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que le obligó á desistir Lorenzo, persiguiéndole hasta los montes de Alda, donde acampó, y supo que se hallaba entre su perseguidor, Quesada y Oráa; pues el general en jefe habia llegado al valle de Lana, y el último á Contrasta.

En tan crítica situacion, proyecta pasar á la sierra de Urbasa, y creyendo que aun en el estremo á que se veia reducido podria sacar alguna ventaja no solo librándose de sus enemigos, sino sorprendiendo á Oráa, se decide á esta operacion, sin que nada le atemorice. La oscuridad de la noche protegia su atrevido plan. Favorecido por ella y por el temor que el silencio infundia, pasó sin ser sentido, á distancia de me. dio tiro de fusil de las avanzadas de Oráa, y se salvó.

Conseguida la primera parte de su plan, necesitaba para la segunda bajar la sierra por el puerto de Contrasta y caia entonces sobre Oráa. Pero el estado de su gente era un obstáculo invencible; llevaban tres noches sin dormir, y «lo quebrado del terreno y la lobreguez de la noche aumentada con los árboles, por entre los cuales caminaban, oponian tales dificultades, que el soldado durmiendo y andando al mismo tiempo, tropezando aquí y cayendo allí, no viendo ni siquiera al compañero que iba delante, llegó á perder el tino y á descarriarse, en tales términos, que á los cuatro batallones les vino á encontrar el dia estraviados y dispersos. »

Las tropas liberales no estaban menos fatigadas, y al escapárseles Zumalacarregui descansaron.

En uno y en otro bando aquellos pobres soldados estaban siempre en movimiento. Quesada, que creia conseguir ventajas con mostrarse infatigable en perseguir á los carlistas, corria tras ellos desde las márgenes del Ebro hasta la falda de los Pirineos, desde el valle de Lana al de Roncal.

Zumalacarregui, sin embargo, empezó á temer aquella tenaz persecucion que no le daba tregua ni descanso; máxime cuando en mostrarse diligente suele sacarse ventaja..

La guerra se llevaba entonces con todo rigor. A los bandos de Quesada, opuso Zumalacarregui otros, no menos terribles. Por unos y otros se sacrificaban víctimas sin cuento, y se destruia el país, lo cual á ninguna causa favorecia. Bien lo comprendia así el animoso defensor de don Carlos, y dudaba si tal sistema le agradaria, atendidos sus piadosos antecedentes. No tenia la competente autorizacion para obrar de tal modo, pero tampoco, decia, le habia escrito, ignorando su paradero.

De esta verdadera ansiedad le sacó el 11 de abril un vecino de Burgos, disfrazado de arriero, que le entregó en Piedramillera esta carta:

«Mi real ánimo y corazon se hallan dulcemente afectados ha ya muchos dias, al contemplar los heróicos esfuerzos que hacen en favor de la

religion y de la legitimidad de mis derechos, las provincias de Alava, Guipúzcoa, Navarra y Vizcaya, á quienes nombro sin preferencia siguiendo solo el órden alfabético. Mís reales sentimientos manifestados en la alocucion adjunta (1), quiero que se publiquen á la faz del mundo entero: tratad, hijos mios, de reimprimirla con este grande objeto, pues vuestros hechos oscurecen ya el heroismo de los pueblos. Más de una vez os he dirigido mis oficios ó cartas, pero estoy con el sentimiento de que quizá no han llegado á vuestras manos.

>> Digno jefe Zumalacarregui, os encargo que hagais presente mi real gratitud á todos los que mandan las divisiones, y tambien á la junta de esas cuatro provincias. Confirmo cuantos grados militares haya dispensado, ó los que vos y demás hayais concedido, y la autorizo para esto y cuanto sea necesario y oportuno al grande fin que os habeis propuesto, para lo que deposito esta parte de mi autoridad soberana. Trabajad con union, y alejad de vosotros todo espíritu de discordia, y aun los más imperceptibles elementos de division. Fijad solo los ojos en el corazon de Dios, en mí y en la nacion española. Vosotros sabeis lo que conviene á esas provincias en el órden civil y administrativo. Sentado sobre mi sólio, he de conservar sus fueros. Para todo os revisto de la facultad nenesaria y oportuna. Os dirijo tambien el decreto de ley penal (2) que he mandado publicar, con el objeto de prevenir las violencias del gobierno usurpador. Como no se pueden multiplicar escritos, vos, el mariscal de campo de mis ejércitos, don Tomás de Zumalacarregui, pondreis en conocimiento de la junta y demás jefes militares, toda esta mi soberana voluntad. A los oficiales, soldados y pueblo, manifestareis mi amor. Obrad con prudencia, si, pero con desembarazo, porque hijos tan amados por sus virtudes, deben proceder con libertad, pues tienen á su favor todo el lleno de la voluntad de su padre. Este es el concepto bajo el que me habeis de mirar, y la preciosa joya de mi corona. Si alguna vez fuera conveniente conceder gracias á los jefes y demás de la reina viuda, todos teneis mi autoridad.-Palacio de Villarreal, 18 de marzo de 1834.-Carlos, rey de España.»

