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dora, y si entonces hubiera triunfado, pronto hubiese perdido el fruto de la victoria.

Algunos documentos podríamos insertar que, más que juicio, demostraban ese trastorno mental que le achacaban sus compañeros que más le querian; pero tememos ser difusos, y solo insertaremos en nota (1) una proclama curiosa.

PRONUNCIAMIENTOS CARLISTAS EN OTROS PUNTOS.

VIII.

Al grito de «á las armas, viva el rey Cárlos V,» se pronunció en Oñate, el 8 de octubre, don Francisco José de Alzáa.

«El turbulento liberalismo, decia á los guipuzcoanos, ha sentado ya su trono sobre la cima de nuestro oprobio. Pérfidas maquinaciones aten

(1) «Ejército realista del señor don Carlos V, rey de las Espanas. - Madre, hermana Matea, hermanos mios Joaquin y Mónica, parientes, amigos, amados compatricios navarros, y última- ̧ mente todos los valientes compañeros de armas en la última lucha; ya estoy con vosotros, libertado sin duda por la mano de nuestro Dios y Señor, é intercesion y clara proteccion de su Santísima Madre Nuestra Señora del Rosario, en cuyo dia me presenté solo en el pueblo de Tricio, en la Rioja, y di el sagrado grito en defensa de la religion de Jesucristo, proclamando al señor don Carlos V rey de las Españas, que el cielo nos tenia destinado para enjugar nuestras lágrimas, y acabar nuestras desgracias y calamidades, y para que triunfe la religion de todo el inflerno: siendo como siempre los navarros uno de los más firmes baluartes de aquella. Seguid, pues, hermanos mios en Jesucristo, el impulso de vuestro belicoso corazon, y con su auxilio, emprenderé rápidamente en este reino tan justa lucha, alzando el grito y proclamando á nuestro amado monarca Cárlos V, y por reina á su augusta esposa doña Francisca de Asís, y por príncipe de Asturias á su hijo primogénito don Cárlos; y confio en Dios, en vuestra decision y fé, que seguirá este movimiento como el fuego eléctrico por todo el reino y los inmediatos; y al efecto, autorizo à todos los jefes, voluntarios realistas, y los que fuísteis mis compañeros de armas, y que mereceis y conservais la opinion y ascendiente de este pueblo cristiano y fiel, sin que le contaminen los cuerpos con ninguno, ni un soldado que haya titubeado; don Ramon de Allo de Viana, don Ramon Bustamante de Morentin, Ochoa de Olza, don Miguel Sarasa de Roncesvalles, el capitan Subiri, los Manchos de Ochagavia y otros semejantes, sean mis apóstoles y precursores para mi izquierda de Pamplona, y para mi derecha don Juan Manuel Asurmendi de Lodosa, y hácia la raya el que, ó los que este deja, Sagués el de Bare, don Miguel Larrumbe, beneficiado de Tafalla, Eraso de Garinoain, Uriz de Sada, y los que estos elijan: ahi van sus instrucciones para arreglarse á ellas, y lo demás ya sabeis lo que habeis practicado anteriormente; así, pues, ponerse en manos del Señor y emprended tan justa lucha, en cuyo apoyo aquí me teneis con aire bizarro y religioso, riojanos, nuestros hermanos vecinos.-Cuartel general de Viana, 8 de octubre de 1833.-Santos Ladron.>>

En la primera edicion de esta historia publicamos una reseña de todo lo ocurrido à don Santos Ladron desde su fuga de Valladolid hasta su prision, hecha por su compañero, en todos esos dias, don F. M. Ruano, de la que tomamos lo más esencial en este capítulo, y en ella procura demostrar el trastorno mental del desgraciado don Santos. Un ayudante suyo en 1821, nos manifiesta tuvo entonces arrebatos de locura, y que podria citar hechos que justificaban su enajenacion

tan contra el sólio que se finge defender: el patriotismo es ya un disfraz, la virtud una mentira,» y con aquella energía que le caracterizaha, estimula á sus paisanos á que le sigan, «porque los vencidos de 1823 anhelaban vengar su derrota.» Hablábales así al corazon, alentaba sus pasiones, é infundia en aquellos valientes guipuzcoanos el valor de los guerreros.

Guipúzcoa siguió á sus hermauas Alava y Vizcaya; y en Navarra secundó don José Antonio Goñi los planes de Ladron; pronunciándose además en Roncesvalles el coronel don Francisco Benito Eraso, jefe del cordon sanitario de la frontera, arrastrando tras sí algunos soldados, si bien no vió los efectos que esperaba de sus infatigables esfuerzos, y de su alocucion de 17 de octubre en Burguete. Mandó á todos á las armas, estimulando con los pronunciamientos efectuados, y con que las córtes de Nápoles y Turin apoyaban la causa carlista.

