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estendiéndose el fuego hasta Lecaroz, y él en tanto se sitúa entre las guerrillas más avanzadas, despreciando todo peligro, y vadeando á pié la corriente.

Entonces pudo ver el jefe liberal las ventajosas posiciones de Olazar que ocupaba el carlista, formando un anfiteatro defendido por sí mismo, y por los caseríos y cercas de piedra que flanqueaban el camino por uno y otro lado. El terreno, la colocacion de las tropas, todo era ventajoso para los carlistas, todo presentaba dificultades casi insuperables para Córdova, que ni conocia las emboscadas del contrario. Desesperado por tantos obstáculos, manda, en uno de esos arranques de la juventud, cese el fuego de las guerrillas, y la toma de la altura por el frente, en columnas de ataque à paso de carga y á la bayoneta.

El resultado correspondió á la bizarría de la ejecucion, y desde el sitio en que hicieron alto los valientes de Córdova, ya pudo conocer al enemigo que tenia al frente y sus posiciones. Respetables uno y otras, tuvo que pensar en salir de aquella dificultad, y dió en tanto descanso á sus fatigadas tropas.

En inteligencia con el comandante del fuerte de Elizondo, á quien prescribió una salida con la guarnicion para acometer la derecha de la línea carlista, combinó el ataque general en columna cerrada, avanzando por escalones; y cuando se disponia á ejecutar con decidido empeño su calculado plan, ve descender al enemigo con intencion de atacar las fuerzas liberales que habia en un bosque. Acometiéronlas con denuedo, creyendo poco resueltos á los liberales, y Córdova entonces, para mejor burlarles, mandó tocar retirada, ordenando al mismo tiempo. verbalmente á los jefes permanecieran y esperaran los toques sucesivos. Los de retirada alentaron á los carlistas, y creyendo se les escapaba su presa, acometieron impetuosos, atendiendo más á avanzar que á asegurar la espalda. Pero cuando más confiados cargaban, todos los tambores y cornetas dan á la vez la señal del ataque, retumbando su estrépito por aquellos bosques, y á ella avanzan los liberales, despreciando el nutrido fuego que sufrian por los flancos. Las compañías que iban despejando el terreno, facilitaban la subida de aquellas eminencias, animando Córdova y los jefes á unos soldados harto dispuestos á secundar los deseos de su bizarro general.

Así consiguieron su objeto, y vieron á los carlistas abandonar sus elevadas posiciones y huir, creyendo Córdova que donde pensaban hallar su salvacion encontrarian su esterminio, porque les atajaria la guarnicion del fuerte de Elizondo, segun lo ordenó dos veces á su comandante, y por distintos conductos. Mas no sabemos si recibiria las órdenes, que no hubiera de otro modo dejado de darlas cumplimiento.

Fortuna fué esta para los apurados carlistas, molestados aun duran

te media hora por la persecucion de los vencedores, que ya de noche entraron ufanos en Elizondo, habiendo tenido veinte y siete hombres fuera de combate, y contuso el brigadier Carrera. La pérdida de los carlistas fué de unos cuarenta hombres; mas no lamentó esto tanto como su ciega confianza en la estratégia que dispuso Córdova; pues si no se hubiera precipitado, hubiera sido dudoso el éxito de la accion, ó favorable á los carlistas, que ocupaban escogidas y envidiadas posiciones.

Despues de esta accion aumentó Córdova en tres dias la defensa del fuerte, atravesó lo más escabroso de la Navarra, los más difíciles puertos, y regresó á Pamplona cuando concluia el mando de Rodil.

Ya por este tiempo empezaba Córdova á llamar la atencien del partido liberal, que veia en él un jefe entusiasta y valiente. Entonces, por su antigüedad, le correspondia el mando accidental del ejército hasta la llegada de Mina. Le tomó, dice el mismo Córdova, para cumplir con la ordenanza; pero no lo conservó más que dos horas, para dimitirlo en el general Lorenzo, á cuyas órdenes se puso voluntariamente, por no conceptuarse, en su sobrada modestia, capaz de ocupar el primer puesto.

Abasteció la plaza de Pamplona en varias espediciones que hizo, y salió con su division para Estella.

FUENMAYOR.

-

APRESA ZUMALACARREGUI UN CONVOY DE DOS MIL FUSILES.

CENICERO.

CII.

