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do le recompensara con la mitra de Leon, en cuyo punto residió poco, llamado por el rey á su lado, para elevarle á la dignidad de consejero de Estado, sin perjuicio de la prelacía.

Acérrimo y constante defensor del absolutismo, se estrellaba ante su pertinacia aragonesa, cuanto tendia á modificar en un ápice el sistema que jurara defender. Para él no avanzaban las ideas, no habia circunstancias, no se sucedian los siglos; la tolerancia era un crímen, y nada concedia á la época.

Intentóse en 1831 crear un ministerio de lo Interior, que aprobaban muchas y respetables opiniones, y él se opuso con entereza, y presentó al rey una memoria combatiendo la idea y trazando un cuadro histórico del gobierno que habia tenido España con pocos ministros, y lo perjudicial que consideraba la creacion del nuevo, cuando en su sentir sobraban algunos, pues no podia haber la unidad de miras y de accion que se requeria para que march ara regularmente la máquina del Estado, sin los entorpecimientos que paralizarian su accion las muchas voluntades, que con dificultad coinciden.

Con el sistema que inauguró Cristina, era imposible Abarca en la córte, y así se lo comunicó Cafranga, manifestándole la necesidad que tenia su diócesi de su pastor evangélico. Obedeció la terminante órden del gobierno, y al poner el pié en el estribo del coche que le condujo, dió] curso á su contestacion, notable por su atrevimiento é insolencia con el ministro.

Llevó á su diócesi el resentimiento que albergó su corazon; y ya por el nombramiento para subdelegado de policía del comandante general de Leon, ya por el permiso que se dió á unos jóvenes para celebrar con bailes de máscaras el restablecimiento del rey, contribuyendo de esta manera á la union de los leoneses, se desencadenó en denuestos contra los liberales, y anatematizando las máscaras, como diversiones prohibidas, contra las cuales predicaria en la cátedra de la verdad, y haria predicase su clero; pero le contuvo el duque de Castroterreño, capitan general á la sazon de Castilla la Vieja, haciéndole responsable de las consecuencias.

En el mismo dia que contestaba el prelado al duque, el 13 de enero, tenia lugar en Leon la jura del estandarte de los voluntarios realistas, costeado por aquel, celebrándose despues una comida, á la que en vano escusó su asistencia el comandante general don Federico Castañon, y pudo en ella convencerse de la sedicion que se tramaba, y para la cual se habia convocado á los realistas de los pueblos inmediatos, con motivo del refresco y banquete que se disponia para la noche del siguiente dia.

SUBLEVACION DE LOS REALISTAS DE LEON.

LXXV.

Importa á la historia aclarar estos sucesos, sobre los cuales se ha divagado grandemente, tratando de desfigurarlos.

El 14, se presenta al comandante general una comision de los realistas, pidiéndole su asentimiento para ir á la Vírgen del Camino á esperar á sus compañeros y merendar con ellos; S. E. se le negó pretestando el mal temporal, y por ganar tiempo para que se le reuniesen las fuerzas que esperaba, á fin de hacer frente á la sublevacion dispuesta.

Vuelve á presentarse la comision pidiendo á S. E. les permita, al menos, salir al puente de San Marcos, en donde desean esperar formados la llegada del estandarte. El general accede, por no contar con tropa para hacerse obedecer en caso de negativa, y espide sus órdenes para que á las tres de la tarde se encuentre formado el batallon y caballería en la plaza. A la hora prescrita marchan al puente, y se presenta á poco S. E. á caballo, á fin de que su presencia pudiese contenerlos. Al divisarse el escuadron en la altura del Trobajo, llega un criado de S. E. á todo galope, anunciándole la llegada de un correo de gabinete con un pliego de S. M., muy urgente; y entre la duda de ir á enterarse de su contenido, ó de no separarse del frente de los realistas, envia á su ayudante don José Alvarez Reyero á enterarse de las órdenes. Eran estas para la prision é incomunicacion de don Mariano Rodriguez, subinspector de todas las fuerzas de realistas de la provincia, y ocupacion de sus papeles.

Marchaban á la sazon los realistas hácia la plaza Mayor; más enterado Castañon de la disposicion del rey, manda á su ayudante proceda en el acto á la prision de Rodriguez, y Reyero se apea á su inmediacion, le previene se entregue arrestado en nombre del rey, y despues de varias contestaciones entre ambos, toma una pistola del arzon, le hace obedecer la órden, y le conduce preso.