Esta carta causó á Zumalacarregui el mayor placer que dijo haber esperimentado en su vida. Desde entonces nada le importaba esta, ni ciento que tuviera. Creyéndose superior á todo, publicó su proclama del 20 (3).

(1) Cárlos V á las inmortales tropas de las provincias de Alava, Guipúzcoa, Navarra y Vizcaya.

«Soldados: enagenado de vuestro heroismo os dirijo mi voz paternal. Yo me envanezco, y muy justamente, de que el cielo me haya destinado à regir unos pueblos de héroes: habeis oscurecido la gloria de los defensores de las Termópilas: la Europa entera admira vuestras virtudes: España os bendice, y yo estoy preparando los laureles con que algun dia he de coronar vuestras sienes victoriosas. Las viudas é hijos de vuestros compañeros sacrificados en el campo del honor, serán acogidos bajo mi manto de piedad. Soldados; sabed entretanto que os mira como á la joya mas preciosa de su diadema, vuestro rey.-Palacio de Villarreal, 8 de marzo de 1834.-Cárlos rey de España.»

Al dia siguiente dirigió otra á los aragoneses, véase documento número 53.

(2) Véase el documento número 54.

(3) Soldados: El genio del mal os arrastró inconsideradamente hasta poneros en el borde del

Todos participaron de su entusiasmo. ¿Cómo agradecer aquella fidelidad, aquel cariño de los que se consideraban pagados con unas palabras de amor? ¡Cuántos sacrificios no debia don Cárlos á aquellos valientes!....

La junta gubernativa de Navarra, dejándose llevar del entusiasmo de todos, publicó un indulto general para los defensores de Isabel II, que se presentaran tambien en el término de 20 dias (1).

ATAQUE EN LA VENTA DE ALSASUA.

XLVI.

La guerra en Navarra presenta un interregno, pero corto. Descansan los combatientes para más cansarse: dan tregua á sus esfuerzos, para hacerlos mayores; al derramamiento de sangre, para que corra luego más abundante; á los horrores, para aumentarlos.

Marcha en este período Zumalacarregui al Baztan para uniformar el primer batallon con el vestuario que mandó hacer la junta.

Sin perder tiempo vuelve á la merindad de Estella, y se aloja con el mismo batallon en Echarri-Aranaz.

precipicio: su objeto reducido tan solo á armar españoles contra españoles para llevar adelante sus atroces planes, únicamente se complace en abrir nuevas heridas sin haberse todavía cicatrizado las profundas que dejó el aciago tiempo del sistema constitucional. Cuando las naciones estranjeras trataron en diferentes épocas de imponer el yugo de la servidumbre à la heróica España, convencidos de que sus esfuerzos no podian superar el valor de sus naturales, se valieron del mismo inicuo medio que hoy emplea la revolucion: desengañaos; en el día todo se dirige å igual fin: reflexionad por un momento y fijad la vista en vuestra patria, haceos cargo de cuanto en ella pasa y vereis que el número de los que aman á Cárlos V, es infinitamente superior al de los que quieren à una niña, que no cuenta con mas apoyo que el de unos hombres constantemente avezados con la relajacion y el desórden. Convenceos que sobre hallarse agena de derecho al trono, esos mismos que figuran defendérselo están muy lejos de pensar en la estabilidad de un gobierno monàrquico. No lo dudeis: siempre han sido enemigos de la monarquia, y es imposible que ahora puedan ser sus defensores. Volved pues del error en que os hallais: nuestro católico monarca Cárlos V, ama á to'os los españoles como á sus mas tiernos hijos, y su corazon paternal no puede sufrir el amargo dolor que le causa verlos bañados en sangre. Deponed esas armas, retiraos à vuestras casas y allí dedicaos tranquilamente à vuestros trabajos; y si pensais no hallar en ellas seguridad, venid á las filas de la lealtad donde sereis recibidos como hermanos. Yo os prometo en el real nombre del rey nuestro señor y en uso de las régias facultades que se ha dignado conferirme con fecha 18 de marzo último, que sereis indultados por el crímen en que algunos habeis podido incurrir, en haber tomado voluntariamente las armas contra su soberanía, con tal que lo verifiqueis en el término de veinte dias: esta promesa es sagrada é inviolable; aprovechaos de ella, y de este modo, libre la patria de los males que la estais causando, recobrará su tranquilidad y volverá á ser admirada de la Europa entera. Cuartel general de Elizondo, 20 de abril de 1834.-El comandante ge neral en jefe de Navarra y Guipuzcoa.-Tomás de Zumalacarregui. J(1). Véase, número 55.

Quesada, que habia marchado á Vitoria, salió el 21 de abril con su division para Navarra, conduciendo de paso 500,000 reales para el ejército. Pernoctó en Salvatierra, y al saber Zumalacarregui su direccion á la capital de Navarra, reunió las fuerzas de Uranga y Villarreal, y se preparó á atajarle el paso, emboscándose en los puertos de Ciordia y Olazagoitia.

