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gran rey fué universalmente sentida y llorada por todo ́el pueblo. En todos los templos se celebraron con la mayor pompa y magestad posible las exéquias fúnebres: pronunciáronse multitud de oraciones y sermones panegíricos, algunos de ellos notables; y en las corporaciones científicas y patrióticas hombres altamente reputados por su notoria y vasta ilustracion leyeron en sesiones solemnes Elogios por fortuna bien merecidos: justo tributo pagado á la memoria de tan gran príncipe, y que tanto se habia desvelado por el bien de sus pueblos (1).

Era Cários III. hombre de mediana estatura, no obeso, pero fuerte de complexion; formaba contraste, dicen las personas que estaban á su servicio, la blancura natural de su cuerpo con el color tostado y curtido de rostro y manos, como expuestos siempre à la intemperie por el ejercicio diario de la caza; caracteriza

(1) Entre los primeros podemos citer, porque se imprimieron, y los tenemos á la vista, la Oracion fúnebre de Fr. Manuel de Espinosa en las exéqnias celebradas por el ayuntamiento de Madrid en Santo Domingo el Real; la del doctor don Lorenzo de Irisarri, en las que dispuso la Real Sociedad Econónica de esta córte en la iglesia de Trinitarios calzados; la de don Antonio José Navarro, en las que celebró la ciudad de Baza; là del P. Miro. fray Isidoro Alonso, en la universidad de Salamanca; la del doctor don Juan Ruiz de Cabañas, en la catedral de Burgos; la de fray Miguel Antonio del Rincon, en San Felipe y Santiago de la univer

sidad de Alcalá; la del docton don Antonio de Medina, en los Carmelitas calzados de esta córte; la de fray Antonio María Irola, en el convento de la Victoria de Malaga; la del doctor don Joaquin Carrillo, en la catedral de Lérida; 1 de fray Nicolás Porrero, en el monasterio de San Lorenzo; y facilisimo nos seria aumentar largamente este catálogo.

Entre los segundos merecen citarse los Elogios de Cabarrus y Jovellanos, leidos en la Sociedad Econ mica de Madrid; el de don Nicolas de Azara, pronunciado en la iglesia de Santiago de Roma; y el Histórico de Honorato Gaetani.

ban su fisonomía la larga nariz y largas pestañas, pero el conjunto de sus facciones daba á su semblante una espresion agradable, que unida á su natural afabilidad le hacia simpático, é inspiraba un afectuoso respeto. Enemigo de la sujecion y de la etiqueta en el vestir, aunque tenia magníficos trages de gala para los actos de ceremonia, despojábase de ellos tan pronto como ésta concluia, y gozaba en volver á quedarse en su sencillo y desahogado vestido ordinario, parte del cual constituia el indispensable calzon negro, que no dejaba nunca, ai en la vida interior y doméstica, ni en los actos de córe, ni en el campo. Chupa y guantes de ante ó gamuza, casaca de paño de Segovia, chorrera de encaje en la camisa, pañuelo de batista al cuello, sombrero de ala ancha, medias de lana ó hilo, completaba su trage ordinario. Desfigúranle los que impropiamente le han retratado con armadura de guerrero (1).

Sabida es, aun de los mas peregrinos en la historia, a aficion de este monarca á la mas estricta é invariable regularidad en su método de vida. Esclavo voluntario de la costumbre, era para él una especie de

1) Fernan Nuñez, Muriel, Getani, y otros que le conociera y dejaron escritos estos y oros pormenores, por ejemplo, de en los bolsillos de la casaca evaba siempre algunos juguetes le su infancia, como tambien cierLos útiles de caza, que su ayuda de cámara cuidaba mucho de trasladar siempre que el rey se mudaba de trage.

Su fisonomía, dice Fernan

Nuñez, ofrecia casi en un momento dos efectos y aun sorpresas opuestas. La magnitud de su nariz presentaba a la primera vista un rostro muy feo, pero pasada esta impresion, sucedia à la primera otra mayor, que era la de hallar en el mismo semblante que quiso espantarnos una bondad, un atractivo y una gracia que inspiraba amor y confianza.>>

