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puesta una pieza de á doce para el ataque, y que no podian habérsela llevado, comisionó á Echaluce para buscarla, y la encontró; siendo destinada á la fortificacion de Plencia, que quiso impedir don Cárlos con fuerzas guipuzcoanas, alavesas y navarras.

De todas estas habremos de ocuparnos simultáneamente, pues si bien en un principio referíamos con separacion los hechos de cada provincia, no seria ya posible, sin una lastimosa confusion, seguir aquel órden, y sin abandonar los movimientos de los jefes en cualquier parte que obren; dejándoles únicamente por acudir á algun suceso notable, que por la misma fecha ó próximamente acontezca, y no pueda enlazarse con la narracion de los demás. No de otro modo podrá conocerse el incremento que adquirió la guerra en el Norte de la Península.

Presentáronse, en efecto, los carlistas delante de Plencia el dia 11, rompiendo el fuego contra las avanzadas liberales, en cuyo apoyo corrió Benedicto con un regimiento, y avanzando y batiéndose á la vez que Espartero, llevó al enemigo por delante, á pesar de contar fuerzas tan superiores, teniendo que abandonar las posiciones del monte de Gallarraga, que ocuparon los liberales, como igualmente otras alturas de importancia á la derecha del pueblo, que era en tanto fortificado por los soldados.

Retiróse luego Araoz del punto avanzado, y creyendo los carlistas la ocasion propicia, cargaron briosos á la bayoneta, pero auxiliados aquellos por dos compañías al mando de Jove, desalojaron de nuevo al contrario del disputado Gallarraga, y le hicieron retirarse y desistir de su intento. Marchó hácia Munguía, y Espartero pudo sosegadamente fortificar Plencia, como el gobierno le mandara; concluido lo cual se corrió á Ochandiano y al valle de Arratia, no pudiendo conseguir le esperasen los carlistas, que desde este punto marcharon á Llodio. Don Carlos salió de Vizcaya.

Despues de marchas y contramarchas, que combinó Espartero con Iriarte, alcanzó al enemigo el 30 en las inmediaciones de Arteaga, donde se trabó una pequeña accion, cuyo principal resultado fué la subdivision de las fuerzas carlistas, medio de salvacion en circunstancias estremas.

DEFENSA DE VILLARCAYO.

XCVIII.

Los carlistas guipuzcoanos trataron de hacer más estenso el campo de sus operaciones, y se fijaron en la ocupacion de Villarcayo, que próximo á las fuentes del Ebro, les ofrecia grandes ventajas. Su guarnicion era un puñado de urbanos y una partida de tropa.

El 18 de setiembre, Castor, Sopelana, Ibarrolilla, y Mazarrasa, con cerca de tres mil hombres, se presentaron á poco de amanecer delante de la villa, intimando dos veces su rendicion. Los liberales, guarecidos en las casas y ayuntamiento, les contestan á balazos. El principio de aquella pelea aumenta el valor de unos y otros; y aunque infinitamente mayor el número de los sitiadores, no temen los sitiados; se proponen morir antes que rendirse, y no pudiendo vencerlos los carlistas, apelan á uno de esos medios reprobados que rechaza la humanidad. Prenden fuego á las casas, y son reducidas treinta á cenizas. Más no decae el valor de los sitiados con el incendio: sus llamas avivan las de su patriotismo, y entre el chisporroteo de las mismas casas en que se defendian, resonaban sus vivas á Isabel. Al humo del fuego se mezcla el de la pólvora, y enardecido su brio á la vista del daño que reciben, su resistencia no es ya heróica, es desesperada.

Ceden ante ella los carlistas, y se retiran al inmediato pueblo de Sigüenza, llevándose doce prisioneros.

Iriarte acudió en auxilio de Villarcayo, y aun llegó á tiempo de contemplar las humeantes ruinas. Consternado por el espectáculo que le ofreció el pueblo, siguió en pos del enemigo, que le esperó en posiciones. En ellas recibió el ataque de los liberales con un vivo fuego; pero no pudo resistir sus bayonetas, y corrió, dejando veinte muertos, un capitan prisionero, y cuanto habian estraido de la incendiada villa, con interesantes papeles, además, de la junta de Castilla, y armas, municio nes, caballerías y otros efectos.

Tambien fueron rescatados los doce prisioneros de Villarcayo.
Iriarte contó un capitan y algunos soldados muertos.

CESA RODIL EN EL MANDO.

XCIX.

