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acciones de hombre, es imposible esplicar bien aquella sin reconocerle por lo menos una buena dósis de inteligencia clara, de recto sentido, de buena penetracion. y aun la bastante instruccion para poder valorar las razones de aquellos á quienes pedia consejo. Así le juzgan tambien los que mejor pudieron conocerle. «Sus cualidades intelectuales y morales eran excelentes,» Jice un escritor estrangero, pero que le trató y conoció muy de cerca. «Aun cuando Cárlos III., dice otro historiador de otra nacion, no haya dejado memoria de un talento muy superior, se le concede generalmente sana razon y mucha bondad.... No carecia ni de tacto ni de esperiencia para el despacho de los negocios....» Su mente clara ensalzan todos los historiadores españoles del pasado y del presente siglo (1).

Nosotros nos afirmamos en el juicio que anticipamos en nuestro Discurso Preliminar. «Si el talento de Cárlos, dijimos entonces, no rayó en el mas alto punto de la escala de las inteligencias, tuvo por lo menos razon clara, sano juicio, intencion recta, desinterés loable, ciego amor á la justicia, solicitud paternal, religiosidad indestructible, firmeza y perseverancia en las resoluciones. Si le hubiera faltado grandeza propia, diérasela y no pequeña el tacto con que supo rodearse

(1) Beccatini, Fernan Nuñez, William Coxe, Muriel, Azara, Cabarrús, Jovellanos, Gaetani, Fer

rer del Rio, y cuantos de él en su tiempo y en los posteriores han escrito.

de hombres eminentes, y el tino de haber encomendado á los varones mas esclarecidos y á las mas altas capacidades de su tiempo, y puesto en las mas hábiles manos, la administracion y el gobierno de la monarquía. >>

Dadas estas noticias del carácter y prendas personales de Carlos III., pasaremos á bosquejar el estado social de la nacion española en su célebre reinado.

TOMO XXI.

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CAPÍTULO XXI.

ESPAÑA EN EL REINADO DE CARLOS III.

I.

Que la nacion española recobró gran parte de la consideracion é importancia que habia tenido en el mundo, que progresó admirablemente en civilizacion y en cultura, que mejoró de un modɔ prodigioso su régimen administrativo en el reinado de Cárlos III. de Borbon, cosa es universalmente reconocida y por nadie negada. Por merecedor del título de Grande es generalmente reputado este principe, y de glorioso para España califican su reinado aun los que no son españoles, y nosotros no hemos ocultado desde la introduccion á esta historia que formábamos coro con sus encomiadores. Y sin embargo no nos proponemos ser sus panegiristas: sus virtudes y sus defectos, los aciertos y los errores de su gobierno y de su política, las prosperidades ó los infortunios que produjeron, los hechos brillantes, como los que carecian de gloria

en su reinado, todos serán juzgados con la severa imparcialidad que creemos llevar de muy atrás acrediz tada, y que no abandonarémos, antes harémos especial estudio en mantenerla y guardarla en las épocas en que es mas necesaria y mas difícil, en las que se van aproximando ya á la nuestra.

Cárlos III. no encontró la España en la abyeccion deplorable en que la halló Isabel I. de Castilla, ni en el lastimoso abatimiento en que yacía cuando vino á ocupar el trono su padre Felipe V. Prendas y dotes tenia Cárlos III. para haber sacado la nacion de aquella situacion miserable, si tál hubiera sido; pero tuvo la fortuna de encontrarla ya en la vía de la regeneracion y del engrandecimiento, en que su padre y su hermano la habian colocado, segun al final del libro VII. tuvimos cuidado de advertir. Cuando Carlos heredó el trono español no era tampoco un jóven inesperto como Isabel la Católica ó como el nieto de Luis XIV, sino un principe de edad madura, hecho á llevar corona y acostumbrado á manejar el cetro por espacio de muchos años en Parma y en las Dos Sicilias. No habia quien le disputára la herencia, ni tenia que temer guerra de sucesion, como despues de la muerte de Enrique IV. de Castilla y de Cárlos II. de Austria. Circunstancias eran todas éstas que colocaban á Cárlos III. en favorable aptitud y ventajosa posicion para consagrarse desde el principio á labrar la prosperidad de sus reinos. No es esto rebajar el merecimiento de

sus actos, es definir una situacion, para eslabonarla con la que le sucedió, y poder valorar convenientemente la una por la otra.

En éste como en todos los períodos históricos la condicion de un pueblo depende del sistema político de los que rigen e! Estado, así en lo exterior como en lo interior, cuyas dos políticas á veces marchan en acorde consonancia, á las veces puede ser tan acertada y provechosa la una como errada y funesta la otra, á las veces tambien prevalece en ambas un laudable acierto sin estar exentas de errores. El reinado de Cárlos III. es uno de aquellos en que cabe bien considerar separadamente las dos políticas no obstante la natural cohesion que tienen siempre entre sí. Primeramente nos haremos cargo de la situacion en que colocó España relativamente á las demas potencias su sistema de política esterior, con lo cual podremos después juzgar mas desembarazadamente del estado interior de la monarquía, parte principal y la mas gloriosa de este reinado.

Trece años llevaba España reposando digna, magestuosa y tranquilamente de sus pasadas luchas seculares, respetada y considerada fuera, reponiéndose y prosperando dentro, manteniendo noblemente su independencia, sin mezclarse en contiendas estrañas, merced al juicioso y discreto sistema de neutralidad, tan hábil y constantemente seguido por Fernando VI., cuando vino el tercer Carlos de Borbon á regir la na

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