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muerte de su anciano monarca don Juan VI, alarmaron á Fernando, á causa de la proximidad del peligro. Tener á las puertas de casa el siste ma representativo, y dentro de ella numerosos adeptos, ardiendo en deseos de saludarle, no era para estar tranquilo, reciente la sangre derramada. Amenazó con medidas enérgicas, pero hizo uso de un lenguaje más prudente, y de una política conciliadora en la apariencia, pero acomodaticia en la realidad.

1827-1830.

LA TEOCRACIA.

XIX.

Queriendo el rey conjurar la tormenta que pudiera venir de Portugal, envió á la frontera un ejército de observacion al mando de don Pedro Sarsfield, para que guardando la más estricta neutralidad, se limitara á impedir la introduccion de fuerza armada en territorio español, é interceptar las comunicaciones entre ambos reinos.

Consideraba que esto era bastante para asegurar la tranquilidad de España, sostenida en el interior con el numeroso cuerpo de voluntarios realistas; pero estos, que más que garantía de órden, eran la encarnacion de un sistema estremo, como han solido ser estas fuerzas populares, merced á los abusos de su organizacion, solo conservaban el órden en cuanto no afectara la marcha del rey á los principios que sostenia esta masa de bayonetas.

No se ocultaron á los realistas los sentimientos de templanza que comenzaba á abrigar el monarca; y si hasta entonces no habia tenido, en general, más voluntad que la suya, pensaron en ir haciendo alarde de su poder. Algunas corporaciones oficialmente constituidas, fueron intérpretes de sus sentimientos, dirigiendo representaciones para el restablecimiento de la Inquisicion, con la cual podrian imponer al mismo Fernando.

Este se oponia al partido constitucional por lo que cercenaba la autoridad régia, pero no era menos opuesto al teocrático, que á más de tener á su devocion los realistas, era dueño de las conciencias, y poseia una autoridad más positiva que el trono, encubriendo con este escudo la influencia del altar. El segundo de estos grandes poderes, en lucha encarnizada tan de antiguo, se aprestó á esgrimir las armas.

Al comenzar el año 1827, puede decirse que no habia pueblo en España; tanto y de tal manera se le habia envilecido. No busquemos en él ese espíritu público, barómetro de las naciones modernas, de los pueblos

civilizados; no vayamos á recoger sus quejas, porque las ahogaba en el fondo de su corazon; no esperemos ver sus lágrimas, porque las derramaba en lo más escondido de sus albergues; solo en sus padecimientos, en su abyeccion, en el letargo que estaba sumido, hallamos su verdadera situacion.

Aquel pueblo que habia victoreado las cadenas, aquel pueblo cuyo deber y doctrina política estaba reducida al dogma de amar y obedecer al rey y morir por su poder absoluto y por la religion-ó por lo que querian sus sacerdotes,-era el esclavo que beneficiaba la tierra para sus señores, y el instrumento del clero, que ocupaba el lugar de los antiguos señores feudales de otros pueblos, en pugua siempre con el soberano para sobreponerse á su autoridad. Pero con la notable diferencia que el rey y los feudales halagaban al pueblo para tenerle afecto, y Fe.nando le esclavizaba para que no se moviera, y los teocráticos le vendaban los ojos para que no viese. El rey no tendria autoridad sobre un pueblo libre; los teocrátas no dirigirian á los hombres ilustrados; pero dispondria el uno de sus vidas y haciendas, y los otros serian dueños de sus conciencias y de su voluntad.

¡Tal era su amor al pueblo!

XX.

El clero, este importante cuerpo social que contaba en su seno las primeras capacidades de España; que superaba á todos en riquezas; que llenaba los vacíos de sus filas con lo más brillante de la juventud; que se habia apoderado de su educacion, y la dirigia, y la formaba á su placer; cuerpo rico, ilustrado y distinguido, era el mayor enemigo de la riqueza, de la ilustracion y de las distinciones. De la riqueza porque la monopolizadora amortizacion de sus bienes y la insoportable prestacion decimal ahogaban los gérmenes de la prosperidad pública; de la ilustracion, porque concluirian sus gestiones cuando el pueblo fuera instruido; y de las distinciones, porque terminaria su omnímoda influencia cuando cesasen funestos privilegios.

