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co y aquí se le unió la columna de Carrera; el 8 en Villaro la de Jáuregui. Con todas se dirigió el mismo dia al valle de Arratia, auyentando al carlista hácia la costa, para volver otra vez al centro. Era suyo el país, y enemigo del liberal, y como tal le trataba éste adoptando á veces medidas terribles (1).

Con ánimo de atacarle fué el 10 á Ereño, en combinacion con trescientos hombres que dispuso salieran de Bilbao, por mar, dirigiéndose á Bermeo y Lequeitio. El carlista que supo ó adivinó esta combinacion, la eludió. El plan de Espartero quedó destruido.

El 14 se peleó en Santa Cruz de Vizcarguiz: el resultado fué variar de posiciones y matarle á Espartero su caballo.

No fué tan estéril lo sucedido en Urigoiti. Presentóse ocasion á Espartero de sorprender á los carlistas que protegian á la junta de Castilla que estaba organizando un batallon; se emboscó en Urigoiti á donde llegó por sendas tortuosas, despues de un simulado movimiento desde Llodio, y al salir confiado el carlista de la poblacion, cayó sobre él, le batió, le dispersó y le hizo dejar en el campo unos cien muertos, entre los que se contaba el canónigo de Burgos, Zeiza, presidente de la junta de Castilla, otro eclesiástico, tres oficiales superiores, dos capitanes y varios jefes subalternos. Algunos indivíduos de la junta que cayeron prisioneros, fueron fusilados. Los demás y sus heridos, los dejó Espartero en Bilbao, á donde entró el 8 de junio. Perdieron además doscientos treinta y tres fusiles y otros efectos.

El 10 salió de nuevo para el valle de Arratia en busca de La Torre, Luqui, Olivares y Ochoa, que se retiraron á las alturas de Obidia. Las lluvias impidieron á Espartero perseguirles, y se detuvo en Ceanuri.

Al dia siguiente fué á Durango, donde se reunió con Carrera y Ozores.

Animado el carlista se dispuso á tomar la ofensiva; pero no secundó Zabala los deseos de La Torre, y se separó con disgusto de aquel, que hubiera querido vengarse. La Torre por su parte pudo haber dejado batiesen á Zabala, pero tenia en más el interés de la causa que el personal, y detuvo algunas horas la marcha del liberal interponiéndose en los cerros de Areitio con solo mil cien hombres; pequeñez de número que desaparecia ante la grandeza del entusiasmo escitado por la arenga que les dirigió La Torre, manifestando en ella á sus soldados lo que le habia sorprendido la conducta de Zabala, que la consideró hija de refinada mala fé, de incalificable cobardía. Lo fué, en efecto, y se estrañó en Zabala.

(1) Véase el documento número 56.

De aquí provino la desunion de estos jefes, que ocasionó más adelante el estrañamiento de La Torre del país, por las instigaciones de Zabala y Valde-espina, que supieron ser mejores cortesanos que militares.

Origináronse graves disgustos, y hasta el mismo Zumalacarregui estuvo sentido de Zabala, que ni quiso someterse á sus órdenes, ni ponerse de acuerdo con él. ¡ Funesto precedente, que ocasionó más adelante turbulencias!

El 13 Espartero atacó y volvió á batir en Santa Cruz de Vizcarguiz á los carlistas vizcainos, y al siguiente dia en las alturas inmediatas á Hermua, auxiliando al enemigo parte de la fuerza guipuzcoana. Volvió á batirles el 1.o de julio en los altos contiguos á Elorrio; pasó el 10 á fortificar á Bermeo, de real órden; sorprendió en Baquio una partida haciéndola catorce prisioneros, y el 16, dejando á Bermeo en regular estado de defensa y guarnecido, marchó rápidamente á Navarra con sus dos mil quinientos hombres.

CATALUÑA.

PARTIDARIOS.

LVIII.

Los proyectos belicosos de los catalanes se dirigian con acierto, y la guerra se preveia como un acontecimiento seguro, sin que hubiera medios posibles de conjurarla, á no ocupar militarmente todo el Principado, cosa imposible en aquellas circunstancias.

Plandolit, estimulado por las sugestiones de sus amigos (1) y aun por las de don Cárlos, repasó la frontera y se le vió nuevamente en campaña; llevando al campo de batalla su valor, su entusiasmo y el algun prestigio de su nombre.

