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avanzaban á la bayoneta, les venció La Torre á la cabeza de su reserva, peleando unos y otros con bravura.

La caballería no pudo maniobrar por impedírselo el fango del terreno, y el baron perdió cien soldados de Chinchilla y cincuenta de la Guardia Real de infantería, que quedaron prisioneros, y entre ellos el capitan de caballería Jácome, á quién salvó la vida La Torre, mandándole llevar á que le curasen con esmero.

Lastimado el amor propio del baron, obstinóse en entrar en Guernica, y fué batido por los carlistas, ya fortificados en las casas. Algunos retrocedieron, y otros se apoderaron valientes de la casa llamada de la Antigua, donde se hicieron fuertes; y cuando esperaban socorro del baron, supieron se retiraba con parte de sus tropas hácia Durango, dirigiéndose á Bilbao por los montes las restantes, yendo él á pié por haber perdido su caballo en las calles del pueblo, librándose de caer prisionero por no ocupar su puesto un piquete carlista.

Los de la Antigua quedaron en la mayor ansiedad. En número de ciento cincuenta, y mandados por don Juan Villalonga, hicieron con temerario arrojo varias salidas, se apoderaron de algunas casas inmediatas, recogiendo víveres y los auxilios que necesitaban sus heridos, é hicieron prisioneros á un capitan y once indivíduos de tropa, que con ocho muertos, entre ellos dos oficiales y veinte heridos, completaron el total de la pérdida carlista. La del baron fué de trece de los primeros, inclusos tres oficiales, treinta y nueve de los segundos, y ciento noventa y cinco de los últimos, á quienes, á no oponerse La Torre, hubieran fusilado sus voluntarios, para vengar la muerte de algunos indivíduos de la junta de Castilla, fusilados en Villarcayo por los soldados de Chinchilla. Los prisioneros de la Guardia, antiguos compañeros de armas de La Torre, fueron por éste libertados.

Al comenzar la noche se presentó Zabala en Guernica, y abrazó á su compañero. Este quiso completar el triunfo, apoderándose de la Antigua. Iba á prenderla fuego, y se opuso Zabala, no tanto por compasion á los sitiados, como por estar con ellos sus dos hijas prisioneras, que serian víctimas de sus mismos amigos, y les invitó á rendirse á discrecion. Súpose á este tiempo la llegada de Valdés en socorro de la destrozada division, y no creyendo prudente los carlistas medir sus fuerzas con las superiores que venian, se retiraron con heridos y prisioneros á Artiaga.

Valdés emplea sus tres mil hombres en una persecucion activa é incansable, y corren precipitadamente sus contrarios hácia Cinarrusa, atravesando las montañas de la costa. Aquel escabroso terreno se presentaba á propósito para enfriar el entusiasmo de los voluntarios, que se perdian de intento en los montes, desertando azorados, más por sus

privaciones que por sus peligros. Disminuyóse con esto considerablemente la fuerza perseguida, que se vió precisada á subdividirse en pequeños pelotónes al mando de oficiales espertos. Zabala y La Torre se ocultaron en distinto paraje, con la esperanza de aparecer pronto á dar nuevo impulso á la guerra, si las circunstancias lo permitian; es decir, en cuanto se retirara Valdés. Tal era la fé que tenian en sus soldados y en el prestigio de su causa.

El 26 dejó Valdés á Guernica y el encargo de fortificarla; dirigióse á Durango; dió un dia de descanso á su fatigada gente; continuó sus operaciones, constante en su plan de no dar tregua á los carlistas, quienes al saber su aproximacion á Azpeitia, huyeron por las montañas, teniendo á gran fortuna que se estraviase Jáuregui, que debió haberles salido al encuentro para cortarles la retirada. La ligereza de los fugitivos no impidió que Valdés les alcanzase, dispersándoles completamente, causandoles algunos muertos y prisioneros, y cogiéndoles ciento cincuenta fusiles.

Sin adversarios que diesen la cara, regresó á Durango el 30, derrotando al paso á los tristes restos del batallon que enviara Zumalacarregui en auxilio de Vizcaya y Guipúzcoa.

Tal era el estado de la guerra en estas dos provincias y la de Alava al finar el año 1833.

INFLUENCIA DE ZUMALACARREGUI.

XX.

