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ellos más sagrado su juramento y su firma que sus convicciones: la mayoría, sin embargo, las sacrificó hidalgamente á su honor.

A la vez que esto sucedia en palacio, se reunian en una casa, frente del Principal, Fuente Herrero, el marqués de Santa Olalla, Gallardo, Aviraneta, Puigdullés, Urbina, hijo del marqués de Aravaca, y otros hasta el número de cuerenta para tratar de lo que debian de hacer en aquellas circunstancias, y Aviraneta propuso prender á Zea y variar el ministerio, pero se discutió lo que esto afligiria á Cristina, y se acordó redactar una Gaceta apócrifa, suponiéndola de una junta carlista; se encargaron de su redaccion Gallardo y Oliver, y se publicó, alarmando los ánimos, pues se suponia el levantamiento de los carlistas, en lo cual no estuvieron errados.

FERNANDD VII.-SU TESTAMENTO.

III.

Fernando VII descansa en el panteon del Escorial; y de su memoria ningun recuerdo de gratitud conserva España. Cumpliéronse los pronósticos de su niñez.

Fernando ascendió á un trono que tenia por escabel dos mundos, y dejó una corona combatida, un cetro impotente y una nacion pobre.

Monarca envidiable por el entusiasmo con que le aclama un pueblo cansado de un valido que le insulta con su lujo y escándalos, abandona su corona y sus pueblos del viejo y nuevo mundo, y marcha sin vacilar á ser prisionero y juguete de un soldado afortunado; como si el sólio español no mereciese su sangre, como si el honor de su pueblo no mereciese la presencia de su rey.

Pero este pueblo abandonado se muestra más grande que su monarca, y por él se levanta y pelea. No es su suerte la que le mueve, pues que sus riquezas, su bienestar, su sangre, todo lo sacrifica; es la suerte de su rey la que le apena; le ve prisionero, le considera desgraciado, y á toda costa se propone salvarle, ó morir en la demanda. ¡Sublime abnegacion de un pueblo, más frecuente en la historia que la gratitud de los reyes!

Y mientras el suelo español se empapaba con la sangre de sus hijos, mientras Zaragoza y Gerona se sepultaban en sus ruinas, y todo era desolacion por aclamar á Fernando, como si no corriese por sus venas sangre española, entregábase éste á los placeres en su llamada prision, aplaudia los triunfos de Napoleon y le pedia una esposa.

La nacion conquistó á demasiada costa su independencia, y recobró

Томо 1.

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su libertad, conservó sus frailes y su dinastía. Nunca pudo hacer mayor y más legítimo alarde de la soberanía nacional.

La política de Fernando nunca fué franca ni consecuente. Sin afecciones cariñosas, sin verdadera amistad para con nadie, desconfiaba de todos, y solo preferia á nulidades como Calomarde, á quien dominara.

No ha contado España monarca que la haya costado tanta sangre. Con sangre comenzó su reinado y concluyó con sangre, toda de hermanos, siendo raro el año en que no ejerció el verdugo su oficio. La sangre que se ha vertido en el reinado actual, imputarse debe al suyo, más que por ser su inmediata y forzosa consecuencia, porque pudo evitar la guerra civil, que tan bien dejó preparada.

Veia el rey acercarse su última hora, y ni un suspiro dedicó á su pueblo; ni un grande pensamiento le debió la nacion. Ni aun concluyó el testamento que empezara el dia anterior. Hubo que buscar el que hizo en 1830, y tan á mano estaba, que no se hallaba. Por fin se dió con él en un rincon de su papelera, y en su contenido, en la eleccion de personas de tan heterogéneos sentimientos, parecia que se habia propuesto legarnos la lucha y la desgracia.

Descanse en paz, y no salga su triste memoria de los pardos y frios mármoles que rodean su tumba. Quede encerrado hasta su nombre en aquel triste panteon que oprime con sus cimientos el altar sacrosanto; y al visitar su huesa, olvidemos sus faltas.

