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procuraba fondos; todo era inútil: todo cedia ante el severo tratamiento que mandaba Luis Felipe se usara con los emigrados españoles.

NACIMIENTO DE LA PRINCESA ISABEL.

LXII.

Las consecuencias de la pragmática-sancion no se apreciaron debidamente hasta el nacimiento de la princesa Isabel.

Aquel dia, el 10 de octubre de 1830, fué de verdadera ansiedad para Madrid. Pintada en todos los semblantes la esperanza y el temor en todos los corazones, no habia persona que por contar las detonaciones del cañon, nuncio de la nueva esperada, dejara de contener los latidos de su corazon.

Próxima á declinar estaba la tarde apacible de aquel dia de feria, cuando un pueblo inmenso acudia á palacio, volviendo unos contristados y esperanzados otros. El blanco pabellon no tranquilizó los espíritus, no ahuyentó los temores, no satisfizo las esperanzas. Parecia que se vaticinaba lo combatido que habia de verse aquel nevado lienzo, la sangre con que habian de amasarse los cimientos del trono de aquella inocente y tierna niña. Pero no importa, decian con generosidad los liberarales; nosotros sostendremos su derecho; pelearemos, y la justicia de nuestra causa nos dará la victoria.

Los amigos de don Cárlos, los hombres cansados de disturbios, los que solo anhelaban la tranquilidad de la nacion, se pusieron de parte del infante, porque veian claramente que si el rey fallecia pronto, se pasaria por una minoría, turbulenta como todas; y fijos en esta idea, hojeaban la historia, y acrecia su temor al ver lo que habian hecho sufrir á España otras regencias.

Presentábase entonces la cuestion de conveniencia, y la nacion toda se convirtió en una academia, ó más bien en una barahunda. Todos cuestionaban, todos alegaban razones, aducian ejemplos, y estas contiendas despertaban los ánimos, encendian las pasiones, y hacian preveer que de las palabras se pasaria á las obras, de las disputas á las batallas.

Cuando las altas cuestiones políticas se hacen patrimonio del vulgo, no hay que buscar opiniones sino pasiones; estas son el juez de cada uno; se apela á la fuerza y no á la razon.

La cuestion no era precisamente de derecho, sino de utilidad y conveniencia. En vano se hubiera querido someter ni aun al juicio de Dios la sucesion del trono: nada querian unos sin don Cárlos; á todo accedian otros, menos á don Cárlos: estableciéndose así una línea divisoria, que posteriores acontecimientos convirtieron en profunda sima, no cegada aun, aunque llena de sangre.

Томо 1.

18

1831.

EMIGRADO8.

LXIII.

Los tristes resultados que tuvo la invasion de algunos centenares de liberales el año anterior, no bastaron á contener á los que, dejándose llevar únicamente por el entusiasmo de sus sentimientos, prepararon nuevas espediciones, halagados con mayores medios.

El general don José Torrijos, á pesar de haber sido descubiertos y fusilados los confidentes que envió á Algeciras, conduce doscientos hombres, y se presenta el último dia de febrero en Aguada, punto cercano á Algeciras; pero rechazado al punto, se refugia en Gibraltar.

Manzanares, al frente de unos ciento cincuenta, arriba á Getares, se corre hácia Sierra Bermeja y monte del Duque, intentando unirse á los liberales que mandaba don Estanislao Fernandez, pronunciado en los Barrios; más todos son derrotados por los realistas. Manzanares con el resto de los suyos, trató de ponerse en salvo, valiéndose de un pastor de cabras, que le vende, comprándose así la muerte que le dió Manzanares, atravesándole con la espada al ver clara su traicion. Los realistas destrozan en el acto al general Manzanares, y fusilan á los sesenta y uno que le acompañan.

Tambien en Cádiz y en la Isla estallaron conspiraciones que se mancharon con el asesinato del gobernador y subdelegado de policía de aquella plaza, y tambien fueron sofocadas.

El confiado Torrijos volvió con nuevos brios á España, cayendo en el lazo que se le tendió, y en el que tan innoble papel representó el general Moreno (1). Desembarcó con los suyos en la Fuengirola, avanza

(1) Nada probaria mejor el indigno proceder de Moreno en este trágico suceso como esta comunicacion.

