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soldado sino diez cartuchos, recomendándoles no tirasen sino cuando el enemigo estuviese muy cerca y al descubierto,

Conociendo Zumalacarregui la importancia de las armas y municiones, tenia en ellas su más especial cuidado, y así como premiaba á los que cuidaban con celo estas prendas, castigaba severamente á los que las tenian en abandono.

«La seguridad del ejército mandado por Zumalacarregui, dice un historiador de éste (1), no consistia tanto en el establecimiento de guardias avanzadas y retenes en los parajes convenientes, como en el buen órden establecido entre las justicias de los pueblos, y en el celo con que desempeñaban su oficio los que le servian de confidentes. Sin contar aquellos que hacian el servicio desde sus hogares, tenia siempre Zumalacarregui á su inmediacion de diez y ocho á veinte hombres con sueldo determinado. Cuando algunos de ellos despues de recibir las instrucciones del general, salian de su casa (lo que comunmente era cerca del anochecer) para ir á situarse en los caminos, todos podian entregarse confiadamente al reposo. Aun en medio de su escasez, Zuinalacarregui era muy pródigo con los que prestaban tan interesante servicio. ¿Pero fueron bastante recompensados? Suponemos que no; si bien la falta no debe atribuirse al general, quien á estar en otra situacion, hubiera hecho de modo que sus confidentes tuvieran el oro en abundancia. A pesar de esto, correspondieron á sus deseos con admirable fidelidad..... En cierta ocasion, de resultas de un descuido de uno de estos agentes secretos, Zumalacarregui mandó se le diesen doscientos palos, y se le echase del campo carlista. La noche siguiente al dia en que se verificó este castigo llamó el general á los otros confidentes, y aunque conocia bien la lealtad de aquella gente, no pudo dejar de admirarse al ver entrar con ellos al que habia sido castigado.....«Descansa tú esta noche, le dijo Zuma>>lacarregui, porque mañana debes salir a una comision importante, que »tú solo puedes desempeñar.» Con estas solas palabras, dichas en presencia de los demás compañeros, el confidente se consideró satisfecho de la humillacion de los palos, y con las lágrimas en los ojos, se retiró á dormir.

>>> Las tropas de Zumalacarregui usaban de alpargatas, escelente calzado, del gusto de los naturales, y de bastante duracion en tiempo seco, más no en el húmedo y lluviosa, pues siendo de cáñamo, se destruye al momento. Su adquisicion era difícil..... á veces faltaban las necesarias... y la junta inventó la construccion de un calzado de cuero abierto como estas, el cual se acomodaba mejor al uso y gusto de la

(1) Zaratiegui.

TOMO I.

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generalidad de los naturales, que no pueden soportar sin lastimarse el calzado cerrado y ajustado. En lo más rigoroso del invierno, algunos de los naturales de las montañas usaban abarcas, calzado antiquísimo entre ellos que dió nombre á uno de sus más ilustres monarcas. A pesar de estos suplementos, hubo ocasiones en que fué preciso emplear el ardid para salir de los grandes apuros. Un dia que llovia estraordinariamente, Zumalacarregui iba á pasar con varios batallones desde Ulzama á Val de Ollo. La calidad arcillosa de la tierra hace que se formen en el país grandes lodazales, en los que perecen todas las alpargatas. El general que á la sazon no tenia repuesto alguno para calzar el dia siguiente á sus soldados, se dirigió á varios de ellos, y les dijo: «Al que de vosotros se me presente mañana con alpargatas le daré una peseta.»> Estas solas palabras, corrieron de boca en boca, bas aron para que todos comprendiesen el apuro del general, é inmediatamente quitándose las alpargatas, las guardaron haciendo la marcha descalzos. Zumalacarregui dió órden para que se les distribuyese la peseta prometida, más los jefes contestaron que no habia necesidad porque ninguno la reclamaba.»>

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Solo, que fuera este rasgo, haria comprender las inmensas dificultapara el gobierno de la reina de aquella guerra estraordinaria

FEROCIDAD DE LA GUERRA.

CVI.

La guerra se habia encrudecido en tanto; y unos y otros combatientes adoptaban medidas, no solo rigorosas, sino crueles.

Entre los bandos que se publicaban, se distinguió uno de Lorenzo, y á su vez publicó otro Zumalacarregui, cuya parte dispositiva merece trascribirse íntegra, para que se tenga una idea exacta de lo que era la guerra; advirtiéndose que no se limitaban á estar escritas las penas que se imponian, sino que se ejecutaban, y escedia á veces el rigor de la ejecucion á lo que se mandaba.