Don José Uranga en Salvatierra, don Pedro de la Bárcena en el valle de Toranzo, Escandon en Siero-(Asturias), -Balmaseda en Fuentecen, Galcerán en Prat de Llusanés y Merino en tierra de Burgos, enarbolaron el pendon de guerra en favor de Cárlos V, y otros menos notables, en las demás provincias.

Estremadura y Andalucía eran los únicos paises preservados de la guerra. El primero se ha comunicado poco con el resto de la Península; y en el litoral del Mediodía dejó muchos afectos el sistema constitucional.

Un dominico, fray José Parrado, predicando el 4 de octubre en el convento de la Merced, en Jerez de la Frontera, mezcla palabras inconexas al asunto del Evangelio que esplicaba, anuncia la muerte del rey -que aun nadie sabia por no haber llegado el correo-la presenta como un presagio funesto, dándole el sentido de un segundo cólera que Dios mandaba para castigo de culpas, y produce una alarma que no da otro resultado que su encausamiento.

En Andalucía no habia muchos voluntarios realistas, y estaban en general, sin organizacion, y casi sin armas. Así que, en vez de alzarse allí en favor de don Cárlos, se aprestaba la juventud en defensa de Isabel.

Santander, Santoña, Laredo, Castrourdiales y otras muchas poblaciones se armaban tambien contra los carlistas, á pesar de los entorpecimientos del gobierno á estas patrióticas manifestaciones, temeroso de que fueran más allá de lo que en un principio se proponia.

Santander, especialmente, sin tropas, sin armas, y rodeada de carlistas, se halló en el mayor peligro hasta que se procuró medios de defensa, despachando á un comisionado para San Sebastian, á pedir armas ó comprarlas, con órden de ir á Bayona, si en aquella ciudad no

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las adquiria. De este modo debió Santander su salvacion á sí propia, pues á fiarse en la proteccion del gobierno ó de su autoridad militar, hubiera sido teatro de la proclamacion de don Cárlos.

Como haremos ver en el curso de esta historia, no era solo una cuestion dinástica la que se debatia; á la sombra de esta crecia la de política internacional; y uno y otro bando personificaban un principio europeo, por el cual se cuestiona todavía. Si considerásemos la guerra civil únicamente bajo la primera de estas bases, se compadecería nuestra candidez.

Imposible con don Cárlos el sistema de los unos, y con doña Isabel el de los otros, estaba tan íntimamente enlazada la cuestion personal á la de principios, que lo mismo la personificaban estos, que les simbolizaban aquellas personas.

No se pierda de vista esta consideracion para apreciar por ella los sucesos posteriores; para comprender las consecuencias de algunos hechos.

El poder temia á los carlistas; pero no confiaba en los liberales, cuya mayoría tenia ideas avanzadas.

EL CURA MERINO.

IX.

No hay duda que la España es la patria de los Viriatos, que empiezan por cuidar rebaños, y terminan por mandar ejércitos, trasformándose de pastores en guerreros.

Merino, el cura de Villoviado, su pueblo, nació en ese pobre lugarejo de Castilla, y fué mecido en miserable cuna. A los siete años era pastor de un pequeño rebaño; pero sin la robustez suficiente para aquella ocupacion, y creyendo descubrir en él sus padres alguna disposicion para el estudio, cualidad que el mismo Merino ha negado tuviese, le dedicaron al latin, esforzándose en vano por comprender el Nebrija y las bellezas de los cantos de Virgilio.

La muerte de su hermano mayor le hizo volver al seno de su familia y á su oficio de pastor, en que hallaba grato solaz, no imitando á los personajes del poeta mantuano, sino entregándose á aquella vida retirada y oscura de los campos donde vivia con la independencia que á su espíritu cuadraba.

La quinta le hizo trocar el cayado por el fusil; pero se amoldaba mal su libertad campestre con la sujecion de la disciplina, y desertó, volviendo á su rebaño.

La muerte del cura de su pueblo;-la muerte ha decidido siempre de

la suerte de Merino-le estimuló á continuar sus estudios, protegido por el párroco de Cobarrubias, y á los diez y ocho meses se halló hecho un cura de misa y olla, sin idea de la teología ni de los cánones, y sin saber más que decir mal una misa, como podia haber aprendido un oficio para ganar de comer. El pueblo que le viera de pastor de cabras, le tuvo en su iglesia de pastor de fieles, sin que por esto dejara de verse al párroco de Villoviado conducir su ganado al monte, como hiciera en anteriores años, no solo por aficion, sino por necesidad, como hacian otros de sus compañeros, á quienes la pobreza de sus rentas obligaba á ocuparse en algunas labores del campo, sin que este trabajo fuese ajeno de su sagrado ministerio.

