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Retiróse éste por el puerto de Eraul, y revolviendo siempre en su mente los medios de sorprender á su contrario, vióle hacer un movimiento hacia Estella, al mismo tiempo que salia de este punto Carondelet como al encuentro de Figueras y Oráa.

Los liberales se hallaban en Galdeano, y querian atraer al enemigo á los valles de Lerin, donde les cargaria la caballería de Carondelet; pero no se dejaba alucinar Zumalacarregui, quien al ver se movian las tropas para volver á Estella, corre de repente á tomar posiciones en las Peñas de San Fausto, asentadas en el camino á dicha ciudad, que despues de pasar el rio Amezcoa por el puente de Artavia ú de Lerin, sigue por entre el mismo rio y una muy escarpada cordillera, que desciende de la sierra de Andia. Estrechado este camino en varios puntos por el rio y la cordillera, presenta en el sitio llamado las Peñas de San Fausto, la más ventajosa posicion para una brusca acometida. Aquí, pues, colocó Zumalacarregui emboscada su gente, y esperó á Carondelet.

Hallándose éste en Sorlada, recibe un pliego de Figueras desde Con trasta, diciéndole que, si no tiene otra atencion, se aproximase al dia siguiente 19 hácia Larrion ó Galdeano, rompiendo temprano su movimiento, en el concepto de que yo marcho sobre ellos,-los carlistas.-Así lo ejecuta el baron al amanecer, participándolo al general Anleo, situado en Estella, y pidiéndole órdenes; y aunque á las nueve de la mañana recibió éste la comunicacion, ni contestó ni movió sus numerosas fuerzas.

V

Caminaba Carondelet con las debidas precauciones, y en el sitio de más peligro, á la cabeza de sus escasas fuerzas, setecientos infantes y ciento cincuenta caballos. Contaba con Figueras, contaba con Anleo: un regidor de Galdeano que murió en la sorpresa, le acompañaba en prueba de que no habia por aquellas cercanías otros enemigos que los aduaneros, y sin embargo, al avistar las Peñas de San Fausto, hizo á una compañía de Valladolid flanquear la altura. Pronto el terreno la encubre, y su capitan, que no ve al enemigo, se retira ante las dificultades de la montaña, y se retira á retaguardia, sin órden para ello, sin avisar siquiera su retirada, muy satisfecho del desempeño de su mision. ¡Caso sin ejemplo en los fastos militares, y caso á que se debió el desastre inmediato!

Entraba entonces precisamente la vanguardia de Carondelet en la estrecha garganta que forma el rio con las rocas, tan prevenido como seguro de que por el momento no podia estar inmediato el enemigo, toda vez que la compañía flanqueadora que mandó en descubierta no daba señal, cuando le sorprende una descarga á quemaropa. Instantáneamente se descubren los carlistas ocultos en la espesura, y atacan por todas partes con ímpetu irresistible Vanguardia, retaguardia, flanco,

todo es á la vez objeto de su ataque; y en la imposibilidad de combatir las tropas de la reina, encerradas en aquel angosto desfiladero, y en la de dominar su jefe por el pronto el efecto natural de verse matar sin defensa, mandó al punto ganar la otra orilla del Amezcoa, única salvacion en aquel conflicto. A su voz se atraviesa con rapidez el rio, y situando ventajosamente la caballería y parte de la infantería, protege el paso del resto de la columna. Gracias á su serenidad en aquel momento supremo, no son fusilados todos sus valientes, ahogándose algunos en el rio. En vano Carondelet reta valeroso con la gente que le resta, y bajo la impresion de aquella catástrofe, á Zumalacarregui y Zaratiegui, que con superiores fuerzas (tres mil hombres, á lo menos), habian cazado á mansalva--aunque en ley de guerra-á las suyas: satisfechos los contrarios del resultado de aquella jornada, no aceptan el combate que les presenta á cara descubierta el baron, ansioso de vengar la sangre de los suyos, por ajenas culpas derramada.

Entre los doscientos cincuenta muertos de Carondelet, se contó el brigadier Erranz. Entre los prisioneros lo fué el coronel conde de Via Manuel, grande de España. Habia perdido ya su tercer caballo por acompañar á su jefe. La pérdida de Zumalacarregui fué casi insignificante; apenas escedió de una decena de hombres.

El botin fué considerable: escedió á las esperanzas. Eran tropas que venian de Portugal y de Madrid, y llevaban dinero y buenas prendas. En la caja de un regimiento se hallaron 6,000 duros. Lo que más valió á Zumalacarregui fué la clave que servia para las comunicaciones del gobierno con los generales. Habiéndola perdido Carondelet, no se tuvo la precaucion de variarla, y fué causa esta torpeza de posteriores contratiempos.

