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tenian constantemente sitiado al cura, ni una sola vez lograron sorprender su escondite sino cuando ya le habia abandonado. Y no era, sin embargo, tan limitado el círculo en que le estrechaban que no pudiera organizar nuevas huestes.

Así en los dos meses que permaneció en la sierra reclutó é instruyó cerca de mil hombres, y con ellos armados volvió nuevamente á campaña admirando á su contrario aquella perseverancia en medio de los peligros, y aquel entusiasmo en medio de las derrotas.

Las circunstancias enseñaban mucho á Merino, que hizo á su infan. tería obrar separada, aunque obedeciendo sus órdenes, y la caballería las de don Lucio Nieto. Brillante se presentaba esta arma, y se batia lo mismo en los montes que en los llanos; y cuando el 21 de octubre se encontró con la columna de Clavería en el montuoso terreno del Castrillo de Solarana, no se puede asegurar quien fué el vencedor: unos y otros jinetes cargaron con bizarría, y el resultado fué continuar el carlista su ruta y el liberal su persecucion.

Era esta empeñadísima, y puso en grave aprieto á los infantes de Merino, que hasta se vieron privados del necesario alimento y próximos á sucumbir, si no hubiese apelado Merino al recurso de subdividir su gente en pequeños grupos; recurso estremo que era la salvacion del carlista.

AFUROS DE MERINO.

LXXVIII.

Estraña conducta la de Merino. No consigue las ventajas que se promete, es batido en cien encuentros, diezmada su gente, ve perdidas una á una sus ilusiones, y sin embargo, no se cansa, le alienta la esperanza y le da nuevos brios la fé de sus convicciones. Constante en su plan, que era el de don Cárlos, cuyas órdenes obedecia, confia en él, y espera conseguirlo. Su objeto no dejaba de ser importante; aunque no podia hostilizar estaba contínuamente en movimiento, y tenia así entretenida una buena parte del ejército, que era lo que á don Cárlos interesaba. Por eso le dirigió éste, el 22 de octubre, desde Oñate, una carta autógrafa en que le manifestaba, «saber con grande satisfaccion por el confidente que le habia enviado, su valor y constancia, prendas que jamás puso en duda; que conocia la necesidad de dar proteccion á Castilla, sobre lo que estaba tratando con Zumalacarregui, para lo que seria útil se pusiese de acuerdo con él; que esperaba tener pronto plomo y dinero, de que carecia bastante, para empezar á dar un nuevo giro á la guerra.....» Habla luego de la retirada de Rodil, de lo boyante que por

allí iba su causa, y que, «aunque á la venida de Portugal fueron engañados, no encontrando los auxilios que se creian y fueron prometidos, no habia por eso que desmayar, pues contaba con la proteccion de Dios, que conservaba, decia, prodigiosamente su salud, á pesar de los malos ratos, lluvias, nieves y hielos que tenia que sufrir.»>

Nuevo aliento adquirió Merino con esta carta, y lo adquirió su gente, ya bastante desalentada con lo que habia sufrido en el mes de octubre en los encuentros que tuvo, y en los cuales no sacaron la mejor parte; pues el 23 en Maceneyes, y el 25 en la Humbría del Robledillo fueron batidos y dispersos, en el primero doscientos caballos, y en el segundo sobre doble número de infantes.

No fué el cura tan desgraciado el 18 del mes siguiente en Brias, donde con ciento cincuenta caballos, y doble número de infantes, sostuvo bien su pabellon, como lo hizo unos dias antes, aunque sin resultados.

El 19 lo fueron tristes para el párroco de Barcones, mandado fusilar por Merino, que hizo varias prisiones en aquellos pueblecillos.

Estas correrías alarmaron de nuevo á los liberales, que cargando con empeño sobre Merino, le obligaron á guarecerse en los pinares de Soria, al terminar el año de 1834.

INTELIGENCIAS ENTRE ZUMALACARREGUI Y MERINO.

LXXIX.

El general Córdova estuvo de jefe en Castilla, y estuvieron tambien jefes beneméritos, valientes y decididos. Todo el año se habia estado combatiendo y sin gloria, porque no se ha apreciado mucho la heróica lucha entre montes y sierras donde los hombres se cazaban mútuamente. Así se sostenia un combate interminable, una contienda de sacrificios y de víctimas.