«Número 266.—Subdelegacion principal de policía; provincia de Málaga.—Málaga 7 de diciembre de 1831.-Con esta fecha digo al Excmo. Sr. secretario de Estado y del despacho de Gracia y Justicia, lo que literalmente copio. En mi oficio de 30 del próximo pasado manifestaba á V. E. que en el estado que tenia la combinacion simulada con el rebelde Torrijos para atraerlo á estas costas, marchaba yo á esperarlo al punto de desembarco convenido, como lo ejecuté en la noche del mismo dia del citado mes anterior, en la que no se presentó aquel, ni en la siguiente, 1.o del actual, en que tambien me dirigi al mismo sitio, por cuya razon me restituí á esta ciudad; pero à las pocas horas de mi llegada recibí aviso del comandante de la columna de hallarse á la vista buques sospechosos. Con este motivo partí inmediatamente, y con efecto, en todo el camino observé habia dos que por su porte, movimientos, direccion y maniobras, parecian ser los que se esperaban, permaneciendo en las posiciones que ocupa

hasta la alquería del conde de Molina, legua y media de Málaga, se ve cercado por todas partes, é inútil la resistencia, entregáronse fiados en promesas solemnes, y el rey los mandó fusilar, cuya triste suerte sufrieron en el sitio próximo á dicha ciudad que hoy se llama la Playa de Torrijos. En la misma poblacion, en la plaza de Riego, un lindo y fúnebre monumento, erigido por los inalagueños, recuerda la memoria de Torrijos y de sus cincuenta y seis compañeros, asesinados tan inícuamente (1).

Resultado de estas tentativas fué un copioso é inútil derramamiento de sangre, y agravarse la posicion de los liberales.

Aumentada la saña de sus contrarios, emplearon las medidas de terror que estaban en su mano. Restableciéronse las comisiones militares, se reprodujeron las persecuciones de 1823 y 24, llenáronse las prisiones por las delaciones de un infame, cuyo nombre ya no es un misterio, se levantó el cadalso, y perecieron en él Miyar, Iglesias, la Chica, Torrecilla, preso en rehenes por su hermano, y otros varios. Ni aun el sexo escusaba culpas políticas. Doña Mariana Pineda, jóven y hermosa señora, murió en el patíbulo, en Granada, por encargarse bordar una bandera, deshonrándose con tan deplorable, inícua y sentida ejecucion una tiranía tan brutal como repugnante.

Tanto desastre, tanta víctima no contuvo las maquinaciones de los liberales: habia confianza en la causa, fé ciega en los principios, y los infortunios imprimian el sello de la santidad al liberalismo. A cada nueva traicion, á cada nuevo descubrimiento, se paralizaban algo los tra bajos, pero se iniciaban luego en los clubs nuevos adeptos, exentos de temores, y continuaban los planes con doble ardor.

Los emigrados, esperando unos y desconfiando otros, de los esfuerzos de sus amigos del interior, estaban prontos á invadir nuevamente la Península, no considerando los reveses sufridos, sino como obra de la traicion ó de la impericia.

Temeroso Fernando de los proyectos de los emigrados, á quienes como es natural, les molestaba la ausencia de su patria, instigaba á Luis Felipe contra ellos, y éste pensó formar una legion estranjera, para

ban, desde las 10 de la mañana del 2 hasta que cerró la noche. Teniéndolos por los conductores de los revolucionarios, se hicieron en tierra las señas ajustadas lanto de dia como de noche, á que no respondieron, bien, que mal podian hacerlo, cuando á la misma hora desembarcó Torrijos y su gavilla en las costas opuestas del O., obligados à ello por la persecucion de los buques de la empresa que les hizo encallar....

(1) En premio de tanta alevosía, felicitada por el cabildo de Málaga, se ascendió à Moreno à teniente general, y se le dió la capitanía general de Granada y de Jaen, y al publicar la Gaceta aquellos cruentos sacrificios ponderó la clemencia del rey, y le comparó á Tito.

enviarlos á pelear contra los argelinos, siendo muy pocos les que se inscribieron. En su virtud, el mariscal Soult, poco amigo de los españoles, contra los que se batió en la guerra de la Independencia, ministro entonces de la corona, presentó á las Cámaras un proyecto de ley para obligar á los emigrados á ir á Africa. Estos, entonces, hicieron en 28 de febrero, una esposicion á la Cámara de diputados, terminándola con estas líneas.

