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retirándose los carlistas sin dejar de hacer fuego por el frente y los flancos, quedando todo tranquilo á las cuatro de la tarde. La niebla ocultó la retirada de los carlistas, que perdieron ocho muertos, nueve prisioneros, y un teniente y cincuenta soldados que se presentaron á indulto.

Ambas fuerzas se creyeron vencedoras, y desearon volver á medir sus armas. Merino entusiasınó á su jente, y distribuyó cien mil cartuchos que habia recibido de Cuevillas. Reunidos todos los carlistas en Miranda, se movieron hasta Haro, donde tuvieron sitiado á Sarsfield, ocupando Merino, Cuevillas y Verástegui las Conchas y alturas inmediatas á la poblacion. Indispusiéronse entonces Verástegui y Merino, y éste, incomodado, emprendió su marcha para la Sierra con sus batallones. Descontentos estos, mal dirigidos y peor provistos, tuvo que licenciar á los casados, marchándosele á su casa la mayor parte de los solteros, quedando con unos doscientos hombres montados. Disolvióse como por encanto aquel ejército improvisado, que no supo organizar ni dirigir el que supo reunirle.

Quesada, que reemplazó á Castroterreño en la capitanía general de Castilla la Vieja, mandó acertadamente, no se molestara á ningun realista de los que regresaran á sus hogares, y Sarsfield pasó á las Provincias Vascongadas, dejando en Castilla algunas columnas para esterminar los restos de los carlistas. Una que mandaba el capitan de caballería Lopez Letona, batió á Merino, cogiéndole algunos prisioneros y fusiles.

Las cabezas de Merino, Abandi, Balmaseda, Villalobos, y Cuevillas se pusieron á precio, valuando la del primero en 10,000 reales y en 5,000 la de los restantes, deshonrándose así el gobierno, que no reprobó este acto, indigno de la época, aunque lo usa Inglaterra, y de un poder constituido.

El antiguo teatro del cura de Villoviado, del temible guerrillero, ofrecia serlo de su trágico fin: le abandonaban los hombres y la fortuna.

Un dia llegó con cuatro ó seis hombres á Ontoria, se alojó en la única casa que habia en la Granja, y á la hora, se vió sorprendido y rodeado por treinta soldados del regimiento de Zamora é igual número de paisanos armados. La casa estaba ventajosamente situada para los sitiadores; no tenia salida Merino: todo estaba bien preparado para apoderarse de él. El peligro le da fuerzas: levántase de la mesa, hace ensillar los caballos, lánzase como una exhalacion hácia la puerta, y abriéndose paso por entre una granizada de balas, llega casi milagrosamente á la cabeza del estrechísimo puente, donde le aguardan nuevos riesgos. Guardado por dos soldados, tropieza y cae el caballo que montaba; pero refrenándole, le levanta con la rapidez del rayo; dispáranle los soldados, le yerran, y él con una pistola en cada mano hace fuego, mata á uno de

los centinelas, y arriba sano y salvo á la estremidad del puente, desafiando desde allí á sus enemigos.

Menudeáronse desde entonces estas apuradas situaciones, en las que Merino ostentaba su valor. En Colina se vió tambien cercado á poco tiempo por tropa y milicianos urbanos; pero aprovechando la oscuridad de la noche, hace que se abran las puertas de la caballeriza del castillo donde estaba, y dan salida á una gran manada de bueyes, que precede á Merino á guisa de vanguardia. Los sitiadores la reciben con una descarga general, engañados por el ruido; y al comprender su error, ya estaba en salvo Merino y los veinte que le acompañaban.

Pero sus hechos de armas se reducian á la salvacion de sus contínuos conflictos: el anterior héroe de Castilla, era solo un fugitivo: nada existia de su poderío de capitan general; y el que pretendió presentarse á don Cárlos en Portugal á la cabeza de un numeroso ejército, lo verificó sin más que catorce hombres, fieles amigos en su desgracia; y aun estuvo á punto de sucumbir antes por el encuentro que tuvo con la columna de Tolrá, entre Castro-Gonzalo y Fuentes de Ropel, viendo dispersos á los que no quedaron prisioneros.

Al recibirle don Cárlos, tenia éste en la mano un ejemplar de la Guia de Forasteros, y al vérsela el cura, le dijo:

-Si V. M. sube al trono, es necesario quemar ese libro en todo ó en parte: él es pequeño, pero es la verdadera causa de todas las desgracias que afligen á la nacion.

-Tienes razon, le contestó..... no habrá más nobleza que la que yo forme..

ESCARAMUZAS.

XI.

No tardaron en verse las consecuencias de la ineptitud é imprevision del gobierno; y si los carlistas no lo arrollaron todo desde un principio, no fué por impedírselo el ministerio, fué (por torpeza de ellos mismos, por miserables y ambiciosas rivalidades, por traidoras decepciones, y por no haber concertado un plan cual requerian las circunstancias.