Al punto conoció Quesada el intento de su enemigo: el compromiso era grande, la posicion crítica, y sin tiempo para grandes combinaciones ni elevados pensamientos, obró como creyó lo requerian las circunstancias, y prévia una reunion de jefes, dispuso atacase la vanguardia para que el convoy, la artillería y caballería se dirigiesen por la izquierda á pasar el rio cerca de la venta de Alsasua, por un puente improvisado de carros. Su propósito era tomar el camino de Segura; y para ello habia pasos peligrosísimos que era preciso salvar, necesitándose entre

tener á los carlistas.

Pero si conoció Quesada el plan de Zumalacarregui y trató de burlarle, otro tanto sucedió á éste.

dio

Comenzado el combate en aquellas posiciones, no habia más remeque proseguirle: los liberales no podian retroceder ni estar quietos. En tal apuro, su primero y principal cuidado era salvar el convoy y adelantarlo á Segura, donde, segun queda dicho, estaba el puerto de su salvacion; más no era esto posible sin hacer frente á los carlistas, que favorecidos por el terreno, y el número, se mostraban cada vez más osados é impetuosos. Así pusieron en inminente peligro á la brigada, y ocasionaron pérdidas considerables á los liberales, concretados á la defensiva.

Las tropas de Quesada con el agua á la cintura tuvieron que vadear dos arroyos crecidísimos; pero su deseo de llegar á Segura no les hizo reparar en sacrificios.

En Alcuruceta les salieron los carlistas al encuentro. Tomaron los contrarios posiciones en Ezagarete, y trataron de conquistar lo perdido en Alsasua; más solo consiguieron, y no fué poco, despues de una pelea tenaz, contener al atrevido enemigo, y entrar por fin en la anhelada Segura, no sin contar de menos en sus filas unos ciento cincuenta hombres, delos que ochenta y cuatro quedaron prisioneros, y entre ellos, el malogrado don Leopoldo O'Donnell, Villalonga, Clavijo y Bernard, que no lo hubieran sido estos jefes sin la cobardía de sus soldados, que se resistieron á hacer uso de las armas al aspecto del enemigo.

Este perdió doscientos hombres, entre muertos y heridos, contándose entre estos Villarreal y Goñi.

Quesada culpó á Lorenzo, por no haber cumplido debidamente sus órdenes de 31 de marzo y 4 de abril, segun las cuales él y Oráa debie

Томо 1.

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ron haberse hallado en Alsasua, donde temió Quesada con exacta prevision ser atacado; pero ya recibiera Lorenzo avisos de Armildez de Toledo, en que le participaba peligrosos movimientos de los carlistas, que exigieron su ayuda, y se la prestó, no pudiendo de este modo obedecer lo que le prevenia el general en jefe, ó ya no quisiera obedecerle, como nos manifiestan algunos, es lo cierto que no ayudó á Quesada como éste esperaba, confiando en su ayuda para obtener un triunfo de valía.

Fué de mérito la retirada de Quesada hasta Ezcarate.

De Segura marchó á Villafranca de Guipúzcoa; y sin detenerse más que á tomar algunas disposiciones, y escribir á Lorenzo para que acudiese hácia Huarte Araquil, salió para Pamplona el 26 y llegó el 27.

Lorenzo ocupaba el camino de Pamplona hácia Asiain ó Ibero.

El 30 salió el general en jefe de la capital de Navarra y pernoctó en Puente la Reina. Oráa y Lorenzo estaban situados, el primero en Obanos, y el segundo en Cirauqui: aquel más cerca de Pamplona, éste más lejos y formando la vanguardia.

Zumalacarregui desde Eulate dió el 24 una órden general á sus soldados en la que felicitándoles, y especialmente al 1.o de Navarra, por la pelea de Alsasua, les advertia que en los combates era peligroso quedarse á despojar los cadáveres, porque descuidando el soldado su principal deber y abandonando su formacion, se espone á morir: «para ser héroes, les decia, es preciso en semejante caso despreciarlo todo, y solo atender al esterminio del enemigo. Generalmente suele acontecer que los valientes más avanzados siguen en la lucha, y los que vienen atrás en vez de ir á ayudar á los primeros y reforzarlos, se entretienen en coger los despojos; y esta conducta, aunque un poco difícil de remediar, es tan fea, que los oficiales, sagrado depósito del honor de los cuerpos, que no lo remedien con firmeza, serán indignos de pertenecer á su clase....>> Esperaba de ellos impidieran tamaño mal, y que una compañía ó un batallon despues de cada combate recogiese el botin para distribuirlo. «En las funciones de guerra, he notado, añadia, que muchos dan voces descompasadas pidiendo fuerzas: aquí la caballería, allí la infantería, y otras especies que solo sirven para que se aumente la confusion;» censura tal inconveniencia y la prohibe al soldado; así como el que dispare el fusil á larga distancia que, sobre gastar más municiones, anima al enemigo y ofende á los compañeros más avanzados, por lo que encargaba al oficial ó sargento que notara esa falta, matara al que la cometiese. Recomienda el cuidado en conservar los fusiles y acaba enumerando los ascensos que concedia.

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