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en posicion de mandar en la provincia; habiendo sido en ella teniente y diputado. Creó y organizó los voluntarios realistas, nombró sus jefes y oficiales, y quedó de comandante efectivo de la cuadrilla de Vitoria, con todo el ascendiente é influencia de sus favorables antecedentes.

Era este hombre don Valentin Verástegui.

A la muerte del rey conoció la diputacion alavesa el peligro que corria la tranquilidad pública, y que solo Verástegui podia conservarla. Acudió á él; hizo formales protestas, y se creyó por ellas que combati ria á los nuevos insurrectos, lo mismo que combatió á Lansagarreta cuando secundó el grito de los malcontents catalanes.

Desguarnecida la plaza, pues apenas habia cien hombres entre tropa de línea y carabineros, no habia otro remedio que confiar en Verástegui; y cuando se sospechó que conspiraba, no se pudo proceder contra él: hubiera sido precipitar la sublevacion. Las tropas se habian alejado.

El capitan general de Guipúzcoa, con algunas fuerzas, no pudo, ó no tuvo por conveniente seguir el camino de Bilbao, ni sostener despues con el refuerzo de la guarnicion de Vitoria y la columna de Jáuregui, el punto de Tolosa, con el próximo apoyo de San Sebastian. El general Breton tuvo que ir abandonando el terreno desde Miranda á Burgos; y aunque no combatiremos estos movimientos, pues debia cuidarse entonces de no arriesgar una batalla incierta que alentara la insurreccion, importaba mucho conservar las capitales, y á esto debió atenderse pri

meramente.

En la noche del 6, esparcióse en Vitoria la voz de que á las diez se tocaria generala. Acudióse á Verástegui, y dié nuevas seguridades; se le vió segunda vez, y protestó de nuevo: velóse, sin embargo, y la noche pasó tranquila, por más que no lo estuvieran los espíritus. Los que temian y los que aguardaban permanecieron alerta: á la luz del nuevo dia, pudieron ver aquellos que Verástegui no les habia engañado en cuanto á conservar tranquila la ciudad. La rebelion estaba á las puertas: los batallones de Badajoz, Bernedo, Laguardia y Valdegovia, convocados desde la víspera por Verástegui, rodeaban á Vitoria. El caudillo se trasladó á Gardelegui, pueblo inmediato á la ciudad, y desde aquel punto ofició á la diputacion general para que adoptara las consecuencias del pronunciamiento, reconociera sus jefes, y evitara una resistencia inútil.

Eralo en efecto, y la poca tropa que habia se retiró en silencio, gracias al alcalde marqués de Aravaca. Entró Verástegui en la ciudad, formó su fuerza en la plaza, aclamó á Cárlos V, adoptó las disposiciones que creyó oportunas, y publicó tambien su proclama (1).

(1) Véase documento número 28.

Como la insurreccion se habia llevado á efecto por medios pacíficos, porque ni habia resentimientos personales que vengar, ni deudas de agravios que satisfacer;-siempre habia marchado allí la administracion pública con asombrosa regularidad y acierto, y la autoridad se hacia obedecer por respeto y cariño, no por el temor;-á nadie se ofendió, y la diputacion pudo reunirse reservadamente, acordando hacer frente á la situacion en tanto que pudiera evitar algun mal, ó conseguir algun bien. Verdaderos representantes del pueblo, no le quisieron abandonar en los momentos críticos; y en aquella importante sesion reservada, acordaron para su conducta sucesiva las siguientes bases, cuyo secreto por entonces juraron.

1. Huir en todo lo posible del contacto con la revolucion.

2.a Manifestar en sus actos, operaciones y palabras, que ni la provincia, ni su representacion legal, ni los pueblos, habian tomado parte activa en ella.

3. Debilitar la fuerza subyugada á la revolucion por los medios más prudentes, en cuanto fuese posible y las circunstancias recomendasen.

4. Rectificar la opinion pública, amortiguando el espíritu revolucionario, y aprovechando el roce en que su situacion y buen sentido pudiera colocarla con los naturales.

5.a Resistir con escusas prudentes, y en caso necesario á todo trance, todo acto formal de juramento ó reconocimiento que se exigiese en favor del gobierno que la revolucion trataba de erigir en el reino.

6.a Escasear en lo posible los auxilios que la revolucion reclamase. 7.a Salvar por todo medio la tanquilidad y órden interior de la ciudad y demás poblaciones, haciendo frente á todo asomo de desórden, á toda clase de perturbacion, manifestando sobre este importante objeto una decision franca é imperturbable, y poniendo cualquiera ocurrencia desorganizadora que sobreviniese en tal grado de claridad que la quitase todo pretesto honesto, y nadie pudiese fomentar los horrores anárquicos sino pasando por la vil bajeza de decir esplícitamente que los queria.

