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alrededor de 50 céntimos diarios, mientras que el belga cuesta un franco.

Otra consecuencia del régimen progresivo, es que exige un personal de vigilancia menos considerable que el nuestro, porque se necesitan menos hombres para dirigir talleres comunes, en donde cada preso tiene su suerte entre las manos, que para hacer marchar las rodajes delicados del régimen celular, en que cada detenido, por el contrario, tiene que ser conducido como una máquina. Se puede, por tanto, retribuir mejor y reclutar más convenientemente á los agentes subal

ternos.

Por lo demás, si abandono el terreno de la práctica y me encierro en los principios, la situación es muy sencilla. Consideremos á los partidarios más fanáticos del régimen celular puro y simple. Desde que adoptan como tesis, el mejoramiento del culpable, deben aceptar también, al cabo de un cierto tiempo, que se determinará, la libertad y la vuelta á la vida social del que parece corregido.

El problema se reduce á los términos siguientes: Puesto que el retorno á la vida social es el objeto último, ¿no es preferible hacer un ensayo de esta vida social antes de la libertad, mediante ciertas garantías y bajo la vigilancia de la Autoridad, que después, sin garantía y ante la mirada hostil y desconfiada de los hombres libres?

La contestación no ofrece duda. La esencia de un régimen penitenciario que quiere reponer al condenado en la sociedad, es enseñarle el uso de la libertad.

El régimen celular, lejos de proporcionar esta enseñanza, aniquila todo movimiento y toda voluntad; quita incluso el deseo de libertad. El hombre designado por la administración como menos peligroso, será quizás el que ya no aspira á nada.

El régimen progresivo, á parte de su superioridad por preparar racionalmente á la libertad y estar más conforme con la finalidad de la penalidad moderna, posee una virtud intrínseca: proporciona á los detenidos esa cosa de que no tiene siquiera idea el preso celular y que Holtzcudorff llama una gimnasia social (1).

(1) Das irische Stänguissystem. Leipzig, 1859.

La promiscuidad es peligrosa: ¿quién lo va á negar? Pero es la vida misma. Es la vida del niño en la Escuela, del obrero en el taller, y puesto que ha de ser la del condenado en liber. tad, es preciso acostumbrarle á este peligro lo más pronto posible, tomando las precauciones necesarias.

Notemos, por otra parte, que en 1791, en la Asamblea nacional, Lepelletier de Saint-Fargeau, en una relación sobre el régimen penitenciario, pedía un régimen progresivo que hi ciera pasar al preso de un tratamiento más severo á uno más suave (1). Notemos también que Howard, cuando levantaba en Glocester en 1785, la primera cárcel celular, no pensaba sino en el aislamiento nocturno y admitía el trabajo en común durante el día, clasificando á los detenidos. Pensó igual á Vilain XIV cuando empezó el plano de la cárcel construída en Gante en 1775.

Sería, sin embargo, funesto olvidar, que cualquiera que fueren los méritos de un sistema, cualquiera que fuere el sis. tema aplicado, para llegar á un resultado, la base esencial, sin la que el edificio no puede sostenerse es la clasificación metódica de los condenados.

Por qué, las instituciones penitenciarias mueven hombres y no ideas. Si todos los seres fueran idénticos, igualmente perfectibles, si en todos existiera un medio de despertar la fuerza moral adormecida y de reavivar el amor al bien, todas estas cuestiones serían muy sencillas y haría mucho tiempo que la humanidad había vuelto á la edad de oro. Pero, desgraciadamente, los individuos no han sido fundidos en el mismo molde, y por eso la uniformidad de un sistema cualquiera, celular ó progresivo, es tan criticable, por distintas razones, como la promiscuidad uniforme de las cárceles antiguas.

Coger un bruto de rostro humano, aislarle durante años, rodearle de cuidados, de consejos, suponer que esta fiera sanguinaria y cruel, que ese rebelde vicioso, inculto, cínico. casi inconsciente, saldrá algún día regenerado de su celda y podrá sin peligro, ser soltado de nuevo en medio de la civili

(1) Moniteur Universel, 30 de Mayo y 4 de Junio de 1791.

zación, es una utopia, junto á la cual los sueños de Moro y de Campanella son los sistemas prácticos por excelencia.

Coger un sér dulce y tranquilo, de carácter débil é indeciso y con objeto de corregirlo, hacerle pagar su extravío con una larga reclusión celular, es igualmente un exceso de teoría y es no ver que en este caso la corrección es accesoria, por la sencilla razón de que los instintos no son perversos. Claro que este culpable debe ser castigado, pero la celda, á la larga, más le atrofiará que lé dará fuerzas y cuanta menor cantidad de resistencia haya en él, más le depreciará y le será funesta.

El nudo del problema consiste en establecer las categorías de condenados y en tratarlos, según la clase á que pertenecen. Los que tienen un fondo honrado y han sucumbido al arras tre de la pasión ó á la fatalidad de la miseria, no están en el mismo plano que los malhechores empedernidos; los primeros tienen la esperanza de volver un día á la sociedad, y la autoridad, para llegar á la libertad, debe prepararlos gradualmente á la vida social. Los otros han agotado ya los recursos, y es preciso preservar á la sociedad de sus ataques. Es preciso aislarlos, no entre sí, puesto que ya corrompidos, no pueden pervertirse mutuamente.

