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cho acreedores por vuestra conducta y méritos. Si no lo haceis así, y dais lugar á que ponga en accion la fuerza del ejército y los demás medios y facultades de que puedo disponer, no valdrán ya, llegado este caso, súplicas de niguna clase para mitigar el rigor de las medidas que tengo meditadas, y que se ejecutarán irremisiblemente.

>> Por decontado, prevengo desde ahora que todo indivíduo que se encuentre por la tropa estraviado del camino real en las horas que median desde que el sol se pone hasta que sale, y no justifique en el acto su procedencia legal, será incontinenti pasado por por las armás.»>

En el mismo dia dirigió al ejército otra alocucion (1).

(1) Soldados: vuelvo à colocarme entre vosotros para combatir en nombre de la patria con iguales elementos á los que desde el año de 1820 al de 23, se opusieron en el mismo centro de ella á la marcha del gobierno representativo, reconocido, despues de dolorosas esperiencias, como indispensablemente necesario para asegurar la independencia de la nacion, sus fueros y libertades, y la estabilidad y esplendor del trono,

>>Restablecido aquel gobierno en nombre de nuestra escelsa reina doña Isabel II, por su augusta madre la reina gobernadora, en pleno ejercicio de sus poderes por la uniforme adhesion de todas las provincias de la monarquía, el deber individual de todo buen español es el de prestarle toda su cooperacion para que siga sin obstáculos el sistema de mejoras que ha emprendido en la administracion pública del Estado.

>>Sin embargo, desconociendo este sagrado deber, y bajo una bandera rebelde à la patria, algunos habitantes de esta provincia, unos à mano armada, y otros prestando á estos auxilios de todas clases, ponen las mismas trabas que pusieron en la anterior época que he citado à la marcha del gobierno; y socolor de defender derechos que jamás han reconocido nuestras leyes patrias, hacen tambien oposicion á los de S. M. doña Isabel II, reconocida, proclamada y jurada por toda la nacion como legítima heredera del trono, haciéndose de este modo doblemente criminales. Y siendo nuestra mision la de destruir estos elementos de oposicion contrarios à la tranquilidad y á la felicidad pública, haremos ver, yo lo espero, à esos hombres obcecados, ilusos, que es tiempo ya de que reconozcan su impotencia para resistir al poder y á la voluntad general de la nacion, conforme à los sentimientos maternales de S. M. la reina gobernadora, que desea ver restablecido el órden en esta provincia sin mas derramamiento de sangre entre hermanos, que con igualdad considera y llama à todos sus hijos. Cediendo á mis propios impulsos, les ofrezco la paz, y si la desprecian, y me obligan á desenvainar la espada, entonces perseguiremos a todos estos enemigos sin descanso, y seremos tan terribles en la venganza del pequeño mal que se nos cause, como indulgentes con los arrepentidos que se den á partido desde luego, y quieran reconciliarse con ella.

»En mi cartera traigo, compañeros, los premios que se os han de distribuir acto continuo de las buenas hazañas. Yo sé bien que, en vuestros nobles sentimientos, la única recompensa que ambicionais es la de que se os cuente como una parte activa destinada á asegurar la tranquilidad pública, y preparar con ella el bienestar de la patria; pero este mismo honrado y generoso proceder obliga al gobierno que dirige sus destinos, á dar a conocer vuestros notables servicios por medio de distinciones públicas. Yo gozo ya con anticipacion de la mayor que pudiera apetecer en el hecho de haberme colocado á la cabeza de un ejército tan patriota, valiente y benemérito.

"Soldados: contadme como el último granadero del ejército, que, armado de un fusil, siempre que el caso lo requiera, compartiré gustoso vuestras mismas fatigas hasta que hayamos conseguido una completa victoria.

>>Orden y union perfecta en el ejército, severisima disciplina, y muy particular en las marchas y descansos, y sobre todo, vigilancia suma, es la que ordena y manda vuestro general en jefe.-Mina.-Pamplona, 4 de noviembre de 1834.»

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HEROICA DEFENSA DE PERALTA.

CVIII.

Zumalacarregui en tanto, habla menos y obra más, si bien en sus operaciones no se notaba entonces un plan fijo.

Casi á la ventura se dirigió desde Villamayor á Sesma, á cuyo punto marchaba tambien don Narciso Lopez con tres pequeños batallones y unos setecientos caballos. Al saberlo el carlista, halagóle la idea de un combate, y aligeró el paso, si bien no pudo encontrarse con Lopez antes de que entrase en Sesma, lo cual no esperaba Zumalacarregui, pues la caballería de aquel le daba probabilidades de triunfar en los campos en que pudo haber admitido ó presentado la batalla; pero prefirió una prudente retirada, guareciéndose en los muros y bajo los cañones de la poblacion, á la que se acercó Zumalacarregui el 5 y provocó al combate, arrojando algunas granadas, que causaron varios destrozos, y el fuego de sus guerrillas, aprovechado en los jinetes, colocados desacertadamente en una callejuela.