8. Proceder en todos estos puntos con la prudencia que en cada caso se juzgase más conveniente, para sacar la ventaja posible, sabiendo disimular y ser fuerte en cada ocasion segun que las circunstancias y el honor y dignidad de la corporacion lo exigiera.

Tales fueron las reglas que la diputacion general y junta particular se propusieron seguir. ¡Raro ejemplo de verdadero patriotismo!

Verástegui conoció la importancia de la diputacion general y junta particular, é hizo los mayores esfuerzos para atraérsela. Con este objeto la dirigió un oficio en el mismo dia 8, eligiendo y designando cinco indivíduos de la misma que le acompañasen para el despacho de los asuntos. La diputacion y junta repelió esta agregacion con decidido empeño, y nombró una comision de cuatro indivíduos, que espusieron á Verástegui lo antiforal que era tal reunion, manifestándole que se disol

veria la junta antes de pasar por tal contrafuero y humillacion. Conformóse Verástegui, pero necesitando autoridades obedientes á sus órdenes, creó la junta superior de gobierno en representacion de Cárlos V, quedando él de presidente y de comandante general de toda la fuerza armada, con la que á poco se dirigió á Castilla, á cuyos habitantes envió una proclama el 11 de octubre, escitándoles á reconocer á don Cárlos.

La diputacion y junta se limitó á las funciones de su administracion foral, resuelta á seguir en la conducta que se propuso, y consignó en su acta reservada.

Poco despues, el ayuntamiento de San Sebastian, distinguido siempre por su cordura, dirigió á la reina una notable esposicion (1), que venia á ser la protesta de los pronunciamientos carlistas en Vizcaya y Alava, y la manifestacion de los sentimientos liberales, nunca desmentidos, de la noble ciudad.

ACCION DE LOS ARCO3. DON SANTOS LADRON.

VII.

Don Santos Ladron, fugado de Valladolid, solicitó, sin éxito, la cooperacion de Merino, y despues de andar errante y espuesto y empezar á perturbársele su razon, llegó al santuario de Nuestra Señora de Valbanera en la Rioja, conferenció con el abad, y encaminado á Tricio, empezaron aquí los pronunciamientos de la Rioja; y don Pablo Briones y don Basilio Antonio García, se pusieron á la cabeza de los realistas de Logroño, y aclamaron á Cárlos V.

Don Basilio, nombrado por don Santos Ladron comandante de armas, amenaza con pena de la vida á todo realista que no se presente á secundar la rebelion, y hace responsables á las justicias, á las que además conmina con igual pena, y la de cien palos, segun el caso, si no satisfacen sus pedidos.

Don Santos sale el 9 de Logroño para Navarra con quinientos hombres, á los que se unen los realistas que mandaba don Basilio. Miranda, á quien don Santos habia nombrado brigadier, sale por otra parte á recorrer la ribera del Ebro, y sorprende en Calahorra á una compañía del provincial de Avila.

Engrosando diariamente sus filas don Santos, se dirigió de Viana á Los Arcos con tan respetables fuerzas, que alarmó al virey de Navarra don Antonio Solá, quien despues de haber puesto á precio su cabeza,

(1) Véase el documento número 29.

ordenó al brigadier don Manuel Lorenzo que, al frente de ochocientos hombres de todas armas, no descansara hasta batirle. Súpolo el general carlista, y avanzó á Estella con la mitad de sus fuerzas, que replegó, cuando en la tarde del 10 supo por sus espías que las avanzadas de Lorenzo habian entrado en Villatuerta.

El 11 pasó éste por medio de Estella, sin detenerse ni hallar resistencia, y fuera de la ciudad dió descanso á la tropa. A poco recibió un pliego en que Ladron le retaba á formal batalla.

Este desafío hirió el amor propio de Lorenzo, y aguijoneó su deseo de castigar la osadía de su contrario; y sin permitir que la tropa comiese el rancho, ya preparado, rompe la marcha á donde don Santos le espesaba ya en posicion. Apoyaba éste su centro en Los Arcos, su izquierda en el centro del rio que pasa por el pueblo, y su derecha en la ermita del Calvario y en los olivares y viñas inmediatas á la cuesta sentada en la carretera de Logroño y Viana á Estella.

