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paña, donde el ejército carlista se aumentaba diariamente, y donde la guerra se iba formalizando. Esto aguijoneaba su deseo de volver al antiguo teatro de sus proezas á prestar á su aclamado señor servicios más positivos de los que pudiera prestarle en las antecámaras de sus saloncs, aun siendo el negociador de comisiones estériles, y testigo de miserables intrigas, de groseras ambiciones, y de todos los defectos que se hallan en ciertos sitios, teatro de contínua lucha, de bastardas pasiones, de intereses egoistas y de hipocresía y mala fé; pues no parece sino que esas afecciones que ennoblecen al hombre, se dejan á sus puertas como la esperanza á las del infierno.

Don Gerónimo Merino era uno de esos personajes que presentan tanto de sublime como de ridículo. Su abandonada educacion, sus bruscos modales, habian creado en él ciertos hábitos que nunca pudo desechar en su posicion elevada. Rodeado en su cuna, en su niñez, de niños abandonados, en su juventud de pastores, en su curato de ignorantes labriegos, en la guerra de contrabandistas y soldados, se habia arraigado en sus modales la rusticidad, y en sus palabras esa franqueza campestre y soldadesca. Pero mantenia al mismo tiempo su alma pura, conservaba profundamente arraigadas en el corazon sus convicciones, y viva en su pecho la llama del entusiasmo. Así lo trasmitia ardiente á sus compañeros, que se electrizaban á su voz.

Su estatura era regular, su cuerpo delgado, su color cetrino, su pelo negro en su juventud, sus ojos espresivos, y revelaban al hombre de pasiones. De complexion nerviosa, aunque bastante velludo, nunca usó patilla ni bigote. De un carácter reservado y poco jactancioso, era además parco en palabras, en comer, en beber y en dormir, aun en tiempo de paz, que solo descansaba dos ó tres horas. Durante la guerra, y especialmente en la de la Independencia, jamás durmió en cama, y los montes y sitios más agrestes é ignorados, morada solo de fieras, eran los lugares á donde se dirigia á descansar solo, sin que sus más íntimos amigos ó confidentes supiesen su nocturna morada. A sus espías, los citaba de noche á los sitios bien seguros, y en vez de aguardarlos, se hacia aguardar de ellos.

Sus precauciones se estendian á todo. Solo de persona de confianza aceptaba un convite: siempre se hacia servir en las posadas por manos de un pariente. Sus manjares solian ser leche y huevos cocidos, y la sal y el pan iban en sus bolsillos.

Tenia lujo en ir bien armado, y en llevar los dos más bellos y más briosos alazanes del país, y mejor enjaezados. Siempre juntos, y galopando á la par, montaba alternativamente en uno ó en otro sin interrumpir la carrera: daba así descanso al más fatigado, y aseguraba su salvacion, por muy ligeros que fueran sus perseguidores.

Amante de la organizacion de su hueste, creó en 1809, un regimiento de húsares, denominados de Merino. Tan brillante le halló Wellington, que regaló á su valeroso y primer jefe una magnífica espada y un arrogante caballo.

Diestro, enérgico, incansable, con una voluntad de hierro, tuvieron en él los franceses uno de los más terribles enemigos, perjudicando más á aquellas aguerridas legiones casi invencibles, las partidas de Merino, el Empecinado, Mina y otros, llamados entonces guerrilleros, que nuestros grandes ejércitos.

Su vida guerrera desde 1808 á 1814, constituyó en él una nueva naturaleza, que no se relajó en tiempo de paz, en el cual el ejercicio de la caza, la sobriedad en la comida y en el descanso le mantenian dispuesto á lanzarse nuevamente á la guerra, sin grande esfuerzo.

De esta manera, á pesar de sus muchos años, no rehusó á volver á empuñar las armas en 1833, aunque se negó en un principio á las instigaciones de don Santos Ladron. Pero no era ya el héroe de 1808: ni contó las proezas, ni vivió con la confianza que entonces, en esta pasada guerra. Esta era contra compatriotas; aquella contra estranjeros, cuyos enemigos lo eran todos los españoles. El Merino de 1823 y 33 no era el Merino de 1808 á 1814.