Yo no digo, que si la sociedad tiene recursos suficientes no pueda someter á los incorregibles al aislamiento individual, evidentemente la vigilancia será más fácil. Creo, únicamente, que desde el punto de vista social, como no se puede esperar nada de hombres semejantes, la cuestión es secundaria y que además, como la prisión en la mayor parte de los casos, ha de ser á perpetuidad, la soledad celular, será una tortura de la que nadie beneficiará.

Antes de ocuparnos de la promiscuidad de los incorregibles, ocupémonos de la promiscuidad de las personas decentes, de esas familias que vegetan mezcladas en horribles zaquizanís, sin distinción de edad ni de sexo. 'Esa promiscuidad es horrible, porque engendra el libertinaje, la prostitución y el crimen, corrompe antes de la edad á la muchacha, deprava al muchacho, aleja del hogar al cabeza de familia que busca en la embriaguez el olvido del espectáculo diario.

¡Ahí sí que está el peligro y la vergüenza! Porque la promiscuidad de los criminales definitivamente perdidos, no puede acentuar el mal y lo único indispensable es aislarlos de los buenos y de los regulares.

El régimen penitenciario ideal se asemejaría así á una especie de tamiz que dejara pasar poco a poco los corregibles y conservase inexorablemente á los incurables de la crimi nalidad.

Igualmente que la autoridad judicial cuando el acusado se presente ante ella, la autoridad administrativa al recibir al condenado se encuentra con esta gran distinción que aparece á cada paso en estos estudios, porque es la realidad misma: los delincuentes ocasionales y los delincuentes habituales (1). Consideremos los primeros.

Respecto de estos, según he dicho, lo mejor, en caso de falta leve, es condenar lo menos posible á prisión y aplicar las multas y días de trabajo. Cuando se les condena á penas cortas de prisión, hasta un año, por ejemplo, la celda no presenta inconvenientes. Cuando se trata de penas largas, claro que hay que conceder la celda al condenado que la pida. Para los otros, después de una preparación celular de cierta duración, nada impide crear talleres comunes, con tal, naturalmente, de que se haga una selección meticulosa y que se aparten severamente todos los reos corrompidos. ¿Qué peligro habría, y escojo á propósito los hechos más graves, en dejar trabajar juntos al hijo de un honrado cultivador que en un acceso de celos hubiera matado á su querida y á uno de po. blación, que en una riña hubiera herido gravemente á su adversario? Los dos son violentos y su violencia debe ser castigada, pero el contacto de estos dos hombres en el taller no los impedirá conducirse bien más tarde, si se arrepienten de su crimen.

No hablo nada más que del taller; el sentido común indica que el aislamiento debe subsistir de noche; las comidas también pueden ser en la celda.

(1) Véase sobre todo von Liszt: Zeitschif, etc. 1883, vol. III, lib. I, pá. gina 36.

Paso á los delincuentes habituales. Debemos subdividirlos en dos categorías.

La primera comprende los delincuentes, de quienes no se puede decir que sean fundamentalmente malos; el abandono en que han vivido, la debilidad de voluntad, su pereza y su inercia los han perdido. Para muchos de ellos, la educación social, la emulación, la vigilancia pueden tener utilidad. La sociedad tiene el deber de probarlo. El régimen progresivo permite comprobar, mejor que el celular, si hay probabilidades de que se pueda llegar con esos condenados hasta la libertad condicional. Se trata, sobre todo, de los ladronzuelos, de los encubridores, de los individuos que viven al día, sin respetar la propiedad y prefiriendo un hurto fácil á cualquier trabajo. Creo, que por lo menos hasta la tercera condena se los puede clasificar entre los dudosos. Son los más numerosos entre los delincuentes habituales. Se los podría emplear en los trabajos de utilidad pública de que he hablado más arriba.

La segunda categoría comprende los verdaderos criminales de profesión, aquellos cuyas inclinaciones viciosas son irresistibles y constituyen un peligro social durable. Con ellos nos encontramos en un terreno diferente. Aplicarles la teoría de la mejora no es solamente prepararse terribles decepciones, sino dar pruebas de una candidez que es permitida encontrar culpable, porque hace tambalearse la fe de la opinión pública en la influencia de las instituciones penitenciarias y en la utilidad de los sacrificios que exigen.

Es el detritus de la humanidad, la gangrena en el cuerpo social. Como el médico, el legislador debe tener el valor de sacrificar la parte condenada á los elementos sanos y robustos. Como los hospitales, las prisiones encierran incurables. Que se los clasifique según la naturaleza de sus vicios, que existan pequeños talleres para ellos con una reclusión ilimitada, una disciplina rigurosa, un mínimo de peculio, un traje especial é incluso una celda para los indisciplinados.

Pero, celda ó sala común, no lo olvidemos, estos establecimientos son refugio de incurables, los condenados están des

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