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dad, y tanto en lo que aseverára como en lo que ciera se podia descansar y fiar como en palabra de rey. Consecuente en sus propósitos como en sus afecciones, á veces llevaba hasta el extremo de una dañosa inflexibilidad, así el apego á las personas en quienes depositaba su confianza y su cariño como el apego á las resoluciones que una vez tomára. Mezcla de males y de bienes resultó de esta firmeza de carácter. Pero si bien hubiera convenido que fuese más flexible para salir mejor de los compromisos en que le pusieron algunos errores políticos, por punto general su perseverancia y su inquebrantable entereza fueron las que mantuvieron en una respetable altura la dignidad de la nacion y la dignidad del trono. Y su repugnancia á los cambios de personas en el gobierno, si bien produjo cierta especie de despotismo ministerial, tambien la seguridad, y la estabilidad y la duracion en los ministerios de las personas á quienes lo confiaba, y en cuya eleccion mostró un tacto y tino especialísimo, fué la causa de que ellos tuvieran estímulo y tiempo para concebir, madurar y ejecutar tantas y tan importantes y útiles reformas como en este reinado se realizaron, y que no hubieran salido nunca de la esfera de proyectos con la instabilidad y las contínuas mudanzas que en tiempos posteriores hemos tenido ocasion y justicia para lamentar.

Piadoso y devoto este monarca, tan consecuente como era en todo, lo era tambien en los ejercicios y

práticas religiosas, en las oraciones, en los dias de recibir los sacramentos, en la hora de asistir á la misa, en los actos y funciones públicas ó privadas que consagraba á los santos, á los misterios, á las reliquias ú objetos sagrados á que habia cobrado especial devocion. Nimio, y hasta un tanto supersticioso parecia á veces en esta materia como en lo de llevar siempre consigo un librito de oraciones escrito por el hermano Sebastian de Jesús, lego franciscano, á quien por sus virtudes habia estimado muy particularmente en Sevilla, que murió el mismo año en que Cárlos se coronó rey de Nápoles, á quien desde entonces tomó per su intercesor y medianero en sus oraciones privadas, y por cuya beatificacion trabajó con grande empeño. Y sin embargo, con este género de devocion y de piedad conciliaba él aquella despreocupacion y aquella entereza con que en las altas cuestiones y en las grandes contiendas sobre potestad espiritual y temporal, y sobre jurisdiccion eclesiástica y civil, y sobre autoridad para reformar y estinguir corporaciones religiosas, otorgar ó negar la admision á los rescriptos pontificios, y otros graves asuntos de esta índole, sostenia los derechos y prerogativas de la corona, á riesgo de que la pasion ó la malicia tildáran de poco reli gioso al que tanto y tan sinceramente lo era en su vida y costumbres.

De su acendrado amor á la justicia certifican y deponen unánimemente cuantos han dejado escrito algo

de este monarca. Muchos son los que espresamente le han atribuido esta virtud; no sabemos de ninguno que se la haya negado. Y no solo era amante de esa justicia que se aplica en los tribunales, sino de esa otra, acaso mas dificil de aplicar, que consiste en la distribucion equitativa de los premios y remuneraciones, de las mercedes y empleos, de los medros ó recompensas, que deben otorgarse y graduarse con arreglo á los merecimientos y servicios de cada ciudadano, sin acepcion de personas. Nunca á sabiendas faltaba Cárlos III. en este punto á los principios de la justicia distributiva y á las reglas establecidas de la administracion. A tal estremo llevaba su severidad en esta materia, que nunca se empeñó con los ministros ni aun en favor de las personas mas predilectas de su ser vidumbre, por temor de perjudicar con su recomendacion á otros mas meritorios, en menoscabo de la justicia y detrimento del servicio público. Refiérese á este propósito, entre muchos otros casos, el siguiente. Propúsole un dia el ministro para un empleo á una de las personas que el rey estimaba más. Preguntó Cárlos al ministro si creia que realmente aquel sugeto estaba dotado de la aptitud y de las cualidades que el empleo requería, y como contestase afirmativamente, añadió el rey: «Mucho os agradezco que hayais pensado en este ascenso, pues aunque yo lo deseaba, por mi parte jamás me hubiera atrevido á solicitarlo (1), »

(1) El conde de Fernan Nuñez, que fué gentil-hombre de cá

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Si bien se reconoce igualmente el amor de este monarca á sus pueblos, y su celo por todo lo que creia conveniente al bien y á la prosperidad pública, que es sin disputa la primera y mas relevante cualidad del gefe de un Estado; si no hay tampoco quien desconozca su tacto y buen sentido para la eleccion de ministros y

mara de Cárlos III., y después embajador en varias córtes, dedica todo el capitulo último del Compendio que escribió de la vida de aquel monarca á la descripcion de las calidades y vida interior de rey Carlos. Así es que cuenta, como quien lo veia diariamente, varias anécdotas y multitud de curiosos pormenores é individualidades, asi del carac ter como del sistema de vida de este monarca, que no carecea de cierto interés, por su singularidad. Despues de describir su afabilidad hasta con las gentes mas humildes, su génio jovial y hasta chancero, su propension à remedar á otros, que hacia con gracia, su manera de vestir de diario, de gala y de campo, su modo de hablar con los gentileshombres, mayordomos, y hasta los criados inferiores, las diversiones á que tenia mas aficion, etcétera, dice, hablando de su inalterable y rutinatio método de vida.