Cada vez más animoso Zumalacarregui, se dispone á invadir la Rioja, siéndole tanto más necesaria esta espedicion, cuanto podia en ella proveerse de objetos útiles á sus tropas, amenazadas de completa desnudez para el próximo invierno. Atrevida era la empresa de apoderarse de la fábrica de paños de Ezcaray, pero el estímulo era grande. Hizo al intento un movimiento simulado, burlando la vigilancia de las tropas, y vadeó el Ebro por Tronconegro, ahuyentando su vanguardia un destacamento de caballería que se le opuso, y que trastornó su plan, salvando la fábrica de paños, y obligándole á repasar el Ebro y volver á las mon

tañas.

Nuevamente acomete esta empresa, y de nuevo se le frustra, pero le depara la suerte un encuentro que le indemniza con usura del malogro de su propósito.

La escolta de un convoy que desde Casa la Reina iba á Logroño, tropezó con la vanguardia carlista que acababa de pasar el Ebro, la cual cargó reforzada sobre la infantería, que se posesionó de una pequeña altura junto á Fuenmayor; pero atacados allí con empeño la abandona

ron, y en vez de ir á unirse con su caballería siguieron el camino de Navarrete, y al descender de la altura viéronse obligados á rendir las

armas.

Dos escuadrones carlistas corrieron en seguimiento del convoy, y cuando apenas distaba media legua de Logroño, diéronle alcance. Los tres escuadrones liberales presentaron el frente, y no atreviéndose á acometer los contrarios, fueron acometidos y desordenados, perdiendo á su jefe Amusquivar, de resultas de una caida del caballo. Llega Zumalacarregui en aquel desconcierto de su gente, logra reunir unos cincuenta jinetes, y corre con ellos á rienda suelta contra la escolta, que les espera firme. Una carga impetuosa de lanza rompe la primera línea, cuya estrechez no permitia el terreno desplegar, y todo se vuelve confusion y desórden, siendo el resultado quedar en poder de Zumalacarregui los dos mil fusiles que conducian las galeras, y que puso en salvo aquella misma noche, enviándolos al otro lado del Ebro.

Debió Zumalacarregui esta victoria á los seis primeros lanceros, que con temerario arrojo cayeron sobre los liberales, y convencido de su heroismo, les buscó y premió para estimular á los demás. Se portaron bien, pero su jefe les dió el ejemplo yendo á su cabeza. Así, pocas son las empresas imposibles.

Las lanzas carlistas contribuyeron poderosamente á este triunfo: la caballería liberal solo tenia sable; y al medirse ambas armas, lievaban aquellas estraordinarias ventajas.

Enorgullecido con este triunfo, corrió Zumalacarregui en pos de otro, y dirigió sus pasos á Cenicero, cuyos urbanos viendo la imposibilidad de impedir la entrada en la poblacion á los carlistas por ser abierta y no tener por consiguiente defensa; y no queriendo por otra parte entregar las armas que la reina les confiara, se decidieron á encerrarse en la torre de la iglesia, y á resistir hasta la muerte.

Al avistarlos el invasor, comenzó el tiroteo contra la torre, cercándolaé intimando la rendicion, que fué contestada á balazos por aquellos valientes, que juráran perecer antes que rendirse.

Heridos en su orgullo los carlistas, se desbandan por el pueblo y prenden fuego á las casas de los defensores de la torre. Cuando estos pudieron presenciar aquel espectáculo aterrador, cuando las llamas les presentaban la pérdida de sus hogares, de su fortuna, y quizá de sus familias, les intima de nuevo el general carlista la rendicion. Esta propuesta les pareció un insulto, y su contestacion fué que no se entregaban á incendiarios. Redoblando al mismo tiempo su valor, hicieron más empeñada la resistencia, y ya no atendian más que á los impulsos de su corazon enardecido.

Exasperado Zumalacarregui, y viendo que nada puede conseguir

TOMO I.

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por el terror, apela á la dulzura; pero los liberales desoyeron lo mismo las amenazas que las promesas dadivosas; y Zumalacarregui, entonces, mandó aplicar combustibles á la torre para sofocar á sus defensores con el humo, ó aniquilarlos con las llamas.

Habian pasado en esto veinte y siete horas, y temeroso el jefe carlista de que acudiese alguna columna liberal en auxilio de Cenicero, levantó su campo incendiario, dejando montones de ruinas y cenizas, y llenos de inmarcesible gloria á aquellos pocos valientes que con tanto heroismo sabian cumplir su juramento.