A la espectativa de la invasion de Sarsfield, parecíale que si tenia el resultado que se ha visto, caerian todas las fuerzas vencedoras sobre Navarra, hallándose con poca fuerza y sin armas para hacer frente á este peligro. A fin de huirle y sus consecuencias, tal vez decisivas contra la causa de don Carlos, propuso. y se acordó, una espedicion á la fértil Ribera, de poblaciones ricas, de donde podria sacar los recursos necesarios. Movióse de la Berrueza, y jefe y soldados marchaban llenos de contento, porque la Ribera era para ellos lo que la tierra de Canaan para los israelitas. Todo lo hubieran arrostrado por llegar á aquel punto, en el que ya se creian saboreando anticipadamente una vida, si no regalada, sin tantas privaciones al menos, cuando un suceso inesperado destruyó sus bellas ilusiones y trocó su porvenir.

Zumalacarregui recibió en Miranda de Arga un oficio de la diputacion de Vizcaya, pidiéndole auxilio contra Sarsfield, que con ocho mil hombres avanzaba, como vimos, á Bilbao, con más prisa de la que su enemigo creyó.

Contra una fuerza tan respetable solo podia oponer Zumalacarregui mil doscientos combatientes, quinientos de estos sin armas. No titubeó, sin embargo, en acudir al socorro demandado, aunque conociendo el disgusto que produciria en su gente el impedirles ir á la Ribera, á cuya inmediacion se hallaba, circunstancia que les facilitaba desertarse; y no queriendo engañarles, les dirigió la palabra en estos términos:

«Navarros: La diputacion de Vizcaya, riendo próxima á perderse la villa de Bilbao, principal joya de su señorío, os llama á toda prisa en su socorro. La Vizcaya dice por el órgano de sus representantes, que ya sabe que sois pocos, y que en gran parte estais desarmados; pero que tambien le consta que todos sois valientes, entusiastas y muy decididos, y que vuestra sola presencia bastará para infundir en sus hijos el suficiente ánimo para vencer a los enemigos que la amenazan. Si despues de invocar de este modo vuestro auxilio, dejáseis de dársele, seríaís, á la verdad, poco dignos de la ilustre patria que os vió nacer; de este suelo llamado por antonomasia el país clásico de la lealtad. Vuestros mismos padres, al saberlo, os negarian para siempre el asiento que antes tuvísteis en su hogar. No es menester, navarros, que me mostreis vuestro cuerpo y vuestros piés, porque con harto dolor veo que estais medio desnudos y descalzos. ¿Pero acaso esto os privará de vencer? No lo creo. Bilbao es una capital rica: si la salvamos, allí tendreis lo necesario; la diputacion me lo promete. ¿Por qué, pues, tardamos en ir? ¡Animo, voluntarios, á las armas! Bien sabeis que el que socorre pronto, socorre dos veces.>>

Contestada esta arenga con los gritos unánimes de «¡á Bilbao, á Bilbao!» mandó al punto desfilar. Aquella tarde llegaron los navarros á Villatuerta, sin faltar uno. Al dia siguiente pernoctaron en Alsasua, á pesar del temporal. Aquí se le presentaron los fugitivos de Vitoria en el más lastimoso estado. Zabala y Uranga aparecieron en los montes de San Adrian. Todos llevaron consigo la consternacion, y la difundieron en Navarra. La magnífica perspectiva de ayer, estaba hoy disipada. El fuego de la grande hoguera se convirtió en humo y cenizas La situacion era crítica, inminente el peligro, y la guerra se consideraba concluida de hecho. Un suceso estraordinario, ó un hombre grande, podia tal vez hacer que renaciese la guerra. No se dió el acontecimiento, pero existia el hombre.

Era Zumalacarregui. Contristóse, pero no se abatió su espíritu. El genio brilla en los momentos supremos con más esplendor: es el sol que luce entre las nubes que empañan el horizonte, y las disipa para ostentarse majestuoso.

Firme y sereno Zumalaca regui cuando todos vacilaban aturdidos, sintióse fuerte, alentando con su ejemplo. La subordinacion y disciplina eran la base de su plan. Sin otra voluntad que la suya, prescribió á

cada uno el cumplimiento de su deber, no necesitó imponerle: la verdadera superioridad se hace obedecer sin mandar; impone.

Organizó los batallones, y repartió los quinientos fusiles y treinta cargas de cartuchos que recibió de Guipúzcoa y Vizcaya.

Reanimóse el espíritu de todos, y se confió en Zumalacarregui, esperándolo todo de él, agrupándose todos en su derredor.

A la situacion que creó Zumalacarregui, contribuyeron con su valor y conocimientos don Bruno de Villarreal, con su obediencia Amusquivar, con su discrecion Lardizabal, y Alzáa (don José Francisco) con su activa cooperacion. Todos llevaron nuevos soldados á Zumalacarregui: todos se identificaron con él en sentimientos: todos juraron nuevamente vencer ó morir.

ACCION DE NAZAR Y ASARTA.

XXI.

