estos preparativos se dirigian contra nosotros. Se vió á un soldado re«<correr las calles con lágrimas en los ojos, repitiendo que era deudor á los «jesuitas de todo lo que sabia de bueno, y que preferiria hacerse matar, antes «que poner las manos sobre uno solo de ellos. Este mismo dia varias personas «extrañas fueron á ofrecernos á muchos PP. un asilo en sus casas, si éramos «expulsados de las nuestras.»>

3. En fin llegó el dia 26 de Agosto del año 1767; funestísimo para la Compañía de Jesús, para el Reino de Chile, para la noble nacion araucana y para los demás indígenas de estas regiones. A la una de la noche se hallaban reunidos en el palacio de su Excelencia cuatro de los Sres. regidores, otros tantos ministros de fe, y otras personas de categoría, para ejecutar ciertas órdenes de grave importancia, que aún no se les habian comunicado (1). En la plaza estaban formados seiscientos milicianos, provistos de municiones, como si tuvieran que combatir con un valeroso enemigo, que ellos ni conocian, ni podian sospechar donde se hallara. Leida la órden á los regidores y demás reunidos en palacio, fué destinado cada uno de ellos á caer de sorpresa sobre una de las cuatro casas, que la Compañía tenia en esta ciudad. D. Juan Balmaseda se dirigió con su piquete al colegio máximo, ó sea de S. Miguel y á su adjunto convictorio de S. Javier; D. Gregorio Blanco. Llaysequilla al de S. Pablo; D. José Clemente Traslaviña al noviciado de S. Borja; y D. Juan Verdugo á la Ollería y á la inmediata casa de ejercicios de Nuestra Señora de Loreto. Rodeadas con mucho silencio las cuatro casas por aquella genta armada, que defendia á un tiempo sus avenidas, los mencionados regidores golpearon las puertas de ellas á las tres en punto de la madrugada; y mandando abrirlas á nombre del Rey, llamaron á los respectivos superiores, y les mandaron convocaran al punto sus comunidades en lugar bastante capaz; donde, leyéndoles el real decreto, les intimaron la sentencia de destierro perpétuo de este Reino y de todos los dominios del Rey de España.

4. ¡Cuán grande seria su sorpresa y profundo su pesar! La religion y la naturaleza sugeririan á sus entendimientos y excitarian en sus corazones poderosas razones y afectos contra tan grave injusticia y perjudicial condena; una viva lucha se levantaria en el alma de aquellos ilustrados y fervientes religio

(1) Archivo del ministerio del interior, y la carta citada.

sos; en la cual la virtud de la santa obediencia, reforzada con los hábitos adquiridos por el continuo y fervoroso ejercicio de ella, habia de ganar una completa victoria. Todos, en efecto, se rindieron à la órden del Rey; no porque reconocieran en este autoridad para cometer con nadie la iniquidad y la injusticia, sino porque, cerrando los ojos para no ver las nulidades de dicha órden, acataron en ella sencillamente la expresion de la voluntad primisiva del Altísimo; desde que les venia por el órgano de aquel que estaba legítimamente constituido acá en la tierra para que en su nombre gobernara la nacion española. Ni uno solo protestó contra la manifiesta tiranía del decreto carolino; ni uno reclamó, porque habria sido del todo inútil, por sus derechos inviolables de hombre y de eclesiástico, ni por el de extranjero los que lo eran. ¡Ah! ¡cuánto menores injusticias ó vejaciones bastan hoy dia para que los extranjeros apelen á su pabellon, y sus gobiernos respectivos hagan reclamaciones, y exijan á cañonazos una reparacion!

5. No bastó someterse: á los más preciso les fué desde luego comenzar á obedecer; por cuanto á los del noviciado, á los de S. Pablo, á los de la Ollería y á los del convictorio de S. Javier se les mandó pasasen cuanto antes al colegio máximo: como lo cumplieron. Los colegiales fueron enviados á sus casas. Empero ellos, ó algunos de los sirvientes, antes de salir, desfogaron su profundo sentimiento con una jugarreta, de que tan solo tuvieron conocimiento los ministros reales al entrar al refectorio, para hacer su inventario (1); por hallar el pavimento cubierto de los fracmentos de las tazas y platillos, que rompieron. En las otras casas todo fué órden y admirable resignacion.