Reunidos los realistas en la Plaza, y dadas las aclamaciones de viva el rey y la reina, se toca la órden general, previene en ella que se restituya cada uno á su casa, pasa á la suya con objeto de llevar á cabo el cumplimiento de lo mandado por el gobierno tocante al preso Rodriguez, y los realistas, en lugar de cumplir, forman columna de honor, desfilan por delante del palacio episcopal victoreando á su Illma.-que asomado al balcon saluda placentero y satisfecho, con afectuosas demostraciones de júbilo,-y se dirigen hácia su cuartel, en donde permanecen sin disolverse.

Mientras el general se traslada á la casa del preso para ocupar sus papeles, que pudieron haberse ocultado desde el momento de su prision, por cuanto un clérigo de íntimas conexiones con aquel, y que acababa de presenciarla, marchó apresurado á participarlo á su familia, se presenta en la casa de S. E. el capitan don Benito Castrillon, reclamando la libertad del preso en nombre de los realistas, decididos si no á conseguirla con las armas: contesta Reyero que Rodriguez estaba arrestado por órden de S. M., y que á nadie interesaba más que á los voluntarios la obediencia, añadiendo que se hallaba decidido á defender á todo trance la casa de S. E. Castrillon se restituye al cuartel, y á la media hora vuelve con la misma pretension, acompañado del comandante Valdés, y produciéndose en términos descompuestos: Reyero les contesta en los mismos, avisa al general de lo ocurrido, quien se restituye á su casa con los papeles que acababa de ocupar á Rodriguez consistentes en escritos viejos é inconexos, y enterado de lo que pasaba se decide á presentarse en el cuartel, disponiendo que Reyero quedase en custodia del preso, y de los caudales y papeles de las oficinas. Trascurre un período como de hora y media de calma, hasta que el comandante Valdés, el ayudante de la inspeccion don Joaquin Gata, y don Marcos Terrero comandante del escuadron, puestos á la cabeza de cincuenta infantes y treinta caballos, se presentan al cuartel del provincial, atropellan la guardia, de muy poca fuerza, y buscan al preso; pero cerciorados de que no estaba y de que permanecia aun en casa del general, se dirigen á ella, fuerzan la guardia, compuesta solo de cuatro hombres y un cabo del 3.o de línea, única fuerza del ejército que se hallaba en la plaza, y se introducen en el zaguan, á tiempo que el ayudante de S. E. bajaba á contenerlos. Valdés y Gata le aseguran, en tanto que el preso baja precipitadamente la escalera, y escita á sus compañeros á que den muerte á Reyero; y uno de los realistas disparó una pistola á quema-ropa por entre las cabezas de Valdés y Gata, esquivando el golpe. Reyero. Se presentan en la escalera don Isidoro y don Mariano Acevedo, hermanos políticos del general, con sus escopetas de caza; Reyero se desprende de sus enemigos que abandonan la casa, y se dirigen para su cuartel en medio de la mayor algazara.

Mientras esto sucedia al ir el general al cuartel de realistas, fué detenido por varios centinelas en las boca-calles, hasta llegar á la guardia de la puerta, que lo recibió con las mismas precauciones, y no le franqueó el paso hasta que se hubo dado á conocer. Los amotinados tenian además varias patrullas de caballería rondando por la poblacion, y puestos avanzados en las avenidas de la misma. Al llegar convocó á los jefes, y les preguntó por qué no se habia cumplido la órden general, en que se habia prevenido su disolucion al toque de fajina. Las contestaciones na

da satisfactorias que recibió, patentizaron á Castañon, que se trabajaba por llevar á cabo la empezada sublevacion: pero resolvió permanecer al frente de aquellos, declaró que dicha fuerza quedaba en reten permanente, que la caballería, se internara en la cuadra, y la infantería en el piso principal y fué obedecido. Formada de nuevo la infantería, la exhortó el general con dulzura; pero se presentó en seguida Valdés, é interrumpiendo la alocucion, le intimó que se entregase arrestado, pues ni él ni los voluntarios reconocian ya su autoridad, y mandó desfilar. El general se interpuso, los detuvo, les manifestó que su autoridad emanaba del soberano, y que pasarian por encima de su cadáver, antes que consintiese se le ajara en lo más mínimo; impone esta demostracion á Valdés, y el gastador Belilla y el tambor José de la Asuncion, declaran que no pensaban obedecer á nadie más que á sus jefes naturales, el comandante don Antonio Ocon y el señor comandante general. Ocon dice inmediatamente que no queria mandar soldados desobedientes, y que renunciaba su baston; con lo que burlado Valdés en su plan, se ausentó, y el comandante general volvió á tomar la palabra, aprovechándose del profundo silencio en que quedó sumergida la reunion con el imprevisto desenlace de aquel incidente. Y si bien no dejaban de interrumpirle de vez en cuando siniestros murmullos de muera ó viva, consigue restablecer el órden, segundado en su teson por la compañía de granaderos, que resuelve no dejarse regir por sus oficiales; y dispone que se traslade el batallon á otra cuadra más capaz, y se coloquen centinelas, á fin de evitar toda confabulacion con los que pudiera haber por la parte esterior. Los voluntarios le piden pan y vino, les concede solamente lo primero, y envia una comision al obispo y ayuntamiento para que se le reunan á prestar el debido apoyo á su autoridad, para apagar aquel movimiento sedicioso.