A pesar de esto no le halagaba á Merino su situacion, y cumpliendo con los deseos de don Cárlos, lo participó á Zumalacarregui que le contestó desde Lumbier, manifestándole conocia la verdad de cuanto le decia, y que para su alivio habia dispuesto una espedicion á los respectivos mandos de Cuevillas y Sanz; pero que no correspondiendo esta á la que se habia propuesto, por sus tristes resultados, se dedicaba á robustecer su causa en las Provincias, para que despues de esterminados los cristinos, decia, pudiese hacer una incursion irresistible á Castilla: le habla de la accion que ganó en los campos de Alava, que estaba trabajando para otra igual, la que si lograba, nada podria impedir su entrada en el suelo castellano: dícele luego que si las fuerzas que manda le sir

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ven de obstáculo para sostenerse por su número escesivo, le envie cien caballos y divida las demás en partidas, y que si aun así no se puede sostener, se retire á las Provincias, donde seria recibido como merecia su valor, su respetable carácter y sus venerables canas. El 29 de diciembre le dirige otra desde Marieta, en la que le habla de la accion de Arquijas, en la que á pesar de la superioridad de las fuerzas liberales, fueron rechazadas, dice, con pérdida de mil quinientos hombres, poniéndose en precipitada fuga etc., etc..... insiste en que le envie ciento ó ciento cincuenta caballos para reforzar la columna que tenia en Aragon, que no podia operar tan resueltamente por falta de caballería; concluyendo con decir que la causa de don Cárlos presentaba un aspecto lisonjero; por lo que esperaba dentro de poco poder ir á estrecharle entre sus brazos, como verdadero amigo.

CORTE DE DON CARLOS EN PORTUGAL.

LXXX.

Don Carlos en Portugal era el núcleo de su partido, y los que le rodeaban eran por lo general mejores cortesanos que guerreros. El puesto de honor para los verdaderos carlistas no estaba en las antecámaras y en los salones de aquella ambulante córte, sino en las filas de los combatientes. La córte no podia considerarse establecida, tenia que serlo despues del triunfo. Y sin embargo, en aquella parodia de córte, tenian asiento todas las ambiciones é intrigas que suele haber en ellas.

El favorito de don Cárlos, el alma de todo, el ministro universal era Abarca, el obispo de Leon. Bueno para la Iglesia, incapaz para la política, detestable para los negocios militares, los más preferentes entonces. Y era tal la influencia del bispo, que nada hacia don Carlos sin consultárselo y sin que lo aprobara. Hábil cortesano, sabia agradar al príncipe, y lo que es más, hacerse el necesario y conservar su ascendiente.

Depositando en él don Cárlos toda su confianza, cuidó de conservarla, y le rodeó de hechuras suyas, formando así en su rededor una muralla que no traspasaran los límites de sus adversarios, de todos aquellos que, conociendo la ineptitud gubernamental del prelado, se condolian de sus tristes efectos.

A la cabeza de la oposicion que empezó á formarse en aquel simulacro de córte, se hallaba doña Francisca, trabándose una lucha encubierta unas veces y franca otras. Pero don Cárlos atendia más al obispo que a su esposa; y Abarca, con tal precedente, hasta llegó á fallar á la infanta como á tal y como á señora; y descendiendo de su dignidad, se valió, para indisponer á don Cárlos con su mujer, de medios no solo

vedados á un prelado, sino á un caballero; porque no es muy noble denunciar debilidades, exactas ó falsas, de una señora. Logró así indisponer á los dos esposos, cuando más necesaria era la union entre todos, porque era justamente en los críticos momentos en que abandonaban á Portugal, perdida ya la causa de don Miguel.

Carecia Abarca de talento: mas no de sagacidad y de maquiavelismo. El estado de los negocios era deplorable: se vendian los destinos, y muchos de los empleados, segun han demostrado, eran además de ineptos inmorales. Un testigo presencial, dice:

«Ninguna útil combinacion, ningun comisionado á los reinos estranjeros, ninguna inteligencia con las naciones que convenia á don Carlos hacer amigas ó neutrales, ningun paso dado para proporcionar recursos con que pudiesen subsistir cuantos se habian reunido á don Cárlos en Portugal; y solo en los últimos estremos se dirigieron algunas cartas á las autoridades políticas y militares del reino, así como tambien á varios personajes de alta categoría: pero esto, repetimos, fué en los últimos momentos, y cuando ya todos murmuraban la inesplicable marcha que el obispo y don Carlos seguian en los asuntos.