Córdova, que no estaba muy lejos, corrió al escuchar los primeros tiros al sitio del combate, y al llegar consternóle el cuadro que presenció. No pudo hacer otra cosa que dar sepultura á los cadáveres, rindiendo este tributo de respeto á su desgracia.

Zumalacarregui se retiró á Abarzuza, y de aquí á Lumbier, donde el 22 firmó el parte de aquella notable accion.

Los liberales nada dijeron: nadie lo supo sino por los resultados.

EL CONDE DE VIA-MANUEL.

XCIV.

A esta sorpresa siguió un episodio trágico. A todos los prisioneros les esperaba la muerte ó servir en las filas contrarias. Entre aquellos desgraciados se contaba el jóven conde de Via-Manuel, que defendia vo

TOMO I.

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luntariamente la causa liberal. Era valiente y noble y no podia ser perjuro. Bien lo sabia Zumalacarregui, y mandó se le tuvieran las consideraciones debidas. Veia su juventud, aquella vida llena de esperanzas, y temia sacrificarla. Pidióle un dia una audiencia, y le ofreció el conde en precio de la vida retirarse de la campaña y no volver á desenvainar la espada contra los carlistas. Zumalacarregui aceptó con condiciones. Al despedirse salia con él Zumalacarregui, y estando puesta la mesa le invitó éste formalmente, y aceptó. Durante la comida un oficial imprudente habló mal de los jefes liberales, pero Zumalacarregui le demostró su enojo.

Díjose que el jefe carlista propuso al liberal el cange del conde, y que fué la contestacion el parte de haber sido fusilados el oficial y los soldados carlistas que se querian cangear; mas lo cierto fué, que consultado don Cárlos sobre la suerte de Via-Manuel, é implorando la real clemencia, contestó:- «Cuando oficiales de un rango inferior, y soldados hechos prisioneros con las armas en la mano sufren la pena de muerte, no hay motivo para perdonar á un grande de España.»

La sentencia no tenia apelacion. Zumalacarregui condolido porque era valiente, se marchó de Lecumberri. El Boletin carlista decia al dia inmediato:

«No habiendo sido suficientes para calmar el furor de los revolucionarios, con respecto á los infelices prisioneros, la infinidad de ejemplos de humanidad que el general Zumalacarregui ha ofrecido al público, perdonando la vida á los que caian en sus manos, y aun mandando en libertad á sus casas y cuerpos á muchos indivíduos de las filas de la usurpacion, hizo pasar por las armas con arreglo á las reales órdenes vigentes al conde de Via-Manuel, grande de España, hecho prisionero en la gloriosa accion del 19. Muy doloroso es para un jefe verse en la necesidad de aplicar el rigor de la ley, pero es indispensable hacerlo, cuando le provocan con tanto escándalo las tropas del gobierno usurpador, quienes no satisfechas con asesinar al infeliz defensor de la legitimidad, dirigen su saña contra el venerable párroco, y el tranquilo religioso que en nada más se ocupan que en implorar la misericordía del Omnipotente para que cesen las calamidades que afligen á la desgraciada España.»>

DESALIENTO DE LOS SOLDADOS. ACCION DE VIANA. SUS CONSECUENCIAS.

XCV.

El carlismo progresaba: recibia del estranjero armas, municiones, efectos y dinero. La causa liberal sufria, por el contrario, terribles reveses. Con ellos se predisponia el soldado á dar oidos á la seduccion, desertaban muchos, y el gobierno ofició á Rodil, diciéndole, que habia lle

gado á noticia de S. M. el aumento que tenia la seduccion de los soldados por los partidarios de don Cárlos, cuyos progresos le mandaba evitar con todo rigor, fusilando al punto al que resultase reo.

Pero no era el número ni la habilidad de los seductores lo que minaba el entusiasmo del ejército liberal y disminuia sus filas, era la insubordinacion que empezaba á cundir, era la indisciplina, era la impericia de algunos jefes, la deslealtad de algunos oficiales. Se prestaban servicios infructuosos, se hacian sacrificios inútiles, y el soldado, que palpaba los resultados, se desalentaba, predisponiéndose á desertar.

Carondelet fué puesto al frente de un cuerpo de caballería apoyado por un batallon, para operar en terreno llano-(y esto prueba que el de.. sastre de San Fausto no perjudicó en la opinion del ejército su buen nombre militar),-y no lejos de él se situaron Espartero, Oráa, Lorenzo y Figueras.-Zumalacarregui entretenia estos cinco jefes con su sistema de division infinitesimal de fuerzas, reuniéndolas de improviso, como hizo en Galdeano, y en Eraul despues, sorprendiendo realmente á Figueras. Infatigable y activo, se le unen en Santa Cruz de Campezu doscientos cuarenta caballos montados y armados de cualquier modo, y marcha veloz el 3 de setiembre á Viana, á tentar fortuna.