El propósito del rey de gobernar solo alarmó al partido teocrático ú apostólico, que por asegurar su porvenir no reparó en faltar á su monarca, conspirando en su contra, y decidiéndose á trasmitir su cetro á quien por sus creencias religiosas, por su fé política y por su amor al clero, no tuviera más voluntad que la que éste le inspirara.

Al efecto comenzaron á formarse algunas juntas secretas, en que tomándose en consideracion los temores que infundia á los apostólicos el escepticismo político de Fernando y su independencia, se prepararon á hacer frente á cualquier acontecimiento que pudiera sobrevenir.

No osaban aun emplear las armas; y para que fuera más decisivo su uso, en caso de necesitarlas, empezaron á preparar la opinion pública por los infinitos medios que tenian en su mano, sin olvidar el de la imprenta, de la cual eran enemigos cuando se empleaba en combatirles; pero les servia á la sazon para sus proclamas y circulares, y bendecian á Guttenberg.

En las juntas que se formaron, se escribieron las proclamas y manifiestos que se arrojaban impresos como otros tantos combustibles que iban á aumentar la grande hoguera de las pasiones, ese foco hirviente cuyos rompimientos han dado en llamar los modernos publicistas patrióticos desahogos.

Uno de los escritos más notables que por entonces circuló, aunque con fecha atrasada, fué un manifiesto que dirigia al pueblo español una federacion de realistas puros (1), sobre el estado de la nacion, y sobre la necesidad de elevar al trono al infante don Cárlos. El estilo pastoral de este escrito, sus doctrinas y sus tendencias, retrataban al partido apostólico. Importaba al gobierno desvanecer esta creencia; y ya fuera por el temor de chocar con aquel partido, ó ya por prevenir el ánimo de las gentes sencillas, colgó el milagro á los liberales, suponiéndoles el maquiavelismo de encubrirse con ajenos nombres para atizar el fuego de la discordia que empezaba á introducirse entre los absolutistas.

En vano se esfuerza el partido apostólico por obtener de don Carlos palabras de compromiso, en vano trata de que conspire contra su hermano, aunque sea indirecta ú ocultamente. Le amaba como hermano, y le obedecia como súbdito, y si bien le halagaba la idea de reinar conforme á sus principios, y ser deseado por los que le representaban, tenia demasiada confianza en Dios, y consideraba como un crímen y una ofensa á sus sentimientos religiosos faltar á su hermano y á su rey.

No pensaba así su esposa doña María Francisca. Jóven de veinte y siete años, hermosa, con una imaginacion ardiente y esquisita, y sin poder olvidar que era hija de reyes, no tenia más deseo que ocupar el trono, no tanto por reinar, como por sobreponerse á su rival cuñada doña Luisa Carlota, que siempre mostraba sentimientos liberales.

Estas dos infantas, luchando sin tregua, tuvieron en sus manos los destinos de la nacion, y sabida es de todos su preponderancia decisiva en ciertas crísis. Arrastrada María Francisca por sus deseos, lanzóse con femenil resolucion en brazos de los que pretendian levantar á su

(1) Esta federacion habia sido antes una sociedad secreta denominada del Angel esterminador.

esposo sobre el pavés de la insurreccion; y sin su vénia obraba en secreto, temiendo más la reprobacion de don Carlos que el enojo del rey.

La cooperacion de la infanta era importante: estaba en palacio; rodeaba al monarca; prevenia los sucesos, y era además del escudo de los apostólicos, su guia y su esperanza. Solo así pudieron preparar los ruidosos acontecimientos de Cataluña, que consiguieron cansar al ejecutor en la ciudadela de Barcelona, y llenar de españoles las cárceles y presidios.

No bastaba á los descontentos el fusilamiento de Bessieres, las frustradas tentativas de Tortosa, de Peñíscola y otros puntos; querian tentar nuevamente la fortuna, que consideraban propicia; y madurando bien su plan, escogieron para teatro de sus hazañas el Principado de Cataluña, ese país que en nada se parece á la Península, de que forma parte, porque hasta él mismo es enteramente heterogéneo.