Rodil, que continuaba en tanto persiguiendo á don Cárlos, se convenció de lo infructuoso de su empeño y le abandonó, yendo á situarse entre Pamplona y Vitoria, para acudir con presteza á donde fuere necesario llevar sus tropas. Al mismo tiempo dispuso fortificar algunos puntos que cerrasen á los carlistas los puertos, y pretendió armar con lanza la caballería porque la tenia la contraria, cada dia más envalentonada; y contra las fuerzas que guiaba don Cárlos envió á Córdova, y á Espartero contra Zumalacarregui.

Dividióse así el ejército en dos cuerpos respetables, teniendo á su cabeza dos jefes activos, inteligentes, llenos de entusiasmo, émulos de gloria, ambiciosos de renombre.

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Siguió á esta division otra que órdenó el gobierno en 22 de setiembre, formando dos ejércitos de todo el del Norte; uno para operar en Navarra, y otro en las tres Provincias Vascongadas. El primero al mando de Mina, y el segundo al de Osma. Pero hallándose Mina emigrado aun, se encargó del mando interinamente el conde Armildez de Toledo.

Con este arreglo fué destituido Rodil, á quien se confirió la capitanía general de Estremadura, que renunció, marchando al Puerto de Santa María á usar de la licencia que obtuvo para recuperar su salud.

Los resultados del mando de Rodil fueron sin duda desastrosos á la causa que sostenia con teson: no se vió en él un hecho glorioso, ninguno de esos planes que revelan el genio ó la pericia militar; ninguna de esas concepciones atrevidas que hacen la reputacion de un general. Era, sin embargo, de los más activos; siempre á caballo, siempre corriendo, ni las fatigas le arredraban, ni los sacrificios le imponian. Pocos habrán llevado á esa guerra mayor entusiasmo, mejores deseos, más halagüeñas esperanzas; todo, sin embargo, fué inútil; todo se estrelló ante aquellos astutos y tenaces enemigos.

No echaremos sobre Rodil toda la responsabilidad de los tristes resultados de su mando; tampoco culparemos á todos los generales de division, por más que se quejaba de que no obraban con la prontitud que deseaba; menos á los soldados que, aunque algo indisciplinados, eran valientes; culpemos á la naturaleza de la guerra, á la clase del terreno, Y sobre todo al espíritu del país que ocupaban los carlistas, ante el cual se estrellaba toda clase de esfuerzos, oponiendo aquella resistencia pasiva, invencible, desesperante para el que sentia sus efectos.

Añádase á esto, que la mayor parte de los jefes que se enviaban á la guerra, no la conocian debidamente; que no eran tampoco grandes capacidades, y se verá la responsabilidad que cabe al gobierno en la prolongacion de la lucha, en los desaciertos que se cometian, y en los desastres que sobre el país se multiplicaban.

SORPRESA FRUSTRADA EN ECHARRI-ARANAZ.

C.

Por este tiempo se presentó á Zumalacarregui la ocasion de hacerse dueño de Echarri-Aranaz, importante adquisicion para su causa, por ser un fuerte bien abastecido de lo que necesitaban.

La traicion de un oficial de los que con el ejército de Rodil vinieron de Portugal, facilitaba al caudillo de don Cárlos los medios de llevar á cabo su empresa, que intentó favorecido por la oscuridad de la noche,

dirigiéndose á la sierra de Urbasa y al puerto de Santa Marina, inmediato al pueblo de Bacaicoa. Eligió Zumalacarregui dos compañías, á las que únicamente inició en el secreto, y les enteró de las bases de su ejecucion tan minuciosamente, que hasta impuso á los cabos de lo que cada uno debia hacer. A su cabeza se movió á Echarri-Aranaz, siguiéndole dos batallones para el auxilio necesario, estableciéndose otro en un sitio oportuno.

A las dos entraba silenciosa la columna en una de las calles de Echarri-Aranaz, y cerca del fuerte, el paisano, cómplice del oficial liberal, remedó el maullido del gato, y se vió al punto pasar una luz por delante de las aspilleras. Dos paisanos llaman entonces á la puerta del fuerte, diciendo que llevaban un parte para el gobernador; manda el oficial se les abra, y al sentir los carlistas girar las puertas sobre sus goznes, se arrojan con ímpetu sobre ella; mas no con el valor y la prontitud necesaria, que el sargento de la guardia no se apercibiese de la traicion, y cerrase oportunamente la puerta, dejando fuera al oficial. Se dispararon algunos tiros, que produjeron el mayor desórden, y un hermano del oficial traidor, que quedó dentro, fué asesinado.