En el ínterin, se daban en la ciudad disposiciones importantes, por los interesados en la represion de aquel acto subversivo, convocándose á las autoridades y al obispo, se da parte circunstanciado al duque de Castroterreño y á Sarsfield, cuya vanguardia se hallaba en Benavente, se arma á varios indivíduos, y todos los vecinos que tenian que temer por sus intereses, ó por opiniones contrarias á los amotinados, toman diferentes precauciones, y se convoca á la fuerza que se hallaba en Valencia de Don Juan, y á los realistas de Mansilla de las Mulas, que se hallaban en buen sentido.

Reunidas entretanto en las casas consistoriales las autoridades todas, no juzgan conveniente pasar al cuartel segun se les prevenia por el comandante general, y le mandan una comision de su seno, para que se persone con la junta en aquellas salas. Aquel se resiste á separarse del punto en que se halla, único objeto de toda su atencion, y vuelve á in

sistir en que se trasladen al cuartel: la comision vuelve con la misma instancia; y aunque era crítica y delicada la posicion del general, concurre á la reunion, con ideas conciliadoras, dejando el cuartel á cargo de don Blas Galindo. Ya en el ayuntamiento espone con brevedad lo ocurrido, y solicita de todos, los medios más prontos y eficaces para cortar de raiz el mal. El reverendo obispo en pié, le contestó en estos términos:

«Señor de Castañon: la tropa está en buen sentido, y si alguna alteracion se ha notado en ella, su falta de prevision de vd. ha sido la causa: yo como prelado, no puedo menos de decir á 7d., y asegurarle, que la ciudad le odia, y que vd. no es á propósito para tener mando en ella tiene muy presentes sus acciones y hechos anteriores, y ve y observa que todos sus agentes no le merecen opinion, ni confianza: seamos ingénuos, señor de Castañon, no nos ciegue nuestro amor propio: en donde nos han visto nacer y ser muchachos, no podemos, por más que hagamos, ser respetados, ni á propósito para mandar: yo en su caso, no dudaria hacer esta sincera manifestacion á S. M.; pues me persuado, que á haber sido noticioso de lo mal visto que se halla vd. en lo general, no le hubiera nombrado tal comandante general y subdelegado de policía, ó en otro caso, ha sido un insulto para la provincia. En consecuencia, señor Castañon, y por ser un deber mio, le doy á vd. este consejo, que no es dado ni permitido á otro; el obispo de Leon se lo dice á vd. con la claridad y verdad propias de su dignidad, y lo mismo le diria á S. M., si llegase a sus piés.» á

El general sin perder su compostura, á presencia de tamaño insulto, le contesta con energía, que los habitantes de aquella capital conocian demasiado sus sentimientos, siendo los únicos que podian disentir en aquel concepto, los traidores á su soberano, en quienes no podian hallar el debido aprecio cuarenta años de relevantes servicios y de constantes testimonios de amor y fidelidad al gobierno legítimo de S. M.; que se hallaba muy distante de ceder el mando que S. M. le habia confiado, y que con él perseguiria hasta el cadalso á los motores de aquella sedicion, á no ser que hollasen antes su cadáver; bien que los agresores y amotinados no dejarian por esto de espiar su delito con su propia existencia; concluyendo con hacer responsable á S. I. mismo, así como al ilustre ayuntamiento, de toda falta de obediencia, desde aquel instante en que se habian congregado para procurar la tranquilidad y restablecer el órden.

Fl reverendo obispo poco satisfecho de tan sólidos argumentos, vuelve á insistir en que dicho jefe superior distaba mucho de gozar del concepto necesario; añadiendo, que para verdadero conocimiento de la opinion pública, tenia el dato infalible de las conciencias, y que por este medio estaba más al corriente de lo que S. E. pensaba.

Uno de los regidores presentes y el alcalde mayor, considerando

TOMO I.

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