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cion, pues tambien hubo oficiales que faltaron á su juramento y á sus banderas.

Valdés corrió inmediatamente á salvar á Espartero. Marchó en la noche del 20 á Vitoria y mandó á Benedicto, que con todas las fuerzas de que pudiese disponer volase á Guernica. Lo hizo así Benedicto, á pesar del temporal que reinaba, y al llegar á Durango, supo que Espartero estaba ya en Bilbao. Le habia salvado su intrepidez. Previendo que tardaria el socorro pedido, se propuso bastarse á sí mismo, y despues de rechazar los repetidos y vigorosos ataques de los carlistas por espacio de cinco dias, levantó la guarnicion el 23, favorecido por la oscuridad de la noche, y con el mayor sigilo y burlando la vigilancia del sitiador sacó los enfermos, los heridos y los más im ortantes enseres de la guarnicion; ejecutando este movimiento por el camino real de Bermeo.

A su paso le hizo frente una partida en las inmediaciones de Mundaca, y á la cabeza de veinte caballos, la atacó y se abrió paso. Parecido encuentro con igual resultado, tuvo en Pedernales. En Mundaca embarcó para Bilbao los enfermos y heridos, y se encaminó á Bermeo, que halló ocupado por un batallon carlista. Considerables fuerzas de estos amenazaban al mismo tiempo caer sobre él.

Conoce Espartero que la prontitud asegura comunmente un éxito favorable, y ataca denodado á los carlistas, arrolla sus avanzadas, penetra en las calles del pueblo, y continuó su marcha de noche para mejor engañar al grueso de las fuerzas que ya le acosaba. Sesenta enemigos dejó tendidos en el campo, llevándose treinta y dos prisioneros, incluso el coronel Barrutia, y á las nueve de la noche del 24 entró en Bilbao.

Los carlistas quedaron dueños de Guernica y Bermeo, ó más bien de casi todo aquel país, del que sacaban jóvenes á centenares, con los que iban formando nuevos batallones; pues ya eran pocos los que temian agruparse á unas banderas que veian pasear por dilatados campos y ondear victoriosas en importantes poblaciones.

SORPRESA EN ZUBIRI Y URDANIZ.

XXXVI.

Ocho dias estuvo descansando Zumalacarregui, en los cuales tomó las providencias que conocemos. Al cabo de ellos supo la aproximacion de Oráa, precisamente cuando se ocupaba en proyectar una sorpresa que diera aliento á su gente y la estimulara con el botin que recogiera; y no ocultándosele las combinaciones del entendido Oráa é infatigable Lorenzo, temió; pero al ver que no eran tan acertadas como en un principio supuso, se decidió á llevar á efecto su concebido plan.

Salió de Zubiri, y tomó el camino de Olagüe. A las dos leguas, mandó hacer alto: entresacó cuatro compañías y la de guias, quedóse con ellas, y continuó la division su marcha.

Con las cinco compañías se internó en un bosque, y envió paisanos á cortar las comunicaciones con Zubiri y pueblos inmediatos. Un sagáz espía, que lo era falso de los liberales, informó exactamente á Zumalacarregui de la situacion de las tropas de Oráa. A media noche mandó formar las compañías, que se reunieron á la luz de una docena de robles que ardian erguidos, enteróles de su proyecto, y eligió, y distribuyó á los que debian ejecutarle. El que consideró más apto y se ofreció á marchar el primero fué don José Amezqueta, estudiante, natural de Mendigorría.

El plan era el siguiente: una compañía atacaría á Zubiri, donde acampaba Oráa; otra acometería al mismo tiempo á la venta en que se alojaba la caballería, y las tres restantes entrarian á balazos en las calles y casas de Urdaniz, que albergaban á más de quinientos hombres.

Preparado así todo, se ocultó la luna, y el cielo parecia favorecer el plan con su oscuridad. Se temió la confusion, y que se tirotearan mútuamente los carlistas, más para evitarlo les mandó ponerse la camisa sobre el traje. Ejecutáronlo todos riéndose, y marcharon por ásperos caminos, cuyo peligro aumentaba la oscuridad.

Habian ya dado las dos, cuando casi simultáneamente se rompió el fuego contra Zubiri y Urdaniz. En el primer punto es contestado desde las ventanas de las casas, y los carlistas sostienen animado el tiroteo. En el segundo se trabó formal accion. Acuchillada la primera avanzada, produjo la alarma el fuego de la segunda. Se defienden los liberales, y el zaguan de las casas empieza á ser el campo de batalla. Se apoderan los carlistas de muchos pisos bajos, y cada escalera se convierte en teatro de un reñidísimo combate.

