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taban gente y hallaban seguro asilo contra la activa persecucion que se les hacia; pues Colubi en Sierra Seca y Coll de Baix, Llauder en su marcha á Igualada, y otros jefes, tuvieron encuentros, aunque no decisivos, porque en todos se retiraban los carlistas.

Los urbanos operaban tambien infatigables, y se mezclaban con el ejército y se batian como él. Ante el entusiasmo de la causa que defendian, y la profundidad de sus convicciones liberales, les importaba poco las privaciones y penalidades de la campaña, y lo arrostraban todo alegres, corriendo voluntarios á batirse.

Importante era su cooperacion, porque las partidas crecian en número y audacia, si bien salian mal paradas en casi todos los encuentros. Así sucedió al Llarch de Copons en el que tuvo, de cuyas resultas huyó hácia Manresa.

INDISCIPLINA DE LOS CATALANES.

LXI.

Tristany, confiado en su prestigio, mejor que hacer correrías, trató de hacerse fuerte en Camps, y fué ahuyentado. Todos estos fugitivos se fueron retirando á la alta montaña, que les ofrecia más seguro asilo. No lo era para otros que, como Boquica y Muchacho, se retiraron de las inmediaciones de Berga, y llenos de pavor pasaron la frontera y aguardaron en terreno francés ocasion propicia de trasponer el límite que franqueaban sus deseos.

Por entonces todo eran derrotas para los carlistas, y una y otra vez eran batidos y perseguidos Tristany, Eroles, el albeitar de Biosca, el Llarch de Copons y otros. Combinadas las columnas liberales, hacian verdaderas batidas hasta en lo más fragoso de los montes, cuyo terreno conocian bien los urbanos. Por esto cuidaba Llauder de fomentar esta arma poderosa.

El mismo capitan general salió á campaña á destruir aquellas partidas, guarecidas en los distritos de Manresa, Solsona y Berga. Solo en este punto, á favor del terreno, hacían correrías y presentaban el rostro á los urbanos y partidas de tropa que por do quiera les acosaban y deshacian, dejando en su poder alguna presa, que recibia por lo general la

muerte.

Refugiábanse unos al valle de Andorra, esa república que pasa una existencia tranquila á la sombra de España y Francia; otros se guarecian en ese reino; pero todos se aprestaban á volver con nuevos brios al patrio suelo. Cuando el Muchacho salvó la frontera por Osejo y Erz, vino el Ros de Eroles á sustituirle; y el vacío que dejaron Pujades, Sa

baté, Chabasca, Grabat de Llinas, Guardiola, etc., muertos en accion unos, y fusilados otros, le llenaban nuevos jóvenes audaces; pero medían sus armas con otros que lo eran tanto, y así en toda la primavera de este año no pudieron contar los carlistas de Cataluña más que desastres.

En el Principado no faltaban al partido carlista elementos ni soldados valientes y entusiastas, pues rayaba en heroismo el valor de muchos; de lo que se carecia era de un hombre entendido, y de una cabeza organizadora como la de Zumalacarregui. Tal hombre hubiera subordinado aquellas partidas de insurgentes catalanes, con las que no se podia combinar ningun movimiento, porque no habia quien, siendo superior, se hiciera obedecer de todos. Añádese á esto que muchos jefes atendian más á su particular interés que al de la causa. Obraban sin concierto y aisladamente. Así eran batidos de contínuo, y resistian con el temerario heroismo del valiente, no con el subordinado valor del soldado.

Los partidarios catalanes, consecuentes con su carácter, no echaban de menos esa autoridad que necesitaba la causa; estaban contentos obrando heterogéneamente. Habia, sin embargo, algunos, y eran los verdaderos carlistas, que se condolian de aquellos desórdenes, y para atajarlos, espusieron á don Cárlos la situacion de sus defensores en Cataluña. Acudióse prontamente al remedio, y se nombró jefe del Principado á don Juan Romagosa. Y para que diera prestigio y autoridad á la causa, y entusiasmara á sus defensores, se dispuso que el infante don Sebastian, que habia jurado á Isabel, se pusiera al frente del carlismo, en Cataluña, y á este efecto marchó á Barcelona.