Denostando y despreciando Zumalacarregui á Lopez, se retiró de la vista de Sesma, y marchó á Peralta, villa de importancia en Navarra, defendida por sus entusiastas urbanos. Hizo un movimiento de contramarcha para burlar mejor la vigilancia de los liberales, pero no se escapó á estos su intencion; y cuando á las tres de la tarde del 8 se presentó el carlista en direccion fija á Peralta, su comandante de urbanos, Iracheta, ya tenia á su escasa fuerza preparada á resistir desde el fuerte.

Los invasores ocuparon la parte baja de la villa y el camino de Lerin, y se fueron colocando ventajosamente en otras posiciones, en las casas que horadaron, y en las tapias aspilleradas de una huerta que cercaba tres lados del fuerte. Este se veia ya rodeado de carros llenos de paja y leña y de otros combustibles para incendiarle, pues ya no se peleaba, sino que se esterminaba barbaramente.

Antes de hacerlo, una anciana que habia sido aya de Iracheta, se presentó en el fuerte llorando para que suspendiese la resistencia, y entregó al comandante estas dos comunicaciones.

«Ejército de Cárlos V, rey de España.-¡Insensatos! Conoced vuestro engaño: reconoced á vuestro legítimo rey: deponed las armas: entregaos, y obtendreis el perdon. Si no lo haceis en el término de un cuarto de hora, antes de pocos momentos vais á ser abrasados. Cuartel general de Peralta, 8 de noviembre de 1834.-El comandante general, Tomás Zumalacarregui.-A los que se encierran en el fuerte de esta villa.»>

La amistad y el recuerdo de lo que debo á su tia de vd., ponen la pluma en mi mano. Oiga vd. mi consejo, y despues haga lo que guste. Su perdicion, sino se entrega, es segura; ningun auxilio debe vd. esperar principiando la artillería: evíteme vd. dar un pesar á personas que estimo. Lo es de vd. amigo apasionado 1. B. S. M.-Juan Antonio Zaratiegui.-El general es inexorable.-A don Fermin Iracheta.

-E. P. M.>>

Sin pérdida de tiempo, Iracheta contestó:

«Un voto solemne con que me ligué desde el instante que tomé las armas, será siempre mi guia: tal es morir por Isabel II; y con este sacrificio no llenaria lo que exige de mi gratitud tan augusta persona: estos mismos sentimientos animan á toda la guarnicion. Fuerte de Peralta, 8 de noviembre de 1834.-El comandante, Fermin de Iracheta.-A don Tomás de Zumalacarregui.»>

«Don Juan Antonio: Nunca manché mi conducta con ninguna debilidad, y mi existencia la miraria como un oprobio si solo me ocurriese la idea de rendirme. En mi muerte solo fundará vd. la victoria: este es mi deber, sin que el temor de encontrarla sea capaz de arredrarme, ni á ninguno de esta guarnicion. Es de vd. S. S. Q. S. M. B.-Fermin de Iracheta.>>

Esta decision, ó más bien el concepto que Iracheta tenia en el país, contuvieron un tanto á Zumalacarregui, que hizo ir á su presencia á la esposa de aquel, y la encargó fuese á reducir á su marido para librarle de una segura perdicion. Corrió desolada la amante señora, pero todos sus ruegos fueron vanos, y las abundantes lágrimas que al pié del fuerte derramaba, no bastaron para apagar el ardiente entusiasmo de aquel patricio, que, desoyendo los ecos de su corazon para atender á los gritos de su honor, la mandó retirarse sino queria esponerse á ser víctima del fuego que iba á comenzar. Se retiró y al instante mandó Zumalacarregui disparase la infantería y artillería. Los sitiados contestaron con tal acierto, que en breve tuvieron que parapetarse tras de colchones los sitiadores, fogueándose unos y otros con porfiado empeño hasta terminar el dia.

Durante la noche estrechó el carlista el cerco; y el liberal destruyó una escalera que daba subida al fuerte, haciendo así inútil el asalto.

Al notarlo al siguiente dia Zumalacarregui, y ver que iba á gastar el tiempo y las municiones sin conseguir su intento, aumentando la pérdida de su gente, mandó tocar retirada, y la emprendió, más no sin dejar horribles rastros en el incendio de porcion de edificios, en el bárbaro derrame de las cubas del preciado vino de la villa, y en el destrozo de los muebles de las casas. Así quedó en pos de su huella el estrago y la desolacion, indigna de pechos españoles.

La gloria fué para los valientes defensores de Peralta, que hicieron frente á tan considerable masa de carlistas, que llevaron consigo la desesperacion, por no haber podido vencer aquel puñado de paisanos, que tan bien sabian sostener las armas que el gobierno les entregara, y que tan dignamente correspondian á la confianza que en ellos depositara la patria, á lo que de ellos esperaba la causa liberal. Benéficos resultados tuvo para esta su heróica defensa, porque la imitaron otras villas, cuyos urbanos se mostraron émulos de los de Cenicero y Peralta. Nada estimula como el heroismo.

