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En la division que hizo de las fuerzas, dió el mando de la vanguardia, ó sea de la primera division, al brigadier don Francisco de Figueras; el de la segunda al general Lorenzo; el de la tercera á Córdova; la cuarta se componia de las tropas existentes en Alava y Guipúzcoa, y la quinta, que operaba en Vizcaya, fué confiada á Espartero.

Todos, con nuevas tropas y mayores fuerzas, se prometian inaugurar una campaña decisiva, porque todos, jefes y soldados, deseaban conquistar una gloria que no era tan fácil, siendo por lo mismo más codiciada.

Quesada despues de entregar el mando se vino corriendo á Madrid, y Rodil dió el mismo dia que se encargó de él una proclama, que, aunque larga, pesada é ilusoria, no carece de interés (1).

(1) Navarros, guipuzcoanos, alaveses y vizcainos.

-«Nombrado por la augusta reina gobernadora para desempeñar el vireinato de Navarra, con que me ha honrado S. M. en nombre de su escelsa hija, para tomar el mando en jefe de todas las tropas del Norte, creeria faltar à lo que debo al Dios de nuestros padres, à los maternales sentimientos de la reina gobernadora, y á lo que me debo á mí mismo, como español y como soldado, si al momento de desnudar la espada para que caiga inexorable sobre los que se mantengan rebeldes, no les dirigiera mi voz para preservarlos, mientras es tiempo todavía, de su perdicion y esterminio.

>>Concluida en breves dias la campaña en Portugal, y arrojados lejos de la Península don Miguel y don Carlos, que se dirigen por opuestos rumbos á naciones distantes; rendidos y desarmados los que habian seguido en aquel reino las banderas de la usurpacion; aliadas dos naciones tan poderosas como la Francia y la Inglaterra, para ayudar en virtud de un tratado solemne à la pacificacion de ambos reinos, concurriendo en caso necesario à la espulsion de uno y otro príncipe; tranquilas y obedientes todas las provincias de España, escepto este desventurado territorio, que continúa aniquilándose con los estragos de la guerra civil; el ejército cada dia mas fiel á su reina legítima, mas animoso y lleno de entusiasmo; los guerreros que vuelven coronados de gloria de la campaña de Portugal, y los que en estas mismas Provincias han combatido con tanta constancia y bizarría, abrazándose en el campo como hermanos y deseando pelear unidos con la noble emulacion de valientes; el gobierno de S. M. abundante de medios y recursos, y el partido de la usurpacion cada dia mas débil, mas exhausto, haciendo el último esfuerzo como que ya se siente en la agonía, tal es el cuadro que debeis tener à vuestra vista, si es que os interesa, no la propia vida, que esta sabe cualquier español menospreciarla, sino vuestras familias, vuestros hijos, este mismo suelo que os vió nacer, que os preciais de amar tanto, y que estais asolando como pudieran sus mas encarnizados enemigos.

»Si me hallase escaso de fuerzas para restablecer la legitima autoridad de la reina mi señora; si no estuviérais viendo con vuestros ojos el número, el porte marcial, el ardor del ejercito que está bajo mis órdenes y que solo aguarda mi señal para confundir la rebelion y restituir el sosiego à estas provincias, tal vez no me hubiera resuelto á dirigiros palabras de paz, temiendo que las tomáseis erradamente por recurso de debilidad ó por indicio de flaqueza; pero os brindo con la clemencia, cuando está levantado sobre vosotros el brazo del castigo; os creo seducidos, cuando pudiera consideraros como culpados; y cuando os veis faltos de recursos, abandonados por el mismo príncipe, en cuyo nombre derramais vuestra sangre, próximos á veros abandonados tambien por los mismos que os precipitaron, y que tal vez se preparan para salvarse en tierra estranjera con el fruto de sus rapiñas mientras os dejan espuestos al rigor de las leyes; ¿dudareis un instante arrojar vuestras armas á los piés de una reina

DECISION DE LOS CARLISTAS.-LLEGADA DE DON CARLOS A LAS PROVINCIAS.

LXXXIX.

Magníficas ilusiones sonreian á Rodil al entrar en campaña; pero bien pronto las vió perdidas. Rodeado con aquel brillante ejército reunido en Logroño que hizo llegar el estruendo de sus armas hasta en los más recónditos puntos de las Provincias Vascongadas, no creia tan difícil recorrer el país consiguiendo el triunfo. En efecto, el aspecto de aquellos soldados lisonjeaba. Su ruido alarmó á los carlistas, y atemorizóles la noticia de su número.

Este pánico pudo ser de tristes consecuencias, si conociéndolo Zumalacarregui, no le hubiera hecho frente, sin ocultarle; antes presentóle con toda su verdad, y aun con exageracion. Conocia á sus paisanos, sabia cual es el móvil de su corazon, valiente y español, y sin hacer reserva del peligro, le espuso con militar franqueza, con briosa resolucion, y dijo al terminar su proclama:

-Al ver tan numeroso ejército, voluntarios, ¿os acobardareis?

