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tranjero el haber prestado gustoso tan buen servicio á la colonia chilena, para que se le dejara morir en paz en ella.

25. El triunfo, pues, de los enemigos de la Compañía era verdaderamente grande; el plan de su total extrañamiento quedaba realizado; las órdenes del Monarca se habian cumplido con una sumision extraordinaria y más que plena exactitud. Con todo, no se daba por satisfecho el conde de Aranda; quien, sabiendo, ó sospechando que alguno de los expatriados mantenia comunicaciones con su familia de Chile, el 11 de Enero de 1773 escribió al Gobernador de este Reino (1) que celase cuidadosamente á los que las tuviesen, y á los que enseñasen la doctrina del tiranicidio, contra lo prescrito en las reales cédulas ya citadas, y que castigase con rigor á los contraventores.

26. Dígannos ahora, por favor, nuestros lectores. ¿Qué deberá admirarse más en la tan lamentable tragedia que acabamos de referir? ¿El rigor, temeridad y despotismo, con que el católico Monarca y sus ministros perseguian á todos los individuos de una órden religiosa, que tan grandes é importantes servicios habian prestado y prestaban todavía á la Religion y al Estado, así como á cualquiera que, por parentesco, amistad ó mera caridad cristiana les diera auxilio, hablase en su favor, ó tuviese comunicaciones con ellos, pretendiendo de este modo sofocar los sentimientos de compasion y caridad connaturales á toda criatura racional, romper los lazos más sagrados que unen á los hombres entre sí, y sujetar al arbitrio de una voluntad extraña lo que ni aun á la propia está sujeto, cuál es la necesaria accion del entendimiento con respecto á la verdad evidentemente conocida, con exigir á todos que se persuadieran ser justo y provechoso lo que era evidentemente injusto y dañoso; deberá admirarse más esto, repetimos, ó el que unos sujetos, que, desde aquella época infausta, en que empezó á tomar gran vuelo el sistema diabólico de engañar y seducir á los pueblos por medio de la falsificacion del sentido de las palabras, se dan á sí mismos los pomposos y sonoros nombres de filósofos y liberales, y los cuales tanto han escrito y declamado contra el despotismo de los antiguos reyes, y en favor de la libertad y de los derechos del hombre, verdaderos ó supuestos, lo aprueben con toda su alma, lo aplaudan con entrambas manos, y aun traten de justificarlo, haciendo coro á sabiendas con los calumniadores desvergonzados y los feroces perseguidores de la santa Compañía de Jesús, y de sus inocentes y beneméritos hijos? Felizmente el mundo se está desengañando; y no habrá en todo él un hombre de buena fe, medianamente instruido en la historia, que no mire ya como enorme injusticia la expulsion de los jesuitas de España y sus dominios, llevada á cabo por Carlos III, por motivos que oculta cuidadosamente en el real ánimo, como si fueran motivos no más que soñados, sin alegar uno solo en todos sus despotricantes decretos, que pudiera justificar ante el público un acto tan violento é inesperado, y sin permitir siquiera á los hijos del noble y esforzado cántabro Ignacio de Loyola, que tanto habian engrandecido é ilustrado á la

(1) Archivo del ministerio del interior.

nación española, siguiendo fielmente las huellas de su santo legislador, que formulasen su defensa ante los tribunales de justicia, y se vindicaran de los crímenes que se les hubiesen imputado.

CAPÍTULO II

1. Lo dicho prueba la inocencia de los jesuitas españoles en general.-2. Nosotros vindicaremos aquí el honor de los de Chile.-3. No delinquieron aboliendo el servicio personal.-4. Ni abogando por los araucanos.-5. Ni salvándolos.-6. Se retractan Mujica y Pobeda.-7. Se vindican los PP. en el siglo XVIII.-8. Causas de emulacion.-9. Su saber.-10. Su superioridad en las artes y su apostólico celo.—11. No tenian comercio exterior.-12. Su procura en Lima.-13. El Virrey la prohibe.— 14. Fundado en una calumnia.—15. Tampoco tenian comercio interior.—16. No lo era su fabricacion.—17. Ni su botica.—18. Era esta muy útil al país.—19. Escrupulosidad de los jesuitas en esta materia.-20. No fueron codiciosos.-21. Sus haciendas eran las precisas.-22. En teniendo sobrante, favorecian á los menesterosos.-23. Necesidad de tener posesiones.-24. Y esclavos.-25. Cuán bien los trataban.-26. Cuán mal los ministros reales.-27. Pocas adquisiciones hicieron por donacion.-28. De quiénes las obtuvieron.-29. Montaron poco las renuncias de los suyos.-30. Habian comprado casi todas sus haciendas.-31. Y las mejoraban con utilidad pública.