Con todas las formalidades de costumbre, abrióse el testamento del rey, otorgado en el real sitio de Aranjuez el dia 12 de junio de 1830, ante don Francisco Tadeo Calomarde, secretario entonces de Estado y del despacho de Gracia y Justicia, y notario mayor de los reinos, y á presencia de los testigos designados: se halló ser efectivo del rey don Fernando VII, estar rubricado de su mano en 10 del propio mes, y entre sus cláusulas, prescindiendo de las mandas, limosnas y legados, y á continuacion de las generales y otras para el arreglo interior de su real casa y familia, nombraba á su muy amada esposa doña María Cristina de Borbon tutora y curadora de todos sus hijos.

«Si el hijo ó hija, cláusula oncena, que hubiere de sucederme en la corona no tuviese diez y ocho años cumplidos al tiempo de mi fallecimiento, nombro á mi muy amada esposa doña María Cristina por regente y gobernadora de toda la monarquía y para que por sí sola la gobierne y rija, hasta que el espresado mi hijo ó hija llegue á la edad de diez y ocho años cumplidos.»>

Queria por la 12. «Que tan luego como se encargase de la regencia formará un consejo de gobierno, con quien haya de consultar los negocios árduos, y señaladamente los que causen las providencias generales y trascendentales al bien comun de mis vasallos, más sin que por esto

quedara sujeta en manera alguna á seguir el dictámen que le dieren.» Designa la cláusula 13 las personas que habian de componer el consejo de gobierno, la 14 el medio de reemplazar á los que faltasen, y disponia la 15 que, «si desgraciadamente llegase á faltar mi muy amada esposa antes que el hijo ó hija que me haya de suceder en la corona tenga diez y ocho años cumplidos; quiero y mando, que la regencia y gobierno de la monarquía de que ella estaba encargada en virtud de mi anterior nombramiento, é igualmente la tutela y curaduría de éste y de los demás hijos mios, pase á mi consejo de regencia, compuesto de los indivíduos nombrados en la cláusula 13 de este testamento para el consejo de gobierno.

16.a »Ordeno y mando: que así en el anterior gobierno como en este de regencia que por fallecimiento de mi muy amada esposa queda encargado de la tutela y curaduría de mis hijos menores y del gobierno del reino, en virtud de la cláusula precedente, se hayan de decidir todos los negocios por mayoría absoluta de votos, de manera que los acuerdos se hagan por el sufragio conforme de la mitad más uno, de los vocales. concurrentes.>>

Al constituirse este consejo de gobierno, se hallaban en Madrid seis indivíduos de los nombrados en calidad de propietarios. El cardenal Marcó vivia en Roma; el marqués de las Amarillas estaba de capitan ge neral en Andalucía. Se les avisó inmediatamente, y creyendo que el cardenal no aceptaria (1), se nombró á don Pedro Font, antiguo arzobispo de Méjico, y se llamó á Gareli para suplir á don Francisco Javier Caro, que se hallaba gravemente enfermo.

MANIFIESTO DEL 4 DE OCTUBRE.

IV.

Era evidente la necesidad de variar la marcha política del Estado; así lo sentian los hombres más pensadores que se habian agrupado en derredor de la cuna de Isabel, y así lo manifestó entre otros el marqués de Miraflores, que, guiado por su entusiasmo, habia presentado meses antes de la muerte del rey una memoria que corrió impresa, esponiendo el rumbo que en su concepto debia seguir la nave del Estado. Leyóla con gusto Cristina, deseó oir á su autor en las situaciones críticas, y en cuanto falleció el monarca, corrió presuroso el marqués á la real cámara.

(1) Contestó á poco aceptando el cargo, y diciendo que se disponia para venir á desempeñarle.

:

No pudo ver á la reina hasta el dia siguiente á la una de la mañana, encontrándola en la cama sangrada; la espuso entonces la verdadera situacion del reino, y los medios, á su juicio de conjurarla; y oyó de los labios de aquella afligida señora estas palabras, acompañadas de lágrimas y sollozos:-Nadie desea más que yo la felicidad de los españoles: por ella haré hasta donde pueda; lo que no haga, será porque no se me al

cance.

No eran desacertadas las medidas liberales que el marqués proponia; pero no conjuraban la tormenta abocada; si bien es verdad que no habia ya poder humano que la dominase.

Si tal creyó Zea con su manifiesto del 4 de octubre, recibió un nuevo desengaño, que pudo añadir á los muchos

que contaba.