Su distribion diaria era «ésta todo el año. A las seis en«traba á despertarle su ayuda de cámara favorito don Alverico Pini, hombre honrado, que doramia en la pieza inmediata à la «suya. Se vestia, rezaba un cuarto de hora, y estaba solo ocu«pado en su cuarto interior hesta las siete menos diez minutos, que entraba el sumiller duque de Losada. A las siete en punto, aque era la hora que daba para

«vestirse, salia à la cámara, donde le esperaban los dos gentileshombres de guardia y media guardia y los ayudas de cama«ra. Se lavaba y tomaba chocolate, y cuando habia acabado la espuma, entraba en puutillas con la chocolatera su repostero antiguo Hamado Silvestre, que «habia traido de Nápoles, y coino si viniera a hacer algun contrabando le llenaba de nuevo la «jicara, y siempre hablaba S. M. algo con este criado antiguo. Al tiempo de vestirse y del chocolate, asistian los medicos, ciruejano y boticario, segun costum«bre, con los cuales tenia conversacion. Oia la misa, pesaba a ver á sus hijos, y á las ocho estaba «ya de vuelta, y se encerraba á «trabajar solo hasta las once el dia que no habia despacho. A esta bora venian á su cuarto sus hijos, pasaba con ellos un rato, y luego otro con su confesor y el presidente conde de Arauda, «mientras lo fue, y á veces con algun ministro. Salia después «á la cámara, donde estaban esperando los embajadores de «Francia y Nápoles, y despues de hablarles un rato hacia una se«ña al general de camra, que «mandaba al ugier llamase á los cardenales y embajadores, que se unian á los de familia, y quedaba con todos un rato. Pasaba á comer en público, hablando á «unos y otros durante la mesa. Concluida ésta, se hacian las

consejeros, asi como su constancia y firmeza en mantener á su lado aquellos en quienes una vez habia depositado su confianza, condicion tambien de las mas excelentes, y en verdad, no comun en los príncipes; si todos suenan acordes en punto á elogiar su afabilidad y su jovial y bondadoso carácter no lo están tanto en lo que respecta á graduar la capacidad, el talento y la ilustracion de aquel soberano. Sin embargo, estudiando su conducta y su manejo de rey, aun mas que sus

*presentaciones de los estrangeros, y besaban la mano los del pais, que tenian motivo de hacerlo por gracia, llegada ó despedida. Volvia á entrar en la cámara, donde estal an los embajadores y cardenales que antes, y además de estos los ministros residentes y demás miembros <del cuerpo diplomático, con quienes pasaba a veces media hora en cerco. He oido decir à todos, y lo he confirmado yo mismo en mis viages, que ningun soberano de Europa tenia «inejor el cerco, con mas amenidad, magestad y agrado, lo cual «es tanto mas dificil, que siendo «diario parece no tenia que decirles..........-Despues de comer <dormia la siesta, en verano, pecro no en invierno, y salia luego á caza basta la noche, primero «con su hermano el infante don Luis, y despues con el principe de Asturias su hijo. Al volver del campo le esperaba la prinacesa y toda la familia real. Se contaba y repartia la caza, haablaba de lo que cada infante ha«bia hecho por su lado, y despedidos los hijos, daba el santo y la órden para el otro dia, y pa«saba al cuarto de sus nietos. Despues venia al despacho, y si «éntre éste y la cena, que era á

las nueve y media, quedaba algun rato, jugaba al revesino, para ocuparle........ Cenaba sienipre una misma cosa, su sopa, un «pedazo de asado, que regularamente era de ternera, un huevo «fresco, ensalada con agua, azúcar y vinagre, y una copa de vi«no de Canarias, dulce, en que mojaba dos pedacitos de miga de pan tostado, y bebia el resto. Le ponian siempre un gran pla«to de rosquillas cubiertas de «azúcar, y un plato de frutas verdes de las que habia, pero á la «mitad de la cena venian los pereros de caza como tantas furias..... «etcetera..

Despues de detenerse en pormenores de esta especie, continúa el biógrafo: «Despues de la cena rezaba otro cuarto de hora ó veinte minutos antes de recogerse, y luego salia à la camara, se desnudaba, daba la hora al gentil-hombre para las siete del dia siguiente, se retiraba con el sumiller y Pini, y se metia en la cama. Esta era conocidamente «la vida de este santo mo.ar

ca........ etc.»-Nos creemos dispensados de copiar otros muchos pormenores en que se estiende este ilustre y agradecido servidor.

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