Imágenes de páginas
PDF
EPUB

sentante de la reina de España, y se le dió guardia de honor en la puerta.

Todo este aparato, sin embargo, fué inútil para vencer á don Cárlos, que si bien se prestó á recibirle como particular, se negó resueltamente como representante de la reina (1).

Los planes de Miraflores se frustraron, y en la noche del 13 volvió á Lóndres.

El 18 desembarcó don Cárlos; y á los seis ú ocho dias, se trasladó á una casa de campo en las inmediaciones del Kensignton Gardeens.

ESPERANZAS DE DON CARLOS.

LXXXV.

El pensamiento de don Cárlos no se apartaba de España: desde la nebulosa isla dirigia sus miradas, y queria distinguir en la costa cantábrica á sus valientes defensores, que sostenian su esperanza y fortificaban su fé. Su constante atencion soñaba escuchar los disparos de los combatientes y los gritos que le aclamaban. Pero cuando miraba en su rededor, cuando solo veia compañeros de destierro, y estranjeros indiferentes, se entristecia su ánimo, decaian sus fuerzas, y solo al elevar su vista á Dios, alentaba su espíritu, porque no creia le abandonase, porque juzgaba legítima, justa, su causa, porque se consideraba campeon de la religion, y ya triunfara ó pereciera, creia segura la corona de la victoria ó la palma del mártir.

Cuando su mente se entregaba á estas reflexiones, se le veia sonreir, y demostraba su rostro esa confianza del varon justo, esa intuicion del que cree asegurado su objeto. Animábanse todos, y no pensaban en su presente: esperaban el porvenir.

Las noticias de España se lo presentaban más lisonjero. El encapotado cielo de Portugal desaparecia en el territorio vascongado. Así se lo anunciaba Zumalacarregui, imponiendo á su soberano del estado de sus defensores, aumentándose cada dia su número, y obteniendo victorias. Pero se necesitaba su presencia en el teatro de la guerra, y le instaba á

(1) En las entrevistas que mediaron con Bakausse, le dijo: «que sus derechos à la corona de España eran inherentes á su persona, y que no podia renunciarlos sin faltar à sus obligaciones para con sus pueblos y á sus deberes para con Dios, de quien los habia recibido; que por otra parte, ni como padre, ni como rey, podia atentar contra los derechos de sus hijos, ni contra los de los demás principes interesados en que él los conservase; por ultimo, que nada faltaria á cuanto debia á su nacimiento y á su país, y que jamás abandonaria, cualesquiera que fuesen sus intereses personales, la causa de sus fieles vasallos.>>

que viniera pronto á España, porque su vista animaria á los fuertes, alentaria á los débiles, y entusiasmaria á todos.

FUGA DE DON CARLOS.

LXXXVI.

No convendremos jamás con los que han criticado á don Cárlos porque fué á las Provincias Vascongadas á entusiasmar con su presencia, á ordenar lo que fuere menester y á participar, sobre todo, de las fatigas y penalidades de sus defensores.

Cumplió con su deber: por no saber ponerse los fugitivos Borbones de la Francia, 1793, á la cabeza de los valientes que morian por ellos, no se organizó debidamente la guerra contra la Convencion.

Si la presencia de don Cárlos fué despues de algun tiempo funesta, ya veremos las causas.

El constante pensamiento del infante espatriado tuvo al fin ejecucion.

Oigamos este interesante relato.

«Mr. de Saint Silvain procuró dos pasaportes, para un negociante el uno, y el otro para un propietario, bajo los nombres de Alfonso Saez y de Tomás Saubot: luego que don Carlos se aseguró bien de que Saint Silvain (el baron de los Valles) habia llenado hasta el colmo sus esperanzas, mirando, por último, que solo le faltaban fuerzas para dar un paso tan arrojado, aprobado solamente por el obispo de Leon, revistióse de ese carácter firme que deben tener siempre los príncipes, y el que rara vez saben sostener con la energía que el estado de las cosas exige.

