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el 23 le fué presentado este decreto por Córdoba y el baron de Ramefort, le leyó en su presencia y en la de dos indivíduos de su servidumbre, y dijo concluida su lectura: Quedo enterado; veremos quien tiene mas derechos; yo tambien usaré de los mios.

Don Carlos permanecia en Portugal imponiendo al gobierno con su vecindad; y considerando éste que el establecimiento del órden público, la muerte de las esperanzas de los carlistas, y la base de la regeneracion administrativa dependian de apoderarse de su persona, dirígese para ello á Rodil, dejando á su libre arbitrio los medios de conseguirlo, y autorizándole ámpliamente para la eleccion de personas, el medio y la ocasion, pues «<todo queria S. M. que se debiese esclusivamente á él; advirtiéndole que en la autorizacion se comprendia la de atravesar y obrar en el territorio portugués el tiempo necesario para apoderarse de la persona del infante, volviendo con él inmediatamente á nuestra frontera, donde pudiera custodiársele con toda seguridad, ya en la plaza de Badajoz, ó donde Rodil eligiese.»

En Madrid se daba al mismo tiempo fuerza de ley á la pragmática: se hacia la proclamacion de la reina, advirtiéndose no se solemnizara en ninguna parte con gastos, invirtiéndose en alivio de los enfermos del cólera las cantidades que se pensase aplicar á dicho objeto. Entrase, por fin, en otro sistema, viendo su necesidad, y cambia de improviso el estado de las cosas.

El 23 de octubre se publica un decreto ampliando completamente la amnistía de los emigrados liberales, y se oficia el 25 reservadamente á los capitanes generales para que desarmen á los realistas, -que se oponen inútilmente en algunos puntos, -y levanten la milicia urbana.

Cuando don Carlos conoció la importancia del secuestro de sus bienes, cuando vió que se llevaban á efecto las medidas que adoptaba el gobierno, pensó seriamente en su situacion, y publicó en CastelloBranco el 25 de octubre un manifiesto. Comenzábale dando cuenta de sus actos públicos desde que supo la muerte de su hermano, y lamentándose del proceder que con él se habia tenido, pues en vez de reconocerle como rey, se le trataba de seductor y turbador de la tranquilidad, ultrajando su alta dignidad y carácter, amenazándole con el rigor de la ley si pisaba el territorio español, y secuestrando sus bienes, rentas y las de su familia, de todo lo cual culpaba á la secta masónica, ocupada en minar los tronos, la misma que de antiguo habia procurado indisponerle con su hermano, tildándole de desleal y ambicioso de su corona, cuyos cargos rechazaba. Referia luego los actos contradictorios de la publicacion de la pragmática, sus protestas, su permanencia en Portugal con motivo del cólera que le impedia embarcarse, y terminaba diciendo:

«Se me exigió mi juramento? No. ¿Fuí convocado para asistir á la ceremonia, como el primero y principal interesado en la real familia? Tampoco. He sido emplazado ni oido? Menos. ¿Se hizo presente mi declaracion antes del acto á las autoridades á quienes correspondia para que con este conocimiento hubiesen deliberado y manifestado su parecer con acierto? Muy al contrario, se tuvo buen cuidado en ocultar lo que habia, para no esponerse á llevar una general repulsa. Luego tiene sobre sí dicha ceremonia y sus antecedentes una multitud de nulidades insubsanables, y solo un pequeño partido obcecado podrá sostener lo contrario, y poner en cuestion mis derechos. Llegó, pues, el caso, de castigar severamente al actual ministerio y demás empleados, que, desobedeciendo abiertamente mis mandatos, y abusando de mi indulgencia, siguen trabajando en contrario sentido, y de repeler con mano fuerte y poderosa la temeraria obstinacion de cuantos dejasen de acogerse á mi clemencia. Reuníos á mí, amados vasallos, y acelerad el paso; ayudad con vuestro valor mis esfuerzos, y contad con la victoria y el justo premio que concederé á cuantos cooperen al triunfo y salvacion de la patria. Yo el rey.»>

A los pocos dias, el 4 de noviembre, dió otro manifiesto para interesar al ejército en 'su ayuda (1).

Al contarse las derrotas de los rebeldes en las provincias del Norte por sus encuentros, opinaban muchos no tardaria el fin de la lucha que aquellos habitantes sostenian; pero los conocedores del país preveian que si pasaba algun tiempo sin apoderarse de aquellas grandes masas de carlistas, la guerra se haria interminable, porque lo que aparecian derrotas, eran solo dispersiones, que les favorecian lejos de perjudicarles, porque descansaban en sus hogares y se mudaban la camisa (2), volviendo á reunirse en un punto dado con nuevos brios y más pericia militar.