6. Al reunirse en el colegio máximo, los novicios fueron encerrados en la capilla doméstica; y cuando amaneció se les condujo á una casa de D. Mercedes Banda; la que fué custodiada con soldados. Allí tuvieron que sufrir las instancias de sus madres, de sus parientes y de sus amigos; que les suplicaban abandonasen la Compañía y volviesen á sus familias. Pero esos nobles jóvenes fortificados de lo alto, resistieron con generoso valor á todas las solicitaciones y á todas las promesas. En fin, despues de catorce dias de lucha, fueron devueltos al colegio máximo y reunidos á los otros jesuitas. Largo seria referir todas las pruebas á que estuvieron sometidos aquellos jóvenes en Chile, en Lima, en su viaje por mar y en España; y cómo llegaron á Italia. Ya que dicho P. lo calla en esta su carta, algo de ello añadiremos despues: continuemos ahora su relacion.

7. «Desde algunos años atrás, dice, vivia yo con algunos H. coadjutores en «una casa de campo, muy cerca de Santiago, llamada la Punta, donde cuida«ba de los negros, de los indios y de los habitantes de la vecindad; puesto que «<era yo como su cura. No fuimos olvidados: un oficial con un escribano y sol«dados se nos apareció á la misma hora de la noche; nos leyó la real cédula, <«<tomó posesion de la casa y de todos sus haberes, y nos intimó nos dirigiéramos «<al colegio máximo antes de la salida del sol. En el camino y á las puertas del

(1) Archivo del instituto nacional. Expediente del arresto de los PP. de aquella casa.

«colegio encontramos hombres y mujeres que lloraban por nosotros. El inte«rior de la casa ofrecia un aspecto lastimoso; dos piquetes de soldados á cada «lado guardaban la puerta de la calle; en todas partes habia centinelas arma«dos; los vimos ante los aposentos del R. P. rector, del P. procurador y del «H. enfermero, y tambien en la biblioteca y en el pasadizo de los patios. La «pieza del R. P. Provincial estaba, sobre todo, bien custodiada; como que el «jefe de la milicia habia establecido en ella su cuartel general. Vimos allí reu«nidos y los PP. y H. traidos de todos nuestros colegios de la ciudad, en nú«mero de ciento veinte, más ó menos. A las once comimos en nuestro refecto«rio, junto con el jefe de la milicia. Los soldados fueron á la segunda mesa, <«<con aquellos de los nuestros que no habian asistido á la primera.»>

8. «Pero ¿qué pensaba el obispo? ¿qué pensaba el pueblo de Santiago? Des«de la mañana su Ilma. convocó su clero y sus canónigos, y quiso hablarles de «la medida de que éramos objeto; pero apenas pronunció algunas palabras, se «puso á llorar con todos los asistentes. El cabildo eclesiástico intentó reunirse << tambien; pero esta segunda asamblea se separó como la primera, en medio de <«<lágrimas. El pueblo estaba confundido y como aterrado; las iglesias y tien«das permanecian cerradas; todos los negocios se habian suspendido. Las mu«<jeres, ricas y pobres, llenaban con sus lamentos y sollozos las casas y los lu«gares públicos. Aun hombres del más alto rango, eclesiásticos y seglares, no <«<se avergonzaban de llorar ante todo el mundo. El pequeño número de nues«<tros enemigos, reconocidos como tales en la ciudad, no se atrevian á salir á la «calle, por no exponerse al furor de la multitud; y se quedaron encerrados con «mucha prudencia en sus casas. Se permitió al principio á algunas personas «distinguidas visitarnos en el interior del colegio; pero luego no se les conce«dió entrar sino hasta la portería, y solo en presencia de las guardias podian <«<comunicarse con nosotros. El obispo y el Gobernador de Chile, sumamente «<afectos à la Compañía, nos visitaron tambien. El tiempo de nuestra residen«cia y reclusion en el colegio fué bastante considerable]; porque no estaban «aprestados los buques que debian conducirnos al Perú. Debo decir que nos <<trataron con toda clase de consideraciones los oficiales y los habitantes de la «ciudad. Todos los dias podíamos celebrar el santo sacrificio en nuestra iglesia «<cerrada; y con un consuelo especial de nuestra alma rezábamos con particular «<devocion los evangelios y las epístolas comunes de los apóstoles y de los már<«<tires, por encontrar en ellas muchas aplicaciones á nuestro estado presente.>>

9. En aquella misma noche sucedió otro tanto en todos los colegios, residencias y casas de esta Provincia jesuítica; de la cual vamos á dar algunos pormenores. Por no hallarse en Rancagua D. Luis Moran, se le pasó el mencionado oficio á las minas de Algüe (1); de donde él lo remitió al corregidor de la villa de Sta. Cruz de Triana, hoy llamada simplemente Rancagua, con el decreto adjunto; exigiéndole que el dia 25 le tuviese prontas dos compañías

(1) Archivo del ministerio del interior. Acta que levantaron los comisionados del gobierno.

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TOMO 11

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