>> En estos mismos momentos el baron de los Valles se hallaba ya al alcance de cualquier acontecimiento imprevisto que pudiera suceder; habia tomado antes de salir una nota de las casas en que podrian hacer parada durante las travesías de Londres y Bayona. La familia de don Cárlos fué á habitar á las cercanías de Londres, y abandonando por consiguiente el 22 de junio á Portsmouth, fijaron su residencia en Glocester-Lodge, donde hacia algun tiempo habia habitado muchos años el célebre Mr. Canning, el ministro inglés que más parte é influencia tuvo en las revoluciones de la nacion española.

» El baron Mr. Auguet entregó las instrucciones y el itinerario que don Carlos y los que le siguiesen habian de observar, esplicando en ellas el órden de su salida, reducida á lo siguiente:

>>Conveníase la marcha de don Cárlos para el dia 1.o de julio, acompañándole su antiguo agregado á la embajada de Cerdeña Aznares; á las seis de la tarde, hora ordinaria de su paseo, se dirigiria á la primera plaza, situada una milla de su residencia; tomaria allí un carruaje, y se trasladaria á Welvock-Street, Convendish-Square. En una casa de esta calle estaba Mr. Auguet: allí debia don Cárlos quitarse el bigote y teñirse el cabello. Al caer la noche se diria en Glocester-Lodge que don

Carlos habia vuelto del paseo con una violenta jaqueca que le habia obligado á meterse en la cama: su médico, que jamás habia querido abandonarle, debia estar en el secreto, igualmente que el ayuda de cámara, antiguo criado, cuya discrecion era á toda prueba. El médico haria una visita al supuesto enfermo y escribiria una receta, que se enviaria á la botica, para que las personas de la servidumbre no dudasen de la indisposicion del infante. Doña Francisca de Asís, la princesa de Beira y el obispo de Leon, debian pasar cada dia algunas horas al lado de la cama del enfermo. La habitacion de don Cárlos seria innaccesible para cualquiera otra persona, aun para los infantes hijos, á los cuales se diria que su augusto padre no podia recibirlos á causa de la violencia del dolor de su cabeza. Hasta el gentil-hombre de cámara, que por los deberes de su cargo estaba á la puerta del aposento de don Carlos para recibir sus órdenes, ignoró por muchos dias la ausencia de aquel.

»En el caso de que llegase á ser conocida la salida de Lóndres de don Carlos, marcharian dos gentiles-hombres en posta á Lub-Worth, y por todas partes y por los periódicos, se empezaría á publicar que habia salido don Cárlos á visitar aquella antigua mansion de Cárlos V, con el objeto de habitarla despues con su familia.

»>El dia 1.o de julio á las diez de la mañana, antes de separarse Mr. Auguet de don Cárlos, le besó la mano, y le dijo:-«Señor, este es el último homenaje que rindo á V. M.; desde esta noche cambiaremos de papel; V. M. será quien me obedezca hasta vuestra entrada en sus estados, donde cada uno volveremos á ocupar nuestro rango.» Acto contínuo se despidió de sus amigos, y de todos, que creian iba para Hamburgo.

>> Cuando dieron las seis de la tarde se hallaba ya Mr. Auguet en Walbeck-Street, á cuyo paraje debia llegar don Carlos despues. Eran dadas las siete y éste no llegaba aun, aumentando esta tardanza la inquietud del baron, que no sabia qué pensar, si bien consideraba lo doforosa que seria la separacion de don Carlos de toda su familia, y más cuando su vuelta era dudosa. La despedida de su amable y digna esposa fué para siempre.

La azarosa empresa que con tanto riesgo y valentía iba á acometer don Carlos, merecia el eterno afecto de su partido, y para hacerle más constante y más firme, necesario era que don Carlos sacrificara hasta su vida en premio de la lealtad que le profesaban sus ardientes defensores en todas las partes de la Península.

