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«segundo no es descabellado, porque la naturaleza de «las cosas lo traerá consigo, y la diferencia no con«sistirá sino en años ántes ó después. Si fuera portugués aceptaria el cambio, porque allá gran señor y sin los riesgos de lo de acá, tambien un dia ú otro «seria mas sólido y grande que el rincon de la Lusi«tania; y siendo lo que soy buen vasallo de la corona, prefiero y preferiré el reunir el Portugal aun«que parece que se les daria un gran mundo. »

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A estos párrafos de la carta del conde embajador contestaba el ministro Floridablanca (1): «El remedio de la América por los medios que V. E. dice sueña «es más para deseado que para conseguido. Por mas «que chillen los indianos y los que han estado allá, «crea V. E. que nuestras Indias están mejor ahora «que nunca, y que sus grandes desórdenes son tan «añejos, arraigados y universales, que no pueden evitarse en un siglo de buen gobierno, ni la gran «distancia permitirá jamás el remedio rodical. La es«pecie del cambio es graciosa. ¡Utinam!» Como se vẻ, lo del cambio lo consideraba ventajoso, pero le parecia irrealizable.

Así pensaban entonces acerca del presente y del porvenir de nuestra América aquellos dos insignes hombres de Estado.

(1) Desde el Pardo, á 6 de abril de 1786.

III.

Si otras potencias hubieran seguido los sentimientos y la política de Carlos III. respecto á la desinembracion de la desgraciada Polonia, es mas que probable que no se hubiera consumado aquel inícuo repartimiento, y las tres naciones que se la adjudicaron fueran hoy menos poderosas, y serian otras las bases del equilibrio europeo, y diferente acaso tambien la fisonomía política que desde entonces han venido presentando los Estados del Norte y del Mediodía y del Occidente de Europa.

No encontramos igual motivo de aplauso en su resolucion de la reconquista de Argél; y no porque no obrára impulsado de un laudable propósito, de un fin justo, de un sentimiento nacional, religioso y humanitario, aparte de la mira política, sino porque al cabo, por primera y única vez vemos al cumplidor escrupuloso de los pactos abandonar la actitud que le prescribia una estipulacion reciente. La empresa fué desa trosa por mal dirigida. Pendia del secreto como la de Menorca, pero O'Reilly distaba mucho de ser un Crillon, y el ejemplo de éste no bastó á hacer cauto á aquél. España perdió una armada y un ejército; O'Rei

lly su reputacion de general; el ministro Grimaldi la poca consideracion que ya le tenia el pueblo, y á pesar del favor del rey la malhadada expedicion le colocó en una pendiente en que se hizo ya inevitable su caida. Desde los tiempos de Cárlos V. y de Felipe II. era constantemente desastroso y funesto todo lo que se emprendia contra una potencia europea y contra una regencia africana, Inglaterra y Argel. Parecian estos dos puntos de fatídico agüero para España. ¡Cuántos hombres y cuántas naves españoles han quedado sepultadas en aquellas costas y en aquellos mares!

Y sin embargo estamos lejos de calificar, como lo hace un ilustrado historiador estrangero (1), de lastimosa manía y aberracion el deseo de nuestros monarcas de dominar en el litoral africano, y la aspiracion de Cárlos III. á adquirir otro punto de apoyo en la costa de Berberia, teniendo por mucho mas útil que las sumas gastadas en aquellas espediciones y en aquellos presidios se hubieran destinado al sostenimiento de fuerzas marítimas en el Estrecho para proteger el comercio contra los berberiscos. En otra parte hemos consignado ya nuestros principios sobre esta materia del todo opuestos á los del historiador citado. «¡Ojala (deciamos hablando de la recuperacion de Orán por Folipe V.), ojalá se hubiera emprendido la reconquista de Argél!» Y como no somos empíricos, ni juzgamos

(1) Coxe, Parte adicional, cap. 3.o

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de la bondad de los principios por el resultado eventual y fortuito de los sucesos, el éxito desgraciado de una expedicion malograda por causas conocidas y que pudieron remediarse no ha de impedirnos repetir aquí lo que dijimos entonces: «Se han gastado cons«tantemente las fuerzas de España en conquistas euro"peas que nuestra posicion excéntrica no nos ¡lama«ba, y se ha desatendido la parte del mundo á que nos «convidaban nuestra situacion, nuestra fé y nuestras tradiciones. La enseña de Cisneros (que nos señalaba la costa africana como un vasto teatro que se abria á nuestras glorias) no ha sido seguida; la política se ha invertido: se ha dado lugar «á que una nacion vecina, «sin los títulos, y sin la base, y sin los elementos que la española, haya buscado y encontrado su engrande«cimiento donde nosotros pudimos y debimos tener «nuestra grandeza (1).»

Tanto envalentonó aquella malograda empresa á los argelinos, que cuando la política aconsejó á Cárlos III ponerse bien con las regencias berberiscas, halló en la de Argél una resistencia tan tenaz, que ni las proposiciones del gobierno español, ni el ejemplo de la Sublime Puerta que acababa de ajustar un tratado de paz, amistad y comercio con el rey católico, ni los consejos y las excitaciones del Gran Sultan bastaron à domar la soberbia de aquella potencia corsaria;

(1) Parte III., lib. VII. de nuestra Historia.

TOMO XXI.

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y fué menester un bloqueo sistemático y un bombardeo periódico de tres años para hacer doblar la cerviz á aquella madriguera de piratas, y obligarla á aceptar, aun de mal grado, un convenio que pusiera el comercio español al abrigo de las insolencias de aquellos salteadores de los mares. Trípoli y Tunez se prestaron con menos obstinacion y pusieron menos repugnancia; las negociaciones fueron bien conducidas, y merced á esta prudente y hábil política, la bandera mercante española tremoló con una seguridad, en siglos no alcanzada, de uno á otro estremo del Mediterráneo, cesó la esclavitud de millares de familias que costaban muchas lágrimas y muchas sumas de oro, aumentóse la contratacion, creció la marina, y se pobló y cultivó una estension inmensa de nuestro litoral, ántes inculto y desierto por inseguro.

Inconveniente y errada fué en un principio la política de Carlos para con el vecino reino de Portugal, tanto como la hallamos acertada y discreta después. Algo dijimos ya de la invasion del reino lusitaro, una de las primeras consecuencias de! Pacto de familia; los fáciles é infructuosos triunfos allí conseguidos no podian medos de renovar antiguos ódios que hubiera convenido más extinguir, entre dos pueblos que debian por mútua conveniencia ser siempre hermanos y amigos. Manteníase viva aquella rivalidad con la perenne contienda, orígen de tantas guerras, y en que se consumieron tan crecidas sumas, sobre la posesion de la

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