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horas á Lorenzo y Oráa, á fin de que le dieran tiempo para ejecutar su empresa. Fingió pernoctar el 26 de octubre en la Berrueza, pasó el Arquijas, y se situó en Santa Cruz de Campezu con cuatro mil quinientos infantes y cuatrocientos caballos. Sin pérdida de tiempo, dividió á la mañana siguiente su tropa en dos cuerpos, poniendo á la cabeza de uno á Iturralde, con órden de no parar eu su marcha hasta el puerto de Herenchun sobre Alegría, en tanto que Zumalacarregui marchaba á Echevarri, desde cuyos dos puntos observaban el pueblo de Alegría, y toda la llanura de Alava hasta Vitoria. Esta ocupacion tan importante no hubiera tenido lugar si Lorenzo y Oráa no se hubieran detenido confiados en Los Arcos.

Apenas habia hecho alto Zumalacarregui, cuando le llamó la atencion un destacamento liberal que por el camino de Salvatierra se dirigia á los pueblos inmediatos, á obligarles al cumplimiento de las órdenes de los gobernadores de los fuertes. Proporcionándose á Zumalacarregui esta ocasion de batir á su contrario, y dar al mismo tiempo á los pueblos una muestra de su interés por ellos, libertándoles por entonces de cumplir lo que se les exigia, se dirigió rápidamente á su encuentro, y comenzó el ataque. O'Doyle, que oyó al momento los primeros disparos, corrió al auxilio de sus compañeros, y Zumalacarregui le hizo al punto frente en campo raso. Desplegó un batallon en guerrilla, apoyado con dos en batalla Ꭹ otro de reserva, y cubrió los flancos con la caballería. Al mismo tiempo descendia Iturralde de Herenchun, entraba en la abandonada Alegría, y seguia á retaguardia de O'Doyle. Cuando éste comprendió la posicion en que voluntariamente se colocó, no trató ya de batir impetuosamente á los carlistas, sino de salvar á sus soldados; pero desmayó el ánimo de estos, obraron cobardemente, y por más esfuerzos que hizo O'Doyle para retirarse ordenadamente, se desbandaron; todo fué confusion y desórden, y la caballería carlista entró entonces á derrotar completamente á aquellas tropas indisciplinadas, que pagaron con abundante sangre su cobardía, pues á pocos se daba cuartel.

Todo se perdió en tan infausta jornada, que costó la libertad á O'Doyle. Solo doscientos hombres pudieron refugiarse en Arrieta, donde no podia rendirlos el carlista con los cañones de pequeño calibre que acababa de coger. Sin embargo, Zumalacarregui no quiso dejar aquellos tristes restos, y los sitió.

Sábese en Vitoria la derrota de Alegría, y la situacion de los encerrados en Arrieta, y el mismo Osma con Figueras sale al instante con unos tres mil infantes, alguna caballería y tres ó cuatro piezas de artillería. Al ¡legar á vista de Zumalacarregui toma posiciones, esperando la accion que no tardó en trabar su contrario, que dirigió á su hueste la siguiente alocucion:

«Soldados: El enemigo, abatido por el golpe de ayer, avanza hácia nosotros haciendo el último esfuerzo. Yo, pues, que conozco vuestro valor y vuestra constancia, os pregunto si quereis abandonar un campo empapado aun en sangre enemiga, y cubierto de los gloriosos trofeos de vuestra gloria.»>

El asentimiento fué unánime, y acto contínuo acometen impetuosos, y lanzan á los liberales de sus posiciones.

Embriagados con la sangre de la víspera, se mostraron sedientos de ella, más y más sañudos cada vez. Tanto fué su coraje y tan espantosa la carnicería, que tuvo que correr Zumalacarregui por ente las primeras filas diciéndoles: Muchachos, basta, basta; dad cuartel á los rendidos.

El resultado de esta derrota tan desastrosa á la causa de la reina, fué aumentarse con dos mil hombres el número de los carlistas, y morder la tierra mil liberales.

Pero si se concedió la vida á los dos mil soldados que aumentaron las filas de don Carlos, fué sacrificado O'Doyle con varios oficiales más, en represalias de los fusilados por Rodil. Víctimas, aquellos, no tanto de su desacierto como de la insubordinacion de sus soldados, fué deplorable su suerte. Cuando iba siendo necesario emplear la violencia para que la tropa se batiera, cuando algunos jefes y oficiales estaban más desalentados que sus subordinados, no eran de esperar felices resultados.