Hallábase Carondelet con seiscientos infantes y trescientos caballos. Aproxímanse los carlistas el 4 y se da la voz de alarma, enviando Villalobos en descubierta á Marquesi. Al punto Carondelet manda tocar gencrala, y sin elementos para su defensa la ciudad, como veremos, y en el deseo de utilizar la caballería, que casi podria proteger una honrosa y feliz retirada á Logroño, distante solo una legua, como desbaratar á los carlistas, sin embargo de lo numerosos que se presentaban, tres mil infantes y trescientos caballos, con jinetes bisoños, dispone el general la salida de las fuerzas al campo, las señala posiciones y da á cada jefe las oportunas órdenes. La caballería y el batallon de Castilla se sitúan con arreglo á sus instrucciones, no así el de Valladolid, que se entretiene por disposicion de Amor - haciendo desde los muros de la poblacion un fuego tan inútil como peligroso á la partida de caballería que regresaba del reconocimiento, y á todas las fuerzas, que tuvieron que detener su retirada por escalones, frustrándola de esta suerte. Reitera el general la órden para que se incorpore Castilla, y lo verifica en su mayor parte, quedándose la menor en las casas para salvarse.

Zumalacarregui llega rápido, apenas se cuida de la ciudad, y se coloca su infantería en un olivar, desde donde hacia un fuego certero y mortífero. Carondelet le aguarda en las afueras, y el carlista fiado en su buena estrella acepta la batalla. Era la primera en que su caballería iba á medir sus lanzas con las del ejército, y el coraje de sus jinetes y de sus batallones se decide á la prueba. Prepara los tres escuadrones, ama

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ga la carga, y el baron la ordena á los suyos, viendo la conveniencia de anticiparse, y fiando en la reconocida superioridad de sus armas; esperando quizás que, derrotadas las enemigas, lo fuesen á la vez sus batallones. Desgraciadamente, y despues de cargar la caballería de la Guardia, vuelve á su anterior posicion, por órden de su jefe inmediato, y sin moverse espera la carga en vez de darla. Repite Carondelet, asombrado, la órden de cargar, previniendo al comandante del batallon de Castilla apoye á la caballería y al batallon de Valladolid, pero ya es tarde. Zumalacarregui, que habia visto aquella prueba de indecision, comprende en su genio lo crítico del momento, le aprovecha instantáneamente y carga impetuoso, y flaquean los cazadores á caballo, y es rota su línea, y se desordenan, y huyen y atropellan á los infantes, y siembran en su carrera el espanto. En vano corre Carondelet al punto de mayor peligro y compromete su vida por contener á los fugitivos y restablecer el órden: envuelto tambien, sálvale la resistencia de su caballo. El conde actual de Cumbres-Altas, su ayudante, caido á su lado en aquel tropel, es buen ejemplo y tantos otros-de los esfuerzos heróicos del baron por remediar aquella desgracia.

Indignados algunos oficiales de aquel desastre sin gloria por haberse dejado cargar de una caballería tan inferior, contienen á unos cuantos soldados, y á su cabeza detienen á los contrarios y evitan mayores pérdidas, protegiendo en heróica retirada la de los demás, y permitiéndoles rehacerse un tanto. Don José de Villalobos y Liniers, oficial de la Guardia, que descubrió el primero la venida del enemigo, se opuso con algu· nos de sus cazadores al diluvio de carlistas que les envolvian, secundándole resueltos sus no menos bravos compañeros, Marquesi, Tornos y Aguirre. Gracias á este esfuerzo de valor individual, no llega Zumalacarregui en su persecucion hasta Logroño y se queda en Viana, contenido por una parte de esa misma caballería que acuchilló, y en que debió encontrar su derrota.

Las tropas de la Reina perdieron doscientos hombres, y el regimiento de Castilla su bandera. Ufano con este trofeo, retiróse Zumalacarregui de Viana, sin haber podido rendir á un puñado de valientes del provincial de Valladolid, parapetados en una iglesia y en el Consistorio. Marchó, sin embargo, lleno de orgullo á Alegría de Alava, y tenia motivos para estarlo: la accion de Viana es para los carlistas una de las páginas más brillantes. Vemos batirse allí por primera vez su caballería, de no mucho valer, con la brillante caballería de la Guardia, y batirse en el llano, y en número igual, y acometer sin titubear y vencer desde luego. Nunca con más verdad pudo aplicarse Zumalacarregui las palabras de César veni, vidi, vici. Llegar, ver y vencer, todo fué uno, en efecto. No le quitemos esta gloria, que escedió sin duda á sus esperanzas. Es

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