Ya se habia roto el dique de las mal comprimidas pasiones; dejó de ser la lucha un misterio; arrojóse el guante; ondearon á la claridad del dia los pendones de guerra; se abrieron los secretos almacenes de los claustros desparramando armas y municiones por do quiera; mináronse los montes de Vizcaya para arrancar de sus entrañas el hierro fratricida; y los fúnebres ecos de las campanas, que anunciaban la pérdida del soberano, se confundieron con el ruido de los bélicos instrumentos de guerra y el fragor de las armas.

Estos fueron los arrullos de la cuna de Isabel. ¿Cómo conduciria Cristina la zozobrante nave del Estado en medio de tan deshecha borrasca? Mujer, abatido su espíritu, y amenguadas sus fuerzas con la muerte de su esposo, ¿cómo guiar el timon? Solo el hombre á quien Fernando d.jo: Vela por el trono de mi hija, y por la conservacion de su real autoridad, parecia en aquellas críticas y angustiosas circunstancias con ánimo para conducir el bagel á seguro puerto. Por deber, por honor y por reconocimiento, son sus palabras, se comprometió Zea á cumplir la última voluntad del rey; y continuando al frente de los negocios públicos, puso á la firma de la reina Gobernadora el célebre manifiesto del 4 de octubre (1) con el cual contaba atajar la marcha de la naciente guerra, y poner límites al partido liberal. Esta solemne manifestacion produjo su natural efecto. Sin satisfacer á los carlistas, descontentó á los liberales, y descubrió la debilidad y los temores del gobierno.

Nada, pues, influyó á su favor en la política el citado manifiesto: las cosas siguieron en el mismo ser y estado que antes, con la diferencia, no insignificante, de que el fuego de la guerra se propagaba con rapidez por toda la Península.

Los esfuerzos de Zea Bermudez para hacer frente á la doble lucha

(1) Véase el documento número 27.

que le asediaba, tenian que ser estériles, atendiendo á su incierta política. Encastillado en sus ideas de un despotismo ilustrado, y sin conceder á los unos lo que negaba á los otros, solo, y sin contar más que con su nobleza de sentimientos, no podia resistir por mucho tiempo los dobles tiros que le asestaban; así lo conoció, prefiriendo sucumbir á variar en lo más mínimo su sistema de gobierno.

Imposible en aquellas circunstancias, debia necesariamente ser reemplazado por otro que satisfaciera las ideas del partido liberal, único á quien era preciso satisfacer, ó por lo menos halagar, porque derramaba su sangre en defensa del trono de Isabel II, porque era su única tabla de salvacion.

PRONUNCIAMIENTO EN TALAVERA.

V.

Tan organizada estaba, mucho hacia, la insurreccion carlista, que no se esperaba más que la muerte del rey para empuñar las armas.

El primero que las tomó fué don Manuel Gonzalez, en Talavera de la Reina. Esta circunstancia escita el interés hácia una persona que legó su nombre á la historia.

Nació en la villa que inmortalizó Cervantes-el Toboso-, y ayudó á sus padres á labrar la tierra.

No tenia aun cuatro lustros cuando casó con doña Felipa Barbaza, que mejoró su situacion.

Liberal en 1820, fué alcalde constitucional, miliciano de caballería, y afiliado en la sociedad masónica. Encausado y perseguido por sus opiniones, tuvo que acogerse al amparo de su hermano don Rufino, superintendente general de policía del reino, quien consiguió no solo que se sobreseyese en la causa y cesase su persecucion, sino que se le confiriera la administracion de correos de Talavera de la Reina, á donde marchó á fines de 1823 con su mujer y cuatro hijos.

Su buena presencia, sus facciones, su genio alegre, sociable y franco-no ocultaba sus ideas á pesar del sistema que á la sazon regia,-le conquistaron las simpatías de todos, y hasta llegó á verse nombrado por los realistas comandante del batallon número 15, y comandante de armas del partido, en el que se comprendia á Guadalupe.

De nobles sentimientos, nadie acudió á él en vano; y solo olvidaba su bondad, se desviaba de tan noble propósito, cuando mediaban resentimientos de rivalidades amorosas, á cuyas aventuras era aficionado.

Así corrió dulcemente su existencia, hasta que en 1832 pasó por Talavera desterrado á Cádiz, donde murió á poco, su hermano don Rufino,

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