1. Para persuadirse de la inocencia de los jesuitas, súbditos de España, creemos que habrá bastado á nuestros lectores la atenta lectura de la sucinta narracion, que acabamos de hacer, del decreto de su expulsion, de los indignos medios con que se lo arrancaron á Cárlos III sus ministros y consejeros, y del modo cómo se ejecutó. Aunque, sin esta lectura, estarian ya persuadidos de ella; pues ningun hombre existirá hoy medianamente erudito, que no tenga un clarísimo conocimiento de las viles maquinaciones fraguadas contra la Iglesia y la sociedad cristiana en general en la cábala de los filósofos volterianos, de los jansenistas hipócritas y de los regalistas cesaristas, á la cual ciega, ó maliciosamente, que es lo más probable, todos aquellos ministros y consejeros obedecian; ni que ignore por completo los planes maquiavélicos trazados en la misma, y las horrorosas calumnias que forjaron sus adherentes, y los inicuos arbitrios de que se valieron, para perder antes que todo á la Compañía de Jesús; únicamente porque esta sabia y santa corporacion les imponia respeto, y les embarazaba, con la palabra de sus predicadores y la pluma de sus escritores, la realizacion de sus pérfidos y depravados intentos de aplastar, como ellos decian, al infame; aludiendo infamemente, con esta palabra sacrilega y blasfema, al divino Redentor de los hombres Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

2. Felizmente el tiempo y la ciencia crítica han descorrido el velo que ocultaba á los ojos de los profanos, como los francmasones de todas las camadas llaman á los que no tienen la inmensa desgracia de formar parte de sus antros de perdicion, todas las tramas diabólicamente urdidas contra la Iglesia y el Estado cristiano, por esos engendros, ó mas bien encarnaciones del espíritu de Satanás, desencadenado por algun tiempo por la divina providencia para castigo y enmienda de los pecados religioso-político-sociales, que, desde el renacimiento pagano en las artes, en las ciencias, en las letras y en el gobierno de los pueblos,

se vienen cometiendo; y la malicia de estas tramas ha quedado al descubierto y salido á la luz del dia, sin que lo hayan podido impedir ni la obscuridad de la noche en que esos amigos de las tinieblas celebraban sus juntas, ni los terribles juramentos con que se comprometian á un perpétuo secreto, ni el puñal homicida con que amenazaban al infractor de inmorales compromisos. No nos corresponde á nosotros consignar en las páginas de esta Historia de la Compañía de Jesús en Chile los hechos desleales, las traiciones espantosas, y los crímenes sin nombre y sin número, con que esos apóstatas de la religion del Crucificado, mancomunados con los judíos pérfidos é impenitentes, con cuyo dinero usurario viven y triunfan, han afligido al mundo católico de dos siglos á esta parte; y menos nos corresponde, cuando tenemos por cierto que ningun ciudadano de Chile habia tomado parte en semejantes horrores antes del despótico y francmasónico decreto de expulsion de los jesuitas de todos los dominios españoles, firmado en hora menguada por el francmasonizante Carlos III. Los pocos émulos que en este Reino tendria la Compañía, no llevaron tan adelante su mala voluntad. Y aunque no seria ajeno de nuestro deber de jesuitas el vindicar de una manera general el honor de nuestra amada madre, calumniada á la par que sus hijos, hasta el extremo de reprobar su santo instituto, aprobado por los Sumos Pontifices, y aun por el mismo sagrado Concilio de Trento (1), con todo, atendiendo al objeto peculiar de esta Historia, y á que el honor de los antiguos jesuitas en general ha sido suficientemente vindicado por escritores católicos y no católicos, nos limitaremos á manifestar aquí la inocencia de los que pertenecian á esta Provincia de Chile, ó estaban agregados á ella.

3. Los primeros motivos de queja que hubo contra estos, y que dieron ocasion á que fueran odiados por algunos, y calumniados y aun perseguidos á principios del siglo XVII, fueron la abolicion del servicio personal y los arbitrios de paz, dirigidos á cortar la desastrosa guerra de Arauco. El P. Diego de Torres con sus súbditos, y otros muchos de sus sucesores, tomaron muy á pechos el libertar al pobre indio, primitivo dueño de estos países, del pesado y ominoso yugo del servicio personal, que sus conquistadores, sedientos de riquezas, les impusieron; y aunque salieron felizmente con su intento, no fué sino