En la primera época tenia menos que temer de quienes hasta ignoraban el terreno que pisaban: no tenia un enemigo entre sus compatriotas, y la causa que defendia, era la de todos los españoles: en la última le veremos que, si bien empieza por ejercer con sus palabra aquel mágico ascendiente que hace poner sobre las armas de diez á doce mil hombres, les ve dispersarse sin ser batidos y abandonar á quien supo llevar á sus padres y á ellos mismos á la victoria. En la guerra nacional peleaba por España; en la civil por un partido: en aquella no tenia más enemigos que los que lo eran de todos los españoles; en esta le rodeaban contrarios por todas partes, y siempre temiendo venenos y asesinatos, vivia en contínua zozobra. Por esto se le veia redoblar su celo, aumentar su habitual desconfianza y aparecer más activo é infatigable, á pesar de su mayor edad. Solo así pudo burlar más de un proyecto contra su vida, y librarse de caer en poder de sus enemigos, para lo cual, siempre que acampaba en los pueblos ó á descubierto, acomodaba él mismo su gente, ponia las avanzadas, distribuia las centinelas, y despues de dejar durmiendo á los unos y vigilando á los otros, se alejaba de aquel sitio con dos ó tres de sus confidentes, se internaba en algun bosque ó monte inmediato, colocaba á sus acompañantes para que reposaran, y separándose luego de ellos buscaba para sí solo un sitio donde se echaba, atando unas veces sus caballos á un árbol, y enganchando otras en sus brazos el ramal. Así dedicaba al sueño una ó dos horas.

Merino no era, pues, un hombre vulgar, no era tampoco un héroe, es cierto; pero tenia tal conjunto de cualidades tan heterogéneas, tan raras entre sí, que le hacian ser un tipo original. Mezclado en él lo profano con lo religioso, apenas se comprende el contraste de su variada carrera de eclesiástico y militar. Si habia nacido para esta, como decia él mismo á sus compañeros de estudio, hubiera tambien cumplido con los deberes del sacerdocio si solo bastase para llenarlos la natural y sencilla franqueza de que nunca se despojó Merino. Llegaba á tal estremo en este punto que esquivaba las visitas y odiaba los cumplimientos galantes y de cortesanía (1). Altivo é independiente su carácter, estaba desprovisto de toda ambicion, era generoso y liberal en sus procederes, ya que no en sus opiniones.

OPERACIONES DE MERINO.-ENCUENTROS.

LXXVII.

Don Carlos, desde Lamego, nombró en marzo á Merino comandante general del ejército y provincia de Castilla la Vieja, autorizándole para que en este punto, y demás que creyera convenientes, sacara los mozos de diez y siete á cuarenta años, y aun á los viudos sin hijos; para que requisara los caballos y ocupara los caudales públicos, bajo recibo, facultándole ámpliamente para conceder empleos efectivos y grados militares hasta el de coronel inclusive, para reemplazar las justicias y á toda otra clase de empleados, para conceder gracias, y en fin, dándole un poder ilimitado, si bien prescribiéndole usase de la mayor prudencia en sus dádivas. Prescribíale la mejor armonía con los jefes de otras provincias, y que se auxiliasen mútuamente. Era además la voluntad de don Carlos, que Merino con Cuevillas se pusiese á la cabeza de las tropas que debian entrar en Castilla, para que los mozos atemorizados con la quinta decretada por el gobierno de la reina, tuvieran donde refugiarse, y que logrado este objeto, y recogiendo todos los fondos posibles, se volvieran á Portugal para entrar todos juntos en España.

Contento el cura, regresó al instante á su país, en el que entró á la hora en que las campanas anunciaban al mundo cristiano el dia de glo

(1) Muchas veces se le oyó decir sobre esto que; Dios habia criado al hombre derecho; y que el hombre siempre se empeñaba en torcerse y encorvarse..... para saludar á una persona aunque sea superior, basla una modesta inclinacion de cabeza, que es una señal de deferencia y respeto: pero arrastrar los pies y meter con ellos más ruido que mis caballos en la cuadra, y hacer con el cuerpo mas geslos y contorsiones que un energumeno, es muy ridiculo é indigno de la mision que diera Dios al hombre en este mundo.

ria, celebrando el aniversario de la resurreccion de Jesucristo. Acompañábale Cuevillas y otros jefes con unos ochenta lanceros organizados en Portugal, en cuyas lanzas ostentaban banderolas negras y encarnadas, para demostrar, cual decian, la manera como pensaban continuar la guerra; esto es, á sangre y fuego, una guerra de exterminio.

Sorprendiendo, y siendo sorprendido á la vez, corria Merino á la sierra de Burgos; pues si en el primer pueblo de España cogió á siete carabineros, que pretendió fusilar, y á quienes salvó Cuevillas, fué batido en Castro y entre Mansilla y Leon con alguna pérdida.

Más formal encuentro fué el de las inmediaciones de Lerma con Albuin, que con ciento quince caballos y unos cuatrocientos infantes cargó á Merino, que resistió valiente, y continuó su marcha á la vista de la infantería liberal colocada en una altura.