«Así, pues, señores, si vds. tienen á bien aprobar la ley presentada por el ministro de la Guerra para la formacion de una legion compuesta de estranjeros, dignaos, cuando menos, establecer la condicion de que la filiacion en ella de los refugiados españoles sea voluntaria, Ꭹ no forzosa, y que aquellos, que guiados por el amor á su patria, á la cual tienen consagrada su existencia, no quieran tomar partido en la legion, no sean privados de los socorros momentáneos que el gobierno francés les dispensa. Esto es lo menos que en nuestra posicion reclaman las leyes de la humanidad y de la justicia, y sobre todo, las máximas de libertad y filantropía que tan altamente se proclaman en Francia.>>

En tanto solo procuraban los emigrados acelerar el momento de la nueva invasion, lisonjeados con la correspondencia que seguian con sus amigos del interior, que les ofrecian recursos abundantes.

Aquella correspondencia, y la que desde Madrid se seguia con los círculos de las provincias, fué interceptada el 17 de marzo, por denuncias del delator, y solo á las precauciones que se habian tomado, se evitaron muchas víctimas. Hubo, sin embargo, las de Miyar, etc., lográndose salvar del patíbulo, Olózaga, Marcoartu, y otros, interrumpiendo este acontecimiento algun tanto los trabajos, reanudados luego con más ardor.

Muchos emigraron, y los que se avistaron con Mina en Burdeos, le manifestaron que habia en España sobrados elementos para la revolucion, que el espíritu público estaba pronunciado por ella, pero que sus directores desconfiaban unos de otros, y habia quienes procuraban más por su propio interés que por el de la causa.

Los sucesos de Portugal en este año, decidieron á Mina á correr á París para ponerse de acuerdo con los emisarios de don Pedro, á fin de coadyuvar á su causa los emigrados españoles: se interpuso el gobierno francés, por respetos á Fernando, y se malograron las lisonjeras esperanzas que los liberales fundaban en aquella cooperacion.

Afluian diariamente emigrados á Francia, y aunque parecia que en la comun desgracia debia reinar la union, sucedia todo lo contrario. Esta falta de concierto fué causa de muchas víctimas; y los sacrificios de Torrijos, Manzanares y otros, hubieran sido al menos más útiles á la causa liberal, obrando todos de acuerdo.

1832.

ENERGIA DE DON CARLOS.

LXIV.

En el mes primero de este año se aseguró más la sucesion directa á la corona, con el nacimiento de la infanta doña Maria Luisa Fernanda, que afirmó á los carlistas en su propósito, creyendo tener á la Providencia de su parte, negando á Fernando un hijo varon.

Los liberales se empeñaban cada vez más en sostener á Isabel; y Cristina, que solo veia en ellos los campeones de su causa, les miraba benévola. Era madre, y debia velar por sus hijas: si algunas ideas de ambicion la halagaban, eran disculpables; y aun estas las supo deponer cuando accedió á que se revocara la pragmática-sancion, por no ser causa de trastornos, posponiendo al bien público sus afecciones de madre. Actos de tanta generosidad enardecian más el entusiasmo de sus partidarios; y aun muchos que hasta entonces no habian tenido opinion política, arraigados en su corazon los sentimientos hidalgos de nuestros abuelos, se pusieron de parte de la debilidad y de la inocencia, defendiéndolas con caballerescos discursos. Así que, puede decirse que la política invadió hasta el hogar más humilde de la más miserable aldea, á donde tambien se llevaban las cuestiones de partido que habian de convertirse en breve en una guerra fratricida.

Pero donde más se notaba la division y hasta el encono fué en el mismo palacio: los cortesanos, la servidumbre, todos, olvidándose de la política palaciega, de esa astuta reserva de las antecámaras reales, y arrojando esa máscara de sonrisa que encubre las antipatías cortesanas, daban rienda suelta á sus sentimientos, esponíanles con entusiasmo, disputaban con terquedad, y más de una vez aquellas espadas, siempre inofensivas, estuvieron á punto de terminar trágicamente alguna contienda.

Los acontecimientos que se sucedian unos á otros daban pábulo á estas escaramuzas.

Habíase trasladado la córte á la Granja. Allí se aumentan al rey los dolores de la gota, se empeora, y llega un instante en que se le cree muerto. El embajador de Francia, más ligero que prudente, lo comunica así á su córte. El rey vuelve en sí, y mejora.

En aquel intérvalo, se apodera de los partidos un estupor parecido al aletargamiento del rey; y al salir de este marasmo, apenas se esplican lo sucedido y se aprestan á estar dispuestos para cualquier evento.

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