Oráa y Lorenzo pudieron haber evitado uno y otro desastre descansando menos en Los Arcos; pero la falta de noticias por la dificultad que tenian en proporcionarse buenos espías, que sobraban á Zumalacarregui, les hizo ser prudentes y no aventurar ningun movimiento sin saber con seguridad el paradero de su contrario, cuyas emboscadas temian siempre. O'Doyle confiaba en que los anteriores jefes, encargados de perseguir á los carlistas, no les perderian de vista ni le dejarian sin proteccion, y creyó un momento que Zumalacarregui se veria acometido por la espalda. Esto, sin embargo, no le disculpa el abandono de Alegría, que debió ser para él el puerto de su salvacion. Su crédula confianza en la proximidad de Lorenzo y Oráa le perdió; pero esa confianza no podia fundarla sino en una presuncion. Por esto mismo no debió abandonar jamás á Alegría, donde podia defenderse hasta ser auxiliado por las fuerzas de Vitoria, que solo distaba dos leguas.

El triunfo que alcanzó Zumalacarregui no fué debido tanto á la suerte como á su bien combinado plan. Adelantándose medio dia á las divisiones de Oráa y Lorenzo, no podia menos de obtener un brillante resultado en cualquier operacion que intentase, porque se habia desembarazado de sus dos más temibles enemigos. La táctica de Zumalacarregui de adelantárseles cuando menos lo pensaban, aturdia á los jefes liberales, que viéndole á la mañana desaparecer de los puntos que ocu

paba por la noche, le creian emboscado en alguna inmediacion, y al seguirle procuraban hacerlo separándose de los montes. De este modo daban rodeos inútiles, y perdian un tiempo preciosísimo.

Así sucedió en esta ocasion. Cuando supieron la salida de Zumalacarregui de Santa Cruz, creyeron se habria ocultado en algun monte, y en vez de buscarle emprendieron su marcha salvando el país montuoso, y dando por consiguiente un rodeo grande.

Don Carlos premió á Zumalacarregui con la gran cruz y banda de la real y militar órden de San Fernando. Celebrados sus hechos por sus partidarios, decayó mucho el ánimo de los liberales, que no habian olvidado á Guernica, Urdaniz, Muez, San Fausto y Viana.

Tales contratiempos relajaban más y más la ya alarmante indisciplina del soldado, y amortiguaban el espíritu público.

DISTRIBUCION de las fueRZAS DE AMBOS EJÉRCITOS. DEL EJÉRCITO CARLISTA.

CV.

SITUACION Y RECURSOS

Triunfos de tal valía, aumentaban la fuerza moral y material de los carlistas, que adquirian prodigiosa importancia; y corriendo de boca en boca abultaban los resultados, como por lo general acontece.

Esto mismo hacia que acreciese la confianza que se tenia en el nuevo general en jefe del ejército; en aquel Mina que tanto prestigio tuviera en el país, que tanto le conocia, y cuya emigracion aumentara, si era posible, su liberalismo. Mina resumia las esperanzas de la reina gobernadora, del gobierno, del pueblo y del soldado. Así que, cuando entró en Pamplona, 30 de octubre, fué recibido con el mayor entusiasmo. Tenia gloriosos antecedentes, y su presente interesaba.

Las fuerzas contendientes de ambos partidos en el Norte, al conferirse á Mina el mando, eran las siguientes:

La vanguardia, que mandaba Oráa y operaba en la ribera, contaba cinco batallones, cuatrocientos caballos y cuatro piezas de artillería, siendo su total de dos mil quinientos hombres.

La division de Lorenzo se componia de siete batallones, setenta caballos y cuatro piezas: total de su gente, tres mil trescientos hombres. La de Córdova, que era la tercera, reunia tres batallones, once compañías, cincuenta caballos y tres piezas: total, tres mil ciento cincuenta hombres.

La de Espartero constaba de seis batallones de línea, de los provinciales de Alcázar de San Juan y de Trujillo, y de la fuerza de las guarniciones de su distrito, sumando todos cinco mil hombres.

La brigada de O'Donnell se componia de seis batallones, cien caballos y cuatro piezas, que hacian un total de tres mil ciento cincuenta hombres.

La de Jáuregui tenia tres batallones.

Habia además unos ocho batallones guarneciendo las plazas y puntos fortificados.

A las anteriores fuerzas oponian los carlistas las siguientes: En Navarra cinco batallones, dos compañías de guías y tres escuadrones. En una saca de todos los solteros útiles (1) se completaron cuatro batallones más, si bien el 7.0, 8.0 y 9.o, estaban instruyéndose en Burguete y Roncesvalles. El jefe era Zumalacarregui.

En Guipúzcoa reunia su comandante general don Bartolomé Guibelalde, tres batallones.