Donde quiera que habia urbanos, se aprestaban á igual resistencia, á conquistar la misma gloria, y aun á provocarla, cual lo veremos en el próximo capítulo. Tales defensas, eran, pues, importantísimos triunfos para la causa liberal.

HEROISMO DE LOS URBANOS DE VILLAFRANCA.

CIX.

Hay en Navarra una villa situada en una pequeña eminencia á legua media de la márgen izquierda del rio Aragon, que en poco más de quinientas casas cuenta de seiscientos á setecientos cincuenta vecinos, y que adquirió por entonces celebrado renombre. En su pequeño recinto se albergaban partidarios de uno y otro bando, que sostenian con tanta mayor pasion sus opiniones cuanto más cerca se veian.

Villafranca, que tal era el nombre de la villa, fué destinada por Zumalacarregui á dar evidente testimonio de los horrores de la guerra civil. Dirigióse, pues, á ella con pacífico intento, y al saberlo los urbanos, se encerraron en la iglesia, que, cual erguida atalaya, sobresalia por entre las casas del pueblo.

El 27 llegaron los carlistas y se alojaron en él; pero los urbanos, desde las aspilleras de su fuerte, hicieron algunos disparos, por lo que los carlistas, circunvalando el edificio, contestaron su fuego. Dos cañones, enfilados á la puerta de la iglesia, la franquearon en breve á los sitiadores, que se hubieran lanzado intrépidos, si su jefe no les contuviera esponiéndoles la resistencia que hallarian dentro. Y así era: los sitiados al ver accesible el templo, se guarecieron en la torre, más dispuestos á morir que á rendirse, pero vendiendo caras sus vidas, pues tenian consigo á sus mujeres, las cuales estimulaban su ardor en vez de contenerle. Olvidaron que eran mujeres, y se mostraron heroinas.

Tres veces les fué intimada la rendicion, y otras tantas la despreciaron. Tal arrojo asombraba á Zumalacarregui, que para vencer no hallaba otro medio que seguir la bárbara costumbre de emplear las lla

mas. Era una iglesia la que habia de ser su presa, y ante tamaña profanacion se contenia; pero el religioso príncipe, que no tenia tales escrúpulos, envió con el baron de los Valles la órden para que se incendiase el templo, si no se rendian sus defensores.

El soberano mandato fué exactamente cumplido, y las llamas se apoderaron en breve de la parroquia, quedando la torre, que, como fabricada de ladrillo, no pudo hacer presa en ella el elemento devorador. Pero si no alcanzaba el fuego á los defensores, les imponia su resplandor y les ahogaba el humo. Las mujeres temieron entonces, pero no tanto por ellas como por sus hijos, y demandaron piedad. Zumalacarregui la concedió, y al amanecer bajaron por unas escalas de cuerdas las mujeres y los niños. Zumalacarregui, en esta ocasion, se olvidó de lo que á sí mismo se debia. Es verdad que podia estar irritado por la herida de don José Diaz, causada por los urbanos cuando trepaba por los tejados para salvar las mujeres de la torre; pero sin que disculpemos esta torpeza si fué casual, ó barbarie, si fué intencionada, de parte de los liberales, no autorizaba el mal tratamiento que dió el jefe carlista á aquellas mujeres, recibiendo á latigazos á las primeras que bajaron de la torre. Dice un biógrafo de Zumalacarregui, que ya hemos citado:

«Venia entre ellas la llamada Claudia, esposa del jefe de los urbanos, la cual, á la pálida luz de las antorchas que la circundaban y de las llamas que arrojaba el edificio, ofrecia una copia animada de aquel retrato que nos presentan los pintores de la romana Lucrecia; pues á su buena figura, añadia la circunstancia de traer al descubierto un pecho, en el que se notaba una herida, que enrojecia de sangre su blanco seno. Este espectáculo, verdaderamente interesante y sensible á todos, lo fué en superior grado para algunos, segun lo inferimos de la manera con que lo cuenta una memoria que hemos visto, escrita en francés.... Pero tambien puede asegurarse que, si bien esto es propio de toda alma noble y generosa, puesto que cualquiera en el caso de Zumalacarregui le hubiera sido preciso ocultarlo, so pena de descender del alto lugar á que le elevara, antes que otra cosa, la constante inflexibilidad de su carácter.»

Permítanos este biógrafo, nuestro amigo, que neguemos á su compañero, personaje en aquel acto, esa nobleza y generosidad de alma, y esa inflexibilidad de carácter por la que tanto se elevara. El mismo nos suministra la prueba, diciéndonos que tuvo que prescindir «de benignidad hacia las prisioneras, porque habria escitado el encono popular, señaladamente del sexo débil de la poblacion.» ¡Una vergonzosa exigencia de unas mujeres para con otras es hastante para hacer abdicar á un hombre de sus generosos sentimientos, de su dignidad, y hacerle pegar á unas desgraciadas! ¿Es inflexibilidad de carácter acceder á tan apa

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