En tanto que esto sucedia en Zubiri y Urdaniz, era presa de los carlistas la caballería, y mataron los caballos que no pudieron llevarse.

Al dar Zumalacarregui la señal de retirada, la emprendieron todos, llevando consigo un rico botin de armas, caballos y prisioneros, á pernotar á Echarren.

Zumalacarregui se apresuró á retirarse, para no añadir á la derrota el insulto de que vieran la poca gente que la habia causado. No se le ocultó por esto al jefe liberal, que emprendió con tenaz empeño la persecucion de su contrario.

Ya éste habia mandado la reunion de algunos batallones en el puerto de Lizarraga, á donde fué atrayendo á su perseguidor, y se detuvo á hacer frente. Pero al llegar Oráa al pie del puerto vió lo inespugnable de la posicion y retrocedió.

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Al ocuparse Oráa del acontecimiento ya referido, da las siguientes esplicaciones (1):

-«Cuando el jefe de estado mayor, dice, dió cuenta á Oráa de los cantones que la division ocupaba, éste desaprobó el alojamiento que se destinó á la caballería, y mandó al único paisano que se encontró en el pueblo á observar la direccion que llevaba Zumalacarregui, para obrar segun conviniese; pero el espresado paisano no solo no volvió, sino que indicó á Zumalacarregui, de quien se supo despues que era confidente, la posicion de Oráa y sus tropas, con lo que los carlistas pudieron fácilmente realizar una sorpresa. El oficial de Borbon que ocupaba la venta, era tambien, segun apareció, adicto á los carlistas, pues no hizo defensa alguna y se entregó en poder de aquellos tan luego como se presentaron. Solo su cobardía ó connivencia, pudo hacerle sucumbir, porque con una pequeña resistencia hubieran sido al momento socorridos por el 6. ligero de infantería, que estaba acantonado á tiro de fusil.»>

Tal hecho de armas aumentó sobremanera el prestigio de Zumalacarregui, que gozó tranquilo de su triunfo.

La guerra iba ya á cambiar de aspecto; pero antes de ocuparnos de ella bajo el mando de Quesada, la seguiremos en sus progresos en el resto de la Península.

CATALUÑA.-ARAGON.-VALENCIA, Y MURCIA.

XXXVII.

En Cataluña se iba organizando muy penosamente la guerra, no por falta de adeptos, sino por la actividad y energía que desplegaba Llauder, á quien los cuidados políticos no le distraian de las atenciones militares, pues á la par que hacia esposiciones á la reina gobernadora contra el ministerio, dirigía los movimientos de las columnas y fomentaba el armamento de la milicia urbana.

Los jefes que le seguian obraban tambien con actividad; pero por entonces se limitaban más bien á contener pronunciamientos, porque eran pocas las partidas armadas que se habian lanzado á la pelea; y las que en este caso se hallaban no eran de mucha fuerza, pudiendo asegurarse que la de más importancia era la que mandaba don Antonio Vallés, de doscientos hombres, á los que batió y dispersó don Antonio Azpiroz el 5 de enero en la masada de la Vail de Navaldó, término de Horta.

Caragol, oculto en la diócesis de Urgel, y á quien protegia el clero, organizaba en secreto su gente y se aprestaba á salir al campo con decididos partidarios.

(1) Memoria histórica de la conducta militar y politica del general Oráa.

El 11 de febrero, en la casa de campo de Soler, sorprendió y rindió el teniente Fornet á una partida de treinta hombres, fusilando á su jefe Paré, y á cuatro más de sus compañeros.

Vilella y Llauger de Piera, favorecidos por las elevadas crestas y si nuosidades de Monserrat, aumentaban su gente que llegó á cien hombres. Salieron de aquellas escabrosidades para proporcionarse recursos en las correrías, y se encontraron en Colbay con un destacamento de cazadores de América, al mando de Gándara, que les ahuyentó. En su fuga tropezaron á su pesar con otra partida en una casa de campo de Salú, donde los sitió é intimó la rendicion. Resistieron esforzados, y la noche favoreció su fuga, á costa de tres muertos, cinco prisioneros y algunos efectos de poco valor que dejaron en el campo. Dispersáronse al huir, y todavía dieron Vilella y Llauger con otra partida, que les mató á dos de los cuatro que les acompañaban, é hirió á uno de ellos.

