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La revocacion de la pragmática, la precipitada llegada de la infanta doña Luisa Carlota, y las escenas que entonces tuvieron lugar en el régio alcázar, preocuparon todos los ánimos y exacerbaron las pasiones. En aquella situacion tan crítica, en tan inminente peligro, eran necesarias providencias decisivas, aunque no provocadoras. Doña Luisa Carlota, obró, sin embargo, con resolucion y energía: don Cárlos, por su parte, la tuvo tambien en esta ocasion.

Al agravarse la enfermedad del rey, se procuró por consejo de Calomarde y Abarca, interesar al infante en favor de Cristina, y se llamó al conde de la Alcudia, que reemplazó á Salmon en Estado, para insinuarle era la voluntad del rey nombrar á la reina, gobernadora de la monarquía durante su enfermedad, y mientras durase la minoría de Isabel, si él falleciese, y para que estendiese el nombramiento, en el cual se autorizaria á la reina para que pudiese llamar al despacho á la persona que juzgase la aconsejara con más acierto, concluyendo con decirle viese á don Cárlos, y le dijera que la reina esperaba fuese él esta persona.

Vió el infante el decreto firmado por el rey, y se negó á la proposicion, pretestando insuficiencia. En vano trató de convencerle Alcudia, y creyendo motivara su resistencia la falta del nombramiento debido, se le presentó á poco á don Cárlos, diciéndole de parte del rey que asistiese al despacho y aconsejase á la reina, pero que diera su palabra de reconocer y sostener los derechos de Isabel en el caso de su fallecimiento.

Don Carlos insistió en su negativa, añadiendo que la condicion que se le imponia era un nuevo motivo para que su conciencia rechazara la pretension: que tenia legítimos derechos á la corona de España si fallecia el rey sin dejar hijo varon; y estando resuelto á sostenerlos, porque así lo debia hacer, tanto por obligacion divina como humana, no reconoceria nunca lo contrario; que sentia mucho tener que hablar así estando enfermo su hermano, á quien tanto amaba y respetaba; pero que juzgaba deberlo hacer, porque el hombre de honor que defiende una causa justa habla siempre con claridad.

Espúsole Alcudia las consecuencias que de su repulsa podrian seguirse; pero constante don Cárlos en sostener sus pretendidos derechos y los de sus hijos, se negaba á toda avenencia amistosa que no partiera de este principio.

«No ambiciono ser rey, decia; antes por el contrario, desearia librarme de carga tan pesada, que reconozco como muy superior á mis fuerzas; pero Dios que me ha colocado en esta posicion, me guiará en este valle de lágrimas; y no yo, sino él permitirá cumpla tan árdua empresa.>>

Asombrado el conde de tal energía, le manifestó que tal vez le engañara su propia conciencia, y que quizá le exigiera el sacrificio que se le pedia.

«No estoy engañado, contestó, pues sé muy bien que si yo por cualquier motivo cediese esta corona en quien no tiene derecho á ella, me tomaria Dios estrechísima cuenta en el otro mundo, y mi confesor en este no me lo perdonaria; y esta cuenta seria aun más estrecha perjudicando yo á tantos otros, y siendo yo causa de todo lo que resultase; por tanto, no hay que cansarse, pues no mudo de modo de pensar.»

Insistió nuevamente Alcudia, y dijo al fin: «¿V. A. quiere ser la causa de una guerra civil?-Yo no quiero una guerra civil, respondió tranquilo el infante: vosotros sois los que la quereis, puesto que os empeñais en sostener una causa injusta.»

El conde comprendió la inutilidad de sus esfuerzos, y se retiró.

INCERTIDUMBRE DE FERNANDO.

LXV.

La reina fué encargada del despacho de los negocios, pero no como gobernadora.

Despues firmó el rey, con trémula mano, el decreto de 18 de setiembre: la reina condescendió á esta anulacion de su poder. Se apeló al corazon de la señora, al de la madre, al de la reina de un pueblo; y en obsequio á la paz, sacrificó todo el magnífico porvenir que se le presentaba, los derechos que asistian á sus hijas, ¿qué más se podia exigir de ella? Condescendiera por debilidad ó por amor al pueblo, nada prejuzgó sin embargo su condescendencia; los carlistas, no la dispensaban su amistad; los liberales, no se la retiraron, á pesar de la ofensa que les hacia confiando tan poco en ellos.

