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las fuerzas de Navarra, formaba un círculo para encerrar en él á los invasores; pero al sentir fuego de fusilería en la direccion de Vera, corrió á enterarse, y pronto se convenció del combate desigual que sostuvieron el general Butron y el coronel Valdés, viéndose ambos obligados á repasar la frontera.

Cuatrocientos hombres pelearon contra siete mil: y aquel puñado de valientes hizo desesperados esfuerzos de heroismo; pero todo era ya inútil, no tenian más remedio que sucumbir, se habian perdido momentos preciosos.

Muchos perecieron, y no pocos de los que ganaron el territorio francés, fueron en él víctimas, pues atropellando respetos sus perseguidores, penetraron tras de los fugitivos, é inmolaron á cuantos pudieron.

Avisado Mina para que se retirara, lo creyó deshonroso, y confiando en promesas falaces, esperando pronunciamientos, y teniendo presente la salvadora constancia de Riego en su alzamiento, desoyó aun á su misma razon, y despreció todo peligro y aun la vida.

En la noche del 27 acampó en la ferrería titulada de Hernani, y el 28 se encaminó á Tolosa; pero el encuentro con el enemigo le hizo variar de direccion y romper por la izquierda á ganar una altura; mas se ve nuevamente cortado en un estrecho, y solo le salva su serenidad, ó la generosidad del enemigo, que todo pudo haber sido. Siguió Mina con sus atemorizadas fuerzas por la cordillera de Saria, á pernoctar á la ferrería de Goizarin, donde el mismo Mina tuvo que preparar el rancho para sus compañeros estropeados. La caballería que les seguia fué cortada, y obligada á internarse en Francia.

Aquella gente no era ya tropa invasora; sino hombres perseguidos, estenuados, y esperando la muerte á cada instante, pues les rodeaban por todas partes numerosas tropas que les impedian el paso, obligándoles á marchas y contramarchas: ora se encontraban ocupado un paso estrecho, ora un puente, un vado. El ánimo decaido de aquellos desgraciados no podia hacerse superior á tales reveses.

Mina, haciendo un supremo esfuerzo á pesar del mal estado de su salud, se adelantó demasiado de la columna á cuya cabeza iba, acompañado de su inseparable capellan y de sus dos ayudantes, Clemente y Perez de Mesa, para observar á los enemigos. Impensadamente se vió cercado de un peloton de realistas, y con valiente serenidad se supuso enviado por el jefe de ellos, y les mandó enérgico se dirigiesen hácia su izquierda, en cuya direccion marchaban los constitucionales: obedecieron, y Mina siguió por el lado opuesto á ganar la altura más próxima. Allí vió claramente lo triste de su situacion, los numerosos enemigos que por todas partes le rodeaban; y para ser más inminente su peligro, notó que los realistas, conocido el engaño, volvian á apoderarse de

Mina. Este, entonces, con sus tres compañeros se internó en un bosque á esperar á la columna. Pero aquel bosque estaba ocupado por paisanos armados, y esto les obligó á abandonar los caballos y dirigirse por despeñaderos, hasta que dieron con una grande piedra que formaba una especie de gruta, donde no podian esconderse completamente.

«Serian las once de la mañana, dice Mina, cuando entramos en esta gruta formada por la naturaleza, dentro de la que, uno de los cuatro, quedaba descubierto; y á poco rato oimos voces y silbidos, que daban á entender que registraban el bosque, y aun percibimos las palabras de los de los caballos no pueden estar muy lejos. Caras pensábamos vender nuestras vidas si daban con nos tros, convencidos de la suerte que nos tenian reservada. Pasado aquel primer apuro volvimos á oir gritos, mezclados con el ladrido de algunos perros, y esto me hi o recelar que, convencidos de que estábamos en aquellos sitios, se valian de este medio eficaz para descubrirnos.

>> Habríanlo, sin duda, alcanzado, si al presentarse los perros casi al frente de la cueva no se distrajese enteramente su atencion con la vista de un ciervo, que de repente saltó de unos matorrales, y al que so dirigieron sin cuidarse de nosotros. Ya nos considerábamos libres de aqueIla persecucion directa, cuando, pasado bastante rato, oimos el ruido de una esquila de las que en aquellas montañas usa el ganado lanar, y merced á que yo conservaba muy vivas en mi memoria las primeras impresiones de mi juventud, pudimos libertarnos de aquel lazo, pues cuando mis ayudantes me animaban á que saliéramos para tomar i̇ndicaciones del pastor que cuidaba del rebaño que se sentia, pude hacerles comprender, y con mi opinion coincidió la del capellan Apezteguia, que, como hijo del país conocia como yo sus costumbres, que aquella esquila no la agitaba ningun animal, sino la mano de un hombre.