Llegó sin más tropiezo á Salas de los Infantes, en la sierra de Burgos, su principal guarida, cuyo terreno conocia á palmos, y tenia influencia y amigos en los pueblos de los contornos. Encontró, sin embargo, á sus habitantes algun tanto fatigados, y no halló en ellos el entusiasmo que pensó produciria su presencia. Más tenia mucho cariño á aquel sitio, y se quedó, marchando Cuevillas á Navarra, donde se prometia más que en Castilla.

Merino se dirigió hácia Villafranca de Montes de Oca, y empezó á reunir gente, y con cerca de doscientos infantes y otros tantos jinetes, recorrió, ya entrada la primavera, los bosques y las montañas en que tienen nacimiento los rios Arlanzon, Arlanza y Duero, que riegan á Burgos, Lerma y Aranda.

Presentóse en campaña, y en Paubles de Agua y en Valdecanales tuvo el 13 y 17 de abril muy fatales encuentros. El 23, fué acometido en Herrera de Pisuerga por Albuin. Llevaba Merino ciento cincuenta caballos, que fueron cargados y batidos con pérdida de cuarenta muertos, contándose entre ellos un sobrino de Merino y el padre de Balmaseda. En los liberales se distinguieron don Cayo Muro, el sargento de húsares don Rafael Perez Vento, y varios soldados.

Reunió el cura sus dispersos en Osorno, y volvióse à la sierra, su sagrado asilo.

Allí permaneció eludiendo la constante persecucion que se le hacia sin saberse su paradero, por lo que se consideró terminada aquella pequeña campaña, hasta que á principios de mayo se presentó con unos cien infantes y ochenta caballos, atacando con ellos el 10 en Ontoria del Pinar á un destacamento, al cual puso en muy crítica situacion el brusco é inesperado ataque del carlista. Conservó su serenidad, tomó unas alturas, y con una descarga á quema ropa, hizo retroceder al contrario, que ya se saboreaba con el placer del triunfo.

Estas repentinas apariciones tomando la ofensiva unas fuerzas que se les creia esterminadas, infundian la alarma y la desesperacion en los liberales, que no hallaban medio de concluir con su astuto enemigo. Difícilmente podian habérselas con otro mayor, ni que usara una táctica tan diabólica. Amaestra do desde su juventud en aquella escuela, no solamente tenia la ventaja de un exacto conocimiento del terreno, sino del de las ideas y hasta de los pensamientos, en cuanto era posible, de los jefes que le perseguian. Por esto era asombroso verle anunciar con anticipacion los movimientos de sus contrarios, que parecian hechos obedeciendo sus órdenes. Se equivocaba algunas veces, porque no eran lerdos sus perseguidores. ó porque el considerable número de ellos les cerraba el paso; pero nunca quedaba en él. Consecuente Merino en su sistema, perdia en cada encuentro una docena ó más de hombres; pero difícilmente sufria completa derrota; y con un puñado de valientes que él tuviera, ocupaba y daba que hacer á centuplicadas fuerzas. Tal era el cura de Villoviado.

Formaba el partido liberal el mayor empeño en su esterminio, y lo más que conseguia era tenerle encerrado en la sierra hasta que, usando Merino de sus estrategias, aparecia á la espalda de sus sitiadores. No se dejaban, sin embargo, de obtener beneficiosos resultados para la causa liberal con encerrar á aquel temible partidario en la sierra, donde se le limitaban los recursos, y se le impedian nuevos reclutamientos.

Por esto, y contando Merino entre su gente personas que, como su segundo Nieto, Briones, el Rojo de Puentedura y algunos otros, podian ser jefes de partidas si tuvieran indivíduos para ellas, conoció la necesidad de bajar á la ribera del Duero, donde podia proveer á todas sus necesidades. Pero se le frustró su plan, siendo batido el 22 de junio en Al

cozar.

Así fué más crítica su permanencia en la sierra de Burgos, y se decidió á abandonar á Castilla y marchar á Aragon por Soria y Meniel. Reuniéronse á este efecto á las fuerzas de Merino las de Cuevillas y don Basilio, que formando un total de mil hombres, tuvieron á raya á las pequeñas partidas y destacamentos, que no pudieron cumplir su cometido, porque no se atrevieron á atacarles, lo cual hubiera sido una temeridad.

A principios de julio se dividieron en San Pedro de Manrique aquellas fuerzas, procurando operar combinadas: de esta manera, y sin tropiezo de importancia, entraron en Aragon, yéndoles Albuin casi siempre á los alcances.

No le era tan conocido este terreno al cura como su favorita sierra de Burgos, y le abandonó á fines del mes, volviendo á los pinares de Soria, yendo en su persecucion Aznar, Obregon y Albuin, que si bien

Томо 1.

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