Caminando entre el temor y la duda, luchando con su conciencia y sus convicciones, con el deber y el respeto, aguijoneándole en su juventud la esperanza de la gloria, llegó el infante á la capital del Principado, despues de haber dado el último adios á la córte, que aun habia de ver otra vez presentándose á sus puertas como conquistador, y sin traspasarlas.

DON SEBASTIAN.

LXII.

Llauder no ignoraba la tempestad que se conjuraba sobre el distrito de su mando, y evocó todos sus recursos y todas sus fuerzas para hacerla frente. Acogió al infante con benévola cortesanía, y le hospedó en su palacio: así podia ser su huésped y su prisionero.

Cuando los proyectos carlistas iban madurando, y la misma comitiva del infante no cuidaba de ocultar sus sentimientos que «producian una

» natural irritacion en el pueblo,» habló Llauder á S. A., y le habló como capitan general de la reina, y como obediente á sus órdenes. Su energía contuvo al infante, y fluctuando en sus sentimientos, su madre, la de Beira, dispuso de su voluntad.

A poco tuvo que salir don Sebastian de Barcelona.

Llauder prestó en esta ocasion un importante servicio á la causa liberal.

Por entonces, agosto, hace dimision de su empleo: no se le admite, y es nombrado capitan general del ejército del Norte; pero la aparicion de Romagosa y el descubrimiento de sus proyectos, fueron bastante estímulo para quedarse á evitar una guerra tanto ó más terrible de la que pretendian fuera á sofocar.

ROMAGOSA.

LXIII.

Nombrado Romagosa, como dijimos, comandante general de Cataluña, marchó á Génova, fletó un bergantin sardo, y arribó el 12 de setiembre á las playas de San Salvador y punta de Bará, burlando la vigigilancia de los cruceros españoles y franceses. Saltó á tierra, y se escondió en la casa del párroco de Selma, donde se ocupó en el desenvolvimiento de los pormenores del gran plan que traia.

A los cuatro dias, el 16, cayó en poder de Llauder, que, noticioso de su llegada tomó tan acertadas providencias, que hasta le cogió su equipaje con unas 250 onzas de oro que le restaban de las que le dió el rey de Cerdeña, decidido auxiliar de don Cárlos. Este mismo monarca que dió en 1834 su oro para combatir la libertad de España, perdió en 1848 corona y vida por conquistar la de su patria.

Romagosa fué conducido á Igualada, y fusilado con otro. Se le ocuparon documentos de interés, proclamas, y el plan de la vasta insurreccion que iba á tener lugar del 19 al 20.

En Lérida fué fusilado al mismo tiempo don Ramon Aldama, otro de los futuros jefes del pronunciamiento general preparado.

Se frustraron por el pronto los planes de Romagosa; pero no fueron esterminados los carlistas que, á pesar de la enérgica actividad de Llauder, hacian correrías, engrosaban su gente, iban organizando una resistencia desesperada y empezaban á regular la guerra.

DERROTAS.

LXIV.

Don Agustin Saperes, que tan importante papel representó en 1827, aparece de nuevo en el Principado como mariscal de campo: sitúase en Basora, ordena un somaten general, y reparte con alguna profusion ochentines del rey Cárlos Alberto, diciendo á los crédulos campesinos, que eran las nuevas monedas de Cárlos V.

El comun peligro hace se le unan el Ros de Eroles, Tristany, Montaner, Llauger y el Muchacho, formando todos un total de trescientos hombres. Dirígense el 28 de octubre al Prat de Llusanés, de cuyas calles les arrojan los urbanos, y acometen al paso á otros. Les persiguen los gobernadores de Manresa y Vich, y el comandate de Sallent, que les alcanzó cerca del Moyal, y el gobernador de Manresa, que les llevó en retirada hácia Matamargó.