>> Un batallon como de quinientas plazas, y muchos oficiales sueltos que se habian refugiado en Portugal, sufrian las mayores privacione porque nada se les daba, y llegaron hasta el estremo de verse en la necesidad de salir por las noches al campo á recoger de las huertas algunas patatas ó legumbres para aplacar el hambre. Este hurto, necesario, les costaba reñidos choques con los portugueses, que se ponian en alarma desde el momento en que los españoles entraban en alguna poblacion. La más espantosa miseria afligia á cuantos erraban con don Cárlos en Portugal: odiados de los naturales, amenazados constantemente de caer en manos de Rodil y de morir á bayonetazos, ni á don Cárlos, ni á su ministro universal se les ocurria un medio para salir de tan penoso estado, y las más prudentes y leales reflexiones no servian sino de promover desde entonces en la cérte carlista las rivalidades y enconados resentimientos que más de una vez tendremos lugar de referir.»>

OFICIOSIDAD INGLESA.

LXXXI.

El gobierno liberal se decidió al fin á lo que debia haber hecho meses antes, y Rodil recibió la órden de penetrar en el vecino reino y capturar á don Cárlos.

Rodil obedeció, puso en movimiento su ejército, y su campaña fué un paseo triunfal.

Próximo estuvo don Carlos á ser su prisionero, especialmente

cuando, si al presentarse el brigadier Sanjuanena á la vista de Almeida, hubiera sido más arrojado, ó hubiera circunvalado mejor la plaza; pero dejó tan buena parte descubierta, que pudo salir por ella don Cárlos y su comitiva, despues de haberse disparado desde la fortaleza algunos cañonazos por la tropa, entusiasmada con la presencia del sitiado príncipe, que se dejó ver de grande uniforme. Entonces se replegó Sanjuanena y se fugó el carlista. Cuando el liberal conoció su impericia, su falta, en vano trató de remediarla.

Don Carlos marchó á la Guarda (1), de donde le arrojó la aproximacion de Rodil, saliendo en el mayor desórden y azoramiento; y en el mismo, y completamente dispersos, llegaron á Santarem. Fugitivos, siguieron á Evora. Aquí se reunieron todos, y tambien don Miguel con sus tropas.

Tuvo entonces don Cárlos la magnífica oportunidad de agregar á sus banderas gran parte de los que defendian la ya perdida causa de don Miguel; pero hasta en esto anduvo torpe, y lo fué más su ministro Abarca. Sucumbió la causa de don Miguel; y don Cárlos sucumbió tambien sin aprovechar los restos del naufragio del príncipe portugués.

Aceptó don Miguel el convenio de Evora de 26 de mayo, y publicó el 27 la proclama á sus soldados con que terminaba la guerra.

Estas negociaciones, ó más bien las que se refirieron á don Cárlos, disgustaron soberana mente á Rodil cuando las supo; pues era su ánimo apoderarse del infante español; así al trasladar al gobierno una comunicacion del coronel don Ramon Tejeiro, en que le daba cuenta de lo sucedido, decia el 27 á las cinco de la tarde: «Sin embargo que juzgo á los aliados con los mejores deseos para no dejar marchar arbitrariamente al Pretendiente, voy á reclamar que se me entregue con todos sus secuaces, y aun pienso dirigirme al cuartel general del duque de Terceira, si pára en Estremoz, y si necesario fuese me trasladaré á Evora, dejando descansar las tropas en el bloqueo que forman en este dia á las plazas de Yelves, Campo Mayor y Ojuela, y prevengo al coronel don Ramon Tejeiro, que siga, segun me propone, su marcha á Aldea Ga

(1) Aqui dirigió esta proclama à los SOLDADOS ESPAÑOLES.-«Escuchad la voz de la razon y de la naturaleza.-Vuestro legítimo soberano os llama para que abandonando á esos pértidos que os aconsejan y conducen contra compatriotas y hermanos, deis un dia de gloria à vuestra patria. Cerca de vosotros me teneis, y el premio de tan noble proceder, será la rebaja de todo el tiempo que os restare de servicio, concluidas las atenciones militares, y concederos con la licencia absoluta, el sueldo que disfruteis en las clases respectivas de soldado, cabo y sargento, prometiendo á el que quisiere continuar en la carrera, empleo inmediato ó nuevas gracias. Dé fin ya el derramamiento de sangre inocente, y procuremos solo la paz y felicidad general que tanto anhela mi corazon.-Palacio de Guarda, 11 de abril, de 1834.-Vuestro Rey, Carlos María Isidro de Borbon.»

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