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terra, y la ofrecieron sus buenos servicios; mientras que Zea, con torpeza inconcebible, sin comprender la identidad de la causa de Isabel y la de doña María, favoreció á don Miguel despues de haberle reconocido; permitió la introducción de pólvora, y el embarque de plomos; y á no haber estado frente á frente del gobierno español la Inglaterra y la Francia, hubiera pasado Sarsfield la frontera estremeña, y Rodil hubiera hecho por don Miguel lo que hizo á poco en su contra.

Don Carlos seguia en tanto al lado de don Miguel, bajo cuyos pendones se agruparon legitimistas franceses y carlistas españoles, contándose entre aquellos un ilustre descendiente del héroe de la Bretaña francesa, La Rochet-jaquelin, y otros y otros; y entre nuestros compatriotas, el obispo de Leon, y cuantos emigraban de España, acudiendo todos solícitos á ir formando aquella ambulante córte, que habia de ser un dia la causa de la perdicion de los mismos cortesanos y de las huestes que defendian sus principios, haciendo estériles con sus intrigas pa laciegas los triunfos de los valientes; que siempre eclipsaron las córtes las victorias de los campamentos.

DOÑA MARÍA FRANCISCA.

LXXXIII.

Nació en Lisboa, el 22 de abril de 1800. Hija y hermana de reyes, fué criada con todo el esplendor de su régia prosápia. Niña aun, no pudo alimentar su corazon en la grandeza de su córte, y tuvo que empezar á saber lo que vale la patria, llorándola desde el Nuevo Mundo. La invasion francesa en 1807, hizo á la real familia portuguesa aceptar la oferta del embajador inglés Straffort, y se embarcó para el Brasil.

La influencia del clima brasileño, la magnífica galanura del suelo americano y el trato de sus sencillas gentes, hicieron que su carácter no tuviera la rigidez á que propendia. Era hermosa, instruida, perspicaz, y poseia instintos nobles y generosos; pero su ambicion no tenia límites, y su vanidad la hacia envidiar posiciones de que no necesitaba para. brillar en el mundo.

Tranquila se deslizaba su vida en la tierra americana, cuando fué solicitada su mano por don Cárlos, á la par que la de su hermana por Fernando VII. Orgullosa la casa de Braganza con tan lisonjero eulace, aceptó al instante, y se otorgaron las capitulaciones matrimoniales el 22 de febrero de 1816, habi ́ndose llevado á término por la mediacion del P. Cirilo de Alameda, religioso franciscano, entonces en el Brasil. El 4 de setiembre arribaron á Cádiz las infantas, que estuvieron espuestas á ser recibidas como rehenes, en vez de esposas, por una momentá

TOMO I.

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nea crísis en las relaciones entre la España y Portugal. Pero se conjuró el peligro, llegaron las ilustres huéspedas á Madrid, y se ratificaron los desposorios con la solemnidad acostumbrada en la córte de Castilla.

Doña María Francisca, como esposa, como madre, no oia en su derredor más que alabanzas; como política, como cortesana, como la mujer del presunto heredero de la corona, embriagaba su alma con las pasiones humanas, y solo veia en su torno partidarios ó enemigos, solo escuchaba adulaciones, y miraba en el semblante de unos la incertidumbre, en otros el temor, en todos la esperanza.

Habia en su corazon tal mezcla de virtudes y pasiones, de amor y de ambicion, que la que no queria poner en manos mercenarias la educacion de sus hijos, entregaba su porvenir y su vida en brazos de los partidos.

Fuese por conviccion ó conveniencia, se identificó con el partido ultra-realista, le halagó, le guió indirecta y aun directamente, y fué su centro, haciéndola escederse algunas veces más de lo debido la rivalidad en que se puso con doña Luisa Carlota, su cuñada; rivalidad que fué una constante lucha, porque si bien nada mas generoso que el corazon de una mujer, nada más esquisito que su inteligencia, en accion contínuamente para triunfar de sus enemigos. Por esto la vimos poner en ridículo á doña Luisa Carlota al pisar las playas del Puerto de Santa María, y no perdonar medio alguno para humillar á su constante rival.