Plandolit no tenia mejor suerte. Acosado por todas partes, tuvo que refugiarse en Francia, el 13, con su hermano y dos capitanes.

Pajalas y Vila reunieron en San Salvador de Viana doscientos hombres, con los cuales comenzaron á obrar. ·

El párroco de Oiz congregó tambien una partida, aunque no tan

numerosa.

En Madraña, á una legua de Gerona, se organizaban tambien partidas. Lo propio sucedia en la Morera- Tarragona―y en otros puntos del Principado.

Pero existian grandes planes: se aguardaba á Romagosa y á otros jefes, armas y municiones. Sabíalo Llauder, y se propuso desbaratar estos proyectos. Aumentó la vigilancia, y efecto de ella fué el apresamiento en 9 de febrero, por el falucho guarda-costa Pluton, de la goleta toscana Aurora, que conducia á su bordo catorce cañones con sus cureñas, doce barriles de pólvora, granadas, balas y fusiles.

Terrible fué este golpe para los carlistas, que cifraban en el cargamento de la Aurora sus mayores esperanzas, que ya tenian aprestada la gente, que solo contaba con aquellas armas para combatir.

Llauder, en vista de tales resultados, anunciaba, y con razon, que habia concluido con los carlis'as, que reinaba la tranquilidad en todo el distrito de su mando, y que descubriria las conspiraciones que en secrete se fraguaban. Pero al mismo tiempo que tal escribia, se creaban nuevas partidas, y aun en los mismos sitios donde esperimentaran su derrota, se mostraban audaces, desafiando al enemigo, guarecidos tras los árboles ó peñas.

Entonces, sin embargo, iba á comenzar verdaderamente la guerra en Cataluña.

XXXVIII.

En Calanda debió haberse enterrado la guerra del Oriente de España, aquella lucha que iba á derramar tanta sangre é inmolar tantas víctimas; aquella pelea frenética, que tanto baldon habia de imprimir en jefes y soldados y tanto heroismo habia de producir en pueblos y en mujeres; pero no se podia preveer que un subalterno bisoño, fugitivo, y con un puñado de compañeros la hiciera renacer. Hubo un pensamiento y una accion, y esa necesaria unidad en tales ocasiones da asombrosos resultados y vale por mucha gente, porque la verdadera fuerza está en la unidad. La situacion de aquellos hombres era desesperada; la muerte cortaba sus pasos, se les presentaba en todas partes, y al verse tan perdidos, se mostraron heróicos: prefirieron morir matando á ser fusilados, y este arrojo les hizo seguir con las armas.

Pero pronto se vieron sin recursos, encerrados entre breñas, y batidos y perseguidos como fieras, sin que les cupiera el consuelo de buscar una muerte gloriosa en medio de una desesperacion frenética.

Aquella inaccion, aquella zozobra, era peor para Cabrera que una muerte segura. Y resolviéndose á arrostrarlo todo por conseguir algo, salió del barranco de Vallibona el 11 de enero de 1834, marchando á Tortosa para procurarse recursos. El 16 ya estaba de vuelta, como ofreció, despues de resistir tenazmente los consejos de su familia y de sus amigos que le invitaban á que se sometiera á indulto y abandonará su azarosa vocacion. Repartió con Marcoval su dinero, y su jefe le nombró teniente.

Con nuve hombres, tres de ellos armados con palos, se presentó Cabrera en campaña. Esta fué la base de su poder. Marcoval, ó no se atrevia, ó el estado de su salud no le permitia sufrir tantas penalidades.

Cabrera iba á obrar independiente, por inspiracion propia, iba á poner á prueba su genio, ó á inspirarle en las críticas situaciones en que en breve se veria. Quizá de subalterno hubiera solo cumplido con su deber el que de jefe de un puñado de hombres rústicos, indisciplinados y casi sin armas, supo crear un ejército subordinado, con el que amenazó bloquear la capital de la monarquía.

Pero sigámosle con aquellos nueve compañeros haciendo correrías para procurarse el sustento, y consiguiendo en todas algun partidario más, con que aumentó su gente hasta el número de ciento treinta y cinco, acampando en las inmediaciones de Vallibona. Entonces, capitan ya, podia llamarse con verdad jefe de una partida. Pero le duró poco esta satisfaccion. Cuanto más aumentaban sus fuerzas, más disminuian sus recursos, y la falta de ellos, y la persecucion constante que se le hacia,

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