Bando.

«Don Carlos V, por la gracia de Dios, rey de las Españas, y en su nombre, don Tomás Zumalacarregui, teniente general de sus reales ejércitos, comandante general del de Navarra, y jefe del estado mayor general, etc., etc.»-Despues de un preámbulo de acriminaciones contra Lorenzo, Quesada y Rodil, termina diciendo: «En tal estado, dejando á un lado todos los miramientos y consideraciones que hasta aquí he te

nido con los enemigos, y usando de la ley de represalias, he decretado lo siguiente:

Artículo 1. «Todos los prisioneros que se hagan al enemigo, sean de la clase y graduacion que fueren, serán pasados por las armas como traidores á su legitimo soberano.

Art. 2. »Se colocará desde luego en cada uno de los batallones el emblema y la inscripcion Victoria ó Muerte, como el único blanco á que aspira el ejército que está á mis órdenes, cuya insignia perseverará hasta que el enemigo reclame por convenio la concesion de cuartel.

Art. 3. »Siendo muy repetidas las pruebas de adhesion á la justa causa que desde las filas enemigas presentan muchos de los que cuentan, y viendo al mismo tiempo la imposibilidad de que algunos de estos abandonen inmediatamente las banderas de la rebelion por la mucha vigilancia de sus jefes, en virtud de las facultades con que me hallo autorizado por el gobierno, y con arreglo á sus benéficas intenciones, no solo acogeré como hasta ahora á todos los que se me presenten, sino que además los distinguiré segun sus méritos y servicios prestados.

Art. 4. »No solo dejo en su fuerza y vigor mis circulares relativas al rigoroso bloqueo de las plazas y puntos fortificados por el enemigo, sino que encargo la más exacta observancia.

Art. 5. »Los alcaldes, regidores y demás miembros de justicia que circulen las órdenes del gobierno revolucionario, serán pasados por las armas, y lo mismo cuantos hablen y sostengan por escrito la rebelion.

Art. 6.0 »Los conductores de los pliegos que contengan las indicadas órdenes, sean estas manuscritas ó impresas, siendo contrarias al rey nuestro señor, serán en el acto pasados por las armas. Las justicias, apenas reciban dichas órdenes, deberán quemarlas, y en el caso de retenerlas sufrirán pena de muerte.

Art. 7. » Se declaran traidores los alcaldes y demás indivíduos que dieren parte al enemigo del movimiento de las tropas leales, y como tales serán pasados por las armas.

Art. 8. »Los alcaldes y cualesquiera otras personas, denegarán al rebelde Lorenzo las noticias y listas de los voluntarios que les exige en el artículo 7.o del citado bando, y los contraventores serán pasados por las a mas. Y á fin de que nadie pueda alegar ignorancia, ordeno y mando que este bando se publique y fije en las ciudades, villas y lugares de este reino, remitiéndose al efecto los ejemplares necesarios, cuyo recibo se acusará por la respectiva justicia, y á mayor abundamiento se introduzcan y diseminen en los puntos dominados por la tropa enemiga. Cuartel general de Lecumberri, 1.o de noviembre de 1834.-Tomás de Zumalacarregui.»

DON FRANCISCO ESPOZ Y MINA.- SE ENCARGA DEL MANDO DEL EJERCITO.

CVII.

«Difícilmente, dice el general don Francisco Espoz y Mina en sus Memorias, hubiera sonado mi nombre entre los de mis contemporáneos, á no ser por el cúmulo de circunstancias y sucesos que tuvieron lugar

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en Europa, y más principalmente en mi patria, á principios del siglo XIX. Ni por la posicion de la casa de mis padres, ni por la educacion que me dieron, ni por la carrera ó ejercicio á que me dedicaron, en el cual puedo asegurar que era práctico consumado á la edad de veinte y seis años, ni menos por natural inclinacion hasta entonces, habria abrazado el partido de las armas. La patria, el peligro de la patria, cuya libertad é independencia fueron atacadas.... inflamé la sangre pura de los buenos hijos de ella, y todos corrieron á las armas, resueltos á no soltarlas de la mano hasta dejar vengadas las injurias que se la hacian cada dia, y allí me encontré entre ellos.»>

En efecto, la entrada que presenció de los franceses en Pamplona, el 9 de febrero de 1808, hirió tan profundamente su orgullo nacional, que volvió contristado á su pueblo, y aun como avergonzado de sí

inismo.