agradable manía la de sujetarse á la mas rigurosa exactitud y puntualidad de época, de dia, de hora, y hasta de minuto, así en sus ocupaciones de soberano, como en sus distracciones y recreos, como en los mas naturales y necesarios actos de la vida humana. Constantemente se acostaba y levantaba á la misma hora, y á la misma hora invariablemente hacia su desayuno, su comida y su cena. El mismo tiempo dedicaba cada dia y cada noche al sueño, al despacho de bos negocios, á la recepcion de ministros, diplomáticos y personas de gerarquía, á la oracion, á la caza y a la tertulia de familia De tal manera y con tan regular precision distribuia su residencia en Madrid y bs cuatro reales sitios de Aranjuez, el Pardo, San Ildefonso y San Lorenzo, que un mismo dia de cada año se trasladaba á cada uno de ellos, en ninguno acordaba ni prolongaba su estancia más que el año anterior, y su regreso á Madrid no habia de ser ni mas tarde ni mas tenprano un año que otro (1). Quien á tal estremo llevaba el sistema de la puntualidad en todo, no es estraño que tuviera el fácil mérito, que tanto sin embargo se arrecia y se agradece en los reyes, de ser puntual con toos y de no hacerse nunca esperar de nadie.

Conocida es tambien la aficion de Cárlos III. à

(1) En Aranjuez estaba despues de la Pascua de Resurreccion hasta fin de junio: venia á Madrid y estaba hasta el 17 6 18 de julio; aquel dia iba á cazar, comer y dormir al Escorial; al

dia siguiente se iba à la Granja, donde pasaba hasta el 7 de octubre. Volvia al Escorial, y estaba basta diciembre; el resto basta la época de volver á Aranjuez en Madrid.

recreo y ejercicio de la caza, su pasatiempo diario y su distraccion predilecta. No diremos nosotros que le dominára esta pasion hasta el punto de desatender por ella y en tratándose de alguna cacería los negocios mas importantes del Estado, como escritores estran geros afirman, guiados por relaciones tal vez exageradas de viageros, y aun de algunos diplomáticos. Pero creemos tambien que no pasa de ser un laudable esfuerzo el que hace el último historiador de este reinado cuando intenta persuadir que solo como medio higiénico y como ejercicio propio para conservar la salud dedicaba Carlos III. algunas hora cada dia á la caza. Sin duda que á veces no se divertiria en ella, como dice este escritor, lo cual suele acontecer con todo entretenimiento que se hace diario, y llega á carecer del atractivo de la novedad. Sin duda que no dejaria arruinarse el reino por correr tras los osos, venados ó Jabalíes; sin duda habrá exageracion en las anécdotas que á propósito de esta pasion se refieren. Pero es para nosotros indudable que llegó este pasatiempo á constituir en aquel monarca una especie de vicio, y que invertia en él más horas y con más dispendios de lo que estaba bien à un príncipe que por otra parte tanto se afanaba por hacer á sus súbditos laboriosos y aplicados, y por desterrar la ociosidad de

su reino.

Por lo demás, de pureza en sus costumbres era Cárlos III. modelo á sus vasallos, y en siglos enteros

no se habia sentado en el trono español un soberano de más intachable conducta en aquello en que habia sido más comun la flaqueza. Ni exento de las que son propias de la humanidad, ni viejo todavía cuando enviudó, rehusó constantemente pasar á segundas nupcias, queriendo pagar este tributo de amor á la virtuosa esposa que habia perdido; y en veinte y ocho años de viudez ni aun la malignidad cortesana, tan propensa á escudriñar y á interpretar las acciones y los movimientos de los reyes, encontró nunca ni aun apariencias que pudieran darle pretesto á críticas que empañáran ni deslustráran en lo más leve su reputacion de irreprensible en esta materia. Por lo mismo no estrañaremos sea verdad que alguna vez se vanagloriára entre personas de su confianza de haber acertado á conser var una virtud, ciertamente no comun en sus antecesores (1).

Enemigo de la ficcion y mucho más de la falsedad; hombre de buena fé, y cumplidor de su palabra, profesaba la máxima de que si la buena fé desapareciera del mundo deberia encontrarse en los palacios de los reyes; preciábase de no haber faltado nunca á la ver

(1) Cuenta Fernan Nuñez que en uno de estos momentos de espan ion le decia el rey al prior del Escorial: «Gracias a Dios, padre «mio, no he conocido nunca mas muger que la que Dios me dió: á éɛta la amé y estimé como dada por Dios, y despues que ella mu«rió, me parece que no he fallado

á la castidad, aun en cosa leve, con pleno conocimiento.» Compendio de la vida de Carlos II., cap. último.-Bourgoing, Cuadro de la España moderna.-En casi todos los elogios y discursos que hemos citado antes se hace mérito de esta virtud de Cárlos III.

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