En Vizcaya existian siete batallones y un escuadron. Sus jefes eran Zabala y La Torre. Obraban, como hemos visto, separadamente. La disciplina de los subordinados corria parejas con el desacuerdo de los jefes; más émulo de ambicion, el primero, que de gloria. Eraso introdujo algun órden en los vizcainos, y Gomez le reemplazó dignamente.

Con mejor órden, con más acierto y con favorables resultados, mandaban en Alava don Bruno Villarreal y don Prudencio Sopelana. El primero guiaba tres batallones: el segundo dos. Don José Uranga mandaba tambien alguna gente.

El partido liberal ocupaba las capitales, todas las poblaciones de importancia, y los puntos fortificados. El carlista no tenia más abrigo que las montañas. Al liberal le sobraban armas y municiones: los talleres del carlista eran ambulantes y establecia fraguas en algun rincon de la Amezcoa ó en la concavidad de algun monte, y aun allí no se podian hacer fusiles, sino componerlos. El gobierno de Madrid y las provincias facilitaban cuantos recursos necesitaban sus tropas; los carlistas tenian que proporcionárselos ellos mismos, y consistian, primeramente en el producto de las aduanas establecidas en algunos puntos de la frontera

(1) Además de esta saca de solteros, deseando don Carlos poner término á la guerra, «y siendo uno de los medios mas poderosos, decia la órden fechada en Eulate, y conformes à los fueros de este reino y de las Provincias Vascongadas, los que S. M. trata de mejorar y no empeorar, el que se proceda al levantamiento de los jóvenes que ansian el feliz momento de verse con las armas en la mano para defender su real persona y sus legítimos derechos al trono español, ha resuelto que en el término de dos dias contados desde el recibo de esta, disponga V. E. el armamento general, haciendo para el efecto que los alcaldes y diputados reunan en un término perentorio todos los solteros y viudos sin hijos desde la edad de 17 hasta 40 años, escluyendo únicamente á los que sean cabezas de familia, y á los que se hallaren con impedimento físico conocido, quedando á cargo del jefe de E. M. G., la organizacion de estos nuevos cuerpos. "

francesa, el cual ascendia á unos 160,000 reales mensuales; en la contribucion impuesta al clero inferior de Navarra, pagada por trimestres, que producia en cada uno 200,000 reales, si bien no siempre se hacia efectiva, por la pobreza unas veces de algunos curas, y por la imposibilidad de su cobro otras, impidiéndolo los liberales; en los frutos ocupados al gobierno, á prebendados y á títulos; en multas, como la que se impuso al Baztan de 20,000 duros, y en exacciones á los liberales Esto en cuanto á Navarra; si bien se observaba, con corta diferencia, el mis mo sistema en las demás provincias.

Las juntas entendian en la recaudacion y distribucion de estos fondos.

En Navarra, cuando solo contaba cinco batallones y dos compañías de guías, el presupuesto mensual era de unos 260,000 reales, sin incluir los gastos de espionaje y calzado. La escasez era, pues, evidente.

Se creia que la venida de don Cárlos seria la de la abundancia de dinero, mas no fué así: continuó la penuria, porque el príncipe apenas proporcionó algunas pequeñas cantidades, que no remediaban la apremiante necesidad del ejército.

El pago de éste se hacia diariamente en esta forma: un real al soldado, uno y medio al cabo, dos al sargento segundo y tres al primero; al oficial subalterno la mitad de su sueldo, y á los superiores el tercio. Dábase además á la tropa una racion de una libra de carne, dos libras de pan y una pinta de vino, y á la oficialidad racion doble, si bien de la misma calidad que la del soldado. Los pueblos suministraban estas especies, que no podian cobrarse unas veces, que las ocupaban otras los liberales, siendo frecuente recoger los carlistas las dispuestas para sus contrarios y viceversa; aconteciendo lo propio con los bagajes, carga la más pesada para los pueblos.

Zumalacarregui, que tenia que atender á todo, aun á la administracion, luchaba con otro inconveniente no menos grave; la falta de municiones de guerra. Apenas tenia el soldado más cartuchos que los que llevaba encima; no habia pólvora, y era difícil adquirirla, porque la poca que habia en Francia subió de precio, y para introducirla en España tenia que ser en pequeñas cantidades. Era, pues, indispensable establecer algunas fábricas en las Provincias Vascongadas, y así lo hizo, trayendo á toda costa el salitre del centro de Aragon y de Francia. La pólvora salia floja, se carecia de los medios perfeccionados de fabricacion; pero á fuerza de vigilias, de constancia y de no pequeños gastos, mejoróse su calidad. Esto no evitó que continuara economizándose un artículo que salia caro; por esto se prevenia al soldado no cargase su fusil hasta entrar en combate: en las guardias y avanzadas solo se cargaba un fusil, el cual no se relevaba con el centinela; y á los combates no llevaba el

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