Aquella invalidacion de la pragmática adolecia de nulidades y demostraba coaccion: aunque hubiera sido revocada por los mismos medios, valian una y otra tanto, y quedaba la cuestion en su orígen. Lo que hicieron los cortesanos de don Cárlos, deshizo, con enérgica actitud doña Luisa Carlota; habiendo la diferencia de que en el un acto hablaba un rey moribundo, y en el otro en el ejercicio de sus facultades intelectuales.

Vuela desde Cádiz doña Luisa Carlota á la Granja, reconviene cariñosamente á Cristina por su generosa debilidad, habla al corazon del rey despertando sus sentimientos de esposo y padre, le espone la intriga con que se ha abusado de su pasada postracion, hace comparecer

á Calomarde, le reprende enérgica y le abofctea airada (1), y el rey decide revocar el codicilo del 18, cuyo original rasgó la infanta Carlota.

Pero estos resultados no tranquilizaron á los españoles, que para hacer frente á una situacion angustiosa, se hallaban con un rey entre la vida y la muerte, que sin fuerzas para conjurar la tormenta que amenazaba, parecia gozarse en ver los preludios de una guerra, penetrando en la mansion eterna para volver á este mundo, despues de ver la crisis que producia su simulada muerte. Con razon, decia, que la España era una botella de cerveza, y él el tapon; más ya no estaba en su mano evitar el estallido, y se dedicó á asegurar la corona á su hija.

PLANES CARLISTAS.

LXVI.

La confianza que adquirian los liberales por los acontecimientos de palacio, era motivo de temor para los amigos de don Cárlos. Comprendiendo estos la necesidad de organizarse para hacer frente á las circunstancias, ya que no podian colocarse en derredor del infante, porque se negaba á conspirar mientras viviera su hermano, acudieron á las menos escrupulosas, doña María Francisca y la princesa de la Beira. *Los condes de Negri y Prado eran sus más íntimos confidentes, y los que se dedicaron á esplorar voluntades, reuniendo en breve crecido número de ilustres partidarios que se afiliaban por amor á don Cárlos unos, por afectos al absolutismo neto otros, y por descontento muchos.

Negri, con incansable actividad, escribia á unos, hablaba á otros, y decidia á los remisos, consiguiendo atraer á hombres utilísimos y de resolucion.

Quiso aprovecharse tan favorable circunstancia intentándose un pronunciamiento en Madrid, que seria secundado en Toledo y otros puntos, donde se contaba con los jefes militares. Pero algunos de estos se negaron á esta deslealtad, y para que no considerasen sus amigos que re nunciaban á su compromiso, dimitieron sus cargos, y se ofrecieron entonces á todo en obsequio de don Cárlos.

No dejó de traslucir éste los planes que se fraguaban en su misma cámara, y se opuso á ellos (2) con gran descontento de sus amigos, que

(1) Es fama que tembloroso el ministro contestó: Manos blancas no infaman, señora. ́ (2) Entre los comprobantes que podríamos presentar, lo hacemos de esta notable carta a conde del

«Prado: Tengo bastantes fundamentos para sospechar que pronto, y en varios puntos, ha de haber un levantamiento; tú mereces mi confianza por tu prudencía y tino, y te encargo

deseaban al menos les dejase obrar, hallándose harto comprometidos, y siendo las circunstancias sobrado azarosas.

Obedientes unos al infante, pasando otros por alto sus escrúpulos, y más atentos á su interés propio y á sus pasiones personales que á la voluntad de su príncipe, comenzó el desacuerdo, y los comités que existian en Madrid obraron sin unidad de accion, naciendo de aquí el desórden en todo.

Ensanchábase, sin embargo, el círculo de los conjurados, y no hallándose todos adornados de las mejores cualidades, surgieron ambiciones que destruyeron la unidad de miras, adulteróse el principio político ligándole á intereses personales, se destruyó la homogeneidad que debe reinar en tales actos, y el partido que debia aparecer fuerte y compacto, se dividia en fracciones. Todos se creian con derecho á mandar, y se dieron algunas órdenes tan ridículas y contradictorias, que la misma confusion que habia en las juntas de Madrid se llevó á las de las provincias, ya organizadas.