- El partido liberal celebró debidamente un hecho tan grande; la reina gobernadora mandó se colocase en el real patrimonio á los heróicos defensores de Cenicero que lo solicitasen; y la historia les consagró un eterno monumento en sus páginas. Cenicero adquirió desde entonces un renombre imperecedero, por más que fuese contra los propios su empeño.

PARTIDAS VOLANTES. —DON TOMÁS PLAZA.

CIII.

Zumalacarregui volvió á Navarra burlando á los generales Córdova, Lorenzo y Lopez, que pretendieron impedirle el paso.

y

Repartió últimamente los fusiles que aprehendió y aumentó las partidas volantes, con objeto de proteger á los vecinos de algunos pueblos á los tragineros, molestados contínuamente por los gobernadores de algunos fuertes, que, considerándoles cómplices de los carlistas, les capturaban secuestrándoles sus bienes, y encerrando á veces á sus familias en los puntos fortificados. Funesto sistema de represalias que inflamaba más y más las pasiones.

Zumalacarregui no podia desmembrar sus batallones para la formacion de nuevas partidas, y solo sacó algunos oficiales y sargentos de la mejor conducta y conocedores del terreno, autorizándoles para que eligiese cada uno dos ó tres soldados que sirvieran de núcleo á aquellas partidas, á las que incorporarian los que se alistasen. Entre otras pre venciones, les hizo las de que no perdiesen de vista á las guarniciones liberales, que interceptasen sus comunicaciones, y participasen los movimientos de las columnas. Los resultados no pudieron ser más lisonjeros para los carlistas; siendo uno de los más importantes el hacer casi imposible la conduccion de partes, porque costaba la vida al que cogian con alguno las partidas volantes; así se veia á los paisanos entregar al instante á los carlistas los pliegos que se les confiaban de las tropas de la reina. Fuéronse aumentando considerablemente tales partidas, distinguiéndose la

de Oroquieta, que, con los cuarenta hombres que mandaba, tenia bloqueada la guarnicion de Estella, la más numerosa de las de Navarra, escluida la de la capital; y la del valiente Cordeu, conocido por el Rojo de San Vicente, que con cien hombres era dueño del camino que atraviesa los valles de Araquil y Borunda, y si bien no podia impedir el paso á las grandes columnas, lograba detenerlas y entorpecer su marcha.

Por este tiempo tuvo lugar un suceso que importa referir por las con. secuencias que produjo. Hallándose don Tomás Plaza, ayudante de Zumalacarregui, en una comision del servicio, fué sorprendido en el valle de Arellano por un destacamento de Lerin, que le obligó á encerrarse en una casa con los tres ó cuatro soldados que le escoltaban y el capitan Arellano. El liberal, siguiendo la reprobada costumbre de unos y otros, puso fuego á la casa, prometiendo conservar la vida al que se rindiera. Optaron por lo último Arellano y los soldados, y no creyendo Plaza en el cumplimiento de la oferta, se quedó confiando más en las llamas que en la generosidad de sus contrarios. Arellano y sus compañeros fueron llevados á Lerin y al siguiente dia fusilados: Plaza se presentó ileso y orgulloso á Zumalacarregui con el dinero de su comision.

ACCION DE ALEGRIA. SUS CAUSAS Y CONSECUENCIAS.

CIV.

Zumalacarregui varió un tanto la organizacion de su ejército, despues que armó los nuevos batallones navarros. A Eraso, que operaba en Vizcaya, le llamó para conferirle el mando de una nueva columna compuesta de tres batallones, que operaria hácia Orba, Aoiz y Lumbier, y don Miguel Gomez reemplazó á Eraso en su mando de Vizcaya.

Contra Eraso mandó el jefe liberal una columna de mayor fuerza: otra seguia á Sagastibelza, que con dos batallones operaba sobre el Baztan, Santisteban y la frontera de Francia: Linares procuraba dar alcance al Mancho, que corria desde el Roncal al alto Aragon: Jáuregui se veia precisado algunas veces á estar á la defensiva de Guibelalde, Navarro, Iturriza é Iturriaga, y Espartero operaba en Vizcaya contra Gomez. Rodil, cansado de perseguir inútilmente á don Cárlos, se despedia incendiando caseríos, y Lorenzo y Oráa no perdian de vista á Zumalacarregui.

A la llanada de Alava fué destinado por el gobierno el general O'Doyle, en lo cual anduvo acertado, pues era más conveniente se fijase aquí una division, que no tener que acudir trabajosamente cuando la necesidad lo requeria. Acantonáronse las tropas en Alegría, donde se propuso sorprenderlas Zumalacarregui, para lo cual se anticipó doce

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