>> Así que hubo llegado á las siete de la tarde don Carlos al paraje convenido, acompañado de Aznares, el baron le presentó á los dueños de la casa, y al poco rato comenzaron á disfrazarle; mientras esto se ejecutaba, el diligente Mr. Auguet los dejó breves instantes, que le precisaban para hacer varios preparativos; al momento dió la vuelta, siendo muy grande su sorpresa al hallar con don Carlos al obispo de Leon en compañía de su secretario, el cual iba á disuadir á don Carlos, opinando que la empresa que se proponia ofrecia mil peligros y obstáculos, vistos los cuales revocaria su inalterable resolucion, rogándole dilatase su marcha, que tantos adversarios contaba.

-«No, le contestó don Carlos, siento aquí (dijo señalando el corazon) una cosa que me anuncia que esta empresa será feliz, y para que Dios la

proteja dadme vuestra bendicion,» y doblando una rodilla en tierra, el obispo le bendijo para que llevara en su apoyo al cielo.

»Por fin, con el mayor enternecimiento, con la mayor pena, don Cárlos se despidió del obispo de Leon, y todos sus demás amigos y personas que le rodeaban; y subiendo al coche partió á las doce de la noche, en union de su inseparable compañero el baron. Llegaron á Brighton, y una hora más tarde se habian embarcado, y caminaba el buque hácia Dieppe, que media solo la corta distancia de doce leguas, que pasó don Carlos muy incomodado por razon del mareo.

» Al rayar el siguiente dia, divisó el fugitivo las costas de la Francia, que tanto llegó á conocer durante los seis años que se halló cautivo en ella; á las ocho desembarcaron en el puerto de Dieppe, y en seguida del desembarco fueron conducidos á las oficinas de la aduana para el registro de equipajes y revisar los pasaportes, no obstante de las muchas instancias que Mr. Auguet hizo á los aduaneros: estos mostráronse sordos, no dándoles inmediatamente los pasaportes y inaletas les precisaron á pernoctar en Dieppe, alojándose en el Hotel-Royal.

»A pesar de que en algunos pueblos-que son los más,-es costumbre en Francia, que por una corta retribucion los prefectos de la policía revisan los pasaportes sin la exigencia de presentarse personalmente, Mr. Auguet sabia que por dos francos, en Calais, no habia tenido necesidad de presentarse él mismo; así que no volvió á pensar más en ello hasta que á la mañana del siguiente dia supieron que los empleados de la policía en Dieppe cumplian sus destinos con más escrupulosidad, ó que tal vez fuese por mayor exigencia; pero sea lo que quiera, es el caso que don Carlos y el baron, obligados á acudir por sí mismos, se encaminaron á las oficinas de policía y salieron de allí tan luego que hubieron tomado sus pasaportes para Bagneres; á las ocho y media abandonaban á Dieppe, y sin accidente alguno en el acelerado viaje que llevaban, á las diez y siete horas se hallaban en París, y se apearon en la gran ciudad en la posada Mauricio; pero al siguiente dia dejaron esta y fijaron su alojamiento en casa del conde de Juan de Lacroix, en la calle de Borbon. El conde se encontraba en la América, y su hijo, amigo del baron, que le habia visto en Londres, escribió al portero tuviese dispuesta una habitacion para recibir como se merecian á dos americanos amigos suyos, que de paso á París descansarian unos dias. El sagáz Mr. Auguet consiguió del conde difiriese por cuatro dias más su salida de Inglaterra, y no tan solamente esto, si que tambien el que fuese á Glocester-Lodge diariamente á informarse de la salud de don Cárlos.

»Mr. Auguet, en su posada del conde de Juan de Lacroix, cuidó únicamente de refrendar los pasaportes, lo que se efectuó sin la menor tardanza. Pero lo que les tenía inquietos é intranquilos era una carta que esperaban de Londres y que se retrasó algunas horas; en ella decíase á don Cárlos que todos los planes marchaban perfectamente, y que «continua la enfermedad del rey á pesar de los cuidados que se le prodigan, y se espera con impaciencia noticia de los viajeros.»