Las tropas de Lorenzo atacan con acierto y bizarría á las de Ladron: éstas, defendiendo el puente, valerosas, contienen un buen rato con vivísimo fuego la embestida. Conoce el jefe isabelino la importancia de aquel punto, cuya toma evitaria pudiesen flanquearle, y se pone al frente de algunas compañías del regimiento de Córdoba y provinciales de Sigüenza, que con arma al brazo marchan al paso de carga. Asombra esta serenidad al realista; teme ser atacado á la bayoneta, y se replega sobre su centro. Sin creerse seguro en aquel punto, se sitúa en la eminencia de la ermita del Calvario, y hace frente á las tropas de la reina. La accion se hace general; Lorenzo emplea su reserva y la caballería: avanza con intrepidez arrostrando el nutrido fuego de los carlistas, quienes, sin aprovecharse del terreno para emprender ordenadamente una retirada honrosa, corren desbandados por aquellos cerros, temiendo á la caballería, y abandonan á su valiente jefe, que tiene á mengua volver la espalda á sus enemigos. Inmediatos estos á don Santos, le matan el caballo de una descarga, y al caer coge debajo á su jinete, que se ve en el acto con el sable al pecho, de un subteniente de granaderos, y queda prisionero con treinta más, y algunos muertos y heridos. Ruano y otros jefes de los que acompañaban y estaban al lado de don Santos, se libraron milagrosamente.

Lorenzo suspendió el fusilamiento de Ladron y del teniente Iribarren, por haberle aquel manifestado que tenia que comunicar al virey cosas del mayor interés, y remitió la espada, el baston y la faja del prisionero, á quien llevó consigo á Pamplona.

Don Santos descendia de ilustre y antigua familia. Dióle cuna Lumbier, el 13 de noviembre de 1784, y educacion Salvatierra y Huesca: aquí aprendió á razonar y cultivó allí el idioma del Lacio.

La invasion francesa interrumpió sus tareas literarias, y ardiendo en su pecho el patriótico fuego que alimentaba el de toda la juventud española, corrió á las armas, de las cuales le separó su familia; pero él no creyó manchar su estirpe sentando, á pesar de sus padres, plaza de voluntario, y tuvo que conformarse su familia. Derramó su sangre por defender el mismo suelo donde fué fusilado, arriesgó cien veces la vida, y el mismo pueblo de Los Arcos y Estella y Lumbier y Pamplona, que ahora le veian caminar al suplicio, le recibieron en otro tiempo con víctores entusiastas por sus gloriosos hechos en aquellos puntos, donde habia conquistado sus grados y honores.

En 1821 peleó contra la Constitucion y contra su antiguo jefe Mina. Despues de algunas ventajas, se vió emigrado; regresó, tomó de nuevo las armas, y se unió en 1823 á los invasores.

Sus servicios fueron premiados con el gobierno militar de la plaza de Pamplona, desde donde fué trasladado á la de Cartagena con igual cargo.

La ciudadela de Pamplona, que antes le habia obedecido, le albergó en uno de sus calabozos; el Cristo de la capilla le contempló reo. Condenado por el consejo de guerra á ser fusilado por la espalda, esperó tranquilo la muerte, sin perturbarle su anuncio: á nadie vendieron sus labios.

Entre dos carmelitas descalzos marchó al suplicio el que fué en otro tiempo uno de los héroes de Navarra; el que pocos dias antes era la esperanza del carlismo.

No queria morir como traidor, pero comprendiendo lo inútil de la resistencia, se resignó á sentarse de espalda al piquete, diciendo:-Moriré como vds. quieran. No empañará el lustre de mi nombre el baldon de traidor: Santos Ladron siempre ha sido caballero.

Un profundo silencio precedió á una descarga y á un cañonazo que anunció la ejecucion, el 14 de octubre á las cinco de la tarde.

Poco despues murió de la misma manera don Luis Iribarren, en otro baluarte más bajo.

La descarga y el cañonazo conmovieron á los liberales, y fué el grito de alarma para los carlistas. ¡Venganza! pide esta sangre, decian, ¡Venganza! era el grito que se oia en todos los caseríos, desiertos á poco por agruparse sus moradores al pendon de Cárlos V.

Don Santos Ladron tenia influencia para sublevar toda la Navarra; pero carecia de inteligencia para organizar la insurreccion. Pagó sus desaciertos con la vida. A muchos carlistas se oyó decir entonces que estaba loco. Sea de esto lo que quiera, es lo cierto que no mostró cordura en algunos de sus hechos. En la misma accion de Los Arcos se palparon errores inconcebibles. Allí se vió la falta de una cabeza organiza

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