Vilella se presentó en Chisquer con una partida de cincuenta hombres. Procuró aumentar su gente, y en el ínterin tuvo varios encuentros con la tropa y los urbanos, siendo el más notable el habido en las alturas de Cambrils. Allí, por defender unos aquellas formidables posiciones y conquistarlas otros, se peleó con feroz empeño, y tal, que siendo ya la distancia un estorbo, la acortaron por luchar cuerpo á cuerpo, empleando únicamente la bayoneta. Huyeron los carlistas y quedó el liberal dueño del campo.

(1) Véase el documento número 57.

Las pérdidas no correspondieron afortunadamente á lo encarnizado del combate; apenas se contaria una docena de muertos. Fué mucho mayor el número de los heridos, entre los que se hallaba Tristany.

Era éste canónigo de Gerona cuando Galcerán se pronunció. A poco se presentó en Monistrol para blandir las armas que empuñara en 1822, y en las inmediaciones del convento de Monserrat se puso al frente de una partida que la aumentaba con su influencia.

TRISTANY.

LIX.

Don Benito Tristany (mosen Benet) nació el 6 de marzo de 1794, en una casa de campo en las inmediaciones de Ardebol. Con el sacerdote del pueblo, estos maestros obligados de la juventud de las aldeas, recibió la primera educacion, y en Solsona los primeros rudimentos de latinidad y estudios superiores, no demostrando su imaginacion ardiente y su genio inquieto y bullicioso, grande aficion á los estudios y menos á la teología moral; pero siguió la carrera eclesiástica, y á los veinte y cinco años de edad fué ordenado de presbítero. Tres años despues trocó la Iglesia por el campamento, el báculo del pastor de Cristo por la espada del guerrero, y el 17 de mayo de 1822 entró en Solsona aclamando al rey absoluto y reclutando gente.

Militó con varia fortuna, cometió escesos, se le formó causa por ellos á instancia del baron de Eroles; mas le favoreció la reaccion, fué puesto en libertad, y se le volvieron las licencias de celebrar: aquellos defensores de la religion no reparaban en la impureza de las manos de muchos de sus ministros. La guerra de partido se consideraba como de religion, y las víctimas que hacia un sacerdote, la sangre que derramaba de compatriotas y de cristianos era tan aceptable á sus ojos, como si se tratara de inmolar á los idólatras israelitas, que, olvidando al verdadero Dios, adoraban al becerro de oro.

Vino á Madrid á demandar una gracia en obsequio de su monarquismo, y consiguió una canongía en Guisona, ascendiendo en 1826 á otra en la catedral de Gerona, donde fué mal recibido por el cabildo, que conocia sus malos antecedentes morales, y palpaba su insuficiencia intelectual. Le dispensaron por lo tanto de asistir, y sin que creyera lastimado por esto su decoro, fijó su residencia en Barcelona.

Cuando, segun ya hemos dicho, se pronunció por don Cárlos, le nom, bró éste mariscal de campo, categoría que creyó corresponder á la dignidad del canónigo Tristany.

En este empleo, y militando, se hallaba en su centro, y veia colma→

TOMO I.

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dos sus mayores deseos. Entusiasta defensor del carlismo, estaba dispuesto á hacer por la causa que abrazaba hasta el sacrificio de su vida. Hombre de pequeños alcances, pero de grandes pasiones, si no con su inteligencia, era útil á la causa carlista por su entusiasmo y su prestigio, porque le tenia y grande entre sus crédulos paisanos, á quienes favorecia. Rebajándole á veces sus vicios al nivel del vulgo, formaba parte de él, y se captaba así esa especie de simpatía de compañerismo, que tanto le favoreció en muy críticas circunstancias.

De esta manera pudo conseguir las ventajas que en vano procuraron otros con más genio: conocia además Tristany á sus paisanos, y modelaba su conducta á la conveniencia. Por esto no hemos de ver nunca en Tristany al militar, sino al partidario, al inquieto jefe de un bando de insubordinados descontentos, pero que eran valientes y le seguian por do quiera. El los halagaba, y ellos le defendian.

ACCION DE MAYALS. SUS CONSECUENCIAS

LX.