La invasion francesa decidió del porvenir de Merino. El 15 de enero de 1808 descanso en Villoviado una compañía de cazadores. Para seguir á la mañana siguiente su marcha á Lerma, pidió bagajes, y no pudiéndose completar el número necesario, se llenó con las personas del pueblo, embargadas para servir de acémilas. No se libró Merino de disposicion tan humillante, y fué cargado con el bombo, los platillos y otros instrumentos de la música. Al llegar á la plaza de Lerma, los arrojó al suelo con encono, y poniendo los dedos en cruz, dijo á los franceses: -Os juro por esta que me la habeis de pagar.

Algunos culatazos fueron la contestacion á esta amenaza, cuyo sentido comprendieron los franceses. Y cumplió su amenaza.

El juramento del español es como la venganza del corso; y ni como hombre, ni como español, ni como sacerdote, podia perdonar Merino la triple ofensa hecha en él á la humanidad, á la patria y á Dios. Despojóse de su sotana profanada, se armó de una escopeta en el meson de Quintanilla, púsose en acecho guarecido de un bosque inmediato á un camino, y el primer francés que pasó-un correo-cayó muerto á su disparo. No quedó satisfecha su ira; corre á Villoviado, arma á su criado, y vuelve al bosque. Cuando pasaban franceses, le decia:

-Apunta á los que veas más majos, que yo haré lo mismo.

Cada tiro costaba la vida á un francés: la espesura de los matorrales les aseguraba la impunidad. Poco despues se unió á aquella terrible pareja un sobrino del cura, y este triunvirato continuó en su tarea de matar franceses diariamente. Su fortuna le atrajo prosélitos; sus hechos posteriores aumentaron su celebridad, y no tardó en contar con dos mil hombres á sus órdenes, inflamados todos con el patriótico entusiasmo de aquellos tiempos.

Merino fué pronto terror de los franceses, que en vano procuraron vencerle, ó atraerle á su partido. Infatigable siempre, y reproduciéndose á fuerza de actividad, ya cogia prisionero á un general, ya vencia una columna enemiga, ya se apoderaba del convoy de todo un ejército,

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ya quemaba un depósito de franceses, sin que uno se escapara, y ya, en fin, llegó á ser el nombre del cura Merino tan espantoso para los franceses, como de esperanza para los españoles. Jamás fué derrotado ni sorprendido.

Acabada la guerra de la Independencia, era Merino brigadier, y sus tropas aguerridas modelo de disciplina y buen porte. Confiriósele el gobierno militar y la comandancia general de Burgos, donde empezó á mostrarse hostil á la Constitucion; y á la par que era partidario de la Inquisicion y de los frailes, pasaba sus ocios en una de las casas de los arrabales, á donde convidaba á sus amigos y á las correspondientes parejas de agraciadas jóvenes, entregándose todos á desenfrenadas orgías.

Fernando, á su regreso, deseó conocer al cura guerrillero. Presentado en palacio, de traje clerical, refirió al rey con celebrada naturalidad sus hechos militares, y al concluir, levantóse S M. preguntándole: -Y bien ¿qué deseas?

-Señor, poder continuar en la gloriosa carrera de las armas para prestar á V. M. otros tantos servicios.

-No, Merino, le dijo el rey dándole una palmada en el hombro; te tengo preparada una silla en la catedral de Valencia, para que descanses de tus fatigas, y recuperes tu quebrantada salud.

Obedece, y desempeña su cargo en la ciudad del Cid, con asiduidad é interés. Sin embargo, no se acomodaba su carácter guerrero á la vida de canónigo; embarazábale el aspecto humilde de sus compañeros, que no podia imitar; hízose blanco de hablillas poco piadosas, y sabidas por Merino, un dia en que todos los canónigos estaban reunidos en la catedral, les afea su proceder, les insulta, y como algunos le contestasen con firmeza, saca de debajo de la sotana sus pistolas, las amartilla y apunta á los canónigos, que huyen amedrentados.

Noticioso el rey de este escándalo, dispensa á Merino de la residencia, dejándole íntegra la renta.

Los acontecimientos de 1820 le hallaron tranquilo en su pueblo. Hostigado por los que le creian desafecto á la Constitucion, tomó las armas para combatirla, y en aquella pequeña campaña, proclamando absolutismo y religion, fué tan perjudicial á los liberales, como lo habia sido en la anterior á los franceses, si bien fueron en menor escala sus operaciones. Más el nunca vencido se vió entonces derrotado, y precisado á esconderse en un convento de monjas de Santa Clara, donde usaba de dia el hábito de religiosa, para poder pasearse con las hermanas en el huerto.

Las circunstancias fueron variando su situacion, y cuando entraron en la vendida España los cien mil nietos de San Luis, formaba Merino en su vanguardia, y guiaba á sus antes imperdonables enemigos. Man

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