Pero no paraba aquí el desórden; un asistente á aquellas juntas lo ha dicho. «Todos querian ser ministros, generales, intendentes; repartíanse los honores y condecoraciones con prodigalidad; y antes de conquistar el poder, ya se distribuian los despojos: pensábase en el botin antes que en la batalla.>>

Queriendo algunos conjurar los peligros que preveian, decidiéronse á arriesgarlo todo por ganar algo, y se propuso á don Cárlos por el general Maroto hacer un pronunciamiento en Madrid para proclamarle regente durante la enfermedad del rey; pero asustó al príncipe tal proposicion, y aun desconfió del que se la hizo, que fué sumido á poco en un calabozo, y encausado con otros porque descubrió el gobierno las tramas de los carlistas, aprisionando á una gran parte, y desbaratando todos sus planes.

Desterróse á don Cárlos de Madrid, y cada uno quedó entregado á su propia suerte, que nada tuvo de lisonjera, pues, esceptuando la generosa condesa de Negri, nadie se acordó de los presos, ni para socorrerles, ni aun para recomendarles. El alivio de su situacion lo debió cada uno á sus esfuerzos, ó á su suerte (1).

El gobierno cometió entonces una falta grave: empleó el rigor con

que hagas por descubrirlo, y en caso que hubiese algo, que se deshaga, y que se convenzan todos de que mi derecho viene de Dios desde el momento en que nací, y siempre que mi amado hermano y mi rey falleciese sin hijos varones; y así, es mi voluntad espresa desaprobar y evitar semejantes cosas. >>CARLOS »

(1) Véase el documento número 22.

Томо 1.

19

tra carlistas desconcertados, abandonados, arrepentidos algunos: si en vez de exasperarles les hubiera tratado con blandura, quizá hubiera privado de algunos buenos servidores á don Cárlos.

NUEVA POLITICA.

LXVII.

Las circunstancias políticas en que á la sazon se hallaba España, habian hecho imposible á Calomarde.

La reina madre tomó parte en la gobernacion del Estado.

Absurda y repugnante se veia la comparacion de Calomarde con tan elevada señora: el uno representaba en el gobierno la ignorancia, el fanatismo, y la degradacion del poder. Cristina personificaba la dignidad, la ilustracion, la tolerancia. Sus actos de magnánima justicia, enaltecian la soberanía. Los principios de Calomarde rayaban en el ocaso, los de Cristina aparecian en el Oriente: la misma diferencia que entre el dia y la noche, mediaha entre ambos. Triste y oscuro el porvenir de la nacion con el uno, risueño y brillante se ofrecia dirigiendo la otra sus destinos.

Calomarde cayó del poder para morir en el destierro; componiendo el nuevo gabinete don Francisco Zea Bermudez, don José Cafranga, don Juan Antonio Monet, don Victoriano Encima y Piedra, don Antonio Laborda y Navarro y don Francisco Javier Ulloa.

Zambrano pasó del ministerio de la Guerra á la capitanía general de Castilla la Nueva, en reemplazo de don Pascual Liñan, á quien se consideraba más afecto á don Carlos que á doña Isabel; y á las provincias de Estremadura, Galicia, Aragon, Granada y Castilla la Vieja, fueron Sarsfield, Morillo, Amarillas, el conde de Ezpeleta y Castroterreño, agraciándose á los generales depuestos con cruces y condados, hallándose en este último caso don Nazario Eguía. Releváronse tambien comandʊntes generales y gobernadores de plaza, siéndolo entre otros don Santos Ladron y don Juan Romagosa, que gobernaban las de Cartagena y Ciudad-Rodrigo. El primero, en una reverente esposicion, fecha 20 de octubre, pidió su cuartel para su casa en Lodosa.

El superintendente general de policía, dou Marcelino de la Torre, fué reemplazado por el brigadier don José Martinez de San Martin, vulgarmente conocido por Tintin, en la segunda época constitucional, en que fué jefe político de Madrid, y se distinguió sosteniendo el órden en la llamada batalla de las Platerías, deshaciendo la procesion del cuadro de Riego.

De esta manera se iba destruyendo la reaccion de 1824, y preparándose pacífica y gradualmente un cambio en sentido liberal, al que tanto

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