En la sublevacion de Bessieres, se le atribuyó una parte directa, Ꭹ aunque la historia no puede condenar sin pruebas, puede acusar por convicciones. Esto podemos decir de aquellos hechos, y de la insurreccion de los malcontents en Cataluña.

No culparemos, sin embargo, por esto á la infanta de querer destronar al rey; no: veia segura la herencia, y no pretendia disputarla; pero sí procuraba contener la marcha que llevaba el rey haciéndose tolerante, porque temia ella á los liberales, que podrian suscitar obstáculos al que se proponia reinar rodeado de una teocracia fanática.

Un acontecimiento inesperado, vino en 1830 á infundir nuevos temores en doña María Francisca y su partido: la muerte de la reina, y la boda con doña María Cristina de Borbon, infanta de Nápoles. Tenia, sin embargo, la esperanza de que, aunque jóven la nueva reina, no daria sucesion al rey; más al anunciarse su embarazo, se oprimió el corazon de la infanta, renacieron violentos sus temores, y vió en un momento perdidas sus esperanzas y destruidas sus ilusiones.

El nacimiento de una niña la sacó de tan violento estado; devolvió la calma á su agitado espíritu.

Pero como si la Providencia la hubiera deparado una vida de lucha y de sufrimientos, comiénzase á suscitar la cuestion de sancionar la prag

mática que ya conocemos. Entonces estallan los resentimientos, los enconos; se conspira, se obra resueltamente, y la infanta, poniendo en juego todo lo esquisito de su imaginacion, toda la actividad de su mente, toda la fuerza de su voluntad, combate contra influencias, las derrota, vence el marasmo del mismo rey, y peleando sola contra tanta dificultad, contra tan decidida oposicion, triunfa de todos, y gozosa de su brillante victoria, sonrie á su porvenir.

Felicitábala un elevado personaje, y es fama que le interrumpió diciéndole :

-Siento el más acerbo dolor por la prematura muerte del rey, nuestro augusto hermano; pero descubro en todo esto la mano de Dios, que ha venido á consolidar la obra de los hombres.

Más la infanta tenia poderosos enemigos: el mayor era otra mujer, su constante rival, doña Luisa Carlota, que, al saber el triunfo de su enemiga, vuela á Madrid, descarga bruscamente su furia contra un ministro que no podia tomar satisfaccion de la afrenta, y ayudándola la mejoría del rey, ella, sola tambien, destruye la obra de doña María Francisca, y consigue mayor victoria.

Dos mujeres decidian la suerte de España. Doña María Cristina no sabia luchar con tan varonil resolucion. Fuéle, sin embargo, confiada la gobernacion del Estado, y desde entonces quedó vencida, derrotada doña María Francisca.

Las almas grandes se prueban en la desgracia. La infanta no se rindió, y apeló al último estremo, á la fuerza, sin que de ello fuera sabedor su esposo. Logra interesar á varios personajes, se forma una junta en Madrid, y cuando iba á proclamarse á don Cárlos para regente, primero las disensiones y luego la traicion, lo descubren todo; son presos los conjurados (1), y esta esperanza se destruye. A poco don Cárlos y toda su familia tienen que abandonar la España: golpe terrible que sufrió resignada la infanta, porque esperaba mucho de sus amigos.

En Portugal supo mostrarse fuerte en medio de sus vicisitudes, en aquella vida errante, fugitiva, sufriendo toda clase de privaciones, todo género de padecimientos, hasta llegar el terrible caso de caminar á pié algunas horas por terrenos escabrosos. Más no sentia ella tanto las desgracias físicas como las morales; no abatia su orgullo una caminata á pié, aunque su débil planta hollara desnuda el áspero suelo, como ver triunfar sus enemigos, y que la obligaban á guarecerse a bordo del Donegal, para vivir hospitalariamente en estrañas tierras.

(1) Véase sobre esta junta lo que se dice en la página 127.

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