Lo que sucedia en Navarra estimuló á los principales conspiradores de Cataluña para pensar en hacer el último esfuerzo y conmover todo el Principado. Comienzan por disponer los ánimos de sus adeptos, y cuando ya no era menester más que convocarles, envian una comision á Carnicer para que, aunque no fuera más que con una pequeña division, pasara el Ebro y acampara hácia Tarragona, para proteger el alzamiento de los habitantes de su campo.

Importante era la presencia de Carnicer en el Maestrazgo; pero lo era aun más en el sitio á donde se le llamaba, porque conseguido su objeto, ganaba mucho su causa, y con las fuerzas de Cataluña se darian la mano las suyas y se auxiliarian mútuamente. Decidióse, pues, Carnicer, y emprendió la marcha.

Don José Carratalá, comandante general á la sazon de Tarragona, en cuanto supo este movimiento comprendió su objeto. Don Manuel Breton, tambien comandante general de Tortosa, se puso de acuerdo con Carratalá, y éste, con su columna y los urbanos de Reus y otras partes, salió en busca de Carnicer, y le halló en Mayals.

Era el 10 de abril, cuando Carnicer se situó en las ventajosas posiciones de unas alturas inmediatas al pueblo. Cabrera, que guiaba la vanguardia, se situó en el lugar avanzado que le correspondia. Quilez y Miralles mandaban las alas derecha é izquierda; la primera apoyada por la caballería, Carnicer dirigia el centro.

Carratalá colocó tambien su gente: las fuerzas de ambos estaban equilibradas. Así que, ninguno temia, todos esperaban.

Los urbanos de Porrera, Falcet y Flix y tiradores de Tortosa, rompieron el fuego. Las valientes guerrillas de Cabrera les contestaron. Atacadas por Carratalá las alturas, la accion se hizo general. No habia quien avanzase ni perdiese terreno, y el combate se sostenia ordenado. Bisoñas tropas se batian como veteranos: estendido el fuego por todas partes, se formalizó la pelea.

Para decidirla reforzó Carratalá sus guerrillas: Cabrera no pudiendo hacer lo mismo, se replegó al centro. La lucha se empeñó más entonces. En este momento, Breton, con grande arrojo, ataca con su caballería á la derecha carlista, que defienden en vano los caballos que la apoyaban, pues si bien resisten con valor, ceden al fin á las cinco de la tarde á la superioridad de los liberales, que rompen el ala con una impetuosa carga, y dispersan á la caballería carlista que huye despavorida, sin que puedan contenerla los denodados esfuerzos de Cabrera.

La derrota del ala derecha decidió la accion: Carratalá hizo el último esfuerzo, y la victoria fué completa. Los vencidos ofrecieron rasgos heróicos de valor. Cabrera peleó personalmente á culatazos contra la caballería liberal.

A trescientos muertos y setecientos prisioneros ascendió la pérdida de los carlistas, amén de su prestigio, quedando inutilizados los bien fraguados planes de los que se proponian organizar la guerra en Cataluña. Sobre veinte mil hombres, dicen, y es creible, que se hubieran declarado por don Cárlos si Carnicer triunfa en Mayals. Calcúlese, pues, la importancia de esta victoria, que salvó toda aquella parte del Principado. El liberal perdió unos cien hombres.

Foxá y Nogueras contribuyeron á aumentar las pérdidas del bando carlista, retirando las barcas y ocupando los vados desde Mora á Caspe.

A Carratalá pertenecen los laureles conquistados en los campos de Mayals; á Breton la parte de gloria que conquistó deshaciendo con su carga el ala derecha, y á Nogueras que fueran más desastrosos los resultados.

Si no se hubiera retirado de la orilla del Segre un destacamento colocado en ella de órden de Carratalá, hubiese perdido Carnicer el resto de su fuerza en aquel punto, á donde acudió y por el cual pasó á Aragon, habiéndose apoderado en Cinco Villas de una barca. Pero se temió un pronunciamiento en Lérida, y fué allí el destacamento.

Carnicer, al hallarse en Aragon, se encontró en el estado más lastimero: ya le seguiremos allí.

Unos doscientos cincuenta á trescientos dispersos de las tropas de Carnicer que quedaron en Cataluña, se unieron á las partidas del Ros de Eroles y otros, que recorrian por entonces los territorios de Orgañá, Riana, Cambrils, Monjol y sus inmediaciones montañosas, donde reclu

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