-No, contestaron unánimes los voluntarios, cuando el oficial que la leia en Salinas de Oro, pronunció esas palabras.

Aquel no fué para los carlistas como el grito de tierra para los compañeros de Colon. Olvidaron todos sus temores, no vieron ya peligros, y dejándose guiar por su jefe y conducir por su entusiasmo, nada creyeron ya imposible, nada difícil.

Zumalacarregui se llenó de gozo al saberlo, y brillando en su mente la inspiracion, concibió uno de sus atrevidos proyectos. Con mejores y más abundantes espías el caudillo carlista que su contrario, sabe que va

piadosa que mira la prerogativa de perdonar como el mas precioso atributo de los monarcas?

>>Yo os ofrezco en su real nombre, y usando de las ámplias facultades que se ha dignado concederme, que todos los que al momento se separen de las bandas de los rebeldes, tendrán salvas las vidas, y serán tratados con benignidad é indulgencia.

>>Mas para que pueda recaer en los seducidos la augusta piedad de la reina, es necesario, indispensable, que manifiesten han sido engañados, apresurándose á dejar desde luego las filas de la rebelion, entregando sus armas, ó dando cualquiera otra prueba de ser sincero y leal sn arrepentimiento.

>>Pero si continúan obstinados en su culpable empeño, cuando no tienen medios de combatir, ni fortalezas en que defenderse, ni aliados que les presten ayuda, ni protector que interceda por ellos; si al mirarse abandonados, desvalidos, sin arbitrio y sin esperanza, rehusaren todavía acogerse à la clemencia soberana, único asilo que les queda aun abierto, ellos serán responsables ante Dios y los hombres, de la sangre que va á verterse para castigar la rebeldía y restablecer en su fuerza y vigor la autoridad del trono y de las leyes.

»Cuartel general de Mendia, 9 de julio de 1834.-José Ramon Rodil.»

á comenzar Rodil su movimiento desde Logroño á Pamplona, llevando de vanguardia á Lorenzo y Oráa; y como para demostrar al jefe liberal la diferencia que habia de su campaña de Portugal á la de las Provincias, trató de salir á su flanco izquierdo, y atacar bruscamente aquellas tropas no acostumbradas á tal clase de guerra. Este inesperado ataque debia tener lugar al pasar el ejército entre Logroño y Lerin. Para ello Zumalacarregui movió sus tropas á la sierra de Urbasa, ocultando así su objeto.

El 11 de julio se trasladó á Eulate, donde preparó la pelea. Cuando iba á tomar posiciones, se le presentó el abad de Lecumberri, don Miguel Antonio Legarra, á quien el caudillo carlista habia enviado con una comision al Baztan, y le entregó una carta que le causó una satis faccion que en vano se esforzó por comprimir.

Decia así:-Zumalacarregui: estoy cerca de España, y mañana espero en Dios estar en Urdax; toma tus medidas, y te mando que nadie lo sepa absolutamente, sino tú.

CARLOS.

Era sobrado lisonjero el acontecimiento, y demasiado fieles cuantos rodeaban á Zumalacarregui, para que permaneciera reservada la noticia: sin querer corrió de boca en boca, y á poco hasta el último soldado la sabia.

Este suceso varió el plan de Zumalacarregui. Por de pronto envió á don Miguel Gomez al encuentro de don Cárlos, y luego fué él con Zaratiegui y don Jorge Lázaro. A las once de la noche del 12 entró en Elizondo. Don Carlos estaba acostado, pero le recibió. El 13 tuvieron varias conferencias, y Zumalacarregui fué nombrado teniente general, y jefe de estado mayor. Por la tarde acudió don Carlos á la iglesia, en medio de una numerosa concurrencia, entusiasmada con el repique de campanas. Los balcones y ventanas estaban cubiertos de colgaduras y tapizado el suelo de yerba. La festividad era un solemne Te Deum, en accion de gracias por la feliz llegada del esperado monarca, que saludó con una proclama á los españoles, con otra á los soldados, declaró nulos todos los actos del gobierno de la reina, y publicó un indulto para todos los defensores de aquella que se presentaran en el término de quince dias (1).

(1) Véase los cuatro documentos en los números 59, 60, 61 y 62.

PRESENTACION DE DON CARLOS AL EJERCITO.

XC.

El octogenario y crédulo conde de Penne-Villemur, que se fugó de Zaragoza por seguir á don Cárlos, fué nombrado ministro interino de la Guerra; y su primera ocupacion oficiar á todos los jefes liberales, confiando que prestarian al momento obediencia al infante.