(1) «<Carlos V, á los generales, oficiales, sargentos, cabos y soldados del ejército: >>Llamado por Dios para ocupar el trono español, para defender su santa causa y hacer felices à mis pueblos, me esmeraré y desvelaré hasta conseguirlo, ayudado de los conocimientos y consejos de las personas de mayor instruccion y probidad, que siempre tendré à mi lado. No lo dudeis; estos son mis deseos y única ambicion. Quiero tambien llegar á tan dichoso término con una paz inalterable, y sin que mi real ánimo, pacífico de suyo, se vea violentado á castigar sin disimulo á los que, desobedientes à mis paternales avisos, continúen obcecados y seducidos oponiendo resistencia á la legitimidad de mis derechos. No permita el Señor ponerme en tan apurado caso. Le pido, por el contrario, os inspire y llame à la conservacion del honor adquirido justamente con la lealtad y valor inseparables del carácter nacional, uniéndoos á vuestro rey en la frontera de España, ó á las divisiones ó partidas que en muchas y diversas partes se han pronunciado en mi favor, á cuyos jefes, oficiales y sargentos, concedo el ascenso nmediato, y el correspondiente sueldo á las mujeres é hijos de los que perecieren en tan justa lucha, y un grado á los que de vosotros se presentaren en el término de un mes, que señalo contraido desde esta fecha, sin perjuicio de los demás à que vuestros esfuerzos y sacrificios os hagan acreedores en lo sucesivo; y á mis soldados las distinciones y minoraciones de sus empeños en el servicio, que acordaré tan luego como la paz y circustancias lo permitan. >>Castello-Branco, 4 de noviembre de 1833.-YO EL REY.»

(2) Esta vulgar espresion, era sobrado significativa para los vascongados.

IMPERICIA DEL GOBIERNO. SUS PRIMERAS PROVIDENCIAS.

XIII.

Ya se ha visto que el principio de la guerra no fué un acontecimien to inesperado.

La fermentacion en que pusieron el ánimo de los carlistas los esfuerzos de ambos cleros y de las juntas, y el espíritu de los voluntarios realistas grandes, poderosas y temibles masas, que desde luego se mostraron hostiles á Cristina, eran muy marcados antecedentes para preveer los resultados. No eran profecías ilusorias los repetidos partes de las autoridades de provincia, anunciando sus temores de alzamientos y de guerra; y si algun capitan general respondia de la tranquilidad de su distrito, lo hacia engañado por su buen deseo, ó por falaces promesas de personas á quienes persiguió luego.

Todos, sin embargo, empezaron á pedir tropas al gobierno; y en una tan general necesidad de fuerzas, si éste enviaba una compañía ó un ba❤ tallon á un punto, desguarnecia otro que creia más seguro, viendo en breve su error.

En cuantas poblaciones se aclamó á Cárlos V, no se dió la menor resistencia, porque si habia tropa era tan poca, que se retiraba prudente. Así se alentaba la insurreccion y se engrosaban sus filas.

Uno de los imperdonables errores que cometió el gobierno, fué el destino que dió á las fuerzas de que podia disponer. Teníalas primero desparramadas en un estenso cordon sanitario, y cuando estallaba una rebelion, enviaba contra ella una fuerza insuficiente; aumentábala en proporcion inferior á la que crecian los enemigos, teniendo, por último, que formar un cuerpo respetable, que habria sofocado la insurreccion á ser enviado desde luego.

Es cierto que en todos los puntos temia y aguardaba un levantamiento, que tenia que guarnecer todas las ciudades de importancia, pero tambien lo es que un poder que veia en los realistas la base de la insurreccion, no debia conservarles armados.

Y no se diga que carecia el gobierno de fuerzas para hacerse respetar en un principio. Encendida estaba ya la guerra, y la mayor parte de las milicias provinciales descansaba todavía en sus casas, siendo llamada paulatinamente, y no con la celeridad que lo crítico de las circunstancias requeria. El gobierno estaba ofuscado ó aturdido, ó era demasiado torpe para no apreciar en su justo valor la situacion que atravesaba.

Nada le hace alterar su sistema: el poder, que teme á los liberales y á los carlistas, nada prevée; solo cuando la necesidad es apremiante, cuan

Томо 1.

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do los mismos acontecimientos comienzan á arrollarle, es cuando empieza á dar señales de vida.

Manda á Sarsfield, general en jefe del ejército de observacion, traslade su cuartel general á Salamanca, dejando alguna fuerza en la frontera, y le hace despues marchar á Burgos para dispersar los realistas de Merino.

Previene al capitan general de Navarra envie toda su fuerza disponible al jefe militar de Guipúzcoa, á quien envia además algunas compañías el de Aragon.