Aquellos mentidos huéspedes demostraron pronto sus intenciones tomando astutamente la ciudadela; y cuando ya se vió á los solapados amigos descubiertos enemigos, resonó por todo el ámbito de la España el grito de guerra que pronunció el pueblo del 2 de mayo, y Espoź, como todos sus compañeros, corrió á las armas, se batió, y por no quedar prisionero en Jaca, cuando esta plaza capitulaba, se fugó con otros, descolgándose por la muralla, corriendo á su país á engrosar la partida titulada Corso terrestre de Navarra, que capitaneaba su sobrino don Ja

vier Mina.

Los servicios que prestó este puñado de entusiastas españoles á la causa nacional, fueron inmensos. Navarra, Aragon y la Rioja eran sucesivamente el teatro de sus operaciones; y sin conocer el descanso tenian en contínua alarma á todas las guarniciones inmediatas, y diezmaban cada dia las filas francesas, cogiéndoles convoyes, interceptando sus comunicaciones, y haciéndoles centenares de prisioneros, sacrificados unos y cangeados otros.

Don Javier Mina cayó prisionero: las influencias de sus paisanos le salvaron de la horca, y fué remitido á Francia. Este suceso desalentó á unos y exasperó á otros. Su gran partida se dividió, y Espoz formó una con seis compañeros más que le eligieron por jefe, conviniendo se firmase desde entonces Espoz y Mina, para sostener el prestigio del apellido de su sobrino. El nuevo guerrillero correspondió dignamente á la confianza en él depositada: puso á raya á las partidas que más que de patriotas eran de salteadores, disolviólas, agregó su gente á sus seis compañeros, y de aquellos partidarios indisciplinados, de aquellos desertores franceses, suizos, polacos, italianos y alemanes, acostumbrados á toda clase de escesos, hizo pundonorosos y valientes soldados, fusilando á los que no pudo corregir.

Mina está ya al frente de una partida considerable: la junta de Peñíscola le nombra en abril de 1810, comandante general de todas las partidas y guerrillas de Navarra. Organizada ya su gente, y enemigo como ella de la inaccion, la condujo àl valle de Aibar, y en el pueblo de Eslaba consiguió uno de esos triunfos que bastan para conquistar la celebridad de un jefe.

La juventud corre entusiasta á reunírsele, sin más recursos que sus brazos. Ocupado el país por el enemigo, si necesitan caballos y armas, se las proporcionan cogiéndoselas á los franceses.

Así va aumentando y organizando Mina su partida, á la que se une en Estella la de Echevarría, á cuyo principal jefe y á sus segundos fusila en Irache, para castigar su vandalismo. El intrépido navarro cuenta pronto tres mil quinientos hombres, engrosados cada dia: Mina no era un hombre vulgar. Pero más grande aparece aun al ver que treinta mil soldados aguerridos y victoriosos, mandados por generales de fama europea, estaban exclusivamente destinados á perseguir y esterminar aquellas bandas de brigantes, que así las apellidaban.

La gran partida Mina se convirtió en division de Navarra, dando á sus voluntarios la instruccion que necesitaban para aparecer soldados instruidos, ya que sabian ser valientes y aguerridos.

El general Reylle, que mandaba en Navarra, huye batido y derrotado en cien encuentros por el jóven partidario. Massena, el que habia conquistado en cien batallas el baston de mariscal del Imperio, ve sus tropas derrotadas en Arlaban y perdido el riquísimo convoy que llevaba á Francia. Y el que tuvo la audacia de medir sus armas con las de tan renombrado guerrero, se goza en su triunfo, reparte el botin entre sus soldados, y cuenta á los franceses despues de muertos; no por ferocidad, sino por apreciar el brio de los suyos.

El nombre solo de Mina era ya terrible para los franceses, que ponen á precio su cabeza, procurando vencerle por la traicion ya que no pueden por las armas. Pero no habia españoles capaces de tanta villanía, por mucho oro que se ofreciera. Reylle procura entonces ganarle por la seduccion, y es él el engañado.

Ardiendo el francés en deseos de venganza, persigue á Mina por todas partes, y le hace una guerra á muerte. No siempre huye su persecucion el guerrillero, preséntale el rostro muchas veces, se escaramuza con él, y adquiere triunfos tan gleriosos como el de Plasencia, y hace sorpresas tan asombrosas como la que repite en Arlaban, apoderándose de otro riquísimo convoy.

Allí, como en la mayor parte de las acciones, observa su táctica; hacer una descarga, y arrojarse en seguida á la bayoneta sobre el enemigo. En el apresamiento del último convoy en Arlaban, solo repartió

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