De distinta índole y hasta enemigos, son los habitantes de las ilustradas é industriosas poblaciones de la costa, de aquellos que conservan sus costumbres romanas entre las crestas del Monserrat, venerada mansion de la Madona milagrosa, en los valles á lo largo del Segre, del Cinca, en los manantiales del Llobregat y en los profundos abismos y barrancos del antiguo condado de Paillase. Ningun camino frecuentado conducia á estos sitios solitarios, cuyo perenne silencio interrumpia solo el graznido de algunas aves salvajes, ó el ahogado martilleo de alguna herrería sepultada entre breñas.

Hasta el traje de aquellos cíclopes montañeses tiene cierto aspecto guerrero de la antigüedad, pues se compone de sandalias como las que usaban los romanos; calzones anchos y cortos, presentando desnuda la mitad de la pierna; chaqueta árabe, manta al hombro, y gorro frigio, cuya prolongada estremidad cae sobre la espalda ó al lado, pendiendo tambien de la cabeza guedejas ásperas y desaseadas, lácias en unos y ensortijadas en otros.

Esta raza de hombres valientes no ha degenerado de lo que era en los tiempos de sus belicosos condes, que hablaban como señores á los reyes vecinos, y trataban de igual á igual con los emperadores Carlovingios.

Estos naturales fueron considerados los más á propósito para instrumento de la proyectada insurreccion: insurreccion que solo podia intentarla y conseguirla el partido teocrático, porque solo él ejercia entre los catalanes de la montaña una predominante influencia, jamás disputada.

Desde tiempo inmemorial existia en Cataluña la costumbre, y especialmente en la parte de la montaña, de ser los párrocos una especie de jueces árbitros en todos los asuntos domésticos. Rectos y justos gene

ralmente en sus juicios, á los que se sometian aun las diferencias de derecho, se conquistaban el amor de aquellas gentes de costumbres senci llas, que ya les respetaban por su carácter religioso. ¿Qué otro poder osaria sobreponerse, ni aun competir con el suyo? Dueños de la conciencia y del corazon de aquellos altivos y belicosos catalanes, les guiaban como verdaderos rebaños, que obedecian sumisos la voz de su pastor evangélico, siquiera se trocara en batallador inhumano. Así hemos visto años despues esponer débiles mujeres su vida por ocultar ellas mismas á Mosen Benet Tristany.

PRELIMINARES DE LA INSURRECCION DE LOS DESCONTENTOS.

XXI.

Insensiblemente hemos preparado el terreno, y espuesto las principales causas que decidieron al partido apostólico á lanzarse á la pelea. Fáltanos, sin embargo, una circunstancia exencialísima, sin la cual es imposible apreciar debidamente la insurreccion de 1827. Esta circunstancia es el lema que habia de llevar escrito la bandera ostensible que iba á ondearse. No se cuestionaba solo por un nombre, como equivocadamente se ha supuesto. Al destituir á Fernando, iba á derrocarse todo un órden de cosas existente: íbase á retroceder á épocas de terrible memoria, á arrancar los cimientos que para la prosperidad nacional pusieron Carlos III y algunos de sus sabios ministros.

El temor con que siempre han sido miradas las sociedades secretas, las hacia más prepotentes de lo que eran en realidad, y esto les indujo á creer que habian llegado estas á iniciar al rey en los misterios de la fracmasonería. Creen entonces amenazado de muerte el absolutismo, se asustan al oirle llamar ilustrado por Zea, rechazan el justo medio de Burgos y Ofalia, y se convencen de no tener otra esperanza que la insurreccion para entronizar á don Cárlos; para exigir la vigorosa observancia del real decreto de 1.o de octubre de 1823; para estinguir el ejército; formar causa al ministerio; establecer el tribunal de la Inquisicion con esclusion de los jansenistas, y para otras medidas que espondremos documentadas más adelante.

XXII.

En febrero, 1827, se presentó en Gerona don Francisco Ferrilabras, teniente ilimitado, con una comision de Busons y de Planas, para citar á los oficiales, tambien ilimitados, á una reunion en el pueblo de Tona, distante de aquella plaza unas diez y siete horas. Celebróse á fines del

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