Al mariscal de campo don Santiago Wall, conde Armildez de Toledo, le confiere el mando de una pequeña brigada, y le ordena establezca su cuartel general en Miranda de Ebro, para prestar desde allí el ayuda que le pida el comandante general de Guipúzcoa; para vigilar toda la línea á derecha é izquierda del Ebro, desde las fuentes de este rio hasta Zaragoza, á fin de mantener el órden en los pueblos de sus riberas y en la provincia de Burgos; para acudir con presteza á donde quiera que estallase una insurreccion de consecuencia, y obrar en conclusion segun las circunstancias, teniendo presentes las bases que se le remitian.

Con más actividad y acierto obraban los carlistas: reunian grandes masas que iban sublevando el país, ocupaban los caminos, interceptaban las comunicaciones, y al abrigo de las montañas iban organizando la resistencia.

Cuando Cristina presentaba una fuerza superior á la suya, no la hacian frente, pero tampoco la dejaban el camino espedito: por todas partes hallaba tropiezos, y se le sublevaban las poblaciones que dejaba á su espalda.

Así se aumentaban los carlistas, haciendo cada vez más inútiles las providencias que en su contra se adoptaban. Llovian órdenes, combinaba el ministro los movimientos sobre el tapete de la mesa, se estendia difusamente en esplicar sus concepciones, y despues de estar el general á quien se dirigian leyendo media hora el plan que se le remitia, se sonreia al ver que una nueva rebelion, un movimiento osado de los carlistas y la falta de tropa, imposibilitaba el cumplimiento de una operacion que constituia la esperanza del gabinete.

Fuera está de duda que, ni éste comprendió aquella resistencia, ni supo hacer uso de los medios que en su mano tuvo para reducirla á un estremo decisivo, ya que no impedirla. Por otra parte, no haremos la ofensa que algunos han hecho á aquel ministerio achacándole no quiso acabar con los carlistas. Tal suposicien es, en nuestro concepto, una calumnia sin fundamento.

PAIS VASCONGADO.

XIV.

Estrabon, Silio-Itálico, Diodoro de Sicilia y otros antiguos, nos presentan á los cántabros como á unos pueblos enemigos del reposo y de la ociosidad, insensibles al frio y al calor, y que toleran con alegría los trabajos más penosos. Y en efecto, examinando el retrato que nos han legado de estos naturales, hallamos poco distintos sus hábitos antiguos de sus costumbres actuales. Hoy les vemos tan sóbrios como en su vida pastoril nos cuentan; y los que eran infatigables y amigos de los ejercicios propios para fortalecer el cuerpo, son hoy incansables y aficionados á los juegos de la pelota, de la barra y la carrera. Sencillos y modestos en su porte, abrigan un corazon valiente y un alma demasiado altiva; y así como se someten gustosos por su voluntad á la mayor servidumbre, sacrificarán su bienestar y su vida antes que someterse á una esclavitud odiada, ó perder su libertad querida. Orgullosos de ella desde sus primitivos tiempos, consideran su más sagrado deber el conservarla, y saben que no es tan fácil arrebatársela, porque se la defiende su suelo. Ejércitos de infieles, que procuraron dominar el país euscaro, le fertilizaron con su sangre, y no por esclavizar á los cántabros, sino para tenerlos pacíficos, pues eran tan temibles enemigos, que tuvo el afortunado Augusto que descender del sólio de la entonces señora del mundo, abrir las puertas del templo de Jano, y presentarse á los indomables vascos dirigiéndoles palabras de paz y de amistad.

Y aun así, los cántabros, salvajes montañeses, no se avenian á tener por amigos á tan ambiciosos huéspedes: siempre en lucha abierta, más ó menos encarnizada, íbase trasmitiendo de padres á hijos con el amor entusiasta por la independencia, el odio implacable hácia los enemigos. Así preferian las madres degollar á sus hijos antes que verlos en manos del contrario (1), y los hijos mataban á su padre cuando le veian cargado de cadenas (2).

(1) César Cantú.

(2) El finés y el vasco son los únicos que se separan de todos los idiomas de Europa. Desde los primeros tiempos históricos se encuentra el segundo en el Mediodía de esta; floreció en España hasta el momento en que los celtas derramaron en aquel país sus toscos dialectos. Confinado en el dia à la Vizcaya, Guipúzcoa y Navarra, conserva en parte su primitiva pureza, monumento de los siglos primitivos. Mientras que en las demás lenguas las raices de las palabras compuestas se unen entre sí para representar unà idea y se convierten en elementos nuevos del lenguaje, en el vasco, por el contrario, permanecen agrupadas en su primitiva integridad,

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