Eran estas sumamente críticas; y cada dia que pasaba equivalía para ellos á una batalla perdida. Con las armas de los voluntarios realistas se armaban los milicianos urbanos, y una nueva juventud, llena de entusiasmo por la gloria y la libertad, se agrupaba en derredor de la cuna de Isabel para su defensa. Jóvenes eran todos los que corrian voluntariamente á las armas; porque en su pecho hervia el patriotismo con el fuego peculiar de la juventud. Jóvenes eran tambien los que seguian los

pendones carlistas; porque si la juventud de las ciudades aclamaba á Isabel, la de muchos pueblos aclamaba á Cárlos V.

La mayor instruccion de las grandes poblaciones hacia considerar la libertad -porque ya se aspiraba á ella,-como la felicidad suprema: en los pueblos se conservaba un tradicional cariño á lo antiguo, y sobre todo al clero.

La juventud de los pueblos obedecia á sus padres y á sus jefes espirituales: la de las ciudades obraba segun los impulsos de su corazon. La juventud que aprendiera en las universidades á admirar las repúblicas de Grecia, de Esparta y de Roma, soñaba con sus héroes, cada uno queria ser un Arístides, un Leonidas, un Bruto, y recibia en antiguos hechos lecciones nuevas.

A una época de letargo, sucedia una de animacion. El estruendo de las armas despertó á los españoles; gritos de guerra sonaban por do quiera, y millares de bayonetas y lanzas empolvadas antes en los parques, brillaban ahora á la faz del sol.

Si la reina contaba ejércitos, los carlistas tenian batallones que iban ocupando las Provincias Vascongadas. Uranga, con mil trescientos alaveses y cuatro piezas de artillería, se une á Iturralde en Estella el 23 de octubre, y sufren ambos un descalabro. Persígueles Lorenzo, que sale al amanecer del 25 de Zirauqui: impídele avanzar una horrible tempestad; más les avista al anochecer; les provoca inútilmente al combate, y abandonan la Navarra.

Al siguiente dia, á media legua de Viana, divisa Lorenzo fuerzas carlistas: las ataca el capitan de caballería Mendivil; se dispersan, y luego se encuentra el vencedor de Los Arcos con los carlistas mandados por Miranda y don Basilio García, formados en las márgenes del rio y flancos del puente de Logroño, que tenian parapetado. Al verse atacados, se dispersan, despues de una ligera resistencia, dejando algunos muertos y ochenta prisioneros; si bien causando á Lorenzo la pérdida de treinta hombres. Don Basilio perdió en esta jornada á su hijo.

El vencedor entró con sus fáciles trofeos el 28 en Logroño, donde publicó un indulto para todos los que habian tomado parte en la insurreccion y se presentaran en el término de cuatro horas. Más de quinientos hombres se aprovecharon de esta gracia. De sus resultas quedó casi sin gente Cuevillas.

En tanto se levantaban nuevas fuerzas en otros puntos. Carnicer hacia gente en el partido de Alcañiz, y el teniente coronel dou Lorenzo Aguilar, en Corrales, á tres leguas de Zamora. Hace aquel penosos esfuerzos por sostenerse en Aragon, y Aguilar intenta darse la mano con el cuerpo que formaba don Cárlos en Portugal.

Lardizabal con tres mil seiscientos carlistas se atreve á bloquear á

Tolosa, y ocupa en la noche del 21 al 22 las alturas y pasos. Castañon, que ve comprometida su posicion y la provincia, adquiere brios en el peligro, acomete á los carlistas por el centro, y les desaloja de unas posiciones que no saben defender, huyendo de ciento veinte guipuzcoanos, y no muchos más soldados, que al mando del coronel Jáuregui les persiguen, obligándoles á replegarse en la altura de Asusta y Clintoquietas. Cargados allí por el flanco y retaguardia se retiran por los caminos de Azpeitia y Alegría, molestados por Jáuregui hasta las siete de la noche.

Una docena de hombres perdería cada bando; pero recogió el liberal un botin abundante, no de prendas de soldados, sino de curas, que yendo en bastante número entre las filas carlistas, corrieron luego, abandonando en su fuga ricos ornamentos y casullas.

MANIFIESTO DE DON CARLOS, Y OTROS DOCUMENTOS.

XII.

Así que supo don Cárlos la muerte del rey, publicó en Abrantes, y mandó circular por toda la Península, un manifiesto (1) á todos los españoles, y siguieron los decretos de Santarem (2). Acompa

(1) Dice así: «¡Cuán sensible ha sido á mi corazon la muerte de mi caro hermano! Gran satisfaccion me cabìa en medio de las aflictivas tribulaciones, mientras tenia el consuelo de saber que existia, porque su conservacion me era la más apreciable. Pidamos todos à Dios le dé su santa gloria, si aun no ha disfrutado de aquella eterna mansion.