Zumalacarregui, que conocia la ineficacia de tales pasos, se cuida ba poco de ellos, y lo esperába todo de sus esfuerzos. Por esto deseó separarse del príncipe; le inquietaba la inaccion, y salió al instante de ella, é hizo salir á don Cárlos, que dejó el 15 á Elizondo, acompañándole Zumalacarregui y la junta de Navarra. Pasó por Irurita, el valle de Baztan, puerto de Belate, valle de Uzama, y antes de llegar á Beunza, revistó á las tropas que conducia Eraso.

Allí, en efecto, como ha dicho un cronista de aquellas filas, debió esperimentar asombro y placer don Cárlos, «al ver aquel puñado de hombres, que sin más aparato, sin más medios que unos malos fusiles y cananas, estaban luchando con valor heróico, hacia nueve meses, contra un gobierno cuya voz obedecian más de trece millones de habitantes; de un gobierno dueño absoluto de todas las ciudades, plazas fuertes, puertos y recursos del Estado, hallándose además sostenido por dos naciones de las más poderosas del universo. Lo que debió cautivar su cariño y conmover su corazon, era el considerar que aquel escaso número de valientes, cuyo semblante curtido con el sol ardiente de la es tacion y de las fatigas de la campaña, se mostraba risueño á su vista, se habia sostenido por su causa en el gigantesco, si no imposible proyecto de combatir y derrocar, arrostrando mil peligros y trabajos increibles, á nn gobierno apoyado en tantos elementos. Allí vió don Carlos aquellos héroes, que mal curados de sus primeras heridas, volaban al combate en busca de nuevas glorias. Allí vió que al hermano muerto ayer en el campo de batalla, le sucedia hoy otro hermano dispuesto á batirse. Allí vió, en fin, que todos habian corrido á la lucha, separándose de las prendas más amadas de su corazon, de propia voluntad, y con solo el fin de sostener ilesa la religion de sus padres, y sentar en el trono al príncipe á quien de derecho juzgaban corresponderle. ¡Qué espectáculo tan grandíoso para don Carlos! ¡Qué maravilla tan consoladora para un monarca el ver que en un siglo en que la revolucion mina los tronos y hace el último esfuerzo para abatirlos, hay españoles que esponen lo más precioso que existe en el mundo para defenderlos!»

Esto pudo, sin duda, haber dicho para sí, pero olvidaba el cronista en el momento que tal escribia, que don Cárlos consideraba debidos á su persona los sacrificios, y el hercismo que con tanta verdad pinta Za

Томо 1.

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ratiegui. En aquella revista, vergonzoso es decirlo, ni una arenga de cuatro líneas, ni una palabra de reconocimiento y de gratitud dirigió don Carlos á aquellos valientes que formaban el escabel de su trono, que amasaba con su sangre los cimientos de su poder. Pero eran leales aquellos soldados: les entusiasmaba la presencia de su aclamado monarca, y se creian sobradamente recompensados con que se dejara ver. ¡Tal es la sublime abnegacion, el desinterés, el entusiasmo de los pueblos!.... Y si bien son masa dócil para siniestros hechos, dejándose llevar por las pasiones del que los conduce, retroceden á la voz del honor y del deber, siguen el camino de la razon y de la justicia, y son más constantes en él que en el del error.

Al ver á don Cárlos, todos se olvidaron de sus pasados sacrificios, y no temieron los que les esperaban. Por él juraron morir, y renovaron este juramento en lo íntimo de su corazon.

El príncipe, demostrando en su semblante el júbilo que esperimentaba su alma, recorrió los valles de Araquil y Borunda, y las Amezcoas.

MOVIMIENTOS DE RODIL.-ACCION DE ARTAZA.

XCI.

La aparicion del fugitivo de la isla británica en el teatro de la guerra, no fué creida ni por Rodil, ni por el gobierno. Los sucesos le desengañaron. Y mientras Miraflores, exasperado, provocaba al gabinete por la fuga de don Cárlos, Rodil se propuso darle caza, porque no puede decirse otra cosa del objeto de su plan. Despues de permanecer algunos dias en Puente la Reina, ocupándose en trabajos de organizacion y espionaje, trasladó el 17 su cuartel general á Estella, presentando su movimiento hácia Alava.

Zumalacarregui, al saberlo, se separó de don Cárlos, á cuyo lado estaba violento, pues gustaba más de la vida militar que de la cortesana; y dejando encomendada á Eraso la custodia del soberano, partió á conquistarle el poder que deseaba.

Para observar mejor á Rodil, se corrió desde la sierra de Andia á los puertos de Bacaicoa y Lizarraga. El jefe liberal trasladó el 21 á Alcedo su cuartel general: Lorenzo á Zúñiga, con la segunda division. Carondelet, que ocupaba con la caballería á Allo y Dicastillo, se corrió á Puente la Reina, en cuyo punto se situó tambien la artillería, y la tercera division al mando de Córdova.

Zumalacarregui pasa á Goñi, sábelo Rodil, y establece en Cirauqui y Lorca su vanguardia, marchando hácia Alava con el objeto de contramarchar oportunamente y caer sobre los carlistas. Pero estos, ya supie

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