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y temporales, y de engreirse por la altura misma de su posicion, de su influjo y de su poder, excitando no sin fundamento los celos de otras clases, y dando ocasion á sus adversarios para acusarlos hasta de prevalerse para los manejos políticos de lo que bajo el sagrado del sigilo sabian. P bulo daban tambien á la envidia y á la crítica las riquezas que la Compañía habia llegado á acumular, y más que todo, el ejemplo funesto de algunos de sus individuos que las adquirieron pingües dedicándose al comercio y la especulacion; y no les dañó poco en este sentido el ruidoso proceso formado al P. Lavalette, cuyos cargos por desgracia resultaron probados (1); y sabida es la propension de la humanidad á hacer refluir en detrimento de una clase ó corporacion los excesos públicos de algunos de sus individuos. Todo ello cooperaba á persuadir á muchos de que la sociedad jesuítica se habia ido apartando del santo objeto de su primitivo instituto. Sus disputas de escuela, no solo con las universidades, sino tambien, y acaso más principalmente, con otras órdenes y corporaciones religiosas, disputas sostenidas con ecarnizado ardor, y causa muchas veces de conflictos y perturbaciones graves, contribuyeron tambien á que los institutos religiosos y los regulares de otra ropa que hubieran podido ser sus auxiliares en materias y doc

(1) Con ocasion de este proceso se calculó la riqueza efectiva que à la sazon poseían los jesuitas de Francia en cincuenta y ocho mi

llones de francos, no contando el capital que tenian en las colonias francesas.

trinas tocantes á religion, fuesen sus declarados, y á las veces sus más crudos enemigos. Y el empeño en sustraerse de la jurisdiccion episcopal, y no sujetarse sino á la inmediata y esclusiva del pontífice, les enagenó igualmente el afecto de no pocos prelados.

Resultó de este conjunto de circunstancias, y de otras análogas que fuera prolijo enumerar, algunas de las cuales quedan apuntadas en nuestra historia, que cuando en los siglos XVII. y XVIII. se comenzaron á publicar y difundir obras, folletos, sátiras y escritos de todo género, atacando, ó la institucion, ó la doctrina, ó los planes ó las costumbres, ó las prevaricaciones de la Compañía ó de sus individuos, estos ataques, impugnaciones y diatribas, estas acusaciones y cargos, tal vez fundados ó verosímiles algunes, acaso inexactos ó exagerados los más, encontraron en los ánimos de muchos cierta predisposicion á dar crédito á especies que hubieran sido rechazadas con indignacion, ó por lo menos oidas con incredulidad desdeñosa en los buenos tiempos de la Compañía. Y aunque no faltaron á los jesuitas defensores ardientes, y doctos impugnadores de los escritos de sus adversarios, aunque tenian la proteccion abierta de la Santa Sede, aunque contaban con el apoyo de varios príncipes y de la mayoría del episcopado y aun del clero, y no se habia estinguido su prestigio en las clases populares, es indudable para nosotros, y confiésanlo los jesuitas de más reputacion, que se habia formado una atmósfera

de opinion contra ellos, en cuya atmósfera descollaban como los principales sostenedores de esta opinion la mayor parte de los hombres políticos, de los hombres de estado, de los ministros y consejeros de los reyes, de los magistrados, de los jurisconsultos de los de los publicistas (1). Y bien puede añadirse con seguridad, puesto que así se vió, que esta opinion habia cundido hasta entre los prelados de la Iglesia, y hasta entre los cardenales del Sacro Colegio.

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En tal estado, no debió ser dificil prever que una de las dos escuelas que de antiguo veian luchando habia de acabar por sobreponerse á la otra y triunfar de ella, tan pronto como las circunstancias y los sucesos favorecieran más y dieran preponderancia y poderío á la una para vencer á la otra. Los hechos en este caso no son el desarrollo, sino la manifestacion del triunfo de una idea en una época Jada; sin que por eso este triunfo sea siempre definitivo, porque acontece á veces que la idea vencida vuelve á germinar, toma nuevo incremento, y modificada por las circunstancias y por la razon suele en otra época creerse bastante fuerte para entrar otra vez en lucha con la

(1) El padre Ravignan lo dice así en el capítulo 1." de su obra titulada: Clemente XIII. y Clemente XIV.: hé aquí sus propias palabras: «Des auxiliers puissants s'ofraient; un grand nourbre d' hommes d'Etat, de magistrats, de jurisconsultes, de publicistes prétaient leur concours empressé

à cette œuvre destructive, sans renoncer por la plupart à leur titre de chrétiens.»

Lo mismo dice Dutilleul en su Historia de las corporaciones religiosas en Francia. «Ce furent les magistrats qui préparérent, sans pouvoir toujours l'atteindre, la sécularization définitive de l' Etat, etc..

idea vencedora, acaso modificada ya tambien; que hay principios que pugnan por espacio de siglos antes de poderse contar entre las verdades absolutas. La supresion del instituto de Loyola en casi todos los Estados de Europa á mediados del siglo XVIII. fué la manifestacion del triunfo de la escuela regalista sobre el principio de la escuela ultramontana, y el acto de convertirse en hecho visible la preponderancia de la idea.

V.

Solo de esta manera puede á nuestro juicio esplicarse razonablemente la coincidencia de hallarse á un mismo tiempo al frente de los gobiernos y al lado de muchos soberanos de Europa, como sus primeros ministros y principales consejeros, hombres que profesaban los principios de la escuela regalista, y por consecuencia desafectos al instituto de Loyola. En Portugal el marqués de Pombal, en Francia el duque de Choiseul, en Nápoles el marqués de Tanucci, en Parma el marqués de Felino, en España Roda, Aranda y Campomanes, y hasta en Alemania Van Swieten y Febronio. Solo así puede esplicarse que todos aquellos

príncipes encontráran en el cuerpo episcopal de sus respectivos reinos prelados y cardenales de las mismas ideas que enviar á Roma como representantes suyos cerca de la Santa Sede para gestionar con efic.cia la supresion de la Compañía. Solo así puede esplicarse el espíritu que dominaba en el Parlamento de Francia y en el Consejo de Castilla, y que llegára á infiltrarse este mismo espíritu hasta en el Sacro Colegio. último solo así puede esplicarse que la expulsion de los regulares de la Compañía, aunque hecha en la forma mas ruda, y en algunas partes hasta de un modo inhumano, se realizára sin resistencia popular y sin producir perturbaciones ni conflictos en ninguno de los Estados en que se verificó, como acaso los hubiera producido en otro tiempo.

Y

por

El ministro portugués Pombal, el primero que abiertamente se declaró perseguidor implacable de los jesuitas, no era hombre que gozára del favor popular, ni menos del de la nobleza lusitana, de que fué tambien perseguidor encarnizado, sacrificando una parte respetable de ésta en los calabozos y en los patíbulos. Sus cualidades personales, sus costumbres, sus tiranías, la miserable esclavitud en que tenia al rey José I., su política arbitraria y despótica, era p..ra hacerle mas odioso que bienquisto del pueblo portugués. En sus célebres escritos contra los regulares de la Compañía, en las acusaciones que en ellos los lanzaba de traficantes, negociadores y mercaderes,

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