» Continuamos, pues, en nuestro asilo, y por todo alimento solo tuvimos un poco de aguardiente que el capellan llevaba en una botella de caza, y un pedazo de pan que una mujer, que hallamos cuidando un rebaño cuando buscábamos la cueva, me habia puesto en la mano, con evidentes señales de que me habia reconocido; y á las seis de la tarde, cuando ya no se oia ningun rumor, emprendimos la marcha por barrancos, montes y despeñaderos, desorientados enteramente del terreno que pisábamos y de toda direccion; y todavía tuvimos á grandísima dicha que la noche estuviese súmament lóbrega y lluviosa, auuque esto mismo aumentaba nuestro mal estado y desfallecimiento, particularmente en mí, que, á causa de la bala que tenia en el muslo derecho desde la guerra de la Independencia, llevaba la pierna muy inflamada.»>

No hemos podido resistir el placer de copiar estas líneas sumamente interesantes, y que retratan con exactitud los padecimientos y sacrificios de Mina en aquella desventurada espedicion.

A una mujer caritativa que habitaba una choza, debieron algun alimento y un guia para conducirlos á Francia, siguiéndoles con las bendiciones y las lágrimas la que fué para ellos el ángel de salvacion, el visible instrumento de la Providencia

La oscuridad de aquella noche lluviosa hizo perder al guia, y que fuesen á parar á las inmediaciones de Zugarramurdi; pero corrigieron el error involuntario al notarlo, y despues de mil rodeos por veredas desusadas, y acabados de hambre, de sed y de fatiga, llegaron á las siete de la mañana del 30 á la borda del Moro, en territorio francés. Pero aun aquí corrieron peligro, pues cuando estaban descansando, vieron á una columna española mandada por don Santos Ladron, cruzar á corta distancia, y llegarse algun indivíduo á la casa á pedir agua.

Jáuregui, al verse sin Mina, cuidó de salvar la columna que tenia á sus órdenes: siguió á tomar la altura de Echalar para ganar la embocadura de Sumbilla; pero acosado de contínuo, y obligado á cada momento á variar de direccion, contramarchó por su izquierda, se dirigió al valle del Baztan, atravesó sus montes, ganó el 29 el punto de Urdax abandonado por las tropas absolutistas, y penetró en Francia, sufriendo en la línea una descarga, en la que fué víctima de su escesivo ardor el distinguido patriota Escouriaza. Los prisioneros de la accion de Vera fueron conducidos á la ciudadela de Pamplona y fusilados.

Sabido por los que aun permanecian en Perpiñan y sus alrededores lo sucedido á Mina, todavía reinaba en ellos la perplejidad. Pero nada retrataria mejor su situacion que las siguientes é importantes líneas del diario de uno de ellos, que tenemos á la vista.

Dia 8, noviembre. -- « Por la mañana partió el propio que llevó la carta á Grases. A las cuatro horas despues se recibió su respuesta, en que decia habia hecho pasar las compañías á Prades, y que se venia á esta. A las tres llegó en efecto. El resto del dia se pasó en conversaciones insignificantes. Por la noche se recibió carta de Miranda, en que anunciaba su llegada para el dia siguiente. El portador de la carta, Marieta, conducia además cuatro caballos que habia comprado el conde de las Navas.

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Dia 9. Me levanté sin saber qué hacer, ocupado siempre con la idea de nuestra situacion tan crítica y embarazosa. Si hacemos nuestra tentativa, nos esponemos á un probable descalabro. ¿Qué haremos de la gente, si nos abstenemos de un paso que la prudencia, la razon y hasta el deber condenan? Si es cierto que entró Plasencia y siguió su movimiento Vigo, tropezarán á pocos dias con las tropas que batieron á Mina y Valdés, y serán completamente derrotados. Cada vez se pondrá más dificultosa nuestra causa: cada vez inspiraremos menos confianza á los que se interesan por nosotros: cada vez nos haremos más la befa de nuestros enemigos. La historia de nuestra mansion en la frontera, es la de nuestras disensiones, de nuestra incapacidad, de nuestras necedades. A las cuatro de la tarde llegó Miranda. Despues de comer nos reunimos á conversar, y cuando yo creia que iríamos á tratar de nues

tras cosas, me hallé que se redujo á cosas insípidas é indiferentes, que provocaron al sueño á algunos, y dieron ganas de irse á dormir á todos. A las nueve y media de la noche nos separamos, en efecto, despues de haber bostezado de lo lindo. »

Tiene Gurrea, á la sazon, que volverse á guarecer en Francia; se adquiere la certidumbre de que ni la tropa se adhiere, ni los pueblos se pronuncian; pero se reciben ofertas de la guarnicion de la Seo, y se deciden al fin á presentarse ante ella en la noche del 16, con trescientos cincuenta hombres; ya en Soldeu, les manifestó Eroles, que habia llegado antes, su desconfianza en las ofertas hechas, suponiéndolas mentidas, y no necesitó esforzarse mucho para que los demás se decidieran á abandonar una empresa á la que no iban muy entusiasmados.