La destruccion del plan de Romagosa les perjudicaba en estremo; pero ya estaba Saperes en campaña, y era preciso hacer cuanto estuviera de su parte.

Llauder corrió á su encuentro, y se trasladó á Manresa, adoptando enérgicas y acertadas providencias, y estableciendo una línea desde Borradas por San Jaime de Montaña y la Pobla de Lillet, hasta Coll de Fou. Vió que no era posible una accion, y trató de reducir á su contrario estrechándole, para obligarle á caer en sus manos ó á huir.

Así termina el mes de octubre y parte del siguiente, en el cual Targarona con sus doscientos hombres, sin conseguir su objeto de aumentar su gente, á pesar de su actividad y esfuerzos, tiene que abandonar la parte de Nuria y refugiarse en Francia.

El Muchacho, estrechado en Casella de Nach, debe su salvacion á los precipicios en que se arroja, y traspone el Llobregat.

Saperes aparece en la montaña para desaparecer á poco.

Boadella y Tradera es fusilado con otros que apresaron los urbanos de Santa Coloma de Farnés, en el corregimiento de Mataró.

Tristany es batido el 26 de noviembre, y se acoge á su cuartel de la ermita de San Salvador en las cumbres de Monserrat.

Y en fin, las partidas de los límites de Cataluña hácia Aragon, no eran más afortunadas. Azpiroz, Colubi, y otros jefes, no les daban tregua ni descanso.

NOMBRAMIENTO DE LLAUDER DE MINISTRO DE LA GUERRA.

LXV.

Llauder podia vanagloriarse de los resultados que obtenia. La córte conoció de una manera exacta que era un liberal decidido, activo é inteligente; y en su consecuencia, le nombró ministro de la Guerra, en 2 de noviembre, cuyo decreto recibió por estraordinario en Manresa.

La parte liberal de Cataluña recibió con sentimiento esta prueba del favor de la Gobernadora hácia su capitan general; se lamentaba del abandono en que iba á dejarles, y los procuradores catalanes le manifestaron desde Madrid el 3, haber sabido con dolor su nombramiento, porque su presencia sostenia en el Principado el espíritu público, y su persona le vigorizaba, rogándole por esto no aceptase el ministerio.

El gobierno, sin embargo, le apremiaba, y con reserva del mando de Cataluña, vino á Madrid el 3 de diciembre, recibiendo antes lisonjeros testimonios de los catalanes.

Con la ausencia de Llauder se propusieron cobrar aliento las acosadas partidas; pero si faltaba el jefe principal, quedaban otros, algunos de los cuales le igualaban en buenos deseos, actividad é inteligencia.

Santocildes, que quedó en el mando interino del Principado, y los jefes subalternos Colubi, Azpiroz, Van-Halen, Churruca, Martí y otros consiguieron en este último mes del año triunfos más o menos importantes, ya apresando á partidarios que fusilaban, como lo fueron en Vich el 7, Turó, Prats, Camps y Marqués, ya batiendo á Vallés, Montañés, Paraceite, Guerista y Chambonet, contra los que dispusieron una batida, que dió por resultado dejar sin vida cuarenta hombres, y entre ellos Paraceite y Guerista, quedando veinte y seis prisioneros, incluso Vallés, que fué fusilado con diez y seis más, vendiendo á sus compañeros en la capilla.

Así acababan aquellos partidarios, terror de los pueblos, porque algunos eran más bien bandoleros que carlistas. Por esto no consideramos sus fechorías como hechos militares: algunas de aquellas partidas no militaban, robaban y asesinaban. De esta manera tenian á los pueblos por sus mayores enemigos, y lo eran ellos mismos, que insubordinados siempre, llevaban consigo el terror, la desolacion y el esterminio.

FE CARLISTA.

LXVI.

Al concluir el año 1834, era deplorable la situacion de los defensores de don Carlos en Cataluña. Perseguidos todos tenazmente, dispersados

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