Zumalacarregui hubo de retirar su gente, llevando en su semblante retratada la desesperacion, y marchando enmudecidos los soldados por la vergüenza y el temor: pues bien tomadas las medidas, hubo impericia y cobardía en la ejecucion, habiendo estado franqueada la puerta el tiempo suficiente para que la cabeza de la columna invasora se apoderase de ella.

Llegada la columna á la sierra, la condujo Zumalacarregui al centro de un bosque. Formó un cuadro con los batallones; colocó en medio á las dos compañías elegidas, y con mal comprimida tranquilidad, les dijo:

«Voluntarios: habeis visto la eleccion que al descender de esta sierra hice de esas dos compañías que teneis presentes para ejecutar una operacion, que, bien examinada, se tuvo por la más feliz. Los avisos, las disposiciones y demás cosas en que librábamos el buen éxito, correspondieron á nuestros deseos, y las personas que nos la propusieron han cumplido lo que ofrecieran. La empresa únicamente exigià un limitado número de hombres llenos de resolucion, y por eso nos fijamos en estas dos compañías. Todos sus indivíduos al enterarles del negocio y esplicarles la manera de conducirse, me prometieron en general y en particular llenar sus respectivos deberes. Sin embargo, vosotros acabais de ver de qué modo lo han hecho, y de qué manera tan indigna han correspondido á mi confianza. Que la culpa es enteramente suya, ninguno lo puede dudar; así como ninguno podrá dudar tampoco el sinnúmero de fatigas que tendremos que sufrir, y la mucha sangre que habrá de verterse antes de llegar al estado en que nos hubiera puesto la toma de ese fuerte, cuyo nombre será de funesto recuerdo entre nosotros.

» Yo llevaria con resignacion el profundo dolor que afecta á mi alma en este momento, confundiéndolo con el que vuestro semblante me anuncia, si el rigor de la disciplina no exigiese un castigo ejemplar contra la falta que se ha cometido. Vosotros sabeis por esperiencia el imperio que su observancia tiene sobre mí, y que en semejantes casos cumplo inexorablemente sus preceptos. Los infractores los conoceis lo mismo que yo, y sabeis que pertenecen á esas dos compañías. En ellas están los que han marchitado con su medrosa conducta los laureles de veinte combates gloriosos, y los que con su cobardía han despojado á las armas carlistas de aquella fuerza moral, tesoro inapreciable que constituia nuestro poder y realzaba nuestra nombradía. Despues de tan pernicioso ejemplo, ¿quién será el jefe que en adelante os lleve al combate con la misma confianza que hasta ahora? ¿Ni cómo podrá tampoco con hombres que tan sin valor se han conducido, acometer una plaza en medio del dia y del fuego constante y mortífero que arrojan sus baterías, como tantas veces tiene que hacerlo el soldado en estado de guerra? A la verdad que ninguna confianza puede tener en unos hombres que, habiendo llegado sin lesion ni peligro á tres varas de la puerta del fuerte de Echarri-Aranaz, les faltó ¡quién lo creyera! el ánimo y la resolucion para entrar dentro.

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>>No, no es posible que yo continúe dirigiendo una guerra como la actual, sin vindicar antes la disciplina. ¡Voluntarios! yo prometí el premio á los que en el lance pasado se condujeran como valientes; pero tambien amenacé con el castigo á los cobardes. Mis promesas deben ser siempre cumplidas, porque de otro modo, ni los malos temerian el castigo, ni los buenos confiarian en el premio.»>

Acto contínuo mandó echar suerte á los soldados que formaron la cabeza de las dos compañías: el primero de cada una de ellas, recibidos los auxilios espirituales, fué fusilado. Las ejecuciones no siguieron más adelante: Zumalacarregui se salió del cuadro, y sentándose en el tronco de un árbol, se cubrió el rostro con las manos.

Esta leccion dolorosa fué muy eficaz á su propósito.

ACCION DE ELIZONDO.

CI.

Sagastibelza estaba sitiando á Elizondo, y se ordenó á Córdova la salvara, para lo cual marchó el 28 de setiembre, precipitando las marchas con ánimo de sorprender al carlista; pero era mejor el espionaje de éste, é hizo inútil el intento de aquel.

Sin detenernos con Córdova en Irurita, buscando en vano al avisado enemigo, le seguiremos á Elizondo, á donde tardó ocho horas en llegar, y en cuyo camino tropezó con su contrario que le hizo frente. Hace Córdova contramarchar una columna á pasar el Vidasoa por el puente más cercano para acudir á donde ya se habia empeñado la accion, que crecia

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