Navarra era ya el centro principal de la guerra, y Zumalacarregui su caudillo.

A la junta de Navarra se unieron las diputaciones de Vizcaya y Guipúzcoa, y de comun acuerdo confirieron estas el mando en jefe á Zumalacarregui, participándoselo desde Echarri-Aranaz el 7 de diciembre. No lisonjeaba este cargo al caudillo carlista, porque exigia de él grandes atenciones; pero cuidó de todo, y procuró que las provincias reuniesen sus fuerzas y sostuvieran la guerra de montaña. Dadas para este fin algunas instrucciones, y dirigiendo á los vizcainos y guipuzcoanos una proclama desde el cuartel general de Echarri-Aranaz, dando en ella cuenta de su mando en jefe, y alentándoles á proseguir la empresa con union y constancia hasta colocar en el trono á don Carlos, ejecutó varios movimientos sobre Bacaicoa, Echarri-Aranaz, sierra de Urbasa é Irañeta, que no tuvieron resultado alguno, ya por lo nevoso del temporal unas veces, y otras por lo acertado de los movimientos contrarios, que no impidieron, sin embargo, á Zumalacarregui acampase tres dias en Estella.

Sarsfield, despues de haber tomado en Pamplona posesion del vireinato, salió de la plaza en busca del enemigo. Pernoctó en Puente la Reina, al mismo tiempo que Zumalacarregui ocupaba á Dicastillo, y al saber éste la llegada del virey, trató de esperarle en las fuertes posiciones que median entre aquel pueblo y Morentin; mas Sarsfield en vez de acudir á donde se le aguardaba, tomó el camino más largo, y fué á Estella. Zumalacarregui se dirigió entonces á los pueblos de la Solana, pasó el Arga y marchó á Artajona. Sarsfield le siguió á la Solana, entró de

nuevo en Puente la Reina, donde supo la residencia de su perseguido; corrió en su busca, y se encontró al fin con que despues de tanta actividad, y marchas y contramarchas por espacio de dos dias, estaba á la misma distancia de Zumalacarregui, y en los mismos puntos que al comenzar su pequeña campaña. El jefe carlista estaba otra vez en Dicastillo.

Sarsfield conoció entonces lo que iba á ser la guerra, y se retiró á Tafalla, confiando el mando á Lorenzo, y regresando á Pamplona para no volver á salir. Durante estas operaciones, tuvo lugar en Engui un encuentro entre el 5.o batallon carlista de cazadores de la Montaña al mando de Ibarrola, y una pequeña columna de voluntarios ayezcoanos, algunos carabineros y doce lanceros; y aunque sin importancia la accion y las pérdidas de una y otra parte, la tiene, y grande, el entusiasmo de aquellos carlistas que, á media racion, casi desnudos, y sin la menor instruccion militar, se lanzan al combate, procuran proporcionarse luego tres ó cuatro dias de descanso para arreglarse el calzado, hacer ejercicio, y empezar á instruir en el manejo del fusil á los que cada dia se presentaban.

La retirada de Sarsfield del teatro de la guerra, poco ó nada favorecia á los carlistas; pero lo que sí les perjudicó, dando muy amargos ratos á Zumalacarregui, fué la espedicion que el conde de Ezpeleta, capitan general entonces de Aragon, envió á operar en Navarra á las órdenes de don Marcelino Orráa, gran conocedor del país. Unido á Lorenzo, ambos se dedicaron esclusivainente á perseguir á los carlistas hasta batirlos y aniquilarlos.

Zumalacarregui, que comprendió no podia pasar mucho tiempo sin un encuentro, procuró conducir mañosamente á sus contrarios á un terreno favorable, y habiendo llegado al valle de Berrueza, les esperó en las fuertes y ventajosas posiciones de Nazar y Asarta.

Zumalacarregui tenia confianza en el entusiasmo de su gente, no en su pericia; era bisoña, y comprendiendo lo que hace la inesperiencia militar, dió este importantísimo bando:

«Don Carlos V, por la gracia de Dios rey de las Españas, y en su nombre don Tomás Zumalacarregui, comandante general de Navarra, y en jefe de las tropas de Guipúzcoa y Vizcaya.-Hago saber á todos y á cada uno de los indivíduos de este ejército que, deseando cortar los abusos que acostumbra haber, llegado el caso de un combate, se dictan los artículos siguientes:

1. »Todo voluntario, cabo ó sargento, que volviese la espalda al enemigo sin espresa órden de que le estuviese mandado, será privado en el acto de la vida.

2.0 >> Todo voluntario, cabo ó sargento, que en el acto del combate profiera las cobardes y alarmantes voces que nos cortan..... que viene

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