(1) Al llegar á este punto Mr. Claudio Gay en su Historia de Chile hace una reseña de la Compañía y de su instituto, en la cual no siempre acierta en clasificar los diversos grados que hay en ella, ni en calificar los sucesos. Al dar una rápida ojeada sobre dicho instituto, muestra no estar tan impuesto en la disciplina eclesiástica como en los diversos ramos de historia que le correspondian. Estas pequeñas equivocaciones no menguan su mérito; ni serán parte para que los jesuitas dejen de agradecerle la diligencia con que ha consignado en sus páginas muchos de los hechos de sus mayores, y la fidelidad con que repetidas veces los defiende de los asaltos de sus alucinados émulos é injustos calumniadores. El señor Eyzaguirre hace otro tanto en su Historia Eclesiástica de Chile; mas este escritor desbarra tan gravemente, que ni merece una refutacion circunstanciada. Basta decir que copia un párrafo de Ducreux plagado de errores y anacronismos; hasta asentar que Leon X habia reducido á los jesuitas al derecho comun. Este Papa falleció mucho antes de la existencia de la Compañía. Verdad es que el Sr. Eyzaguirre en sus dos obras posteriores habla de ella con más estimacion. Algo veria en sus largos viajes, que le precisara á mudar de parecer.

despues de muchos trabajos y prolongadas contiendas; sostenidas, no en los estruendosos y revueltos campos de batalla, sino en las serenas regiones de la verdad y de la justicia, á que, por su estado y obligaciones del sagrado ministerio que ejercian, tenian indisputable y como natural acceso (+). Si esto fué un delito, propio fué de la Compañia; pues que sus hijos obraron en este caso de acuerdo y con la aprobacion de los superiores, y ella no declinará jamás semejante culpa. Ni hombre alguno, amante de sus hermanos, le imputará á crímen el haber sufrido desprecios, invectivas, calumnias, persecuciones, despojos, y aun destierros, por protejer al desvalido araucano, y reintegrarlo en la posesion de los derechos, con que le favoreciera el Criador.

4. El P. Luis de Valdivia se propuso, poco despues, poner término à la desastrosa guerra de Chile; partiendo del supuesto, muy conforme à toda justicia y razon, de que habia que respetar la autonomía de todos aquellos indios, que, ό no habian jamás estado sujetos al yugo de los españoles, ó habian, en guerra justa, reconquistado su independencia y libertad. Este P. tuvo valor suficiente para decirle á Felipe III Rey de España: «Los araucanos son independientes, y due«ños absolutos del territorio, que desde siglos inmemoriales poseen. Si, sobre«cogidos de terror, más que vencidos, aceptaron la dominacion de vuestro au«gusto abuelo, en tiempos de mi pariente el conquistador Valdivia, tambien se «libertaron de ella, merced á su valor militar, tan pronto como comprendieron «que sus conquistadores eran hombres como los demás, y que nada menos <<pretendian que reducirlos á miserable esclavitud. Entonces, con el esfuerzo «de sus brazos, recobraron, en justa guerra, la libertad que habian perdido; y «por lo tanto, ni vuestra real Majestad, ni sus gobernadores en Chile tienen «derecho á quitarsela de nuevo. Constituyen, pues, tanto como los españoles «de aquende y de allende el occéano, una nacion independiente; y preciso es <«<fijar los límites entre ambas naciones, para que ambas gocen los bienes de «la paz. El que á mi me parece justo y conveniente, es el caudaloso rio Bio«bio. Ordene vuestra Majestad á sus jefes, que lo respeten ; y yo me compro<«<meto a negociar las paces, y á entablar entre españoles y araucanos las rela«ciones mercantiles, que à entrambos pueblos convengan; sin mengua ni de<«<trimento de ninguno de los dos. Y protesto desde luego que, mientras esto «no se haga, no cesarán los horrorosos estragos de esta guerra sin cuartel (1). «Arauco podrá ser reducido por conviccion; pero no dominado por las armas. >> ¿Hallarán los más escrupulosos juristas alguna injusticia en este alegato del P. Valdivia? ¿No admirarán los políticos el heroismo de quien así habla á un Monarca absoluto, y la prudencia del que sabe arrancar del Soberano y de su real consejo las órdenes competentes, para que se entablen y lleven adelante sus arbitrios de paz? ¿Y el tiempo no ha comprobado cuán acertados eran estos, y cuán atinadas y justas sus predicciones?

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5. Léase la historia de este país; échese una ojeada á la Araucania, libre é

(+) Recuérdese lo expuesto en diversos pasajes del tomo I de esta Historia.—(1) Memorial del P. Valdivia, citado en el libro I tomo I de esta Historia.

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