» El estado de las cosas era el más satisfactorio para don Cárlos, y el baron podia regocijarse en sus mañosas estratagemas que á fuerza de trabajo les conducia á un puerto seguro, más faltábales aun larga parte del viaje, y necesario era que observando el más estricto celo supera

sen cuantos innumerables obstáculos se les presentaran; así lo hicieron y sin que ningun asunto les detuviese ya en la capital de Francia, salieron en una silla de posta á las ocho de la noche, hora que en la estacion del verano presenta París un aspecto brillante; la concurrencia de un sin número de vistosos y elegantes carruajes llenan las avenidas de la gran plaza de Luis XV, y los campos Elíseos, el prado más concurrido de París. Cuando don Carlos y Mr. Auguet llegaron al paraje donde cuarenta años antes habia sido decapitado aquel desgraciado monarca, Mr. Auguet dirigió algunas palabras al príncipe, que le contestó: «Las revoluciones solo sirven para destruir, porque son inhábiles para edificar; en mi país han conmovido en pocos años esa monarquía española tan fuerte y tan poderosa para arrojarla en la más cruel anarquía.

» Parada la silla de posta que llevaba á los dos viajeros, para dar libre paso á otro carruaje, el baron reconoció á los personajes que iban en él con direccion á Neuilly, y que eran Luis Felipe y su ilustre familia. «Ved, señor, á vuestro augusto primo el rey de los franceses que viene á desearos un feliz viaje» dijo el baron; don Cárlos saludó gracio samente á sus ilustres parientes, contestándole Luis Felipe y las princesas con la urbanidad francesa que lo habia hecho su padre. Don Cárlos dijo en voz baja á Mr. Auguet: «Mi buen primo el de Orleans está muy lejos de sospechar que atravieso sus estados sin su permiso, para ir á desgarrar con la punta de mi espada su tratado de la Cuádruple Alianza.>>

» Tampoco pasaremos en silencio otra escena no menos interesante entre don Carlos y Mr. Auguet, y que manifiesta bien á las claras los sentimientos de que se halla dotado aquel príncipe; manifestábale monsieur Auguet cuanto sentia la noche tan incómoda que habia pasado en la silla de posta, y don Cárlos le respondió: «Me consuelo al considerar que como mi abuelo Luis XIV voy á desempeñar mi obligacion de rey. El tiempo en que los reyes de España vivian tranquilamente bajo las frescas umbrías de Aranjuez, ó en la real soledad del Escorial, está muy lejos de nosotros, y tardará mucho en volver. Temo que ha de pasar mi reinado peleando contra la revolucion. Dichoso yo si vivo bastantes años para reparar los males que ella ha acumulado sobre la España.» Aquí cifraba don Carlos sus pensamientos, en buscar á los españoles un porvenir más brillante y animado; la felicidad de su país y de sus súbditos despertaba en su corazon el más vivo movimiento, los más vehementes deseos; con frecuencia en las conversaciones, con los ojos bañados de lágrimas, solia decir: «No hay un pueblo más bueno ni más generoso que el español, nadie conoce mejor que yo cuan digno es de la dicha y de la prosperidad.»

>>Los dos viajeros se detuvieron en Lonjumeau, y despues de cenar continuaron su marcha hasta el amanecer del siguiente día, que se desayunaron en Mar-sobre-el-Loira, entre Orleans y Blois. Cuando pasaron por Tours, don Carlos quiso visitar á su amigo y ardiente partidario el duque de Granada, pero su incógnito no se lo permitió.

>> En todo el camino una idea se lanzaba sobre todas en los espíritus de los dos viajeros, idea que los tenia en contínua zozobra y que no dejaba de causarles inquietud; á cada paso que adelantaban veian el telégrafo que tenian delante de ellos; Mr. Auguet reflexionaba si un cam

« AnteriorContinuar »