Pareciéndoles ridículo volverse, pasaron al valle de Aran á probar fortuna, siguieron al de Andorra, y á las setenta y seis horas de haber penetrado en España, salian de ella por el puerto de Alós, sin haber encontrado hostil á ningun pueblo, ni haberse tiroteado más que con algunos realistas. Fueron desarmados é internados, obedeciendo las autoridades francesas las terminantes órdenes de su gobierno, apremiado por el español.

INSURRECCIONES EN OTROS PUNTOS.

LXI.

Un escesivo celo, una honrosa ambicion de gloria, el deseo de ser cada uno el primero de los presentados en España, de dar vida al impulso liberal, fué lo que más perjudicó al liberalismo, lo que ocasionó rivalidades y desgracias, lo que hizo inútiles los esfuerzos de aquellos jefes tan valientes como decididos.

Llauder fué el elegido para hacerles frente, y voló al combate: triunfó, y regresó á la córte á gozar de su triunfo, no muy costoso.

Es fama que algun tiempo despues, en 1832, deseó ver á don Cárlos, y no habiéndolo conseguido en las tres veces que lo intentó por negarse el infante, dijo á don Ambrosio Plaza, ó Plazaola: «Diga vd. á S. A., que ha querido hablarle el general Llauder, antes de marchar á Cataluña: que viene cubierto con los laureles que ha conseguido sobre los revolucionarios (1).»

(1) Hace resaltar notablemente este hecho, su anterior esposicion en Pamplona el 12 de octubre de 1832.

No fué solo en la parte norte de España, sino en la Mezquita-Galicia-, y en otros puntos, donde comenzó á arder el fuego de la insurreccion: tentativas que empeoraron la situacion de los liberales. Las circunstancias, sin embargo, les favorecian. Calomarde se empeñaba en contrarestarlas.

Los grandes acontecimientos entusiasman á la juventud, porque hablan antes al corazon que á la cabeza; y nuestra juventud, que veia en las revoluciones un hecho estraordinario con su parte de heroismo y de gloria, se identificaba con él. Los jóvenes se reunian en las universidades, y estas empezaron á ser academias, y aun campamentos políticos, donde se ostentaba como distintivo una cinta azul ó encarnada.

A estos enemigos, que son para cualquier gobierno muy fáciles de derrotar, pero muy difíciles de castigar, les dispersó Calomarde, mandando cerrar las universidades.

Al mismo tiempo, y por una rara coincidencia, se fundaba en Sevilla una escuela de tauromaquia, á la que no alcanzó tan ilustrada disposicion. Abríanse las puertas de una enseñanza bárbara, y se cerraban las de todas las ciencias. Esto dió motivo á un justo descontento. Pero se agolpaban entonces los sucesos, y corria la imaginacion tras ellos.

No faltó por entonces quien enarbolase en las montañas de Cataluña pendones por don Cárlos; más corrió el conde, y los abatió prontamente.

Esto aumentó el odio que le tenian los realistas. El jefe de aquellas bandas, don Manuel Ibañez, fué enviado al presidio de Ceuta por el conde. A los ocho años, ya veremos como se encontraron el juez y el reo.

Los emigrados españoles no se desalentaron por el triste éxito de su invasion: confiaban en la justicia de su causa, en la propagacion de las ideas liberales, y más que todo en los cambios políticos que se iban efectuando en toda Europa, y se prepararon con más bríos á nuevos esfuerzos, pudiendo aprovechar las severas lecciones que les daba la esperiencia.

Pero el gobierno francés, que hasta entonces se mostró tolerante con los liberales españoles que le debian asilo, les persigue tenazmente, y los internó para desbaratar así sus planes de invasion.

Tratábase entonces de nombrar un poder directivo, elegido por los emigrados, para que reemplazara á la junta que se disolvia, y cuando iba á tener efecto aquella medida de importancia y utilidad para el liberalismo, se dislocaron todos los centros de emigrados, se les dispersó, y les fué imposible hasta el entenderse á veces, porque se ejercia con ellos una vigilancia inquisitorial. En vano se reclamaba, en vano se pedia el cumplimiento de solemnes promesas, en vano el infatigable Mendizabal

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