>>No ambiciono el trono; estoy lejos de codiciar bienes caducos; pero la religion, la observancia y cumplimiento de la ley fundamental de sucesion, y la singular obligacion de defender los derechos imprescriptibles de mis hijos y todos mis amados sanguineos, me esfuerzan á sostener y defender la corona de España del violento despojo que de ella me ha causado una sancion tan ilegal como destructora de la ley que legitimamente y sin alteracion debe ser perpétua.

»Desde el fatal instante en que murió mi caro hermano, -que santa gloria haya,-creí se habrian dictado en mi defensa las providencias oportunas para mi reconocimiento; y si hasta aquel momento habria sido traidor el que lo hubiese intentado, ahora lo será el que no jure mis banderas, á los cuales, especialmente á los generales, gobernadores y demás autoridades civiles y militares, haré los delidos cargos, cuando la misericordia de Dios, si asi conviene, me lleve al seno de mi amada patria, y á la cabeza de los que me sean fieles. Encargo encarecidamente la union, la paz y la perfecta caridad. No padezca yo el sentimiento de que los católicos españoles que me aman, maten, injurien, roben, ni cometan el más mínimo esceso.El órden es el primer efecto de la justicia; el premio al bueno y sus sacrificios, y el castigo al malo y sus inicuos secuaces es para Dios y para la ley, y de esta suerte cumplen lo que repetidas veces he ordenado. - Abrantes, 1.° de octubre de 1833. Carlos María Isidro de Borbon.>>

(2) Son los siguientes:

1.- «Habiendo recibido ayer oficialmente la infausta noticia de haber sido Dios servido de llamar para si el alma de mi muy caro y amado hermano el señor rey don Fernando VII

ñábales una proclama, dándose á conocer don Cárlos como rey, y conminando con todo el rigor de la ley á los que no le acatasen como tal y defendiesen.

Escribe desde allí con la misma fecha á la reina viuda, su muy querida hermana, dándole el pésame, y para que le reconozca como rey; al infante don Francisco, á quien añade: espero de ti..... que reconozcas tus propios derechos y los de tus hijos en los mios, y al infante don Sebastian; y por último, doña María Francisca escribió á S. M. C. la reina viuda, su muy querida y amada hermana, manifestándola tambien su pesar con sentidas espresiones.

Llama don Carlos á don Luis Fernandez de Córdoba, ministro plenipotenciario de España en Portugal, y le dice: «Ya todo ha variado, y ahora soy yo el legítimo rey de España. Como tal, tú eres mi ministro, y reclamo tu obediencia; espero que seas el primero que me reconozcas.»> Niégase Córdoba, y le replica:

-Haces bien; está bien; vete; y le entrega en el acto los decretos de Santarem, que hemos dado á conocer.

Al ver Córdoba que las autoridades portuguesas tratan á don Carlos como soberano, se retira de Portugal.

El gobierno insiste en que abandone el infante la Península, rodéale de espías, no esquiva las asechanzas, y al ver por último que es inútil su empeño, y el progreso de la insurreccion, le declara conspirador y usurpador del trono de España, por decreto de 17 de octubre, y le secuestra todos sus bienes, nombrando comisario régio para la ejecucion del decreto á don Ramon Lopez Pelegrin, consejero de Castilla. Cuando

(Q. E. P. D.). Declaro: que por falta de hijo varon que le suceda en el trono de las Españas, soy su legítimo heredero y rey, consiguiente à lo que por escrito manifesté á mi muy caro y amado hermano, ya difunto, en la formal protesta que le dirigí con fecha 29 de abril del presente año, igualmente que à los consejos, diputados y autoridades, con la del 12 de junio.—Lo participo al Consejo, para que inmediatamente proceda á su reconocimiento, y espida las órdenes convenientes, para que así se ejecute en todo mi reino.-Santarem, 4 de octubre de 1833.Yo el rey.-Al duque presidente de mi Consejo real.»>

2.°-«Conviniendo al interés de mis pueblos el que no se detenga el despacho de los negocios que ocurran..... he venido en confirmar, por ahora, á todas y á cada una de las autoridades del reino, y mandar que continúen en el ejercicio de sus respectivos cargos.-Tendreislo entendido, etc., etc. -Al duque presidente del Consejo real.>>

3. «Para que de modo alguno padezca el menor retraso el despacho de los negocios del Estado por la muerte, etc..... he venido en confirmar á los secretarios de Estado y del Despacho don Francisco de Zea Bermudez, don José de la Cruz, el conde de Ofalia, don Juan Gualberto Gonzalez y don Antonio Martinez, y mandar que continúen en el ejercicio de sus respectivos cargos; igualmente que à todas las autoridades del reino.-Tendréislo, etc., etc.-A don Francisco de Zea Bermudez.>>

4.-Otro decreto dirigido al mismo para que ponga en ejecucion los tres anteriores, y publique la protesta de 29 de abril, y le dé parte de quedar ejecutado.

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